martes, 14 de septiembre de 2010

Palabras sin golpes

Por Raúl San Miguel

Fotos: Tomadas de la Internet

"El acero de la espada, en la mano derecha del victimario, está cubierto por la sangre. De la siniestra del ganador pende la cabeza del vencido. Ahora tiene ambos brazos en alto, en señal de victoria. El público ovaciona enardecido, aún con los pulgares hacia abajo".
(Novela Fausto tropical. A.Galluissi y R.Samuel)

Prefiero que estas líneas unan voluntades y pensamientos, no corten y desgarren las carnes, ni cercenen los cuerpos, ni dejen rencores y heridas como lo hicieron nuestros próceres independentistas cuando se lanzaban dispuestos al desigual combate por la libertad de Cuba contra el ejército colonialista español. Tampoco deseo que tengan el filo de las escritas por el inolvidable intelectual y revolucionario Carlos Rafael Rodríguez. Me inspiran los hechos más recientes en la vida política de mi país, en medio de una contemporaneidad donde la existencia de la especie humana está condicionada a la voluntad de un pequeño grupo de hombres ricos que pueden decidir el estallido de una guerra nuclear como si fuesen los cesares que observan al gladiador vencido sobre la arena del Coliseo.
Escribo motivado por la conmemoración de los 90 años de Mario Benedetti, para quienes los cubanos reservamos un sitio especial en la memoria de nuestra Patria, a la cual se unió en los momentos primeros de la triunfante Revolución cubana.
Escribo porque está prohibido olvidar que iniciamos el año que, prácticamente, concluye con los ecos de un golpe de estado en una nación latinoamericana, impacto que sacudió (violentamente) los cimientos de las nuevas democracias populares amenazadas por una excomulgación imperial. Casi apenas o apenas nada se habla de Honduras. ¿La recuerdan? Pues seguro que no. Ya desapareció de los diarios, incluso los de circulación limitada debido a las presiones y el límite de espacio reservado para las transnacionales que ejercen los controles mediáticos en el mundo. Por supuesto, nadie. Nadie menciona las bases norteamericanas multiplicadas en esa pequeña nación que ha perdido un total de 771 niños y jóvenes asesinados de manera violenta desde el golpe de Estado de junio del 2009 hasta el primer semestre de este año.



Escribo porque es difícil permanecer callado en circunstancias que obligan a retomar, con más fuerza, el reclamo de libertad para los Cinco Héroes cubanos prisioneros en cárceles norteamericanas por evitar acciones terroristas contra Cuba, realizadas desde una plataforma operativa territorial con base en los Estados Unidos y con el apoyo logístico, financiero y armados por grupos de la mafia cubano-americana que tienen representantes en el mismísimo Congreso del gobierno estadounidense. Incluso, hace unos días, escribía para mi blog bajo el título: “Una pelea cubana contra los demonios de la desinformación”
y recordaba que: “hablar de Cuba en términos peyorativos resulta fácil. Solo tienes que escribir una docena de líneas en las cuales, más o menos bien (me refiero al estilo y la técnica empleada), describas los problemas que enfrentamos los cubanos, desde enero de 1959, hasta la fecha, y las aderezas con una pizca de mala intención (claro está) a partir de la referencia de las escaseces materiales, de medicamentos, alimentos, vivienda, transporte, dinero…, y hasta de las dificultades hasta para comprar una calabaza que podría crecer silvestre en cualquier terreno abandonado. Luego agregas dos o tres “verdades” contadas desde el lado oscuro de la conciencia: esa parte que no guarda nada de la dignidad necesaria para identificarse con la memoria histórica de nuestra nación y casi estará listo para consumir el plato o receta que podría estar a punto de convertirse en un suculento banquete. Por supuesto, me refiero a quienes esperan estos despachos de opinión con el propósito de hacerlos rebotar como si fuesen pelotas de pin pon sobre el globo terrestre. A partir de entonces, cualquier cosa podría ocurrir”.

Recordaba que “No es que discrepe en relación con la necesidad y positividad en cuanto a la diversidad de puntos de vista y argumentos en relación con cualquier tema de interés nacional y mucho menos me opongo a quienes buscan sus recursos para defenderlos. Solo advierto que el fin no siempre justifica los medios. Sin embargo, la campaña mediática contra Cuba no comenzó con el triunfo del Ejército Rebelde. Mucho antes, desde que se alzaron las primeras voces libertarias, ya se revolvían los sueños imperiales de ocupación de nuestra Patria en la vecina nación del Norte”.

Invitaba a pensar en aquel mediodía del día 1ro. de enero de 1899, “en que los habaneros observaron el movimiento de pabellones sobre la fortaleza del Castillo de los Tres Reyes del Morro. Caía la bandera española poco más de tres siglos. 387 000 cubanos habían muerto al finalizar la guerra de 1895. Ese fue el precio de cruentos años de lucha impuestos por la metrópoli. El país víctima y empobrecido también perdía las esperanzas libertarias ganadas en el fragor del combate en la manigua frente a las tropas de ocupación españolas. Minutos después subía al mástil una tela de barras rojas y estrellas sobre fondo azul: la bandera de los Estados Unidos de América”.

Decía que aquella referencia “no resulta importante”. Pura ironía y respuesta a quienes “no les hace falta recordar ¿por qué pelearon nuestros abuelos y padres, mujeres y hombres cubanos, en desigual enfrentamiento contra un ejército alimentado y apertrechado. Tampoco es necesario evocar al presbítero Félix Varela y Morales. Mucho menos hablar de un 10 de octubre de 1868. ¿Para qué mencionar un 24 de febrero de 1895?”.

Advertía que “La prensa norteamericana desplegó (desde aquella temprana fecha en el surgimiento de nuestra nación) sus cañones para informar de la “participación” del ejército estadounidense en una guerra que había ganado, a coraje limpio, un ejército de mambises. No hace falta mencionar los nombres de héroes conocidos, de los próceres de aquellas contiendas que tuvieron lumbre con las encendidas palabras de Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868”. Y, finalmente, expresaba que: “Para hablar de Cuba, y romper el silencio mediático impuesto por el gobierno de los Estados Unidos y sus transnacional de la desinformación, solo es importante emplear una pequeña fórmula mediática que resulta bien cuando se ha perdido la memoria histórica y la identidad con una nación: olvidar cómo y por qué se forjó con las vidas de muchos hombres y mujeres (oddara y no ibbaé, que es una manera de recordar a los muertos en lengua Yorubá y citar: odbara, para darle paso en nuestras vidas y no ibbaé para que sigan su camino de difuntos) construir las bases de una conciencia nacional, a partir del significado de la libertad alcanzada, precisamente, la Generación del Centenario (nacimiento de José Martí) en la epopeya final de nuestras luchas libertarias que abrieron el definitivo camino de la independencia en enero de 1959”.

Ahora, siento el privilegio de haber estar entre los primeros invitados por el cantautor Silvio Rodríguez, desde su artículo publicado en el blog personal Segunda Cita. No podía más que tenerme entre aquellos que hurgan en la memoria histórica de la Patria para no perder el rumbo. Quienes piden recrudecer el bloqueo impuesto por el gobierno de los Estados Unidos contra Cuba _que se extiende por casi medio siglo_ laceran al pueblo cubano y condicionan, entre otros males, la falta de medicamentos que pudieran ser adquiridos para la lucha contra el cáncer; tal es el caso de los niños pacientes de hospitales oncológicos. Eso es solo un ejemplo, de quienes piden más bloqueo para los que luchamos por continuar un camino independiente y soberano para nuestra Patria. Para ellos escribo estas palabras sin golpes y las sugerentes palabras de Silvio.

INVITACIÓN



Silvio Rodríguez

Creo que la Revolución Cubana dignificó a nuestro país y a los cubanos. Y que el Gobierno Revolucionario ha sido el mejor gobierno de nuestra Historia.
Sí: antes de la Revolución La Habana estaba mucho más pintada, los baches eran raros y uno caminaba calles y calles de tiendas llenas e iluminadas. Pero, ¿Quienes compraban en aquellas tiendas? ¿Quiénes podían caminar con verdadera libertad por aquellas calles? Por supuesto, los que “tenían con qué” en sus bolsillos. Los demás, a ver vidrieras y a soñar, como mi madre, como nuestra familia, como la mayoría de las familias cubanas. Por aquellas avenidas fabulosas solo se paseaban los “ciudadanos respetables”, bien considerados en primer lugar por su aspecto. Los harapientos, los mendigos, casi todos negros, tenían que hacer rodeos, porque cuando un policía los veía en alguna calle “decente” a palos los sacaban de allí.
Esto lo vi con mis propios ojos de niño de 7 u 8 años y lo estuve viendo hasta que cumplí 12, cuando triunfó la Revolución.
En la esquina de mi casa había dos bares, en uno de ellos, a veces, en vez de cenar, nos tomábamos un batido. En varias ocasiones pasaron marines, cayéndose de borrachos, buscando prostitutas y metiéndose con las mujeres del barrio. A un joven vecino nuestro, que salió a defender a su hermana, lo tiraron al suelo, y cuando llegó la policía ¿con quién creen que cargaron? ¿Con los abusadores? Pues no. A patadas por los fondillos se llevaron a aquel joven
universitario que, lógicamente, después se destacaba en las tánganas estudiantiles.
Ahí están las fotos de un marine meando, sentado en la cabeza de la estatua de Martí, en el Parque Central de nuestra capital. Eso era Cuba, antes del 59. Al menos así eran las calles de la Centro Habana que yo viví a diario, las del barrio de San Leopoldo, colindante con Dragones y Cayo Hueso. Ahora están destruidas, me desgarra pasar por allí porque es como ver las ruinas de mi propia infancia. Lo canto en Trovador antiguo. ¿Cómo pudimos llegar a semejante deterioro? Por muchas razones. Mucha culpa nuestra por no haber visto los •árboles, embelesados con el bosque, pero culpa también de los que quieren que regresen los marines a vejar la cabeza de Martí. Estoy de acuerdo con revertir los errores, en desterrar el autoritarismo y en construir
una democracia socialista sólida, eficiente, con un funcionamiento siempre perfectible,
que se garantice a sí misma. Me niego a renunciar a los derechos fundamentales que
la Revolución conquistó para el pueblo. Antes que nada, dignidad y soberanía, y asimismo salud, educación, cultura y una vejez honorable para todos. Quisiera no tener que enterarme de lo que pasa en mi país por la prensa de afuera, cuyos enfoques aportan no poca confusión. Quisiera que mejoraran muchas cosas que he dicho y otras que no. Pero, por encima de todo, no quiero que
regrese aquella ignominia, aquella miseria, aquella falsedad de partidos políticos que
cuando tomaban el poder le entregaban el país al mejor postor. Todo aquello sucedía al
tibio amparo de la Declaración de los Derechos Humanos y de la Constitución de 1940. La experiencia prerrevolucionaria cubana y la de muchos otros países demuestra lo que importan los derechos humanos en las democracias representativas. Muchos de los que hoy atacan a la
Revolución fueron educados por ella. Profesionales emigrados, que comparan forzadamente las condiciones ideales de “la culta Europa”, con la hostigada Cuba.
Otros, más viejos, quizá• alguna vez llegaron a “ser algo” gracias a la Revolución y hoy se pavonean como ideólogos procapitalistas, estudiosos de Leyes e Historia, disfrazados de humildes obreros. Personalmente, no soporto a los “cambiacasacas” fervorosos; esos arrepentidos, con sus cursitos de marxismo y todo, que eran más papistas que el Papa y ahora son su propio reverso. No les deseo mal, a nadie se lo deseo, pero tanta inconsistencia me revuelve.
La Revolución, como Prometeo (le debo una canción con ese nombre), iluminó a los olvidados. Porque en vez de decirle al pueblo: cree, le dijo: lee. Por eso, como al héroe mitológico, quieren hacerle pagar su osadía, atándola a una remota cumbre donde un buitre (o un águila imperial) le devore eternamente las entrañas. Yo no niego los errores y los voluntarismos, pero no sé olvidar
la vocación de pueblo de la Revolución, frente a agresiones que han usado todas las armas para herir y matar, así como los más poderosos y sofisticados medios de difusión (y distorsión) de ideas.
Jamás he dicho que el bloqueo tiene toda la culpa de nuestras desgracias. Pero la existencia del bloqueo no nos ha dado nunca la oportunidad de medirnos a nosotros mismos.
A mí me gustaría morir con las responsabilidades de nuestras desdichas bien claritas.
Por eso invito a todos los que aman a Cuba y desean la dignidad de los cubanos, a gritar conmigo ahora, mañana, en todas partes: ¡Abajo el bloqueo!

(Tomado del blog personal Segunda Cita)

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