viernes, 1 de enero de 2010

¡Asere qué bola!



Raúl San Miguel

Foto: Tomada de la Internet

Todos los días recibo correos electrónicos de un amigo: Cubanitron. Vive lejos del barrio, que es toda Cuba, pero tan cerca que siempre nos acompaña con sus artículos: verdaderas espadas de fuego. Y, cuando digo espadas, es para que en otras latitudes se entienda el significado del acero que guarda la estrella de esa bandera roja, azul y blanca.
Resulta que ahora que nos visitan algunos amigos, por el fin de año, y se quedan con parte de nosotros como le ocurrió a Nora Salas, la argentina de Estudiante (el equipo campeón de futbol), he visto mensajes como el de Manuel Quintanal, allá por Chile. Y le decía a Pedro Gonzáles Munné, el hombre que apoya a los de su Patria, allá en los Estados ¿juntos?, como decimos los cubanos, me pegó el deseo de escribir un artículo. En realidad la pregunta la hizo Quintanal. ¿A qué te dedicas Raúl?, me dijo. Parece que ahora todos se preguntan: ¿A qué me dedico? Pues no es que sea famoso. Me dedico a construir ese puente de todos los cubanos en el mundo. Ese camino que tenemos el derecho de transitar en doble dirección y no dejarlo de una sola vía. Me explico:
No andaré con tapujos o retóricas. Tampoco digo nada nuevo, ni culpo a nadie más que a los que nos quieren quitar lo que antes se logró con esa espada mambisa y luego, se fue en el año del centenario del natalicio del Apóstol, a los muros de las fortalezas: Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, ambas de la tiranía de Batista, por supuesto llenas de historias sangrientas, de jóvenes que perdieron sus vidas en los calabozos, de los que murieron en las “Pascuas sangrientas”, antes del triunfo de la Revolución.



Es por eso, contagiado con Nora, Miguel, Pedro y Cubanitron, he dejado de sentirme un poco menos solo, pero ando como un loco de remate, mirando siempre al Sur. En realidad, todos miramos al Sur: los que buscan y no encuentran, los que buscan sus propios pasos, los que buscan sus huellas, su pasado o su sombra, los que buscan el pan, para dar de comer a los hijos, los que buscan la esperanza en la piel de la tierra, bajo sus plantas en el Sur. Porque mirar hacia abajo nos recuerda de dónde salimos, qué tierra pisamos, dónde quedan nuestras raíces y hacia donde iremos, sin yates, sin andrajos, sin hambre o repletos. Pero, reconozco que solo los que no tienen nada de las necesidades dichas en las revistas llenas de imágenes bellas, chismes de princesas, reinas y principitos, miran hacia arriba, hacia el Norte y a veces, hasta Dios se le olvida mirar al Sur, salvo cuando se tiende sobre las nubes y mira su obra, abajo, pero a esos que siempre miran al Norte, también, si Dios no les bendice con una lluvia, les caga la cabeza un pájaro.



Te dedico, en especial este cuento o relato de mi libro in-púdicable (por el momento, debo perfilarlo): “Y los cuentos cuentos son”




Colours and Benetton (Blanco y Negro)

“Nadie se quita el corazón
y lo tira contra las piedras”
(Otra vez, Miguel Barnet)

“Por favor, pasen y siéntense, enseguida los atiendo”, dijo la muchacha y su voz pareció modulada digitalmente en una estereofónica. Caminó dos pasos en dirección a la mesa donde serviría el café, pero se volvió y con la sonrisa congelada por un flash de su conciencia retrocedió y me dijo: “lo siento, el chofer debe esperar afuera”. Si el factor sorpresa no existiera, esa muchacha lo habría inventado. Realmente contuve hasta la respiración y sentí cómo flotaba en medio del estupor de mis colegas. Salí. Afuera una pulverizada llovizna se mezclaba con el viento y el polvo de las calles y lo salpicaba todo. ¿Qué hacer? ¿To be or not to be?, escribió Shakespeare, pero mi socio el bola, el sabio del barrio, el de la universidad de la calle, me diría: ¿Tú ve o tú no ve?, ¿asere pa´qué estudiaste tanto? Estas gentes son fulas y siempre te dan con la mala. Donde tú los mata e´con la misma piedra.
Ganas no me faltaron de recoger una piedra y ver que pensaba esa gélida muchacha que nos atendió en la recepción de la Empresa. Incluso, Tato, el chofer de mi colega, se escurrió entre el piquete, junto al camarógrafo. Yo venía de botella, ¿qué podía hacer? si además no me consideraba un Shakespeare ni en la imaginación, sino un periodista que necesitaba hacer su trabajo. “No te preocupes”, me había dicho Reina y prometió que resolvería el problema en cuanto se encontrara en el despacho del presidente de la corporación. Pero, no sé por qué imaginé lo contrario. Reina había llevado su traje de conquista: un sugerente y corto vestido de una sola pieza que podía ocultar solo el color de su piel detrás del verde suave de la tela. Luego mostraría aquella sonrisa, muy parecida a una confesión provocada por un pensamiento erótico. ¡Coño, ¿pensaba tumbar al presidente?! Tenía que haberlo imaginado. No solo lo supe cuando el ángel de ferrita me impidió entrar, sino desde el momento en que escuché su invitación melodiosa para acompañarle durante la aventura de entrevistar al presidente de la corporación tal y más cual. Acepto que no le puse frenos a la imaginación cuando susurró que sería fácil. Tenía un argumento sólido para confirmar cómo sería el encuentro, a partir del momento en que el tipo le dio botella en una verdadera nave cósmica fabricada por la Toyota, y la tremenda y perfumada “muela” del conquistador que la llevó hasta la mismísima entrada del canal de televisión. “Imagínate cuando me vieron bajar del yipón, parecía que había llegado la mujer del presidente Obama”. Por supuesto, hubo previo intercambio de teléfonos y una invitación para que le entrevistara en su despacho ubicado en una inmobiliaria de Miramar. Reina me pidió que fuera. Siempre me tenía en cuenta para los grandes vacilones. “Para eso estudiamos juntos, ¿no es verdad? Además tú me tirabas tremendos cabos con los trabajos de equipo. ¿Te acuerdas?, me la pasaba barqueando y nadie podía ponerme cola cuando se trataba de llegar a la Facultad a bordo de aquellos carrazos”. “Yo atiendo la agricultura, respondí, ¿qué voy a hacer cuando llegue a la redacción con una entrevista impublicable?” “¿Y para qué tu eres periodista? —Respondió— ¿no me digas que solo puedes escribir de viandas y pajaritos del campo?, te conozco y siempre fuiste sobresaliente en las notas, mucho más con las crónicas. ¿Te acuerdas cómo tenías bobas a las chicas y en especial a la profesora Maricary? Tienes talento, además tu jefe es mi amigo, lo va a agradecer, ya le daré un timbrazo a su oficina y verás el cambio en la línea editorial. Claro algo se le pegará también, de eso me encargo, él no es bobo, todos lo hacen… ¿por qué no?” “No Reina, no todos lo hacemos”, quise responder, pero me dijo: “¿Desde cuándo no te tomas una Bucanero Max?, pero apuesto a que no será una, pueden ser dos, tres, una caja…, y gratis, ¿qué te parece?” “Bueno…”, quise inventar una excusa, pero ¿qué excusa? La voz de Reina era lo suficientemente seductora como toda ella y si le daba por vestirse con aquel…. “¿Sabes…? —dijo— me pondré ese vestidito que tu piropeas tanto (el tono resultó entre pícaro e irónico), pero no quiero parecer una puta, te lo digo en serio, el tipo no está mal, pero no puedo dejarlo que me enlace con dos laticas de Bucanero y una cajita de chocolates, para eso voy con Tato, mi chofer y el camarógrafo. Tú sabes que el gordo Tato es capaz de comerse todo el bufet que pongan y lo que no pueda tragar lo mete, con plato y todo, dentro del estuche de la vieja videocámara. (Reímos. Tato se las ingeniaba para cargar el innecesario bolso que, por demás, estaba habilitado para la “piratería bufeteana”). La imagen de Tato me recordó un montón de anécdotas. Sobre todo aquella, verdaderamente espeluznante, de la ¿periodista? de radionoséqué. La mulata cargo casi dos cajas de cervezas y refrescos, en laticas, y comida en sendas bolsas plásticas que crecían como enormes garrapatas debajo de la mesa; incluso uno de los gastronómicos (en la recepción ofrecida por el Día de la Prensa Cubana en la Empresa Nacional de Materias Primas) le preguntó: ¿Corazón, vas a montar una paladar? “¿Vas o no vas…?”, insistió Reina y me hizo regresar al momento del To be or not to be. “¿Tú ve o tu no ve, paisa?, métele el brazo, tomas los laguers, guardas lo que puedas, coge y come lo que se te pegue, recuerda ir en ayuna, y si puedes le pasas la cuenta alareinaesa”, aconsejaría el bola en un eslaider de su filosofía callejera y como buen tipo, samaritano y consejero del barrio, no me daría otra opción que aceptar la invitación de Reina y decir: “Sí, dónde me recoges”, “donde siempre”, respondería ella y ya no tendría tiempo para dar marcha atrás. Fue, entonces, que pensé en la posibilidad de pasarla bien con aquellos laguers fríos, me sentaría a disfrutar, como en las películas, y mandaría a todo el mundo al otro lado del Universo, total, como diría mi otro socio (de pareja en el dominó) Pedrito de la Barca: Y todo el mayor bien es pequeño, que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son. Ahora, sencillamente, una recepcionista me había confundido con el chofer del equipo de periodistas y no tuve más remedio (incluyo el factor sorpresa) que mirar cómo les indicaba a mis compañeros la puerta del ascensor a la oficina del Presidente de la corporación tal o más cual. ¡Adios laguers de latica y bufet gratis!, grité en silencio. “No te preocupes, voy a discutir eso y regreso por ti”, dijo Reina y me pareció que miraba a Marilyn Monroe, mientras lanzaba un beso a través de la pantalla. Han pasado diez minutos y Reina no aparece, tampoco el camarógrafo (bueno ese no se mete en ná), menos Tato, no sé por qué pensé en el gordo chofer tragón. Él no se gastaría un pensamiento en mi presencia, mientras tuviera tiempo de deglutir bandejas completas de mariscos, ensaladas (y cuanta cosa pusieran que no fuera plástico) y beber hasta que el eructo no pudiese ser comprimido en su enorme abdomen, pero ¿Reina? ¿Qué habría pasado con ella…? No era de abandonar a los amigos ni en los peores momentos, así había sido siempre. Además… ¿qué sentido tendría dejarme después de haberla acompañado?, mejor debía responder: ¿para qué me dijo que fuera…? Estoy afuera, el polvo y la lluvia me obligan a refugiarme detrás de una columna. Desde ahí puedo ver, al menos, la calle por donde cruzan los hermosos autos de la selecta barriada de Miramar con los cristales oscuros. “¡¿Tú ve, asere, tú ve?! ¡Siempre te joden! Págale con la misma piedra!”
“Reina…, “dije y traté de esconder la risa para que no se escurriera dentro del auricular. ¿Dime…? (y recordó el embarque, lo supe, pero como siempre se adelantó. Otra de sus habilidades: una excelente agilidad mental a prueba de errores) oye lo siento por lo del otro día, el tipo es un cabrón, me envolvió, a mí, a la Reina de la envoltura y al Tato, ni se diga, ese ni tomó una sola imagen (ironizó), tampoco le hizo falta utilizar el estuche de la veterana e inutilizable filmadora para llenar su despensa, le cargaron el maletero, por cierto (¿al poco rato, dijo?) salimos a buscarte y ya no estabas, seguro levantaste a la secretaria pedante, la que te interceptó y confundió con un chofer, nada la tipa es peor que un policía de tránsito obligado a trabajar bajo la lluvia”. (Se rió alegando que era una estrategia de las mujeres para llamar la atención) “te digo que fue una maniobra para hacerse la graciosa, mira que confundirte con un chofer, es una jodedora, después entró preguntando por ti, como lo hacía la profesora Maricary, ¿te acuerdas? (intentó desviar mi atención hacia el pasado e incluso coquetear para aliviar las tensiones) todas sabíamos que tuviste buena suerte con ella… ¿dime, para que me llamas?” (Mostró una ridícula e inesperada pérdida de memoria) “Un recorrido por la agricultura…”, dije y contuve la respiración antes de escuchar su respuesta: “¡¿La agricultura….?! ¡Que va, lindo, lo mío no es la tierra!, la piso y sé que me tragará, pero antes sigo sobre ella. ¿Pa´ qué lugar es?, ah, nunca he ido, solo una vez, fuera de labana, estaba chichitica y me llevaron de paseo al campo, en un tren que fue tartamudeando hasta Holguín y después caminamos no sé qué tiempo hasta la casa de mis abuelos…, sí he escuchado de ese lugar, claro es algo, ¡claro que me gustaría! …si es como dices… ¡La enganché!, donde hay desquite no hay agravios”. “Tú ve, asere, te dio con la mala, pero ahora te la jamas doble” y el bola tenía razón. “Colours and Benetton,(Blanquetton, agregaría) blanco y negro chama, pueden mezclarse y sale má bonito”. Colgué. Imaginé a Reina como si fuese un ave rara entre aquellos hombres de sol y tierra, pero me equivoqué. Traía unos jeans que arrastraba la mirada de todos hasta donde nacían sus piernas, como si fuera poco el escote de la camisa permitía ver una obra exclusiva en la naturaleza humana, femenina, especifico. Por supuesto, ella no entró al campo por sus pies, la vi alzarse sobre el estribo del yipi y agitar su pamela. Confieso que jamás había recibido tanto agasajo: tendría comida suficiente para un mes y me ahorraría tener que invertir casi la mitad del salario en el mercado agropecuario, donde, por supuesto, no encontraría jamás la imagen de los productos que nos colocaron en sendos sacos per cápita. Tato estaba de plácemes, el presidente de la cooperativa se me acercó goloso: “No sabía que la papa y la langosta tenían competencia, deberían asignarme esa periodista de forma permanente”, dijo y le extendió un pedazo de papel (de su agenda) que Reina colocó (sin mucha importancia dentro de su bolso) Reina me había comentado que pensaba en invitar a su amigo el Presidente de la corporación no se qué para hacerle una recepción exclusiva con papas fritas, ensaladas, carnes y frutas. Por eso había aceptado la invitación para realizar un reportaje en la agricultura. “¿Tú ve o tú no ve, asere? ¡Esa es la cuestión!”.