miércoles, 3 de diciembre de 2014

Fidel y el Che, en el Día de la Medicina Latinoamericana.



Cuando miles de médicos cubanos colaboran en otras tierras del mundo, llegue este mensaje de amor a quienes han ligado sus destinos a la lucha contra las dolencias provocadas por las enfermedades en millones de personas en todo el planeta.
Seleccioné, por la referencia al Che y a Fidel, estos textos del periodista José Mayo, como homenaje al día de la Medicina Latinoamericana.





Por José Mayo

Foto: Tomada de la Internet

Durante la década del 50 del pasado siglo, los jóvenes argentinos Alberto Granado (Petiso) y Ernesto Guevara (El Pelao) viajaron en una vieja moto por varias naciones suramericanas.
En esa época Granado era médico, y tras graduarse había laborado en un leprosorio de la provincia de Córdoba; mientras Guevara, a quien sus amigos pusieron ese sobrenombre porque se cortaba muy corta la cabellera, estudiaba medicina en Buenos Aires.
"Yo lo conocí practicando fútbol en Córdoba, antes de irse él para la principal ciudad argentina a estudiar medicina. Yo pensaba al igual que otros de sus amigos que iba a estudiar Matemática, porque tenía facilidad para esa asignatura, y nos sorprendió que escogiera la medicina."
El entrevistado subraya que siempre se sintió atraído por viajar para conocer muchos lugares y a sus gentes, lo que también era del agrado de El Pelao.
Ambos disfrutaron de las bellezas de la naturaleza en varias excursiones en las montañas cordobesas, donde acampaban en tiendas de campaña.
"En diciembre de 1950 salimos de Buenos Aires, donde residía en ese momento la familia Guevara. El primer país recorrido fue Chile y de allí enrumbamos hacia Perú, en un camión cargado de botellas de refrescos ya que la moto estaba rota. Visitamos el Cuzco, la vieja capital del imperio incaico y en la cual habitaba un colega que conocí en un congreso internacional."
"El doctor Antonio Pesce no me identificó inicialmente debido a mi deteriorada imagen, pero después se dio cuenta quien yo era. Le dijimos que queríamos ir a la ciudad sagrada de Machu Pichu. Él nos resolvió el viaje en un tren especial sin tener que pagar los pasajes. Allí permanecimos varios días viendo la monumental obra arquitectónica construida por los incas en Los Andes."
El Petiso estaba interesado en conocer un leprosorio ubicado en la zona de Huambo, a cuatro mil pies de altura, y hacia allí dirigieron sus pasos.
"En Huambo no había médicos y solamente atendía a los leprosos una enfermera. Allí estuvimos ayudándola pero a los pocos días determinamos seguir el periplo, no sin antes ser testigos de las acciones humillantes que cometían autoridades locales contra los indios. Yo quise intervenir para defenderlos pero El Pelao lo impidió al señalarme:
"Mirá que vos sois pelotudo porque quieres resolver solito lo que no han podido hacer ellos todavía."
"Cuando volvimos a Lima, el doctor Pesce nos instaló a trabajar en un leprosorio; pero como la comida estaba mala, él nos invitaba a cenar todas la noches a su casa, junto a la familia."
El anfitrión peruano de Petiso y El Pelao habían escrito un libro titulado Latitudes de Silencio, y les entregó el manuscrito para que valoraran su contenido.
"En la cena de despedida, ya que el doctor nos gestionó el viaje hacia un leprosorio situado en la localidad de San Pablo, a orillas del río Amazonas, él nos expresó: -Bueno, ya están a punto de irse y todavía no me han comentado nada de mi libro"
La respuesta de Guevara no se hizo esperar: "-Mirá, doctor, parece mentira que un hombre tan inteligente como usted, y con su capacidad y valor haya escrito un libro tan mediocre. Este libro es negativo porque describe el supuesto fatalismo de los indios, que en verdad refleja el punto de vista de usted; pero no el de ellos…"
El científico agachó la cabeza, y con voz temblorosa dijo: "-Tiene razón, Ernesto."
"Yo me molesté con lo dicho por El Pelao, y cuando estábamos lejos de la vivienda del médico peruano, le dije: -Mira Pelao, que vos sois hijo de …El pobre hombre nos ha dado comida, trabajo, dinero y viajes, y lo único que quería de nosotros es que le diéramos la opinión de su libro, y vos le decís algo desagradable.
Granado y Guevara marcharon hacia el leprosorio de San Pablo. Algún tiempo permanecieron en ese sitio, donde se unieron al personal médico que atendía a los enfermos, hasta que acordaron continuar el recorrido en una balsa que nombraron Mambo-Tango por la imponente y peligrosa vía fluvial hasta la localidad colombiana de Leticia.
"Allí para subsistir nos convertimos en entrenadores de fútbol durante varios días hasta que volamos en un hidroavión hasta Bogotá, donde cierto día fuimos detenidos por la policía ya que El Pelao se negó a entregar un puñal que utilizaba como corta-papeles. Gracias a la intervención del cónsul argentino nos liberaron y con la ayuda monetaria de estudiantes universitarios compramos los pasajes en ómnibus para Venezuela."
En la patria de Bolívar concluyeron su emocionante y aleccionador periplo por varios países suramericanos. Petiso ingresó en la nómina de un leprosorio de Maiquetía; mientras El Pelao regresó en un avión de transporte de caballos de carreras a Argentina para cumplir el compromiso con su madre, Celia de la Serna, de realizar los últimos exámenes para obtener el título de médico.
"No nos vimos más hasta que volvemos a encontrarnos en Cuba, donde él había participado bajo la dirección de Fidel Castro en la guerra de guerrillas contra la tiranía batistiana, y se convirtió en comandante del Ejército Rebelde. Cuando llegué a La Habana en 1960 pregunté por él, y me informan que era Presidente del Banco Nacional de Cuba. Voy de inmediato a verlo a su oficina, y cuando estamos frente a frente, tras saludarme afectuosamente, me preguntó a boca de jarro:
¿Cómo está el científico? , y yo le respondí: ¿Cómo está el comandante?.
Nos reímos los dos al unísono, y nos sentamos a conversar tomando mate, como en los viejos tiempos."
Granado, a petición del Che, se quedó en Cuba para ofrecer sus conocimientos científicos a la Revolución Cubana, y desde hace casi medio siglo es uno de los tantos argentinos y de otras nacionalidades que construyen junto al pueblo cubano la nueva sociedad que soñó su amigo El Pelao. (Por José Mayo con datos del libro "Con la adarga bajo el brazo", de Mariano Rodríguez)
Ernesto Guevara formó parte de la expedición del yate Granma como médico y ejerció sus conocimientos facultativos durante la lucha armada no solo con los integrantes del Ejército Rebelde, sino también con la población civil a la par que sobresalía como jefe guerrillero frente al enemigo.
Después del triunfo revolucionario de enero de 1959, su vocación estuvo siempre presente cuando fue requerido como especialista.
Quien fuera viceministro primero de Industrias y después titular del Azúcar, Orlando Borrego, estuvo presente en un hecho que, a su juicio, demostró la extraordinaria sensibilidad humana del Guerrillero Heroico.
"Estaba en mi oficina reunido con un director de empresa y de pronto este cayó al piso con contracciones en el rostro y raros movimientos en su cuerpo."
Borrego se dirigió a la oficina del Che para pedirle su presencia como médico, y este se encaminó rápidamente hacia el lugar. "Lo examinó, e informó a los presentes que era una taque de epilepsia. Le pregunté si lo trasladábamos hacia un hospital, y me indicó que era necesario esperar a que se recuperara. Entonces se sentó al lado del enfermo, le puso un cojín detrás de la cabeza, y empezó a tomarle el pulso a cada rato."
Borrego recuerda que el Che le preguntó si no sabía que el director de la empresa era epiléptico, y ante su respuesta negativa, entonces le aconsejó que había que preocuparse constantemente por la salud de los dirigentes y trabajadores del Ministerio de Industrias.
"Cuando el enfermo abrió los ojos, lo sentamos en una silla, y en su cara se reflejó la sorpresa al ver a su lado al Comandante, quien indagó con palabras afectuosas los antecedentes de su padecimiento.
"Al comprobar que ya se sentía mejor se despidió de él, me aconsejó llevarlo a su vivienda y ocuparme de que recibiera la adecuada atención."
Posteriormente, el titular de Industrias insistió con Borrego que se estableciera la debida atención médica a todo el personal de ese organismo y en especial la medicina preventiva, lo cual se materializó poco después por la constante preocupación del Che por la salud de sus semejantes. (Por José Mayo, con datos de "Che: recuerdos con ráfagas", de Orlando Borrego)

Un médico cubano en el Congo
Varios médicos formaron parte del más de un centenar de cubanos que dirigidos por Ernesto Che Guevara, decidieron en 1965 incorporarse a la lucha armada en el Congo-Leopoldville (hoy República Democrática del Congo) para contribuir a la liberación de ese país africano.
Uno de ellos, el doctor Rafael Zerquera, afirma que como integrante de esa columna internacionalista recibió la orden de prestar asistencia médica a sus compatriotas heridos y enfermos, pero estando en el territorio congolés bajo el mando del Guerrillero Heroico este le orientó incluir en su quehacer profesional la atención preventiva y terapéutica a la población civil.
"Recuerdo que en cierta ocasión se apareció él en donde yo estaba acampado, en la zona de Kibamba, y me preguntó el objetivo de mi presencia en el Congo. Tras responderle que era para curar a los internacionalistas cubanos, me rebatió y aclaró: -No, usted vino a ejercer su profesión de médico con todos los que lo necesiten.
"Entonces me indicó que lo acompañara junto con el traductor a un recorrido por las inmediaciones del lugar, para consultar a los nativos enfermos, y entregarles medicinas.
"Por supuesto, ello causó tanto impacto en los congoleses que nunca antes habían conocido a un galeno y mucho menos recibir fármacos, que posteriormente a mí no me alcanzaba el tiempo para ofrecer mis servicios facultativos a los pacientes civiles".
Este septuagenario especialista cubano, quien interrumpió sus estudios médicos en 1957 en la Universidad de La Habana por el cierre de esa casa de estudios por la tiranía batistiana, obtuvo su título de Doctor en Medicina en la década del 60 del pasado siglo, y fue uno de los primeros que practicó el servicio social en las montañas orientales.
"Estando como médico en la zona montañosa de Santo Domingo, en la Sierra Maestra, determiné incorporarme a la lucha guerrillera en cualquier país del mundo, y poco después recibí la orientación de formar parte del contingente de compatriotas que marcharon al Congo Leopoldville a solicitud del local Movimiento de Liberación Nacional".
Antes de que Zerquera partiera de Cuba hacia el suroeste de Africa, experimentó una de las más grandes alegrías de su vida.
"Fidel sostuvo un encuentro con quienes partiríamos, ocasión en que explicó la trascendencia de lo que haríamos; pero sin especificarnos el país de destino, y resaltó que recibiríamos una impresionante sorpresa que ni siquiera podíamos soñarla al llegar al paradero final".
Al arribar por vía área a la capital de Tanzania en unión de otros compañeros, fue recibido por el comandante Víctor Dreke.
"Entonces le llamó la atención un hombre de tez blanca con apariencia física de profesor, incipiente barba y acento francés al hablar, quien nos abundó en los objetivos y condiciones de la misión encomendada. Finalmente nos preguntó si alguien sabía quién era él.
"Por rasgos de su rostro, y otras evidencias físicas supuse que podría ser el Che, mas no me atreví a expresar nada por temor a cometer una imprudencia, y ante la insistencia del interlocutor manifesté: -Me imagino que usted es el Che".
"El admitió que era el Comandante Ernesto Guevara y resaltó el motivo de su presencia en Tanzania, así como reafirmó su admiración por el líder congolés Patricio Lumumba, quien fuera asesinado en 1961 por los testaferros de las potencias neocoloniales, cuando ocupaba el cargo de jefe de gobierno del Congo Leopoldville.
"Añadió que la misión internacionalista de los cubanos en esa nación africana era difícil y riesgosa, podría durar varios años y asignó a cada uno de los 14 presentes el nombre de guerra que en lengua swahili correspondía a números.
"Desde entonces el Che fue conocido como Tatu (Tres), y a mí se me nombró Kumi (Diez) porque había llegado a Tanzania al frente de nueve compañeros cubanos. En poco tiempo se prepararon las condiciones logísticas y arribamos el 24 de abril de 1965 a la zona congolesa de Kibamba.
"Allí nos alojaron en varias chozas y en una de ellas pasamos la noche algunos de nosotros, entre ellos Guevara, quien fue el primero en levantarse al día siguiente y marchar al frente del grupo hacia una montaña de cerca de dos mil metros de altura, donde se radicó el campamento principal.
A mí se me ordenó quedarme en Kibamba para recibir a otros combatientes cubanos que posteriormente se sumarían a la guerrilla y atender a los enfermos cubanos y congoleses".
En una ocasión Zerquera se trasladó hacia ese lugar de difícil acceso donde acampaba el Che, porque este estaba enfermo.
"Lo encontré muy mal de salud pues tenía fiebre y tos seca. Le pregunté sobre el tratamiento que se le podía aplicar y después de sugerirme un fármaco se lamentó de que no se dispusiera en ese momento.
"Para sorpresa de él abrí un pequeño maletín que contenía varias medicinas, y que me habían entregado en Cuba para situaciones urgentes, y extraje lo apropiado para curarlo. Al ver aquello me preguntó de dónde procedía, y me costó trabajo convencerlo de que la aceptara, porque desde que llegamos a Kibamba me orientó que las pocas medicinas se destinaran a la población nativa".
Al cabo de varios días mejoró su estado de salud y le indicó a Zerquera regresar a Kibamba para atender a los pacientes del hospital rural instalado allí con materiales rústicos.
No transcurrió mucho tiempo cuando el médico cubano volvió al campamento principal en la montaña, pues el jefe guerrillero padecía de malaria.
"Ese mal, que es común en África, le causó hemorragias y fiebre alta. Otra vez tuve que convencerlo de que me permitiera aplicarle el medicamento apropiado que tenía conmigo, porque decía que debía dárselo a los enfermos civiles".
De abril a noviembre de 1965 Zerquera se mantuvo en el hospital rural de Kibamba, hasta que a finales de ese año, a solicitud del mando militar local del movimiento guerrillero se emprende la retirada de los combatientes cubanos.
"Pocos minutos antes de que llegaran a territorio tanzano se detuvieron las tres embarcaciones en que viajábamos por el lago Tanganika y se concentraron para escuchar a Guevara, quien nos habló de la epopeya guerrillera que habíamos protagonizado y nos exhortó a continuar luchando en otras partes del mundo por la liberación de los pueblos del colonialismo, el neocolonialismo y el imperialismo"-
Al regresar a Cuba, Rafael Zerquera se mantuvo en los servicios médicos de las FAR, donde alcanzó el grado de Teniente Coronel, y se especializó en epidemiología.
Un decenio después retornó al continente africano como médico militar en Angola, donde el sueño libertario del Che en África se convirtió en realidad. 




El alazán





Raúl San Miguel

Fotos de la Internet


Retiró las bridas de su cabalgadura y sintió el aliento cálido del alazán husmeando en sus bolsillos.  Le ayudó colocando en la boca del bruto el terrón dorado de azúcar. “Vamos pué, iusté se lo ganó amigo”. Dijo y colocó la montura sobre la tierra con evidente calvicie de pasto. “Así era yo de chico, casi ni me acuerdo. Buscaba en los bolsillos del abuelo Oscar, siempre algo dulce, pues”. Caminó hasta el borde del lago y juntó un poco de agua. Sonrió al ver al potro con ese color hermoso, inigualable con el reflejo del ocaso dibujando centellas sobre el pelaje mojado. “Vaya pue iusté sí sabe, amigo, compartir el placer de un descanso, dispué de andar y andar, todo el día. Pué, cuando termine, acérquese, venga conmigo junto al fuego que mientras el mate me anima le hago una historia, más que una historia, le cuento en verso, de mi amigo Juan Carretero”.
Arriba las estrellas comenzaban a tintinar despacio, mientras se acomodaban en la prematura noche para escuchar al gaucho.
Sorbió del mate, miró a alazán todo ojazos, como dos piedras, echado, y contó, con su voz áspera de gritar al viento, pero tierna como solo puede ser la voz de quien tiene por amigo a su caballo, en la inmensa pradera, en el silencio.

El carretero y el eco 

En un pantano atascado
a orillas del Yumurí
Hecho estaba un renegado
El carretero Juan Prado,
Bravo como un cayarí.

Cual carretero de ley
juró como un condenado
al gritar desesperado
Perla Fina, tesia buey

Y allá del otro lado una voz le dijo:

¡Ey!

Mal rayo del Dios bendito
Quien demonios me llamó
Que quieres?,
lo ves maldito
ya el eje se me torció!

¡Sió !

A callar a sus gallinas
Si las tiene o las robó.
¡Perla Fina!, Tesia Buey
A mi nadien me cayó!

Yo!

Pues salga, salga al camino
Si es tan cheche o tan curro
Salga, salga al endino
Y verá como lo aburro

Burro!

Burro será usted,
Atrevido, insolente, deslenguado,
¡ven acá que se me ha partido
el cuchillo que he comprado!

Prado!

¿Me conoces?
No respondes
Abrase visto un aquél
Vamos, ¡sal de ahí!
Dónde te escondes,
Vive Dios a que es Manuel?

¡El!

Muchacho por mil legiones
Ven acá por un momento
Es que en estos cangilones
Estoy casi que reviento

¡Viento!

¿Qué viento dices?
¿Qué vientos ni que marica?
Manuel, Manuel, anda listo
Que estoy como picapica

¡Pica!

Y no ves que estoy picando
pero es que el lodo está muy seco,
no es Manuel cuando me deja
en el pantano atascado
¡A paisano que está apurado
se ayuda y no se aconseja!

¡Ceja!

Gran demonio
Quién te entiende, ¿y te escondes en la zaranda?
¿O serás acaso algún duende
que vives en la otra banda?

¡Anda!

Ya quisiera por lo cierto
venga acá y agarre la vara
es que en estos cangilones
estoy casi medio muerto
¿no repara?

¡Para!

Y no ves que estoy parado
Pero es que el lodo está muy seco.
acá señor tapado
y verá como lo desfleco

¡Eco !

Es verdad, el eco es todo
y yo pregunta y pregunta
dijo Juan, picó su yunta
y logró salir del lodo

Esto mismo yo vi
en un hecho verdadero
que le sucedió a un carretero
a orillas del Yumurí.


El último acorde de la guitarra fue como un suspiro. Se arropó el gaucho junto al amigo y la noche entera se guardó a silencio.






Nota: (Texto inspirado en un hermoso poema popular que siempre quise llevar a mi blog, al igual que esta hermosa canción que escucho aún en la voz de Atahualpa Yupanqui.

Los ejes de mi carreta

Porque no engraso los ejes
me llaman abandonao
si a mi me gusta que suenen
pa' que los quiero engrasar

Es demasiado aburrido
seguir y seguir la huella
andar y andar los caminos
sin nada que me entretenga

No necesito silencio,
yo no tengo en quien pensar
Tenia, pero hace tiempo,
ahora ya no tengo más

Los ejes de mi carreta
nunca los voy a engrasar.