sábado, 13 de junio de 2015

Un siglo después, más...



Capitolio en Cuba, próxima sede de la Asamblea Nacional del Poder Popular



Raúl San Miguel

Foto: Samuel

Varias generaciones de cubanos, en el espacio de más de medio siglo, hemos sufrido las consecuencias directas que provocan las limitaciones del genocida bloqueo impuesto por el gobierno de los Estados Unidos contra Cuba. ¿De qué nos van a limitar en momentos que se abre un camino para el restablecimiento de las relaciones diplomáticas? En nada. Es la respuesta tajante y convincente. Durante décadas se ha desarrollado el mayor recurso disponible en la Isla, la Educación. El nivel de capacitación e instrucción de sus ciudadanos, es una garantía para cualquier inversión foránea en la Mayor de las Antillas.
Sin embargo, recientemente el Comité de Asignaciones de la Cámara de Representantes de Estados Unidos autorizó (el pasado viernes) un proyecto de ley para impedir cualquier posibilidad de usar fondos en la reapertura de una embajada estadounidense en Cuba, según reportes de Telesur.
La agencia sudamericana subraya que, la medida, aprobada por voto oral, está contenida en el proyecto de ley de presupuesto para el Departamento de Estado y operaciones en el extranjero para el año fiscal 2016 y bloquea el uso de fondos para la reapertura de la embajada, uno de los puntos esenciales para el reestablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y EE.UU.
Cito parte del texto publicado por el diario cubano Granma:

“El pasado mayo, la Cancillería cubana manifestó que el proceso de restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambos países avanza en un “contexto apropiado”, aunque podría demorarse “muchísimo tiempo”.
Con todo eso, aún no se ha logrado la apertura de la embajada y el bloqueo económico, financiero y comercial se mantiene, para lo que se necesita una acción del Congreso de EE.UU. que prospere en estos temas.
Sin embargo, esta última medida del Comité es vista como un “castigo” del Partido Republicano a la política exterior del presidente Barack Obama.
Mientras tanto, este viernes dos senadores de EE.UU. presentaron un nuevo proyecto de ley para levantar el bloqueo que aún mantiene el país norteamericano en contra de la isla.
De ser aprobado este proyecto se restablecería el comercio con la isla y otorgaría al sector privado la libertad de exportar bienes y servicios estadounidenses.
Esto contempla que los agricultores, ganaderos, pequeños negocios y otras industrias del sector privado puedan negociar libremente con Cuba.
Pese a este reciente intento por abolir el bloqueo de EE.UU. contra Cuba, la decisión final recae sobre el Congreso que está controlado por el Partido Republicano, opositor al Gobierno de Obama, lo cual podría dificultar su aprobación”.

El momento de izar ambos pabellones, en sus respectivas sedes diplomáticas, no es un asunto que apure a los cubanos.

La guerra del Guancomeco





Raúl San Miguel

Óleo de Vicente Bonachea (el amigo del barrio y la infancia)



A mis amigos,
a Lucio quien me hizo retomar esta breve historia prometida

“Pero cuando haga daño
aunque inocente
corre hacia mi blandiendo el pecho abierto
(…)
sea amigo manantial en mi desierto
que yo sabré recompensar tu acierto
con mayor amistad para la gente ” (S.R)

La humedad relativa de aquel mediodía pesaba sobre el aire y caía sobre los cuerpos agazapados absorbiendo toda la energía y generando un vapor insoportable de quienes permanecíamos sudorosos y sedientos entre las hierbas. Esperar se hacía difícil por el calor y el escozor producido por las picadas de los insectos, pero éramos “soldados” y el valor estaba en juego o mejor dicho nos podía sacar del juego, de aquel peligroso juego que iniciamos contra los del barrio Guancomeco.
¿Cómo se inició el conflicto? No lo recuerdo. Sí que llegamos al aserradero que se ubicaba en aquel barrio que se incendió en más de una ocasión. Nos unían muchos lazos comunes: la escuela a la cual acudíamos, la vecindad de las familias, el cine de matinées en los domingos, pero desconocíamos lo de las rivalidades de los adolescentes de ambos grupos por las muchachitas del barrio. Así que soldados debíamos esperar, allí, con nuestros arcos y flechas construidos con los recortes de la madera del aserradero.
En la reunión habían discutido si poner puntillas a las flechas o mechas que pudieran ser incendiadas, pero la idea (no sé de quién) fue desechada porque podría salir alguien herido. ¿Entonces qué sentido tenía estar en aquella guerra? Nos preguntábamos los soldados, ya agotados y aburridos de esperar entre las hierbas, dispuestos a lanzar nuestras flechas o retirarnos a la casa y dejar la guerra para otro día, quizá cuando los más grandes olvidaran sus problemas.
También podíamos ser emboscados y descubiertos por los soldados contrarios y exigirían un rescate que, tal vez, olvidarían los más grandes, de modo que estaríamos abandonados a nuestra mala suerte y nos harían hablar con solo presionar un poco sobre nuestros cuerpos despuntando apenas en flácidos músculos que harían reír a una hormiga. ¿Y qué podríamos hacer? Nada, porque nada sabíamos de aquella guerra, ni cómo comenzó, solo que andábamos armados de nuestras flechas y esperábamos entre las hierbas, mientras los insectos picaban nuestra piel y el sol comenzaba a hacer estragos en la tropa. Así permanecí, creo que estuve, en algún momento dormido, hasta que la noche se extendió sobre nosotros y las primeras luces del Guancomeco, anunciaban que nuestros contrarios podrían estar en sus casas, sin saber que sus enemigos compartirían, al día siguiente, un pupitre de la misma escuela.


La danza de los millones





"Uno describe un segundo y puede cruzar un cometa,
cuando todo en derredor oscurece,
cuando todo en derredor se cubre de ese manto de noche y la luna es escarcha y azúcar.
Uno describe ese segundo, de la última vida,
el primer nacimiento
 y podemos sentirnos dichosos,
que en medio de tanta tristeza,
surge un sol de alegría o germina una nueva estrella".  RSM



Raúl San Miguel

Escogí el título, provocativo y sugerente, de una época en que solía escuchar (en silencio para evitar lo que ahora llamamos, por sigiloso, un drone manual sobre mi cabeza, digamos cachetada o gasnadrón y todos entenderemos), a los mayores discurrir sobre los temas de la política oscura, esa que se ventilaba como un susurro en la nocturnidad de los hogares, ante lo imposibilidad de tener un televisor como referente de ventana al mundo, más allá de lo que se comentaba dentro de la Isla, solo la radio…
Así crecí…, bajo el temor de que una bomba atómica que cayera sobre el edificio donde vivíamos o nos enviaran a la antigua Unión Soviética para convertirnos en carne rusa enlatada. Mientras veíamos “desaparecer” a mi padre, y regresar completamente barbudo de un corte caña.  Corrían los años 70, y el discurso anunciaba la posibilidad de alcanzar los 10 millones de toneladas de azúcar, la misma que vertía dentro de un tazón de agua con un poco de zumo de limón para refrescar.
Por entonces la bondad competía con la inocencia y, generalmente, podía uno tomarse una tajada de un buen gesto como la mayor riqueza disponible en medio de la uniformidad de los zapatos plásticos, las ropas de corduroi, tan calurosas, el poliéster, y sin problemas nos íbamos a una fiesta de adolescentes con lustrosas botas Centauro. Realmente fuimos ricos en el sentido literal de la palabra.
También tuve la suerte de convertirme en padre y que el primer televisor que traje a mis hijos fuera un Krim-218, de fabricación soviética, capaz de resistir hasta huracanes. Recuerdo, en particular, mi llegada después de una jornada extenuante y los chicos pidiéndome que reparara con urgencia el televisor. Aprendí. Casi me hice técnico a la fuerza. Disponía de piezas de repuesto que fui capaz de colocar en tiempo record: menos de quince minutos y ver la sonrisa de mis fiñes, cuando podían ver los muñequitos en la televisión.
Hace poco observé uno de estos televisores e hice una fotografía. Evocaba, desde su abandono, la danza de los millones de personas que supimos mantenernos unidos, a pesar de bloqueos, amenazas de bombardeos atómicos e invasiones en una Isla, donde crecí sin el temor de perder la escuela, acostarme con la barriga vacía y el sueño cumplido de tocar los senos del Alma Mater, cuando llegue a la Universidad de la Habana.
Hace poco un amigo de la infancia me sugirió que debía escribir esas historias que compartimos: "porque no podemos olvidar...", aseguró. Sonreí. Pensé en la Guerra del Guancomeco y me dije, ¿Por qué no...?