Raúl
San Miguel
Ha
pasado un largo tiempo ya desde que no
compartíamos alguna historia habanera en este blog. Esta será breve, pero –en mi
criterio- profunda y necesaria para mí. Me refiero al reencuentro con el Doctor
Eusebio Leal Spengler, el nuevo amigo que logró hacerme salir del silencio, en
estas páginas, y volver a colocar mis manos sobre el timón de elhabanerocheré.
Del
valor probado de este hombre, no hace falta hablar. Solo debemos ver la obra
que contribuye a rescatar La Habana, como patrimonio, desde el lugar donde se
urbanizó la simiente de su fundación. Lo
digo después de evocar su promesa de aportar su energía, como siempre, en cada
lugar restaurado, y recuerdo –sobre todo- la alegría del abrazo en la mañana
del sábado 10 de octubre. Él con su impecable guayabera blanca y en su rostro
la mirada de la Patria. Fue apenas un instante en el que nos dimos las manos
como amigos y, en las suyas, esa energía imprescindible para seguir
reconociéndonos en las líneas de correos intercambiadas… Apenas pude decir una
frase, pensada, para cuando hubiera lugar y fue dicha, nunca mejor que ese día
en que se conmemoraba el aniversario 148,
de la clarinada independentista por la libertad de Cuba en el ingenio
Demajagua, cuando el Padre de la Patria convocó a construir nuestro propio
destino.
Gracias
a usted Doctor Eusebio Leal Spengler, por descubrirnos e incentivarnos en la
preservación de la memoria histórica, en no cejar en la búsqueda de nuevas
razones para contribuir a la forja de nuestra nación y enfrentar los nuevos
retos que se nos avecinan, con la
fortaleza que nos da el orgullo de ser hijos de esta nación que anda por el
mundo de hermana, como diría nuestro José Martí, en ese sentido de pertenencia
e identidad con Cuba, en el ejemplo y la solidaridad expresada a quienes en el
oriente del país fueron afectados por el huracán Matthew, en sus palabras
seguras y directas de que la ciudad primada, Baracoa, volverá a exhibir su
esplendor, porque sabe que no habrá tarea difícil para un pueblo que aprendió a
resistir y mantenerse unido en las peores adversidades, en sus enseñanzas en
cada jornada compartida en las mil y una formas de andar La Habana, en cómo lo
hacemos –cada día- residentes y visitantes: desde el corazón.