Raúl San Miguel
Óleo de Vicente Bonachea
“El barro en tus manos,
la memoria de la tierra, el tiempo y el viento/
las voces de los que gritan desde el silencio de sus tumbas,
ancestros que habitan las montañas y germinan en el trigo,
en la hierba”. (RSM. 6 de agosto de 2011)
la memoria de la tierra, el tiempo y el viento/
las voces de los que gritan desde el silencio de sus tumbas,
ancestros que habitan las montañas y germinan en el trigo,
en la hierba”. (RSM. 6 de agosto de 2011)
La primera sacudida estremeció su cuerpo y le
hizo caer sobre la hierba, húmeda aún por la madrugada. Permaneció quieto como
si esperara que la respiración telúrica de la montaña no fuera más que el
suspiro del último absceso de fuego. Intentó ponerse de pie y un nuevo bostezo
quebró la roca a unos centímetros de su rostro. Entonces pudo ver que la grieta
desnudaba la corteza de siglos de formación pétrea y sintió el soplo lóbrego de
la muerte sobre su piel cubierta de cenizas. Tomó las manos de ella entre las
suyas, flexionando, con el brazo izquierdo sobre la cabeza de la muchacha, para
atraerla hacia él, boca abajo, la cara vuelta hacia su compañera, una mano
sobre la cintura y el fémur sobre su pelvis. Eran jóvenes, de unos 20 años de
edad*. Eternos en su belleza se juntaron, para compartir la vida durante miles de
años y para siempre.
Nota: *El hallazgo arqueológico ocurrió en la península de Santa Elena, provincia del Guayas, en la costa ecuatoriana. Era un cementerio antiguo, milenario, donde se enterraron los antecesores de la cultura Valdivia. Un asentamiento de los primeros hombres y mujeres que poblaron América.