miércoles, 13 de noviembre de 2013

El silencio de Basilio



 


                                                                                                     Aquí, en la isla/ el mar /y cuánto mar /se sale /de sí mismo/a cada rato, /dice que sí, /que no, /que no, que no, que no, /dice que si, en azul, /en espuma, /en galope, /dice que no, que no. /No puede estarse quieto, /me llamo mar, repite /pegando en una/piedra /sin lograr convencerla, (...)" Pablo Neruda.  A Basilio Pereda Martínez, el guía, el amigo.

Por estos días vuelvo a evocar su nombre, mientras atravieso una etapa crucial en mi vida. Puedo verlo sentado, frente al timón de la nave, con la vista fija en un punto del horizonte. “Allí, donde está más oscuro _dice_ se está organizando la tormenta. Ve a descansar. Saldremos a medianoche.”
Observo el lugar de referencia. Una tonalidad gris más lúgubre se refuerza en grandes cúmulos. El mar tiene ese aspecto plomizo e inquietamente tranquilo como el acero fundido antes de estallar. Coloco cerca una taza de café. Sonríe y vuelve sus ojos empequeñecidos en la primera señal del viento sobre la superficie. Bebemos en silencio. Trato de aprehender. Antes he revisado las máquinas. “Todo está en orden allá abajo”, respondo con una mirada. Pero sé que no basta. Me esfuerzo por otear dentro de su silencio, encontrar las palabras que no dice. “A medianoche todo estará peor”, quiero decirle. Pienso que es mejor esperar el amanecer dentro de un estero de los Cayos de la Leña. Subir en busca de la Ensenada de la Guadiana, justo cuando el reloj marque el primer segundo del amanecer, será mi primera prueba como piloto en circunstancias meteorológicas adversas. Observo, de reojo, la pizarra de controles. Todo parece estar bien. He asegurado el servicio de las baterías, el sistema eléctrico, la bomba de achique... Me he fijado en su uniforme. Es importante ese detalle. No es azul. Tampoco negro. El color verdeolivo advierte cuál pudiera ser la urgencia, la misión…
En frente la Playa de las tumbas, muestra el aspecto desértico que se refuerza con la mitad visible de un pecio quebrado durante una tormenta al intentar cruzar el Cabo de San Antonio. Es una advertencia. “El Sur es peor”, agrega y hace recordar cómo ruge, furioso en su rompiente, del otro lado de la península, pulverizando lo que se encuentre contra el paredón rocoso de la Punta del Holandés. Termino el café y pienso en la imagen del mar embravecido que podía ver desde lo más alto del edificio donde viví una hermosa infancia. “Creí que el Norte era peor”, respondo. Pero, debo reconocer que _a la misma distancia_, nunca escuché sus aullidos, salvo en las escapadas de la escuela para irme a verlo bien de cerca, contemplar su fiereza y sentirme parte de él…
Salgo afuera y compruebo el incipiente balanceo de la embarcación. Arriba, el pabellón patrio comienza a despertar del letargo, en el ocaso, y ondea… Respiro. Quiero atrapar todo el aire que rodea este paraje a punto de fenecer con sus colores en medio de la más profunda oscuridad y donde el punto más alto que es el faro de Roncali, comienza a destellar. “Ven, tienes que subir allí. ¿Dime…, qué sientes?”  Me esfuerzo por entender, para dar una respuesta. “Es inmenso…”, susurro. “Aquí termina o comienza Cuba, depende cómo lo veas”, agrega y su rostro se torna serio: “¿Revisaste tu equipo? ¿Colocaste el preservante a tu armanento?”  Asentí. Hacía unos minutos había colocado el AK-47, plegable, en una pequeña mochila. Habíamos buceado juntos y sabía que estaría al tanto del más ínfimo detalle. El mínimo error podía desencadenar una secuencia interminable de problemas. “Ve a descansar…”, ordenó, pero la orden tenía ese acento de confidencia que también había descubierto en mi padre. Repasé cada secuencia vivida durante el preludio de la tormenta. Traté descansar. A veces resulta difícil entender el paso del tiempo, pero advertí su llamado y reparé que seguía de verdeolivo. Los otros dos tripulantes, también, habían sido informados. Subimos a cubierta. “No te preocupes, confiamos en ti. Solo debes mantener el rumbo.”, dijo y desapareció en la oscuridad…
Muchas veces, como en estos momentos, puedo verte piloteando _en medio de la peor adversidad, bajo cualquier circunstancia_, y mirar lo que vieron tus ojos, en silencio.

RSM