lunes, 9 de febrero de 2015

Contractémonos, cantinflémonos...








Raúl San Miguel

Ilustración SAMUEL



“ha pasado que un hombre
se convierte en palabras.
Ha pasado que historia
se convierte en palabras,
ha pasado que el mundo
se convierte en palabras,
ha pasado que todo se convierte en palabras,
palabras, palabras, palabras a granel”. (S.R)
 

El cantinfleo es una palabra que refiere la forma de expresarse de un personaje de películas: Cantinflas, en un decir, sin decir al estilo más genuino del Sancho del Quijote sin Panza. En este sentido es bueno recordar que, a veces, recibimos estas respuestas con el jugueteo de palabras para conformar un mensaje sin código aparente. Claro está, la encomienda de responder puede venir anillo al dedo si logramos coger el toro por los cuernos. Precisamente he visto, por estos días, esa suerte de textículos (me abrogo esa palabra que juego con el texto y lo demás), de quien es tan primate, homo, simio, sapiens, como el que suscribe; por supuesto, y trato de responder con el tono que imploró una catedrática de lengua española (europea, por demás) al chofer de un ómnibus en La Habana, allá por los años ochenta. “¡Asere, monina, por favor, puede detener el vehículo!”, la gente la miró como a un bicho raro y quizá (la misma gente, en la guagua) se preguntó: ¿De qué planeta viene esta…? ¡Pues de este mismo señor...!, es la respuesta. La profesora de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de la Habana, desconocía la jerga callejera y creyó que el chofer, en cuestión, se llamaba Asere y el apellido, supongo, Monina.
A esta altura de mi texto, quien lee no sabe a dónde voy. Respondo: Cantinfleo. ¡Nada más!  Y lo hago no para hacer reír, ni mucho menos reflexionar. El cantinfleo es una especie de soliloquio, un lenguaje para decirse a sí mismo frente a un interlocutor que se queda botao, como decimos los cubanos. Cantinflamos cuando no deseamos que se entienda lo que decimos, en forma directa. Entonces dejamos a la buena de que se interprete lo que se le venga en ganas.

Espacios vacíos




Raúl San Miguel

Ilustración SAMUEL






“Un error en Cuba, es un error en América,
es un error en la humanidad moderna”. *
(José Martí, 1894)

A finales del pasado año, tuve la posibilidad de participar en un seminario donde especialistas, de diferentes disciplinas de las ciencias sociales y del periodismo, hacían referencia a un tema que, en mi criterio (sin llegar a extremos) debe ser perpetuo en la agenda editorial de todos los órganos de prensa en Cuba, para enfrentar –de manera inteligente y eficaz- los intentos de las agencias de inteligencia al servicio del gobierno de Estados Unidos y sus aliados europeos, para crear focos de subversión (grupúsculos de golondrinas, se me ocurre llamarles, con perdón de estas aves) nuestro país.
Me refiero, específicamente, a condicionar los factores imprescindibles para una de las llamadas primaveras mediáticas que aplicaron en otras naciones del mundo, consideradas enemigas por el imperio o como base de operaciones para mantener la estrategia de dominio imperial en regiones del planeta donde existen recursos que forman parte de los intereses de los megamonopolios con fuertes inversiones de los círculos de poder en Washington.
Cuba no es la excepción. Nunca lo ha sido. Todo lo contrario. Un análisis casuístico de las relaciones mantenidas por las administraciones de la Casa Blanca, con mi país, demuestra la vigencia de la anexión como paso necesario para cerrar el círculo de dominio y control del resto de Latinoamérica y el Caribe.
Más allá de la posición estratégica de la Isla, desde el orden geográfico, otros elementos históricos explican el porqué de las advertencias tempranas de nuestro Mayor General José Martí y la posición intransigente del Mayor General Antonio Maceo, con respecto (este último) de combatir al lado de las fuerzas españolas si fuera preciso impedir cualquier intento de agresión por parte de Estados Unidos.
Nada ha cambiado. Habría que ser muy ilusos para no entender el propósito de un acercamiento diplomático condicionado por la urgencia de derrocar a la Revolución cubana con una de las estrategias desarrolladas por el propio presidente Barack Obama con respecto a la política exterior que debe seguir su gobierno. No me refiero a las recientes declaraciones del pasado 17 de diciembre, sino a lo que llamó algo así como una ofensiva diplomática de avanzada; lo que pudiera traducirse en estos tiempos de guerra ciberespacial, como la preparación artillera de una guerra convencional, 20 años, antes que concluyera el pasado siglo.
Resulta que, en el seminario de referencia, se hizo alusión a los espacios vacíos. Observé los rostros de muchos de los presentes. También escuché criterios, pero sobre todo declaraciones concluyentes de algunos compañeros que se atribuyeron, insisto, en mi criterio, algo así como una de las “verdades que sabemos…, para lo cual debemos estar preparados…, entendimos…”
Sin embargo, en los argumentos defendidos y publicados por algunos colegas, de forma implícita y explícita se observan esas fisuras o espacios vacíos a los cuales hacía énfasis y con mucha gravedad uno de los seminaristas. Por demás, un profesional que reconozco (aunque en lo personal nos conocemos y compartimos una entrañable amistad), me sorprendió en todo momento por el contenido de cada una de sus palabras.
Más que una alerta, nos llamaba a tomar la ofensiva mucho antes que se dieran a conocer los acontecimientos sobre las conversaciones entre Cuba y Estados Unidos. Mucho más. He tenido el privilegio de observar, igual capacidad en la estrategia de dirección, de otra compañera que demuestra la virtud de observar mucho más allá y centrar la atención en esos resquicios, mientras orienta el abordaje de los temas urgentes para esclarecer y sugerir, con precisión, en esta batalla de ideas que se nos hace a pensamiento, como diría José Martí.
En este sentido, resulta necesario recordar que vivimos dentro de una Revolución, en todos los sentidos de la acepción de esta palabra. Tenemos el privilegio de la presencia notable del pensamiento de Fidel y, como explicara el compañero Raúl, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de la República de Cuba, la dirección del Partido.
No podemos ser ilusos. La batalla no comienza, sino que se extiende a un espacio en el cual debemos formar un bastión, para evitar la historia homérica de Troya, aunque puedo asegurar que en Cuba  jamás podría repetirse, un engaño semejante; a pesar de los ataques mediáticos del gobierno de Estados Unidos.

Puede interesar:
*El Líder histórico de la Revolución cubana, compañero Fidel, advirtió (en muchas ocasiones) que solo los cubanos podemos destruir la Revolución. En este sentido coloco el asterisco en relación con el pensamiento martiano que sirve de exergo y fue advertencia contra algunas corrientes anexionistas dentro de la Isla, cuando se debatían por lograr la independencia. Más recientemente, el Presidente de la Uneac, Miguel Barnet, hace una referencia semejante y me hace recordar la otra parte de la parodia de su texto, al gran Nicolás Guillén: “…y lo que es mucho peor, en chilindrón acaba”. 




¿No hagas todo lo que puedes? (Reeditado)
(Del libro inédito: Y los cuentos, cuentos son) 

A los que piensan al revés…,
cuando la mayoría…,
¿¡Piensa al derecho!?

A Miguel Barnet

“Pues sí, llevo toda una vida en esto de la construcción”, dijo el viejo, mientras el fotógrafo buscaba un clopse-up que definiera la esencia de su personalidad. “Lo aprendí de niño el oficio y cuando el hambre aprieta la barriga, lo que se aprende para evitar el hambre no se olvida.”, respondió el hombre sin dejar de mover la cuchara sobre la mezcla de cemento.  “¿Preguntaba usted el por qué se ha demorado tanto la obra?”  Asentí con un gesto. Me habían sugerido entrevistar a Humberto: el veterano de todas las guerras por la construcción de hospitales en la ciudad, pero también esperaba y deseaba obtener un testimonio crítico relacionado  con las demoras en las entregas de esas instalaciones. También me interesaba saber, de primera mano, el por qué la calidad de la terminación de estas obras era generalmente cuestionable.
“Mira, llevo tantos años colocando ladrillos y bloques que si los contara podría hacer un muro tan o más grande que la muralla china. Pero, fíjate, cada vez que pongo una hilada no dejo de emplear la plomada, la escuadra y el nivel. La experiencia me sobra como para hacerlo con los ojos cerrados y sin estas herramientas, pero la conciencia me impide hacer chapucerías, esa es la diferencia.”
¿Dónde aprendió a establecer esa diferencia?
“Te repito que cuando aprendía junto a mi padre y abuelo, ya incorporaba un elemento imprescindible para hacerse respetar: el conocimiento y la profesionalidad en lo que haces, aunque también si solo sacabas un pie…, había un chorro de gente de oficio merodeando la obra. ¡¿Te imaginas?! Solo un resbalón, un accidente…, y estabas afuera. Eran otros tiempos”.
No obstante, usted ha sido jefe de algunas de las obras en las cuales tampoco se ha cumplido en la terminación.
“No exactamente un jefe, digamos que he tenido a mi cargo una brigada de obreros a los cuales transmití mis conocimientos y entre los cuales me esforcé para lograr mejores resultados, pero… ¿a qué precio?”
Bueno no lo sé…, además ¿por qué usted dice lo del precio? ¿Puede definir esa referencia al costo, se refiere a la calidad de la terminación?
“Por supuesto.  Eso me costó el primer infarto”.
¡¿Un infarto…?!
“Uno no, dos, y casi termino con todo en el tercero. Pero te cuento porque aún recuerdo, como si fuera ahora mismo, la tarde en que me detuve frente al hospital pediátrico infantil, convertido en verdadero monumento a la indisciplina. Conocía muy bien el edificio, allí acudí en muchísimas ocasiones para llevar a mi hijo en medio de un ataque de asma. En él también tenía motivaciones familiares: habían trabajado, como constructores, mi abuelo y mi padre. Ambos sentían orgullo de su procedencia asturiana y el sentido de la ética en la vida y el trabajo.  Tenía apenas doce años cuando me dijeron: “hoy vienes con nosotros, será tu primer día de trabajo, ya eres un hombre y tienes que aprender a llevar a casa tu propio salario. Poco más de medio siglo después se repetían las palabras, pero en otras bocas: “Necesitamos que se encargue de la selección del personal de su brigada” y eso hice. Busqué algunos de los viejos conocidos de mi etapa de constructor en casi todos los barrios de La Habana.  Por supuesto, ya no quedaban muchos, los que no se habían ido (para siempre) esperaban en la terminal el fin del viaje y los que vinieron fueron tres: Pedro, Aramís y Roberto, con ellos me propuse organizar un grupo de jóvenes para iniciarlos. Aprendieron pronto y bien; pero comenzaron los problemas. Había una total descoordinación entre quienes debían garantizar los suministros de materiales, el cronograma establecido en el contrato y demasiados jefes para decir cómo y cuándo tomar una decisión que impidiera detener la reconstrucción del edificio.
¿Fue esa situación la que le provocó el primer infarto?
“No esa situación era solo la punta del iceberg. En realidad, a los inversionistas, parecía no importarles nada la reconstrucción del hospital. Por supuesto, venían con cualquier pretexto para explicar que la parte extranjera no había podido embarcar los suministros especiales en el puerto tal y, entonces, nos pedían adelantar otras tareas. Fue así que comencé la titánica labor de suplir los materiales importados por otros realizados con productos nacionales. Al principio el impacto resultó contagioso: venían todos a la obra, pedían datos y conversaban, buscaban, hasta el detalle, la imperfección; pero se iban con la promesa de enviar sus especialistas para compartir experiencias, ofrecer sus consejos y opiniones y velar que la iniciativa no interfiriera en los contratos establecidos con la parte extranjera, eso era muy importante. Entonces…”
¡¿…entonces?!
“Un buen día descubrieron la fisura que buscaban. Se habían colocado las ventanas de marquetería de aluminio y cristales oscuros o parasol, pero el color de la carpintería metálica no era el descrito en los planos y el cierre de las ventanas no era seguro: permitía el espacio suficiente para que alguno de los niños hospitalizados pudiera caer al asomarse, en un descuido (por supuesto) de los cuidadores: médicos, enfermeras y familiares. Nos dimos a la tarea de retirar la marquetería y decidí  preservarla, pero recibimos la orden de hacerla desaparecer. De ningún modo podía llegar más arriba la información relacionada con el desliz del color y la posibilidad del accidente. En menos de una semana muchas de las viviendas en los alrededores y por toda la ciudad exhibían las ventanas desechadas. Pensé en Manuel…”
¿Manuel…?
“El gallego que permitió a mis padres que entrara como ayudante en la construcción”.
¿Y por qué Manuel, qué relación tiene ese nombre con la reparación del hospital?
“Fue el primer contratista que me aceptó por el respeto que tenía por mi abuelo, maestro de obras que en paz descanse y que mi padre también lo heredó, digo el oficio, pero con mi poca experiencia y la edad, apenas podía moverme entre los andamios con algunas de las herramientas menos pesadas y, en varias ocasiones, perdí el equilibrio y algunos clavos. Cuando el gallego se percató, por casualidad, de mis incidentes; le pidió a mi padre me llamara la atención. Un día me silbó bajito, para que lo escuchara yo solo, y me hizo una señal. Cuando estuve junto a él dijo: vez que tu padre tiene la razón. Debes cuidar los clavos, cuestan muchos centavos, tantos como para alimentar a las familias de quienes construyen este edificio. Después me dio unas palmaditas en el hombro y se marchó. Si hubiese visto cómo quitábamos esas ventanas  de aluminio nos hubiese hecho enviado a todos al mismísimo infierno. Pero los tiempos cambian. No me contuve y ese fue mi final. A partir de ese momento dejé de ser considerado una autoridad entre los que aún reconocían el oficio del maestro de obras. Ni siquiera pudo detener mi estruendoso final la estela de medallas (que guardaba en una gaveta dentro del escaparate), ni la condición de un montón de años de Vanguardia Nacional. Solo encontré miradas de reproche y gestos esquivos después de aquella carta que hice pública en la Asamblea de los trabajadores de mi centro de labor. ¿Por qué no alertaste antes?, dijeron.  Porque, en realidad, no entendían, se esforzaban por no entender el por qué había lanzado aquella bomba sin tener en cuenta los canales correspondientes ¿Se imagina periodista…?”
¿..?
“Algunos me dijeron, los menos, dos o tres de los que aún me consideraban un poco como uno de los veteranos de la construcción o quizá porque mostraban lástima del árbol caído, ¿Para qué lo hiciste, compadre, si  apenas te quedaban unos meses para irte con un buen retiro y un prestigio que no lo brinca un chivo?  No utilizar un anónimo, enfrentar el problema con pelos y señales, pero a través de un proceso de alerta burocrático lo había considerado improcedente y mucho menos de hombre; pero… me equivoqué de vuelta y vuelta. Es verdad que se formó la de sálvese el que pueda, pero ya no se podía sancionar a nadie. Todos los responsables estaban a buen recaudo en otros puestos (responsabilidades) de trabajo y de los papeles…, ni hablar. Aseguran que cayeron en una cisterna, que si no sé quien se los llevó a la empresa central, si al permutarla para otro sitio se perdieron, en fin, el cálculo en gastos fue considerable, pero la cifra no podía fiscalizarse, no había evidencia de que se colocaron esos ventanales de aluminio y otros recursos costosos en las instalaciones hidrosanitarias. Sencillamente no se pusieron, no estaban y ¡parece mentira que usted nos venga con esas, de enviar un informe, a estas alturas, compañero!  Pero el asunto fue más serio (coloca la mano sobre el mentón) a todos los directivos de la obra los desaparecieron. Por supuesto, la gente se entera de las cosas y alguien me hizo una relación de los lugares donde comenzaron a insertarlos: gerencias comerciales relacionadas con el suministro de materiales de construcción importados, inmobiliarias…, y a mí…, me jubilaron casi a punto de pistola.
¿Pero usted es Vanguardia Nacional?
“Con más de sesenta años de vida profesional, un trabajador casi obsoleto”.
¿Y su experiencia…, lo que han aprendido durante toda una existencia, los beneficios que aportó con sus innovaciones?
“Llegué al punto sin retorno, ya no cuentan. Hay pueblos que veneran a los ancianos y son tan sagrados como las vacas. En otros, aparentemente, más civilizados como Holanda, no puedes decir que tienes deseos de morir tres veces, la familia lo puede entender como una expresión de última voluntad y acelerarte el viaje. ¿No lee usted las noticias periodista?”
Confieso que no lo sabía, pero…
“Vivimos en una isla temperamentalmente volcánica, aquí el tiempo no cuenta mucho y lo importante es tratar de vivir, hacerlo intensamente, sin arrepentimientos por lo bueno o lo malo que has hecho”.
Pensaba que al final…

“Al final cometí un error: hice lo que no debía. Pero de todo uno debe aprender, la vida es precisamente eso: un viaje constante hacia adelante. (...) es como si te bajases en una estación de ferrocarril, pero debes tener preparadas tus maletas para continuar la marcha, si te detienes puedes perderte en el lugar donde permaneces por más tiempo, de todas formas llegará el día en que no tendrás que subir a ese tren (por tus propios pies) y lo harás definitivamente horizontal, sin regreso, esa es la vida; pero hay algo que debes saber: Debes hacer todo lo justo que puedas, aun cuando al hacerlo te expones a quienes viajan en sentido contrario a los intereses de la mayoría..., porque eso significa que vas en la dirección correcta y, de todas formas, los enemigos de la Revolución, no te lo van a perdonar.

RSM.