Raúl San Miguel
Ilustración
SAMUEL
“Un error en Cuba, es un error en América,
es un error en la humanidad moderna”. *
(José Martí, 1894)
A finales del pasado año, tuve la posibilidad de
participar en un seminario donde especialistas, de diferentes disciplinas de
las ciencias sociales y del periodismo, hacían referencia a un tema que, en mi
criterio (sin llegar a extremos) debe ser perpetuo en la agenda editorial de
todos los órganos de prensa en Cuba, para enfrentar –de manera inteligente y
eficaz- los intentos de las agencias de inteligencia al servicio del gobierno
de Estados Unidos y sus aliados europeos, para crear focos de subversión (grupúsculos
de golondrinas, se me ocurre llamarles, con perdón de estas aves) nuestro país.
Me refiero, específicamente, a condicionar los factores
imprescindibles para una de las llamadas primaveras mediáticas que aplicaron en
otras naciones del mundo, consideradas enemigas por el imperio o como base de
operaciones para mantener la estrategia de dominio imperial en regiones del
planeta donde existen recursos que forman parte de los intereses de los
megamonopolios con fuertes inversiones de los círculos de poder en Washington.
Cuba no es la excepción. Nunca lo ha sido. Todo lo contrario.
Un análisis casuístico de las relaciones mantenidas por las administraciones de
la Casa Blanca, con mi país, demuestra la vigencia de la anexión como paso
necesario para cerrar el círculo de dominio y control del resto de
Latinoamérica y el Caribe.
Más allá de la posición estratégica de la Isla, desde el
orden geográfico, otros elementos históricos explican el porqué de las
advertencias tempranas de nuestro Mayor General José Martí y la posición
intransigente del Mayor General Antonio Maceo, con respecto (este último) de
combatir al lado de las fuerzas españolas si fuera preciso impedir cualquier
intento de agresión por parte de Estados Unidos.
Nada ha cambiado. Habría que ser muy ilusos para no
entender el propósito de un acercamiento diplomático condicionado por la
urgencia de derrocar a la Revolución cubana con una de las estrategias
desarrolladas por el propio presidente Barack Obama con respecto a la política
exterior que debe seguir su gobierno. No me refiero a las recientes declaraciones
del pasado 17 de diciembre, sino a lo que llamó algo así como una ofensiva
diplomática de avanzada; lo que pudiera traducirse en estos tiempos de guerra
ciberespacial, como la preparación artillera de una guerra convencional, 20
años, antes que concluyera el pasado siglo.
Resulta que, en el seminario de referencia, se hizo
alusión a los espacios vacíos. Observé los rostros de muchos de los presentes.
También escuché criterios, pero sobre todo declaraciones concluyentes de
algunos compañeros que se atribuyeron, insisto, en mi criterio, algo así como
una de las “verdades que sabemos…, para lo cual debemos estar preparados…,
entendimos…”
Sin embargo, en los argumentos defendidos y publicados
por algunos colegas, de forma implícita y explícita se observan esas fisuras o
espacios vacíos a los cuales hacía énfasis y con mucha gravedad uno de los
seminaristas. Por demás, un profesional que reconozco (aunque en lo personal
nos conocemos y compartimos una entrañable amistad), me sorprendió en todo
momento por el contenido de cada una de sus palabras.
Más que una alerta, nos llamaba a tomar la ofensiva mucho
antes que se dieran a conocer los acontecimientos sobre las conversaciones
entre Cuba y Estados Unidos. Mucho más. He tenido el privilegio de observar,
igual capacidad en la estrategia de dirección, de otra compañera que demuestra
la virtud de observar mucho más allá y centrar la atención en esos resquicios,
mientras orienta el abordaje de los temas urgentes para esclarecer y sugerir,
con precisión, en esta batalla de ideas que se nos hace a pensamiento, como
diría José Martí.
En este sentido, resulta necesario recordar que vivimos
dentro de una Revolución, en todos los sentidos de la acepción de esta palabra.
Tenemos el privilegio de la presencia notable del pensamiento de Fidel y, como
explicara el compañero Raúl, Presidente de los Consejos de Estado y de
Ministros de la República de Cuba, la dirección del Partido.
No podemos ser ilusos. La batalla no comienza, sino que
se extiende a un espacio en el cual debemos formar un bastión, para evitar la historia homérica de Troya, aunque puedo asegurar que en Cuba jamás podría repetirse, un engaño semejante; a pesar de los ataques mediáticos del gobierno de Estados Unidos.
Puede interesar:
*El Líder histórico de la Revolución cubana, compañero
Fidel, advirtió (en muchas ocasiones) que solo los cubanos podemos destruir la
Revolución. En este sentido coloco el asterisco en relación con el pensamiento
martiano que sirve de exergo y fue advertencia contra algunas corrientes anexionistas
dentro de la Isla, cuando se debatían por lograr la independencia. Más recientemente,
el Presidente de la Uneac, Miguel Barnet, hace una referencia semejante y me
hace recordar la otra parte de la parodia de su texto, al gran Nicolás Guillén:
“…y lo que es mucho peor, en chilindrón acaba”.
¿No
hagas todo lo que puedes? (Reeditado)
(Del libro inédito: Y los cuentos, cuentos son)
A los que piensan al revés…,
cuando la mayoría…,
¿¡Piensa al derecho!?
A Miguel Barnet
“Pues
sí, llevo toda una vida en esto de la construcción”, dijo el viejo, mientras el
fotógrafo buscaba un clopse-up que definiera la esencia de su personalidad. “Lo
aprendí de niño el oficio y cuando el hambre aprieta la barriga, lo que se
aprende para evitar el hambre no se olvida.”, respondió el hombre sin dejar de
mover la cuchara sobre la mezcla de cemento.
“¿Preguntaba usted el por qué se ha demorado tanto la obra?” Asentí con un gesto. Me habían sugerido
entrevistar a Humberto: el veterano de todas las guerras por la construcción de
hospitales en la ciudad, pero también esperaba y deseaba obtener un testimonio
crítico relacionado con las demoras en
las entregas de esas instalaciones. También me interesaba saber, de primera
mano, el por qué la calidad de la terminación de estas obras era generalmente cuestionable.
“Mira,
llevo tantos años colocando ladrillos y bloques que si los contara podría hacer
un muro tan o más grande que la muralla china. Pero, fíjate, cada vez que pongo
una hilada no dejo de emplear la plomada, la escuadra y el nivel. La
experiencia me sobra como para hacerlo con los ojos cerrados y sin estas
herramientas, pero la conciencia me impide hacer chapucerías, esa es la
diferencia.”
—
¿Dónde aprendió a establecer esa diferencia?
“Te
repito que cuando aprendía junto a mi padre y abuelo, ya incorporaba un
elemento imprescindible para hacerse respetar: el conocimiento y la
profesionalidad en lo que haces, aunque también si solo sacabas un pie…, había
un chorro de gente de oficio merodeando la obra. ¡¿Te imaginas?! Solo un
resbalón, un accidente…, y estabas afuera. Eran otros tiempos”.
— No
obstante, usted ha sido jefe de algunas de las obras en las cuales tampoco se
ha cumplido en la terminación.
“No
exactamente un jefe, digamos que he tenido a mi cargo una brigada de obreros a
los cuales transmití mis conocimientos y entre los cuales me esforcé para
lograr mejores resultados, pero… ¿a qué precio?”
—
Bueno no lo sé…, además ¿por qué usted dice lo del precio? ¿Puede definir esa
referencia al costo, se refiere a la calidad de la terminación?
“Por
supuesto. Eso me costó el primer
infarto”.
— ¡¿Un
infarto…?!
“Uno
no, dos, y casi termino con todo en el tercero. Pero te cuento porque aún
recuerdo, como si fuera ahora mismo, la tarde en que me detuve frente al
hospital pediátrico infantil, convertido en verdadero monumento a la indisciplina.
Conocía muy bien el edificio, allí acudí en muchísimas ocasiones para llevar a
mi hijo en medio de un ataque de asma. En él también tenía motivaciones
familiares: habían trabajado, como constructores, mi abuelo y mi padre. Ambos
sentían orgullo de su procedencia asturiana y el sentido de la ética en la vida
y el trabajo. Tenía apenas doce años
cuando me dijeron: “hoy vienes con nosotros, será tu primer día de trabajo, ya
eres un hombre y tienes que aprender a llevar a casa tu propio salario. Poco
más de medio siglo después se repetían las palabras, pero en otras bocas: “Necesitamos
que se encargue de la selección del personal de su brigada” y eso hice. Busqué
algunos de los viejos conocidos de mi etapa de constructor en casi todos los
barrios de La Habana. Por supuesto, ya
no quedaban muchos, los que no se habían ido (para siempre) esperaban en la
terminal el fin del viaje y los que vinieron fueron tres: Pedro, Aramís y
Roberto, con ellos me propuse organizar un grupo de jóvenes para iniciarlos. Aprendieron
pronto y bien; pero comenzaron los problemas. Había una total descoordinación
entre quienes debían garantizar los suministros de materiales, el cronograma
establecido en el contrato y demasiados jefes para decir cómo y cuándo tomar
una decisión que impidiera detener la reconstrucción del edificio.
— ¿Fue
esa situación la que le provocó el primer infarto?
“No
esa situación era solo la punta del iceberg. En realidad, a los inversionistas,
parecía no importarles nada la reconstrucción del hospital. Por supuesto,
venían con cualquier pretexto para explicar que la parte extranjera no había
podido embarcar los suministros especiales en el puerto tal y, entonces, nos
pedían adelantar otras tareas. Fue así que comencé la titánica labor de suplir
los materiales importados por otros realizados con productos nacionales. Al
principio el impacto resultó contagioso: venían todos a la obra, pedían datos y
conversaban, buscaban, hasta el detalle, la imperfección; pero se iban con la
promesa de enviar sus especialistas para compartir experiencias, ofrecer sus
consejos y opiniones y velar que la iniciativa no interfiriera en los contratos
establecidos con la parte extranjera, eso era muy importante. Entonces…”
¡¿…entonces?!
“Un
buen día descubrieron la fisura que buscaban. Se habían colocado las ventanas
de marquetería de aluminio y cristales oscuros o parasol, pero el color de la
carpintería metálica no era el descrito en los planos y el cierre de las
ventanas no era seguro: permitía el espacio suficiente para que alguno de los
niños hospitalizados pudiera caer al asomarse, en un descuido (por supuesto) de
los cuidadores: médicos, enfermeras y familiares. Nos dimos a la tarea de
retirar la marquetería y decidí
preservarla, pero recibimos la orden de hacerla desaparecer. De ningún
modo podía llegar más arriba la información relacionada con el desliz del color
y la posibilidad del accidente. En menos de una semana muchas de las viviendas
en los alrededores y por toda la ciudad exhibían las ventanas desechadas. Pensé
en Manuel…”
—
¿Manuel…?
“El
gallego que permitió a mis padres que entrara como ayudante en la construcción”.
— ¿Y
por qué Manuel, qué relación tiene ese nombre con la reparación del hospital?
“Fue
el primer contratista que me aceptó por el respeto que tenía por mi abuelo,
maestro de obras que en paz descanse y que mi padre también lo heredó, digo el
oficio, pero con mi poca experiencia y la edad, apenas podía moverme entre los
andamios con algunas de las herramientas menos pesadas y, en varias ocasiones,
perdí el equilibrio y algunos clavos. Cuando el gallego se percató, por
casualidad, de mis incidentes; le pidió a mi padre me llamara la atención. Un
día me silbó bajito, para que lo escuchara yo solo, y me hizo una señal. Cuando
estuve junto a él dijo: vez que tu padre tiene la razón. Debes cuidar los
clavos, cuestan muchos centavos, tantos como para alimentar a las familias de
quienes construyen este edificio. Después me dio unas palmaditas en el hombro y
se marchó. Si hubiese visto cómo quitábamos esas ventanas de aluminio nos hubiese hecho enviado a todos
al mismísimo infierno. Pero los tiempos cambian. No me contuve y ese fue mi final.
A partir de ese momento dejé de ser considerado una autoridad entre los que aún
reconocían el oficio del maestro de obras. Ni siquiera pudo detener mi
estruendoso final la estela de medallas (que guardaba en una gaveta dentro del
escaparate), ni la condición de un montón de años de Vanguardia Nacional. Solo
encontré miradas de reproche y gestos esquivos después de aquella carta que
hice pública en la Asamblea de los trabajadores de mi centro de labor. ¿Por qué
no alertaste antes?, dijeron. Porque, en
realidad, no entendían, se esforzaban por no entender el por qué había lanzado aquella
bomba sin tener en cuenta los canales correspondientes ¿Se imagina
periodista…?”
¿..?
“Algunos
me dijeron, los menos, dos o tres de los que aún me consideraban un poco como
uno de los veteranos de la construcción o quizá porque mostraban lástima del árbol caído, ¿Para qué lo hiciste, compadre, si apenas te quedaban unos meses para irte con un
buen retiro y un prestigio que no lo brinca un chivo? No utilizar un anónimo, enfrentar el problema
con pelos y señales, pero a través de un proceso de alerta burocrático lo había
considerado improcedente y mucho menos de hombre; pero… me equivoqué de vuelta
y vuelta. Es verdad que se formó la de sálvese el que pueda, pero ya no se
podía sancionar a nadie. Todos los responsables estaban a buen recaudo en otros
puestos (responsabilidades) de trabajo y de los papeles…, ni hablar. Aseguran
que cayeron en una cisterna, que si no sé quien se los llevó a la empresa
central, si al permutarla para otro sitio se perdieron, en fin, el cálculo en
gastos fue considerable, pero la cifra no podía fiscalizarse, no había
evidencia de que se colocaron esos ventanales de aluminio y otros recursos
costosos en las instalaciones hidrosanitarias. Sencillamente no se pusieron, no
estaban y ¡parece mentira que usted nos
venga con esas, de enviar un informe, a estas alturas, compañero! Pero el asunto fue más serio (coloca la mano
sobre el mentón) a todos los directivos de la obra los desaparecieron. Por
supuesto, la gente se entera de las cosas y alguien me hizo una relación de los
lugares donde comenzaron a insertarlos: gerencias comerciales relacionadas con
el suministro de materiales de construcción importados, inmobiliarias…, y a
mí…, me jubilaron casi a punto de pistola.
—
¿Pero usted es Vanguardia Nacional?
“Con
más de sesenta años de vida profesional, un trabajador casi obsoleto”.
— ¿Y
su experiencia…, lo que han aprendido durante toda una existencia, los
beneficios que aportó con sus innovaciones?
“Llegué
al punto sin retorno, ya no cuentan. Hay pueblos que veneran a los ancianos y
son tan sagrados como las vacas. En otros, aparentemente, más civilizados como
Holanda, no puedes decir que tienes deseos de morir tres veces, la familia lo
puede entender como una expresión de última voluntad y acelerarte el viaje. ¿No
lee usted las noticias periodista?”
—
Confieso que no lo sabía, pero…
“Vivimos
en una isla temperamentalmente volcánica, aquí el tiempo no cuenta mucho y lo
importante es tratar de vivir, hacerlo intensamente, sin arrepentimientos por
lo bueno o lo malo que has hecho”.
—
Pensaba que al final…
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