martes, 28 de septiembre de 2010

Contigo en la distancia (el fragmento vivido del libro que no escribí)

Raúl San Miguel

En la avenida los autos dejan una estela atomizada de polvo y lluvia. Daniel observa desde la ventana. Lo hace con la intensidad del que busca un rostro conocido entre los transeúntes, pero sabe que no encontrará la respuesta esperada entre los que apuran el paso, en zigzag, sobre los charcos de agua que inundan las aceras. La intempestiva lluvia parecía entorpecerlo todo y no tendría tiempo para observar a Mara cuando llegara hasta al parque de El Quijote.
_ ¿Puedo sentarme?, dijo el hombre vestido impecable, cuidadosamente perfumado y con la sonrisa dibujada en el rostro que parecía acabado de afeitar.
Daniel, sorprendido, asintió con un gesto breve. El hombre tomó asiento y adquirió una pose meditativa que sólo duró unos minutos. Después rompió el silencio. Decía algo acerca del concierto ocurrido la noche anterior. Parecía que toda La Habana murmuraba a la vez acerca del espectáculo que reunió, escandalosamente, a trovadores y músicos de orquestas populares en la Plaza de la Revolución donde se mezclaron gente con el pelo largo, de blue jeans apretados, gastados y sucios con aquellos de lenguaje duro, en el argot popular, negros, mulatos y blancos provenientes de los barrios llamados marginales de toda la ciudad y que aplaudieron, con gusto, tanto a los intérpretes de la canción política como a los que hicieron mover sus cuerpos bajo el influjo de los vientres y caderas femeninos exasperados por el seductor ritmo, sumergidos en el derroche contagioso de la Timba cubana.
_ ¿Esperas a una amiga?, preguntó el desconocido.
_Sí, respondí sin marcado énfasis.
_Entonces…, interrumpo. No tengas pena muchacho puedo irme a otra mesa.
_No, está bien así. Quizá ella no venga… ¡Con esta lluvia…!
_No creas, las mujeres son impredecibles, pero son muy ajustadas a sus propósitos. ¿Te pareció bueno el concierto, digo me refiero a la convergencia de trovadores y orquestas populares?
_No estuvo mal, respondió Daniel.



(Fragmento de la novela Días de noviembre que dediqué a César Portillo de la Luz)

Recuerdo perfectamente aquella tarde. Hacía unos pocos días había perdido a mi padre. Tomaba un chácara (escarcha de té diluido en ron) en el club de los periodistas, ubicado en la sede de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC). Realmente me sentía devastado cuando llegó César y pidió un lugar para compartir la mesa. Puedo describirlo como un filósofo, un intelectual dotado de la virtud del magisterio, un cubano que resume los rasgos más autóctonos de nuestra identidad nacional.
De aquel encuentro tuve el privilegio de recibir su apoyo y la condición de hijo adoptivo que acepté sin saber quién era hasta que, en el momento de la despedida, escribió su nombre teléfono y dirección en mi agenda de bolsillo.
Pasaron unos días y vino a verme, a la Facultad de Periodismo, un joven que decía ser mi hermano. No entraré en detalles, pero se trataba de Jorge Petinaud, un excelente periodista que fue enviado por Portillo para que me conociera. También se lo agradezco a Portillo de la Luz.

Poco tiempo después el Peti, me propuso escribir un libro testimonial relacionado con el maestro César Portillo de la Luz. No me creí en condiciones de hacerle la solicitud de las entrevistas que, estoy seguro, César hubiese aceptado. Sin embargo, con el tiempo la idea tamborileó en cada nuevo proyecto literario que asumía, hasta que se materializó en un fragmento de la novela Días de noviembre. Mi primer libro terminado (en vías de realización por una casa productora de radionovelas en Cuba). No obstante, confieso, ahora que me siento en mejores condiciones de asumir un reto literario mayor, que no podría escribirse la historia de César Portillo de la Luz, sin vivirla. Solo puede escribirla ese gran hombre que, por suerte, sigue entre nosotros en momentos difíciles y en los cuales se habla de identidad e independencia. De César Portillo de la Luz, aún conservo estas palabras dichas aquella tarde de mediados de los ochenta.

Atravesamos momentos difíciles, de confrontaciones de ideas, que no son atribuibles de manera exclusiva a conflictos generacionales, ni de preferencias por la música. Para mí, dijo, el concierto (se refiere al concierto en la Plaza de la Revolución) fue una brillante idea, una manera de enviar un mensaje claro a quienes pretenden crear divergencias entre los artistas de nuestro país. Lo importante es confiar en las ideas que defendieron nuestros próceres en la Manigua, a golpe de machete…, lo importante es creer en la firmeza de nuestros principios y de la Revolución, eso también forma nuestra identidad nacional y Cultura. De lo contrario, te vas a pique como toda aquella gente que no cree en los que vivimos en esta Isla, que no entiende por qué los cubanos podemos mantenernos unidos con independencia de los credos y las razas.

Este último párrafo, integro, recoge la esencia de algunas de sus ideas expuestas por César y que recogí, en mi agenda, mientras le escuchaba. Supe del dolor del esclavo negro, de la mezcla de razas que conformarían nuestra nacionalidad y de los héroes de antes y después. Es un legado que guardo para no perder el camino. Gracias, Portillo, por tu Luz.