jueves, 5 de marzo de 2015

Amanecer de golpe







“Cada atardecer, espero, antes del ocaso trémulo
Hierros que se funden en el salitre bajo las aguas
Elementos que se disputan el tiempo
Las olas petrificadas en la búsqueda de un recuerdo
Simple mirada en la distancia de un marinero
Espero callado, sumergido en el silencio
Allá donde las barcas dejan su estela de otros tiempos”.





Colocó despacio los cabos que sostenían la embarcación, atada al muelle. 
Había regresado temprano y esperaba que pudiera verla antes que despertara.
Ella sostenía un pensamiento, sobre sus labios, que él descubriría en un beso.
Limpia su mirada le observaría llegar en sueños.
Separó, entre sus manos, la piedra que ató a su cuello
Esperó callado, sumergido en el silencio, en los deseos.
Allá, hicieron el amor, donde las barcas dejan su estela de otros tiempos

Feliz cumpleaños





Raúl San Miguel

A Horacio Marcelo, 
por su cumple

¿Ciudades que viajan
sobre desvelos,
entre desvelos,
Dónde  podremos llegar? 
(Fragmentos de vida. RSM)


Foto: Óleo de Vicente Bonachea

Lo había olvidado casi todo y, para no pecar de absoluto, dispuso pedacitos de papel con recordatorios por toda la casa. Sin embargo, la robustez de su adulta salud difería de estas señales escritas para ayudar a la memoria que también se mostraba muy sana y dispuesta a retener hasta el mínimo detalle.
Observó a su gato dormir la siesta arrellanado junto al libro que (una hora antes) había caído del estante -y estuvo a punto de causar un pequeño desastre- cuando surcó el breve espacio para caer de pleno sobre su mesa de trabajo, justo donde había dejado el reloj, que conservaba como una reliquia familiar, dotado de aquel encaje realizado por un orfebre..., un verdadero artista, le había dicho alguna vez, el abuelo, para que tuviera una idea sobre las mágicas figuras de plata. Sobre la superficie del aparato podía leerse: “Feliz cumpleaños”. Evocó los latidos metálicos que gustaba escuchar, antes que su mecanismo se apagara definitivamente. Lo cierto es que los papeles-recordatorios funcionaban más como una especie de compañía que aportaba, además, también cierto aire de casa ocupada y, de paso, significaba un ejercicio para mantener el pulso de una caligrafía adiestrada en los años de experiencia acumulados entre papeles con notas de posibles relatos, novelas, alguna que otra frase dispuesta para un poema…, y los libros, decenas de libros que formaban parte de su vida y no alcanzarían para contarla…, supuso, sonriente. Fue, entonces, que reparó en la nota sobresaliente entre las hojas del libro recién caído. Leyó: “Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices…”  Volvió a sonreír cómplice, después de reconocer la letra de una amiga que le escribió un día de su cumpleaños. Buscó, ágil, entre los capítulos, sabía que allí estaría…y leyó: “Instrucciones para dar cuerda al reloj: Allá al fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente. Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan”*.

*Cortázar.