Raúl
San Miguel
A Horacio Marcelo,
por su cumple
¿Ciudades que viajan
sobre desvelos,
entre desvelos,
Dónde podremos
llegar?
(Fragmentos de vida. RSM)
Foto:
Óleo de Vicente Bonachea
Lo
había olvidado casi todo y, para no pecar de absoluto, dispuso pedacitos de
papel con recordatorios por toda la casa. Sin embargo, la robustez de su adulta
salud difería de estas señales escritas para ayudar a la memoria que también se
mostraba muy sana y dispuesta a retener hasta el mínimo detalle.
Observó
a su gato dormir la siesta arrellanado junto al libro que (una hora antes)
había caído del estante -y estuvo a punto de causar un pequeño desastre- cuando
surcó el breve espacio para caer de pleno sobre su mesa de trabajo, justo donde
había dejado el reloj, que conservaba como una reliquia familiar, dotado de
aquel encaje realizado por un orfebre..., un verdadero artista, le había dicho
alguna vez, el abuelo, para que tuviera una idea sobre las mágicas figuras de
plata. Sobre la superficie del aparato podía leerse: “Feliz cumpleaños”. Evocó
los latidos metálicos que gustaba escuchar, antes que su mecanismo se apagara
definitivamente. Lo cierto es que los papeles-recordatorios funcionaban más
como una especie de compañía que aportaba, además, también cierto aire de casa
ocupada y, de paso, significaba un ejercicio para mantener el pulso de una
caligrafía adiestrada en los años de experiencia acumulados entre papeles con
notas de posibles relatos, novelas, alguna que otra frase dispuesta para un
poema…, y los libros, decenas de libros que formaban parte de su vida y no
alcanzarían para contarla…, supuso, sonriente. Fue, entonces, que reparó en la
nota sobresaliente entre las hojas del libro recién caído. Leyó: “Piensa en
esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una
cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los
cumplas muy felices…” Volvió a sonreír
cómplice, después de reconocer la letra de una amiga que le escribió un día de
su cumpleaños. Buscó, ágil, entre los capítulos, sabía que allí estaría…y leyó:
“Instrucciones para dar cuerda al
reloj: Allá al fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el
reloj con una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela
suavemente. Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las
barcas corren regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y
de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el
perfume del pan”*.
*Cortázar.