jueves, 26 de marzo de 2015

El hombre que no pudo quemar a Romeo y Julieta





Raúl San Miguel

“Meditó unos instantes.
Había probado un sorbo de luz y descubrió que la oscuridad,
en derredor, había dejado de ser absoluta
en el término perpetuo de la palabra”. (Beberse el Sol, Relato. RSM)

Foto: Miguel Ángel Meana (Bankai)

Sostuvo en sus manos el puro y observó el nombre de Churchill en el anillo del cilindro con la marca Romeo y Julieta. Fue la solución de su colega Miguel Ángel, cuando le entregó aquella fórmula que le llevaría el aliento de más de un siglo de cultivo en las vegas cubanas.
Había pensado un modo para quemar el tiempo y esparcir las cenizas de la ira. Desde la noche anterior la cuartilla vacía le reprochaba su mudez y acentuaba el presagio de una jornada intensa al estilo del mitológico Sísifo, castigado por los dioses a llevar una roca hasta la cima de una montaña, una y otra vez.
“Es lo que necesitas –le dijo y, ante la mirada dubitativa preguntó: ¿Puedes hacerlo…?
Aceptó sin pensarlo, pero se detuvo. Volvió a detenerse en el nombre grabado en el sello y la hermosa textura del habano como una obra de arte destinada a la cuchilla y el fuego.
“No. No puedo...”
Llevó el tabaco a su estuche y evocó su infancia, construyendo sus juguetes con las cajas de tabacos, la olorosa y frágil madera de los estuches, la estampida de las lagartijas y gorriones, las escapadas para ver el mar, sus dibujos en los papalotes, el regreso de las mariposas…

RSM.