miércoles, 15 de abril de 2015

Lluvia de otoño en abril



Había una vez, cuando conocía a muchas personas, entre ellas había una niña, hija de una amiga que vive en Israel. Estaba triste porque llovía y no podía salir a jugar. Entonces se me ocurrió hacerle este poema que ahora comparto porque trae buenos recuerdos y sana…
Un dos y una gota cayó, /Sobre la tierra, /Una seta creció. /Dos tres, /Una nube al revés /Y ahora cuento hasta cinco, /¡puedo dar un brinco! /Y no deja de llover. /Del seis al siete/Ha crecido un ramillete/De rosas hermosas y ahora las cuento: /¡son ocho! /¿Podré comerme un biscocho? /Pero mis años son nueve, /¡Ah, seguro que llueve¡ (Poema para Joshen. RSM. 15/2/11)



Raúl San Miguel

Óleo de Diego G.

Arriba los cúmulos y nimbos se escurren bajo los cirros dejando huellas de personajes mitológicos, mientras el olor a tierra húmeda se acentúa con la caída del sol. La observo y ella también lo hace, detenidamente, como si mirase sin mirar, como si los frutos de la floresta dependieran de su contemplación para exhibir la madurez del color del sol y del fuego. Mira como si sus ojos dibujaran lo que falta de esa tarde preñada de nubes a punto de copular y esparcirse sobre la ciudad. Pienso que la lluvia será absorbida por la delgada textura de los mangos que ahora cuelgan abundantes y que mañana formarán parte del botín de los pájaros, ratones e insectos, mucho antes de ser encontrados por los empleados y los visitantes. Los residentes temporales, en este lugar, no muestran su apetencia por tan exóticos manjares; más bien permanecen ajenos, expectantes desde su mundo interior, lo sé o más bien lo percibo cuando nos observan como si midieran su tiempo para decidir si regresar al nuestro, más allá de cualquier razonamiento clínico y de mi preocupación por las nubes a punto de verterse sobre nosotros; lo sé por ese olor característico que precede a la tormenta. “¿Quieres ver la piedra…?” Interrumpe ella y arregla el mechón sobre la frente. Con gesto cuidadoso, estira la bata reglamentaria que cubre su ropa de dormir. Correspondo a su delicadeza y caminamos hacia la roca. “Nunca había estado tan cerca…, en más de 20 años de conocer este lugar”, Confiesa y sonríe, mientras palpa la porosidad del oscuro pedrusco, con figura de un triturador de pedernal, y en cuya base reza un lema: roca basáltica que formó parte de las columnas del santuario del cobre y debajo la fecha: 1927.  “¿Pedimos un deseo…?”  Asentí y comenzamos a girar, en derredor de la piedra, con las manos en forma de agujas de reloj, apoyadas en el centro. “¿Pediste tu deseo…?”  Interroga y descubro la ansiedad en sus ojos ahora vírgenes por el nuevo regreso a la adolescencia. Presiono, con suavidad, los femeninos dedos y respondo: Debemos regresar..., alcancé a decir. “Eres hermoso, sabía que te iba a encontrar”, susurró, mientras colgaba su mano de mi brazo. Retornamos en cómplice silencio. Detrás el ocaso se debatía entre los grises que ocultaban los ardores inconclusos de un crepúsculo interrumpido por la llegada de una noche temprana, irreverente y oscura.

RSM