Había una vez, cuando conocía a muchas personas, entre
ellas había una niña, hija de una amiga que vive en Israel. Estaba triste
porque llovía y no podía salir a jugar. Entonces se me ocurrió hacerle este
poema que ahora comparto porque trae buenos recuerdos y sana…
Un dos y una gota cayó, /Sobre la tierra, /Una seta
creció. /Dos tres, /Una nube al revés /Y ahora cuento hasta cinco, /¡puedo dar
un brinco! /Y no deja de llover. /Del seis al siete/Ha crecido un ramillete/De
rosas hermosas y ahora las cuento: /¡son ocho! /¿Podré comerme un biscocho? /Pero
mis años son nueve, /¡Ah, seguro que llueve¡ (Poema para Joshen. RSM.
15/2/11)
Raúl San Miguel
Óleo de Diego G.
Arriba los cúmulos y nimbos se escurren bajo los cirros
dejando huellas de personajes mitológicos, mientras el olor a tierra húmeda se
acentúa con la caída del sol. La observo y ella también lo hace, detenidamente,
como si mirase sin mirar, como si los frutos de la floresta dependieran de su
contemplación para exhibir la madurez del color del sol y del fuego. Mira como
si sus ojos dibujaran lo que falta de esa tarde preñada de nubes a punto de
copular y esparcirse sobre la ciudad. Pienso que la lluvia será absorbida por
la delgada textura de los mangos que ahora cuelgan abundantes y que mañana
formarán parte del botín de los pájaros, ratones e insectos, mucho antes de ser
encontrados por los empleados y los visitantes. Los residentes temporales, en
este lugar, no muestran su apetencia por tan exóticos manjares; más bien
permanecen ajenos, expectantes desde su mundo interior, lo sé o más bien lo
percibo cuando nos observan como si midieran su tiempo para decidir si regresar
al nuestro, más allá de cualquier razonamiento clínico y de mi preocupación por
las nubes a punto de verterse sobre nosotros; lo sé por ese olor característico
que precede a la tormenta. “¿Quieres ver la piedra…?” Interrumpe ella y arregla
el mechón sobre la frente. Con gesto cuidadoso, estira la bata reglamentaria
que cubre su ropa de dormir. Correspondo a su delicadeza y caminamos hacia la
roca. “Nunca había estado tan cerca…, en más de 20 años de conocer este lugar”, Confiesa y sonríe, mientras palpa la porosidad
del oscuro pedrusco, con figura de un triturador de pedernal, y en cuya base
reza un lema: roca basáltica que formó parte de las columnas del santuario del
cobre y debajo la fecha: 1927. “¿Pedimos
un deseo…?” Asentí y comenzamos a girar,
en derredor de la piedra, con las manos en forma de agujas de reloj, apoyadas
en el centro. “¿Pediste tu deseo…?”
Interroga y descubro la ansiedad en sus ojos ahora vírgenes por el nuevo
regreso a la adolescencia. Presiono, con suavidad, los femeninos dedos y
respondo: Debemos regresar...,
alcancé a decir. “Eres hermoso, sabía que te iba a encontrar”, susurró,
mientras colgaba su mano de mi brazo. Retornamos en cómplice silencio. Detrás
el ocaso se debatía entre los grises que ocultaban los ardores inconclusos de
un crepúsculo interrumpido por la llegada de una noche temprana, irreverente y
oscura.
RSM