sábado, 9 de julio de 2011

La vuelta a la manzana




Raúl San Miguel

Fotos: Tomadas de Cubadebate e Internet

"Creen [los Estados Unidos] en la necesidad, en el derecho bárbaro, como único derecho: “esto será nuestro, porque lo necesitamos. Creen en la superioridad incontrastable de la raza anglosajona contra la raza latina. Creen en la bajeza de la raza negra que esclavizaron ayer y vejan hoy, y de la india, que exterminan. Creen que los pueblos de Hispanoamérica están formados, principalmente, de indios y de negros. Mientras no sepan más de Hispanoamérica los Estados Unidos y la respeten más,—como con la explicación incesante, urgente, múltiple, sagaz, de nuestros elementos y recursos, podrían llegar a respetarla,— ¿pueden los Estados Unidos convidar a Hispanoamérica a una unión sincera y útil para Hispanoamérica? ¿Conviene a Hispanoamérica la unión política y económica con los Estados Unidos?"

José Martí.

Los políticos norteamericanos que persisten en la teoría de la fruta madura han comparado a Cuba con una manzana y esperan ver, de un momento a otro, caerla como le ocurrió al científico Isaac Newton, mientras descansaba debajo de un árbol. Incluso, medio siglo después aún tienen la esperanza de hacer las maletas, por supuesto no al estilo de la Brigada 2106 que fue derrotada en Girón, aunque esta variante de ataque no ha sido excluida. Por supuesto, las transmisiones de TV y Radio “Martí”, desde Washington y los planes de subversión interna persisten.

Tal teorema se debe al señor, John Quincy Adams, diplomático y político estadounidense que llegó a ser el sexto presidente de los Estados Unidos (1825-1829), quien en el 28 de abril de 1823, formuló la tesis conocida en la historia cubana como la política de "la fruta madura", según la cual Cuba por su cercanía geográfica, debía caer en manos de los EE.UU. Mister Adams, era hijo del segundo presidente de estadounidense, John Adams. Como diplomático estuvo implicado en numerosas negociaciones internacionales, además, como Secretario de Estado, participó en la creación de la Doctrina Monroe.



Recientemente, según publica el sitio digital cubano Cubadebate, el ex senador demócrata y candidato presidencial de 1972 George Stanley McGovern expresó su consternación al regresar de un viaje reciente a Cuba por no poder ver a Fidel Castro. McGovern, quien representó a Dakota del Sur en el Congreso durante 24 años, se reunió con Fidel Castro en 1975 en una visita a Cuba y ha tenido “una relación más amigable desde entonces; Sin embargo, los representantes del Congreso suelen ser más cautelosos acerca de apoyar públicamente a Fidel, y un activo lobby anticastrista ha estado financiando generosamente a los adversarios del líder cubano, asegura la fuente.



Encontrarse con el Comandante en Jefe y líder histórico de la Revolución cubana, es un privilegio que no ha perdido vigencia aun cuando oficial y voluntariamente decidió el traspaso de sus funciones al frente del país, lo cual fue ratificado en el reciente Congreso del Partido de los comunistas cubanos.

Por supuesto, la presencia de Fidel y su labor de consulta en relación con los problemas que enfrenta Cuba, no son un secreto. El propio Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, General de Ejército Raúl Castro Ruz, lo planteó ante el Parlamento, una vez asumida la actual responsabilidad que ocupa. También, esta vez, las acciones que se realizan para depurar responsabilidades en los diferentes niveles de dirección forman parte dela continuidad de una política coherente desde la cual se defiende la continuidad de la Revolución y el futuro de independencia y soberanía nacionales.

Sin embargo, los esfuerzos de Washington para madurar la “fruta” han continuado. Según Cubadebate, durante el ciclo 2010, los Comités de Acción Política anticastristas donaron más de tres millones de dólares a campañas parlamentarias en todo el país, con una relación de aproximadamente de dos a una las contribuciones a los demócratas sobre los republicanos, especifica una investigación realizada por el Center for Responsive Politics.

El senador Robert Menendez (demócrata (D) por Nueva Jersey), el representante Howard Berman (D-California) y el ex congresista Ike Skelton (D-Missouri) fueron los tres principales receptores del mencionado dinero en el 2009 y 2010, indica la investigación del Centro, y recaudó cada uno más de cien mil dólares.

Menéndez se encuentra en la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, Berman había sido el presidente del Comité de Asuntos Exteriores. Y Skelton había sido el presidente del Comité de Servicios Armados. El senador Chuck Grassley (Republicano-Iowa) fue el principal receptor republicano del dinero de los comités de acción política anticastristas, de acuerdo con la estudio, ingresando exactamente cien mil dólares de estas donaciones.

Aquí está un gráfico que muestra las contribuciones para la campaña de los comités de acción política anticastristas en el ciclo electoral del 2010:
Y aquí hay una tabla que muestra los primeros 10 beneficiarios Demócratas durante el ciclo electoral de 2010:

Nombre y Cantidad

Robert Menendez (D): $ 112,500
Howard L. Berman (D): $ 112.000
Ike Skelton (D): $ 102.000
Eliot L. Engel (D): $ 97,500
Harry Reid (D): $ 85.000
Robert E. Andrews (D): $ 82,500
Alcee L. Hastings (D): $ 77,000
Allen Boyd (D): $ 76.500
Kendrick B. Meek (D): $ 60,000
Joe Baca (D): $ 54000
Otra tabla que muestra los primeros 10 beneficiarios de los republicanos:
Chuck Grassley (R): $ 100,000
Todd Tiahrt (R): $ 55,000
Dan Burton (R): $ 48.000
Mike Pence (R): $ 36000
Denny Rehberg (R): $ 35,000
Johnny Isakson (R): $ 33,000
Ed Whitfield (R): $ 30,000
John Boehner (R): $ 30,000
Richard Burr (R): $ 30,000
Thad McCotter (R): $ 28,000

A esta relación agrego, a propósito de la solicitud de revisión de su caso por parte del estadounidense empresario, detenido en Cuba por actividades contra la Revolución, Alan Gross, los datos siguientes:

La compañía de Maryland que contrató al desarrollador Alan Gross ganó más de 2 700 millones en contratos con la USAID desde el año 2000 hasta el año 2009, según muestran las estadísticas oficiales del gobierno de los Estados Unidos.
Development Alternatives Inc., o DAI, envió a Gross a Cuba como parte de los programas de la USAID de financiamiento de la “democracia”. Las autoridades cubanas acusan a Gross de la instalación de una red satelital de comunicaciones ilegal y lo sentenciaron el pasado viernes a una pena de 15 años de prisión.

DAI, ubicada en Bethesa, Maryland, recaudó 2 720 391 038 dólares en contratos de la Agencia para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos (USAID por sus siglas en inglés), de acuerdo con un reporte de FedSpending, que se encarga de rastrear el gasto público.

Las nueve compañías que le siguieron fueron:
1. CHEMONICS INTERNATIONAL INCORPORATED - $1 647 101 126
2. BEARINGPOINT, INC - $994 453 511
3. RESEARCH TRIANGLE INSTITUTE - $781 069 203
4. BERGER LOUIS GROUP INC - $680 280 412
5. COFFEY INTERNATIONAL LTD - $445 549 179
6. JOHN SNOW INC (JSI) - $424 500 839
7. MACRO INTERNATIONAL INC - $396 961 113
8. TETRA TECH, INC. - $340 521 186
9. L-3 COMMUNICATIONS HOLDINGS - $278 752 145


La DAI recibió en menos de una década el mayor monto de dinero de la USAID
Lista de los diez primeros contratistas de la USAID del 2000 al 2009. Fuente: FedSpending.org.

La Federal Assistance.gov ha reportado que la ayuda estadounidense a grupos para la “democracia” en Cuba se centra en “la prestación de asistencia humanitaria a los presos de conciencia y sus familias, el fortalecimiento de la sociedad civil, apoyar a los movimientos cívicos basadas en cuestiones de acción y coaliciones, y la promoción de las libertades fundamentales, especialmente la libertad de expresión y la libertad de prensa”.

Estos fueron los montos asignados en las partidas públicas:


En un próximo artículo abordaré la relación del actual gobierno del presidente Barack Obama con la USAID. No obstante, por su importancia considero oportuno incluir este artículo firmado por María Caridad Pacheco y que tuve la suerte de encontrar en la Internet.

INTEGRACIÓN O HEGEMONISMO. UNA VISIÓN MARTIANA*

Por María Caridad Pacheco

La perenne vigilancia ante el peligro que entrañaba el naciente imperialismo norteamericano, presente en el ensayo “Nuestra América”, aparecido por primera vez en la Revista Ilustrada de Nueva York el 1ro. de enero de 1891 y el 30 de enero del mismo año en El Partido Liberal, de México, es una de las preocupaciones vitales de José Martí a partir de aquel invierno de angustia cuando, según dijera en el prólogo a los Versos sencillos, “se reunieron en Washington, bajo el águila temible, los pueblos hispanoamericanos”.
Aunque quizás ya el fenómeno en ciernes es aquilatado por él durante su estancia en la capital de México en 1875, cuando revela su apreciación de lo que llamó “el cesarismo americano”, no es hasta la década del 80 que Martí dio pruebas fehacientes de sus conocimientos acerca de los diversos mecanismos de penetración y dominio económico con que el imperialismo amenazaba a las débiles economías latinoamericanas.
Como se sabe, uno de los aportes capitales de José Martí al pensamiento revolucionario en América Latina fue su oportuna y precisa advertencia del peligro que para la independencia y libre desarrollo de nuestra América, significaba el entonces naciente imperialismo de los Estados Unidos, porque fue un aporte que no quedó en un simple enunciado teórico, sino que también se concretó en la práctica revolucionaria. De hecho, la intensa actividad del Apóstol en el seno de la Conferencia Monetaria Internacional Americana fue una de las oportunidades de materializar su pensamiento antimperialista.
Uno de los factores fundamentales que originan su genial aportación, radica en la vasta experiencia latinoamericana y caribeña de quien no sólo residió en cuatro países latinoamericanos (Cuba, México, Guatemala y Venezuela) y visitó por razones familiares o políticas otros, sino que además fue colaborador de importantes periódicos de la región; socio correspondiente en Nueva York de la Academia de Ciencias y Bellas Artes de San Salvador; representante de la Asociación de prensa de Buenos Aires en los Estados Unidos y Canadá; cónsul en Nueva York de la Argentina, el Uruguay y Paraguay; presidente de la Sociedad Literaria Hispanoamericana de Nueva York y representante del Uruguay en la Conferencia Monetaria Internacional de Washington en 1891. Por ello, no resulta insólito que en el pensamiento de Martí se hiciera evidente un patriotismo antillano y latinoamericano, abierto además al resto del mundo, en particular a los países tradicionalmente explotados y humillados.
Estas circunstancias lo llevaron a vislumbrar el deber de Cuba en América desde la celebración en Washington, entre 1889 y 1890, de la Conferencia Internacional Americana. El término panamericanismo, que fue empleado por primera vez en el periódico New York Evening Post, el 27 de junio de 1882, fue usado en los reportes que se hicieron acerca de un evento al que Martí se refirió como un congreso cuyas entrañas están, “como todas las entrañas, donde no se las ve”.
José Martí, como cronista del diario La Nación de Buenos Aires, desentrañó los verdaderos propósitos de ese acontecimiento al analizar “su historia, sus elementos y sus tendencias”, y denunció las intenciones ocultas del naciente imperialismo yanqui formuladas en las teorías de diversos dirigentes estadounidenses como Thomas Jefferson, John Quincy Adams, Henry Clay, James G. Blaine y otros. En síntesis, el panamericanismo promovido en ese momento histórico por el señor Blaine, secretario de Estado del país norteño, contribuía a la aplicación práctica de la doctrina Monroe, complementada por la del “destino manifiesto” que había sido aportada en 1845 por un oscuro personaje del periodismo y la diplomacia norteamericana, llamado Louis O’ Sullivan, y que sería enarbolada de forma explícita o ímplicita por muchos políticos e intelectuales norteamericanos hasta nuestros días.
Poco después de la muerte en combate de Martí, el gran poeta nicaragüense Rubén Darío, admirado `por el impacto de las crónicas que sobre el cónclave había escrito el dirigente cubano, escribió: “cuando el famoso congreso pan-americano sus cartas fueron sencillamente un libro. En aquellas correspondencias hablaba de los peligros del yanquee, de los ojos cuidadosos que debía tener la América Latina respecto a la Hermana mayor; y del fondo de aquella frase que una boca argentina opuso a la frase de Monroe.”
Cuando Darío escribe acerca de las cartas se refiere a los artículos periodísticos de Martí, y cuando alude a la boca argentina, se trata de la frase pronunciada por su delegado Roque Sáenz Peña, de meritoria e inclaudicable labor en el congreso, “sea la América para la humanidad”, con la cual se oponía a la divisa de Monroe “América para los americanos”, que en realidad significaba “América para los americanos del Norte”. Con tal política de rapiña preconizada por el político yanqui y sus seguidores se pretendía, como lo demostró el devenir histórico, una alianza entre las incipientes oligarquías nativas de las repúblicas latinoamericanas y los monopolios norteamericanos, contra todo proyecto económico-social y cultural autóctono en nuestra América.
Durante la Conferencia Monetaria Internacional, a la que asistiera en representación de la república de Uruguay, Martí descubrió la aspiración imperial de subordinar financiera y económicamente al continente latinoamericano, lo que denunció en el propio evento y en crónicas periodísticas donde se hallan sus criterios políticos y denuncias respecto al cónclave. Aunque no se oponía al establecimiento de la moneda única, advertía que ello sólo podía ser racionalmente posible en la medida en que no hubiera diferencias abismales en el nivel de desarrollo económico de los países.
Era conocida la posición vertical de Martí respecto a las tendencias expansionistas de los intereses económicos de los Estados Unidos, razón por la cual no resulta extraño que el Secretario de Estado de aquel país obstaculizara su participación en la conferencia, a tal punto que en la primera sesión no pudo estar presente, sin causa que lo justificara. El propio Blaine, al ver el desempeño de Martí en aquella reunión, en la que se convirtió en el representante que más intervenciones pronunció durante las sesiones, intentó ganarlo para sus maniobras electorales, lo cual queda revelado en un libro testimonial escrito por el argentino Carlos A. Aldao, en el cual este recuerda cómo Martí “solía narrar con cierto orgullo haber acompañado hasta la escalera de su modesta vivienda al emisario de Blaine que había entrado en ella a proponerle ventajas pecuniarias, en cambio de cuatro mil votos cubanos de que él podía disponer en Florida y que acaso decidieran en aquel Estado la elección presidencial”.
El representante del Uruguay era también un patriota cubano, consciente de que la batalla librada era de vital trascendencia no sólo para el subcontinente americano sino también para Cuba, aún sometida al coloniaje español y que una vez libre y soberana debía asegurarse un espacio propio y sin ataduras foráneas en el comercio internacional.
El Maestro preguntaba en un artículo publicado en la Revista Ilustrada de Nueva York, en mayo de 1891, sobre la lección que para nuestros pueblos se desprendía de la Conferencia Monetaria convocada por los Estados Unidos, y a propósito escribió: “Si dos naciones no tienen intereses comunes, no pueden juntarse. Si se juntan, chocan. Los pueblos menores, que están aún en los vuelcos de la gestación, no pueden unirse sin peligro con los que buscan un remedio al exceso de productos de una población compacta y agresiva.”
Y agregaba:
Creen [los Estados Unidos] en la necesidad, en el derecho bárbaro, como único derecho: “esto será nuestro, porque lo necesitamos”. Creen en la superioridad incontrastable de “la raza anglosajona contra la raza latina”. Creen en la bajeza de la raza negra que esclavizaron ayer y vejan hoy, y de la india, que exterminan. Creen que los pueblos de Hispanoamérica están formados, principalmente, de indios y de negros. Mientras no sepan más de Hispanoamérica los Estados Unidos y la respeten más,—como con la explicación incesante, urgente, múltiple, sagaz, de nuestros elementos y recursos, podrían llegar a respetarla,— ¿pueden los Estados Unidos convidar a Hispanoamérica a una unión sincera y útil para Hispanoamérica? ¿Conviene a Hispanoamérica la unión política y económica con los Estados Unidos?
Las dos preguntas, formuladas por Martí hace ciento diez años, tienen dramática vigencia todavía.
En estas circunstancias, la unidad e integración de los países de América Latina, aún no lograda en nuestros días, resultaba en la estrategia martiana el fundamento del equilibrio continental y universal que pondría freno a la expansión imperialista de Estados Unidos. Por ello, la idea bolivariana de la unidad de nuestros pueblos, desde el Río Bravo hasta la Patagonia, es inseparable de Martí, sobre todo en los últimos días de su existencia, cuando fueron más evidentes las `pretensiones hegemónicas de Estados Unidos en el hemisferio. Pero, hay que decirlo, Martí no predica una unidad intangible, sino aquella que se precisa para lograr la segunda independencia y cuya finalidad no estriba únicamente en el combate contra el imperialismo, sino también contra el orden social vigente en América Latina.
El vínculo del problema de la independencia con el establecimiento de una república en revolución, suponía la participación beligerante de las masas populares en el nuevo proyecto, y con ello Martí cerró la posibilidad de que la burguesía cubana defendiera el interés nacional. Aunque pudieran encontrarse algunos grupos interesados en la emancipación, lo cierto es que la burguesía cubana prefirió entenderse con el imperialismo a vincularse a las clases humildes en una batalla decisiva por la independencia económica y política de Cuba.
Desde otra perspectiva, las Antillas tenían en la concepción unitaria del Apóstol una importancia cenital, por ser esta región la primera fuente de financiamiento de las burguesías europeas y una zona de especial relevancia económica y comercial para el naciente capitalismo mundial. Justamente por esta razón, las vanguardias nacionalistas antillanas consideraban el Caribe un área de extraordinaria trascendencia estratégica para los destinos del subcontinente.
Esta vanguardia, de clara orientación antimperialista, surgida ante la urgencia que planteaban los peligros exteriores, contaba entre sus figuras más prominentes a los cubanos José Martí y Antonio Maceo, los puertorriqueños Ramón Emeterio Betances y Eugenio María de Hostos, los dominicanos Gregorio Luperón, Pedro F. Bonó y Federico Henríquez y Carvajal, el haitiano Antenor Firmin y el cubano-dominicano Máximo Gómez.
Con independencia de la diversidad de orígenes sociales y de formación político-ideológica, así como de la especificidad de los problemas nacionales que debieron enfrentar, esta vanguardia logró prever, con mayor o menor profundidad, la naturaleza del fenómeno imperialista que se le venía encima a nuestros sufridos pueblos, y, en consecuencia, se dieron a la tarea de elaborar un programa para evitar la injerencia imperialista y la frustración de la independencia y soberanía de los pequeños países que conforman las llamadas Antillas.
De este modo, la unidad antillana fue una constante en el pensamiento y en la acción de los más relevantes revolucionarios antillanos del siglo XIX, entre los cuales José Martí fue una figura señera. Para Martí era evidente que sólo la unidad de las Islas hermanas serviría de valladar a los apetitos imperiales, previendo también que tras las Antillas, peligraba la independencia de toda América Latina. En este sentido, al comentar en Patria, el 14 de mayo de 1892, bajo el lema de las Antillas y Baldorioty Castro, el homenaje que los puertorriqueños tributaron a su ilustre compatriota, Martí advierte: “No parece que la seguridad de las Antillas, ojeadas de cerca por la codicia pujante, dependa tanto de la alianza ostentosa y, en lo material, insuficiente, que provocase reparos y justificara la agresión como de la unión sutil, y manifiesta en todo, sin el asidero de la provocación confesa, de las islas que han de sostenerse juntas, o juntas han de desaparecer, en el recuento de los pueblos libres.”
De este modo, el significado de la guerra que iba a se librarse en Cuba no se limitaría a la simple obtención de una independencia que, de hecho, podría nacer amenazada. Si el objetivo inmediato de Martí era liberar a Cuba y a Puerto Rico de la tutela de España, su “magna obra”, como se sabe, era preservar la independencia de la América Latina ante el expansionismo yanqui. Pero Martí sabía que la sola independencia política de las Antillas no bastaba para contener al imperio del norte, ya que los Estados Unidos no había vacilado en conquistar territorios de un estado soberano como México en la primera mitad del siglo XIX. Para evitar que se cumpliera el “destino manifiesto” proclamado por los políticos yanquis, eran necesarias dos condiciones: la toma de conciencia de los pueblos de Cuba y Puerto Rico y el resto de Latinoamérica, y la unión de dichos pueblos en un frente común antimperialista. La primera de estas condiciones suponía una gigantesca labor ideológica que él ya había comenzado y que nos dejó en sus artículos y discursos revolucionarios; la segunda, debía ser el resultado del desarrollo de la conciencia nacional y continental, cuya primera etapa radicaría en la lucha armada contra el dominio colonial español.
Por su situación geográfica y su evolución histórica, esa magna tarea sólo podía ser intentada entonces por Cuba, y por su desarrollo político e ideológico, su vasta experiencia latinoamericana y caribeña y el aprendizaje que le reportó su estancia durante quince años en Nueva York, sólo Martí, entre los cubanos, y diría más, entre sus contemporáneos en América Latina, estaba en condiciones de emprender y encabezar con toda responsabilidad un movimiento de emancipación que tendría, entre otros fines, impedir el hegemonismo norteamericano en la arena internacional.
No era una tarea fácil, y aún pagamos en América Latina la traición de unos y la imprevisión de otros que olvidaron la advertencia martiana sobre el retorno del colonialismo con falsa apariencia de soberanía e independencia política, y la implantación de una política de hegemonía económica y política de Estados Unidos sobre los países de nuestra América.
La prematura muerte de Martí; las sucesivas maniobras yanquis, desde la incautación de las expediciones de la Fernandina hasta la intervención oportunista en la guerra que los cubanos libraban con todo éxito contra la decadente metrópoli española, y la traición de la burguesía nativa, impidieron el establecimiento en Cuba de una república popular en revolución que evitara, o al menos hiciera difícil la expansión imperialista.
Los Estados Unidos alcanzaron sus objetivos sobre las Antillas. En 1898 intervinieron en la guerra de independencia de Cuba, para luego imponerle un status de neocolonia. Convirtieron a Puerto Rico en un enclave colonial. Ocuparon Haití de 1915 a 1934. Intervinieron en República Dominicana en 1914 y 1916, y en México (1913). Impusieron a Nicaragua el Tratado Bryan-Chamarro (1914) ratificado en 1916. Bombardearon a Veracruz (1914) e invadieron de nuevo a México (1918). Desembarcaron en Honduras y Panamá (1920). Intervinieron en Honduras (1922 y 1924), Panamá (1925), y, por tercera vez, en Nicaragua (1927). Impusieron a Trujillo en República Dominicana (1930). Fueron masacrados por la intervención yanqui doce mil obreros y campesinos en El Salvador (1932). En resumen, sus monopolios deslizaron sus inversiones por todo el Continente, con una secuela de explotación, atraso, incultura, sometimiento, sin descartar la intromisión de procedimientos militares o de fuerza y la imposición de gobiernos títeres, represores de los pueblos.
Sin embargo, el neocolonialismo implantado por los Estados Unidos y demás potencias imperialistas en la región, dieron uniformidad a la diversidad. Como justamente ha señalado Fidel en un mensaje inserto en la tradición de la vanguardia antillana, de la cual formaba parte destacada José Martí:
no podemos olvidarnos de que nuestra gran familia iberoamericana no estará completa mientras no se siente con nosotros el representante del Puerto Rico independiente, ni tampoco del hecho de que fuera del ámbito de nuestra reunión quedan millones de hombres y mujeres del Caribe que no sólo son ya también nuestros hermanos por concepto de geografía, el subdesarrollo económico y la cultura, sino que por esa misma razón resultan compañeros de batalla en las tareas que nos estamos planteando.
Articular una vocación contrahegemónica, tomando en consideración los diversos factores e intereses que asuma el movimiento emancipador dentro de cada país, pero además acentuando los aspectos que en lo geográfico, histórico, económico y étnico nos une, es tal vez el desafío mayor que tienen nuestros pueblos en la actual encrucijada.
Retomemos al pensamiento de José Martí para reinterpretar el mundo globalizado de nuestros días, a partir de las condiciones peculiares de nuestra América, arremetiendo contra todo tipo de colonización, incluyendo la de nuestras culturas. Recordemos que un año antes de caer en combate, Martí afirmaría en el periódico Patria que
ni pueblos ni hombres respetan a quien no se hace respetar. Cuando se vive en un pueblo que por tradición nos desdeña y codicia, que en sus periódicos y libros nos befa y achica, que, en la más justa de sus historias y en el más puro de sus hombres, nos tiene como a gente jojota y femenil, que de un bufido se va a venir a tierra; cuando se vive, y se ha de seguir viviendo, frente a frente a un país que, por sus lecturas tradicionales y erróneas, por el robo fácil de una parte de México, por su preocupación por las razas mestizas, y por el carácter cesáreo y rapaz que en la conquista y el lujo ha ido criando, es de deber continuo y de necesidad urgente erguirse cada vez que haya justicia u ocasión, a fin de irle mudando el pensamiento, y mover a respeto y cariño a los que no podremos contener ni desviar, si, aprovechando a tiempo lo poco que les queda en el alma de república, no nos les mostramos como somos.