lunes, 10 de febrero de 2014

Golpe de mar




(Relato en concluso)
“Pero como siempre estaban solos en la isla,
y el cadáver de ojos abiertos
era lo único nuevo entre ellos y el mar”.
(La Isla a mediodía. J.Cortázar)


 La observa, distante, mientras recogen restos de un naufragio que colocan en una pequeña bolsa, fragmentos de siglos en cada piedra: cuarzos y cristales labrados por las olas. Un poco más allá, las barcas se estremecen con las voces de la brisa sobre el agua. Del otro lado, detrás del varadero, bajo el promontorio, el océano frunce su piel oscurecida en cada latido. Más arriba, los pinos semejan arcos de violines y abanican las sombras que corren hasta la roca próxima, al lugar donde temprano volcaron sus cuerpos (también embrujados) convertidos en fuego. Piensa en el destiempo, la urdimbre que le condena en una especie de laberinto, impulsado por la urgencia de reencontrar un asidero y volver de regreso, él... Permanece, atento... Sobre la arena, ella. 

(RSM febrero, 2014). 

 








Siempre me sentí atraído por el mar.  Este relato escrito para niñ@s puede que hable mucho más como enseñanza de los adultos. Lo expreso en relación con la actitud que asumimos las personas con respecto a la amistad, pero sobre todo de esa condición que nos diferencia, del resto de las especies, por ser humanos. Sin embargo, resulta una verdadera deuda con nuestra propia conciencia, por nuestro comportamiento..., pero no pretendo disertar. Hubiese querido colocar una ilustración realizada por mí, pero considero (a falta de poder escanearla) que también resulta conveniente mirar hacia el interior de nosotros (los adultos) y quizá encontremos la sugerencia más apropiada para cada cual. Espero lo disfruten.


El tesoro de los pececitos azules


“Todo niño guarda consigo una caja de sueños,

para cuando ya es adulto poder esparcirlos, en el viento,

 y contarlos” 


(Fragmentos de vida. RSM)

Había una vez dos peces azules… ¿qué tenían de extraordinario dos peces azules en un planeta, que desde el cosmos se puede ver su color azul? A ver… pregunto: ¿Qué podían tener distinto dos peces azules en un océano donde abundan peces de ese color? Ah, que sí, que eran distintos. Eran dos pececitos que juraron estar juntos en cualquiera de las circunstancias: buenas o malas y así lo prometieron un día en que el Sol se había detenido por unas horas, en lo alto del cielo para admirar las bellezas de la tierra. Sucede que, precisamente aquel día, ambos pececitos azules se habían alejado del lugar donde vivían y, sin darse cuenta, llegaron a donde el mar es un poco más profundo. Por supuesto, decidieron volver pero ya era un poco tarde y la noche comenzaba a exponerse como un enorme velo oscuro que dejaba solo lugar a una hermosa luna llena acompañada de estrellas. ¿Pues qué ocurrió? ¡Ah!, les cuento. Ambos pececitos comenzaron a buscar el camino de regreso. Sentían frío, no solo el frío del agua profunda, sino el frío que sentimos cuando estamos tristes o cuando estamos solos. Pero, como habían prometido cuidarse y defenderse, se juntaron mucho y se quedaron dormidos. Cuando despertaron ya amanecía. Estaban mucho más lejos de las costas y siquiera conocían aquellos parajes. Entonces fue que advirtieron la presencia del enorme tiburón que se acercó, despacio, como si fuera un enorme buque de guerra. Tenía los ojos grises y también la piel del color de la tormenta. El enorme escualo dio una vuelta en derredor y se acercó despacio. 

_ ¿Por qué andan en estos mares?, preguntó con un vozarrón que pulverizó de miedo a una ola. 
_ Porque estamos perdidos, respondieron, al unísono, los dos pececitos azules.
 
_ ¡¿Perdidos?! Repitió el tiburón y pensó en que se acercaba la hora del almuerzo. A fin de cuentas no era mucho bocado, como el satisfacer su voraz apetito, con aquellos pececitos, pero estaba de ayuna y le servirían, al menos, para llevar algo a sus enormes tripas. _ Si están perdidos los puedo ayudar, los llevaría de vuelta a donde están vuestras familias, dijo el tiburón pensando en la posibilidad de conocer el lugar donde habitaban estos dos pececitos y prepararse para un festín mucho mayor. Por supuesto, los pececitos conocían perfectamente del peligro que les amenazaba. En la escuela habían sido advertidos de cómo podría ser un encuentro con aquella bestia marina que podría devorar cientos de peces y repetir la cena. Así que se propusieron un plan. 
 
_ Está bien, puedes llevarnos hasta las costas. Allí en una enorme ciudad vivimos miles de peces azules, rojos, amarillos, tantos que no imaginas lo contento que se pondrán cuando vean quién nos ha salvado. 
 
El tiburón se quedó unos minutos dando vueltas, pensaba en la posibilidad de un festín inolvidable y se dijo para sí: “es mejor llevarlos que comerse solo estos dos chicos”. Así que vociferó: 

_ Pues péguense a mi cuerpo y los llevaré a la costa. Así hicieron. Muy pegados y debajo de una de las aletas dorsales del tiburón los pececitos sintieron que viajaban a tal velocidad que pronto llegaron a ver los primeros indicios de la flora submarina más próxima de la arrecifes. Cuando estuvieron bien cerca el tiburón se detuvo y gritó: _ He cumplido mi parte. Ahora me pueden decir ¿dónde está esa ciudad de miles de peces? Claro está, los pececitos azules nadaron raudos hacia las piedras más cercanas y se escurrieron entre las rocas. El tiburón engañado y molesto dio enormes saltos sobre el agua hasta provocar grandes olas y se fue vociferando maldiciones a los dos pececitos azules que le propinaron tamaño engaño. Por supuesto, todo cuento tiene una moraleja. En este caso, triunfó la unidad de los dos pececitos amigos y la inteligencia sobre la fuerza. Es por eso que no existe mayor valor que la amistad. Eso fue, precisamente, lo que da respuesta al principio de este cuento. ¿Qué tenían de extraordinario dos peces azules en un planeta, que desde el cosmos se puede ver su color azul? Pues, ustedes ya tienen la respuesta. 

RSM 7 de febrero de 2011.