viernes, 4 de julio de 2014

El recurso del método y la mentira del señor Martín Guevara













Fotos de el nuevo herald e Internet.

Utilizo un título recurrente y quizá hasta manido, porque se ha empleado un millar de veces en diferentes textos publicados en periódicos de mi país y tal vez de otras regiones del mundo; pero siempre con esa referencia imprescindible a la novela homónima del escritor cubano Alejo Carpentier El recurso del método y publicada en 1974 y adscrita al subgénero de la literatura hispanoamericana conocido como novela del dictador, junto con Yo el Supremo de Augusto Roa Bastos, publicada ese mismo año, y El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez, publicada en 1975.
Vuelvo sin lastimar, después del tiempo que no tuve en el regreso, de vuelta al universo externo. Etapa de reflexión interior en la cual no encontré respuestas para el silencio.
En mi regreso encuentro este artículo firmado por Nora Gámez Torres, para el nuevo herald, en el cual hace referencia a Martín Guevara, un sobrino del Comandante Ernesto Guevara de la Serna, el Ché, autor de un libro a todas vistas oportunista, sobre todo por el título empleado: A la sombra de un mito, mientras el artículo se titula: "Hay que tener cuidado con lo que se idealiza". 

De modo que hay una advertencia no velada, sino directa. Un recurso para continuar la estrategia de un método: confundir, enajenar y emplear la figura gigantesca del Ché, en propósitos tan mezquinos como el obtener prebendas, algo que ni siquiera Aleida March, la madre de los hijos del Comandante Ernesto Guevara de la Serna, el Ché, ni sus hijos, hicieron jamás.

En su "reseña" publicitaria (por supuesto) la propia Gámez Torres refiere, en primer plano, la imagen oportunista del señor Martín Guevara, y deja en un segundo plano (con toda intención) la imagen internacionalista del Ché. Dice:
“A primera vista, nada delata que este cincuentón seductor, con melena despeinada y gran conversador, es sobrino de Ernesto Guevara de la Serna, el Ché, uno de los argentinos más famosos del siglo veinte. Tampoco su acento porteño lo descubre, deslavado por extensos períodos en Cuba y en España, donde reside actualmente. Pero cuando Martín Guevara comienza a hacer la historia de su vida, queda claro su lazo con el Ché, ese tío que nunca conoció pero al que quiso emular en pequeñas acciones cotidianas de rebeldía.”

La propia articulista demuestra que este señor Guevara, jamás conoció al Ché. En mi criterio, lo peor es que ni siquiera tuvo en cuenta aprender el legado de un hombre excepcional al que su eterno enemigo: el imperialismo norteamericano, se ha esforzado por borrar su imagen a través de cuanto recurso o método les sea permitido.
Enfatiza Gámez:

“Al leer su libro A la sombra de un mito. Un sobrino del Che Guevara relata los 12 años que vivió en Cuba —traducido al inglés como Shadow of a myth, por Adrianne Miller—, su relación con el Ché, familia y “héroe” a la vez, se presenta como una búsqueda angustiosa de la verdadera naturaleza del ser humano. A veces, la narración recuerda a la de esos santos católicos atormentados por la duda y por no ser suficientemente merecedores del Señor.
Martín fue rockero, mochilero, directivo de una compañía y ahora escritor. De vuelta de todo, decidió escribir estas memorias para quitarse de encima el peso del mito. A la vez, Martín logra documentar en toda su complejidad una época idealizada por muchos cubanos, quienes no tenían acceso, como él, a una vida que existía sólo para el disfrute de extranjeros y de la élite. “

Para hablar de esa época: 1973 (en la cual yo tenía 13 años), considero que se debe tener en cuenta la relativa juventud de la Revolución cubana, bajo un bloqueo genocida (que se extiende por más de cinco décadas), tan real como los ataques de la guerra bacteriológica realizada por Estados Unidos contra Cuba y en la cual se registraron pérdidas de vidas humanas y daños severos a la economía por la introducción de enfermedades fabricadas en laboratorios y con el propósito de causar muertes tanto a personas como las principales fuentes de sustento de proteína animal (fiebre porcina africana, en 1971, que obligó al sacrificio inmediato e incineración de 740 000 cerdos). Una década después introducirían el Dengue Hemorrágico, usando terroristas de origen cubano y residentes en Miami.

Continúa la articulista en una absurda referencia al escritor devenido “héroe” y que recibió la atención lógica por las autoridades cubanas. Considero, apunto como una cuestión imprescindible, que el señor Martín Guevara debió leer la carta de despedida del Ché a sus hijos. Pero bien, dice la articulista de marras:

“Cuando yo llegué a Cuba en el 73, ahí me empezaban a explicar que tenía un tío que había luchado. A los 10 años yo no sabía nada de mi tío Ernesto. A mí me gustaban mucho los personajes de la literatura, que también habían luchado para favorecer a los pobres, con todo ese lenguaje que la izquierda secuestra, del proletario y el campesino. En nombre de eso, hacer el mal es más fácil porque después, el que se sienta bueno no sabe cómo luchar contra el dueño de ese lenguaje.”

¿El lenguaje de izquierda? Bien, pienso en Cervantes y su versión comunista de El Quijote. Todo un ejemplo que, el propio Ché Guevara (el auténtico, utilizó al referirse a llevar la “adarga bajo el brazo”. Pero, algo que sí debemos dejar claro, en Cuba se luchó para favorecer a los pobres (la mayoría) que hoy, a pesar de las limitaciones materiales de todo tipo, vivimos en un país soberano e independiente, mucho mejor que esas naciones (como España) donde lamentablemente no se “secuestra el lenguaje del proletariado y el campesino, sino que la burguesía monárquica se eterniza en el poder desde el cual todo el mal es más fácil porque la enajenación mediática (control de las plataformas ciberespaciales por las megacorporaciones de la Internet, entiéndase centros de poder mundial incluido el Vaticano, no dejan margen para luchar contra el dueño de los nuevos códigos del lenguaje imperialista que recibimos en la guerra mediática a través de la Internet.

En su testimonio el señor Martín Guevara expresa:

“Cuando llegamos, nos esperaban unos guardaespaldas y nos llevan al hotel Habana Libre. Y nos suben a una suite, con cinco restaurantes a nuestra disposición. Cuando salimos a caminar ese mismo día, ya un niño como yo de 10 años se da cuenta de que todo es mentira. Que precisamente ese hecho nos hace a nosotros mejores que el resto de los cubanos que veíamos en la calle.”

Precoz inteligencia del señor Martín. Se da cuenta que “todo es mentira”. Bien, debo aclarar que en el año 1973, cuando se produce el golpe de estado contra el gobierno democrático popular de corte socialista, liderado por el presidente Salvador Allende, en Chile, en Argentina y otras naciones sudamericanas la oligarquía asesinaba a miles de jóvenes (desde antes y después del 24 de marzo de 1976, a más de 30 000 personas). Debería leer a Rodolfo Walsh, cuando refiere la muerte de su hija María Victoria, asesinada por los militares, después de un temeroso enfrentamiento con un reducido grupo de militantes guerrilleros, en los cuales se encontraba su hija. La cito porque me estremece y es por eso que la adjunto al final. Es de referencia obligatoria, de lectura necesaria, para no olvidar, en cualquier latitud, frente a cualquier injusticia, donde exista un ser humano.

Continúa el señor Martín Guevara, para referirse al igualitarismo que vivió en mi país, Cuba, en la década de los 80. Debo señalar, que como cubano que vivo en esta Isla, tengo el derecho a replicar, no justificar.

“El igualitarismo en la década de los 80
Yo iba todas las mañanas y pedía un huevo frito con jamón para desayunar en una de las cafeterías del Habana Libre, y me llevaba unos bocadillos al colegio para darle a mis amigos o al conserje para después poderme fugar más fácil, típica cosa de muchachos. Y dos o tres meses así hasta que llega uno del ICAP (Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos) y me dice “todo lo que hemos contado es verdad, en este país todo el mundo es igual allá en la calle, pero no todo es perfecto, estamos tratando de construirlo. Te vamos a pedir que no lleves más los bocadillos de jamón a la gente porque se van a llevar una idea equivocada, porque pueden confundirse”. Y ahí es donde yo tomo contacto con las dos grandes características que al cubano se le escamotearon: el jamón y la verdad.”

Por esa época, los ochenta, en mi país no resultaba difícil comer el jamón. En realidad podía irse a cualquier restaurante o cafetería y adquirir, con un bajo precio, muchos más que esos productos. En cuanto a la verdad, jamás fue escamoteada. El Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz, líder de la Revolución cubana, sostenía regulares encuentros con la gente de su pueblo, inmerso en la extensión de los centros de investigaciones científicas, cuyos logros en la actualidad, han permitido elaborar importantes medicamentos que Cuba pone a disposición del mundo.
Dice el señor Martín:

“En Cuba, tener dos Ladas, acceso a un yate, poder viajar y traer cosas, era algo distintivo. Pero luego lo que era prohibitivo era tener dólares, traer “pitusas”, películas de Rambo, todo eso, porque era lo que se le decía a la población que no debía sentir ninguna atracción por ello.
Como joven, lo que veía eran esas diferencias muy marcadas, mucho menos grandes que en el capitalismo, pero en el capitalismo queda claro para todos que la sociedad es desigual. Pero en Cuba, todas las carencias que había, el pueblo las estaba soportando porque supuestamente todos lo estábamos pasando mal. Somos todos iguales pero unos somos más iguales que otros.
Fidel Castro
Al principio sí lo veíamos. Pero después ya no. Me contaron que cogió un cabreo muy grande con nosotros los Guevara y con muchos exiliados, que se estaban aprovechando demasiado porque todo lo pagaban con crédito en el Habana Libre e iban todos los días al cabaret Turquino a beber. Entonces a mi familia, a mi tía y a mi abuelo, los mandaron a Marianao, y a nosotros a Alamar, y nos habían dejado claro que era porque mi padre quería que nosotros nos criáramos en un barrio obrero y que yo fuese a la beca. Por lo cual yo no le tenía ningún agradecimiento a mi padre porque la beca era una cosa espantosa.”

¿No entiendo cuál es el valor del testimonio del señor Martín Guevara, específicamente, en las referencias anteriores? Después agrega una sarta de cuestiones realmente cuestionables. Dejo a quien lea estas líneas hacer sus propias reflexiones:

“Fidel es un fenómeno muy interesante que habrá que estudiar, igual que mi tío, nunca por las cosas que declaran ellos. Trato de ver las razones más cercanas, en la familia. En el caso de mi tío venía de una familia aristocrática venida a menos y las primeras novias de mi tío eran todas de apellidos fuertes y tenían mucho dinero. La manera en que lo trataron...Y una persona de tanto orgullo, como somos en los Guevara, claro le dio por eso y a Fidel le pasó un poco lo mismo. Cuando un guajirito como él llegó a Belén, la manera en que se burlaban de él, hijo de un gallego, gente de estirpe y de alcurnia…
El Che visto por la familia
Mi abuelo hablaba, por supuesto, en términos mucho más humanos. Era su hijo. Pero mi abuelo nunca se dejó llevar por la moda revolucionaria que toda la familia se dejó llevar y copió ese lenguaje. A él le gustaba mucho la comodidad de su clase y eso nunca lo perdió.
Mi tía Celia, que es una de las personas que más quiero y respeto por sus convicciones, era uña y carne con Ernesto. Lo quería muchísimo. Ella nunca ha podido ver las fotos ni las películas de su muerte. Pero nunca habla de él, ni del héroe ni de nada. Ella respeta mucho Cuba, no le puedes hablar mal de Fidel ni nada.
Yo en mi búsqueda de mi tío trato de hacer la división entre antes y después que conoció la muerte. Yo creo que ahí hubo un cambio. Hasta ese momento era un personaje de viajar, atender leprosos…Después siguió ayudando a los pobres, pero con un poco más de resentimiento contra los ricos, que ese es el ingrediente que no me sirve.”
Antes de continuar, pido paciencia a quienes lean estas declaraciones. Se refiere a la carta de despedida del Che.  Esa carta existe. Cuando Fidel la leyó, recuerdo que estábamos atentos a sus palabras y el dolor fue infinito. Las palabras de Martín Guevara, resultan una verdadera ofensa a quienes fueron dirigidas esas palabras del Ché y que, Fidel, compartió con su pueblo y le estamos eternamente agradecidos.

“La carta de despedida
La carta que comentas fue una de las cosas tremendas que le hizo Fidel. Ya había muchas discusiones de él con Fidel, con Carlos Rafael Rodríguez, que quería la alineación total con el partido comunista de la Unión Soviética. Y el Che se planteaba más lo de Tito en Yugoslavia. Pero ya Fidel había decidido por Carlos Rafael que pertenecía al PSP (Partido Socialista Popular).
No sé si estaba en Cuba cuando leyó la carta o en Checoslovaquia. Lo que si sé es que él le dijo a Fidel que la carta era para él, personal, no era para el pueblo de Cuba. Leer esa carta en público significaba que no volvía más. Un tipo con ese orgullo, que ya lo estaban matando en vida, era una sentencia. Después que él muere, los cinco que quedan vivos salen a tiros. Eso demostró que se podía salir.
Yo creo que él nunca llegó a visualizar la traición de verdad de Fidel; que la sintió, claro que sí. Encima de eso la tristeza por la muerte de su madre. Mi abuela nunca le ocultó a los demás hijos que el preferido era Ernesto, mucho antes de que fuera el Che. Y ella murió cuando él estaba en esas guerrillas.
Yo creo, y esto ya es especulación, que él se fue más bien a morir. Y también creo yo, a purgar las cosas mal hechas. No quiero decir que él habrá pensado “qué mal que hice en La Cabaña”. Pero en algún momento, de eso no se puede sentir orgullo y si lo sintió, muy mal. ¿Entonces todo el mundo tiene derecho por diferencias políticas a eliminar al oponente? Es increíble, porque era un hombre muy culto… Pero tenía un pragmatismo muy radical. Y eso no va con Cuba. Porque Fidel ni baila ni hace chistes, le hacen chistes de los demás pero no de él. Cuba es un país muy especial. No le iba bien una cosa así cerrada como la Unión Soviética.”

De lo anterior quisiera hacer un comentario, un testimonio personal. En un encuentro con Fidel en 1987, en el Consejo de Estado, nos dijo: “ustedes saben cómo somos los cubanos. El choteo es un recurso de nuestro pueblo. Ningún presidente ha quedado fuera de un chiste”. He tenido la oportunidad de ver a Fidel muchas veces, en lugares donde ha compartido momentos de risas y cuando lo hacía contagiaba porque resultaba agradable verle reír. El propio Fidel ha reconocido que no baila. Y también sé que sabía mucho de los chistes relacionados con su persona y también reía al escucharlos.

Lo peor del señor Martín Guevara, quizá se resume en este párrafo de su testimonio, cuando se refiere a la muerte (asesinato del Ché, en Bolivia) que además fue eternamente perseguido, hasta en las palabras del propio Martín Guevara, por el imperialismo en su afán de silenciarlo:

“Su valoración del Che
[La salida del Ché de Cuba] fue para mí fue lo que lo salva, lo que lo retorna a ese tío mío que valoro mucho, el hombre pensador y solitario, un poeta y un romántico que termina él mismo yéndose a su muerte. Para mí, el Che, y lo digo como un elogio, era pésimo para dirigir masas. Era muy bueno dirigiendo un grupo de gente porque decía la verdad, decía “miren, vamos a morir”. No era proselitista, si no estabas de acuerdo te bajabas y ya.
Hay gente que me pregunta aquí en Miami por los fusilamientos. Yo de eso no puedo hablar. A él lo usó Fidel. El Che no mentía, fue a las Naciones Unidas y dijo que estaban fusilando y que seguirían fusilando. Fidel nunca ha dicho eso, sin embargo fue quien lo mandó a hacer todo eso. Yo no hablo de esa época, primero, porque yo no estuve; segundo, porque es mi sangre. Y luego porque en esos años, tanto la izquierda como la derecha, resolvían las cosas con violencia tremenda. No era sólo el Che, no era copyright de él, no. Y por eso no lo toco tanto, pero al decir lo que yo valoro y lo que creo que está mal, ya está claro que eso no entra dentro del paquete.”

Para el final dejo esta referencia, después de leer el bodrio declarante del señor Martín Guevara. Dice:

“Hollywood y el mito
Occidente valora la juventud, y los tipos que hayan sido fuertes, capaces y que mueren jóvenes. Todo eso lo cogió Fidel, que es más bicho. Donde único no ven al Che como un mito es en Miami por lo que sabemos. Pero en todos lados es igual, en Hollywood también.
Yo hablé con Benicio del Toro cuando estaba haciendo la película sobre el Che y me dijo que lo admiraba mucho. Yo le contesté: “Benicio, cuidado, porque la forma en que mi tío veía a un latinoamericano, en tu caso un puertorriqueño que se va a Estados Unidos a los 15 años para ver si tiene suerte en el basquetbol a buscar dinero, ¡no te la quiero contar!”
Hoy la gente lo idealiza, se compra la camiseta de él y se fuma un porro… Hay que tener cuidado con lo que se idealiza. El encarnaba la libertad, la rebeldía, si, pero de una manera determinada. Cuando se peleó con la Unión Soviética fue porque Nikita (Kruschev) ya le parecía muy flojito y muy corrupto, a él le gustaba Mao. Eso es lo que le hizo pelearse con Fidel y los rusos, porque aquí la traición máxima es la de los rusos, que obligaron a Fidel a no ayudar. Es una idea que tengo, no es una certeza, pero estoy casi convencido por varios datos que me han dado.”

Se contradice. Llegó a Cuba con 10 años y nunca conoció al Ché. Por supuesto, jamás lo conocerá. Sin embargo, expresa una advertencia al actor Benicio del Toro. Debo aclarar que estuve en la premier de la película cuando se estrenó en el Cine Yara, durante un Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. Escuché a Benicio, cuando habló. Estuve allí. Estaba visiblemente emocionado. Fue breve y profundo en sus palabras. Más abierto en la expresión de sus ojos, especialmente cuando el público ovacionó de pie al final de la proyección. Cuba y los cubanos no podemos olvidar lo que representa y significa para nosotros el ejemplo del Ché.

Al final sentencia a mi país:

“El problema de Cuba
En la Unión Soviética la gente se iba por los montes Urales con peligro de morir congelados, que se los comiera un lobo o los mataran a balazos los guardias. En Alemania saltaban el muro con un tremendo peligro de que los mataran y en Cuba, la gente prefiere cruzar esas noventa millas con esos tiburones, en vez de reunirse y luchar porque no creen que tendrá ningún resultado. El problema de Cuba no es el hambre. Ahí el problema es “el obstine”, que se convierte en angustia, una locura y un estrés.” 

Detrás de todo está la necesidad de manipular, desde una posición familiar privilegiada por su lazo familiar con la figura del Comandante Ernesto Guevara de la Serna, el Che. Pero olvidó algo. Muchas veces los lazos sanguíneos en las relaciones humanas no resultan tan fuertes como los que se establecen en las ideas de hombres gigantes de pensamiento como el Che en su relación con muchos otros que fueron sus compañeros y amigos. De los que cayeron y de los que continúan su ejemplo en las nuevas batallas contra el imperialismo.

Dejé para el final porque considero que resulta impostergable esta carta de Rodolfo Walsh a su hija. Esto ocurrió en Argentina. Una historia filial, de lucha desde una posición revolucionaria real y en la cual el ejemplo de padre e hija, resulta imperecedero.

Carta a Vicki
Querida Vicki: La noticia de tu muerte me llegó hoy a las tres de la tarde. Estábamos en reunión cuando empezaron a transmitir el comunicado. Escuché tu nombre, mal pronunciado, y tardé un segundo en asimilarlo. Maquinalmente empecé a santiguarme como cuando era chico. No terminé con ese gesto. El mundo estuvo parado ese segundo. Después les dije a Mariana y Pablo: “era mi hija”. Suspendí la reunión.
Estoy aturdido. Muchas veces lo temía. Pensaba que era excesiva suerte no ser golpeado, cuando tantos otros son golpeados. Sí, tuve miedo por vos, como vos por mí, aunque no lo decíamos. Ahora el miedo es aflicción. Sé muy bien por qué cosas has vivido, combatido. Estoy orgulloso de esas cosas. Me quisiste, te quise. El día que te mataron cumpliste 26 años. Los últimos fueron muy duros para vos. Me gustaría verte sonreír una vez más.
No podré despedirme, vos sabés por qué. Nosotros morimos perseguidos, en la oscuridad. El verdadero cementerio es la memoria. Ahí te guardo, te acuno, te celebro y quizás te envidio, querida mía.
Hablé con tu mamá. Está orgullosa en su dolor, segura de haber entendido tu corta, dura, maravillosa vida.
Anoche tuve una pesadilla torrencial, en la que había una columna de fuego, poderosa pero contenida en sus límites, que brotaba de alguna profundidad.
Hoy en el tren un hombre me decía: “Sufro mucho. Quisiera acostarme a dormir y despertarme dentro de un año”. Hablaba por él pero también por mí.

Carta a mis amigos

Hoy se cumplen tres meses de la muerte de mi hija, María Victoria, después de un combate con fuerzas del Ejército. Sé que aquéllos que la conocieron la han llorado. Otros, que han sido mis amigos o me han conocido de lejos, hubieran querido hacerme llegar una voz de consuelo. Me dirijo a ellos para agradecerles pero también para explicarles cómo murió Vicki y por qué murió.
El comunicado del Ejército que publicaron los diarios no difiere demasiado, en esta oportunidad, de los hechos. Efectivamente, Vicki era oficial 2° de la Organización Montoneros, responsable de la prensa sindical, y su nombre de guerra era Hilda. Efectivamente estaba reunida ese día con cuatro miembros de la Secretaría Política que combatieron y murieron como ella.
La forma en que ingresó a Montoneros no la conozco en detalle. A los 22 años, edad de su posible ingreso, se distinguía por decisiones firmes y claras. Por esa época comenzó a trabajar en diario La Opinión y en un tiempo muy breve se convirtió en periodista. El periodismo en sí no le interesaba. Sus compañeros la eligieron delegada sindical. Como tal debió enfrentar en un conflicto difícil al director del diario, Jacobo Timerman, a quien despreciaba profundamente. El conflicto se perdió y cuando Timerman empezó a denunciar como guerrilleros a sus propios periodistas, ella pidió licencia y no volvió más.
Fue a militar a una villa miseria. Era su primer contacto con la pobreza extrema en cuyo nombre combatía. Salió de esa experiencia convertida a un ascetismo que impresionaba. Su marido, Emiliano Costa, fue detenido a principios de 1975 y no lo vio más. La hija de ambos nació poco después. El último año de vida de mi hija fue muy duro. El sentido del deber la llevó a relegar toda satisfacción individual, a empeñarse mucho más allá de sus fuerzas físicas. Como tantos muchachos que repentinamente se volvieron adultos, anduvo a los saltos, huyendo de casa en casa. No se quejaba, sólo su sonrisa se volvía más desvaída. En las últimas semanas varios de sus compañeros fueron muertos: no pudo detenerse a llorarlos. La embargaba una terrible urgencia por crear medios de comunicación en el frente sindical, que era su responsabilidad.
Nos veíamos una vez por semana, cada quince días. Eran entrevistas cortas, caminando por la calle, quizá diez minutos en el banco de una plaza. Hacíamos planes para vivir juntos, para tener una casa donde hablar, recordar, estar juntos en silencio. Presentíamos, sin embargo, que eso no iba a ocurrir, que uno de esos fugaces encuentros iba a ser el último, y nos despedíamos simulando valor, consolándonos de la anticipada partida.
Mi hija no estaba dispuesta a entregarse con vida. Era una decisión madurada, razonada. Conocía, por infinidad de testimonios, el trato que dispensan los militares y marinos a quienes tienen la desgracia de caer prisioneros: el despellejamiento en vida, la mutilación de miembros, la tortura sin límite en el tiempo ni en el método, que procura al mismo tiempo la degradación moral, la delación. Sabía perfectamente que en una guerra de esas características, el pecado no era no hablar, sino caer. Llevaba siempre encima una pastilla de cianuro, la misma con que se mató nuestro amigo Paco Urondo, con la que tantos otros han obtenido una última victoria sobre la barbarie.
El 28 de setiembre, cuando entró en la casa de la calle Corro, cumplía 26 años. Llevaba en brazos a su hija porque a último momento no encontró con quién dejarla. Se acostó con ella, en camisón. Usaba unos absurdos camisones blancos que siempre le quedaban grandes.
A las siete del 29 la despertaron los altavoces del Ejército, los primeros tiros. Siguiendo el plan de defensa acordado, subió a la terraza con el secretario político, Molina, mientras Coronel, Salame y Beltrán respondían al fuego desde la planta baja. He visto la escena con sus ojos: la terraza sobre las casas bajas, el cielo amanecido, y el cerco. El cerco de 150 hombres, los FAP emplazados, el tanque. Me ha llegado el testimonio de uno de esos hombres, un conscripto.
"El combate duró más de una hora y media. Un hombre y una muchacha tiraban desde arriba. Nos llamó la atención la muchacha porque cada vez que tiraba una ráfaga y nosotros nos zambullíamos, ella se reía."
He tratado de entender esa risa. La metralleta era una Halcón y mi hija nunca había tirado con ella, aunque conociera su manejo por las clases de instrucción.
Las cosas nuevas, sorprendentes, siempre la hicieron reír. Sin duda era nuevo y sorprendente para ella que ante una simple pulsación del dedo brotara una ráfaga y que ante esa ráfaga 150 hombres se zambulleran sobre los adoquines, empezando por el coronel Roualdes, jefe del operativo.
A los camiones y el tanque se sumó un helicóptero que giraba alrededor de la terraza, contenido por el fuego.
"De pronto, dice el soldado, hubo un silencio. La muchacha dejó la metralleta, se asomó de pie sobre el parapeto y abrió los brazos. Dejamos de tirar sin que nadie lo ordenara y pudimos verla bien. Era flaquita, tenía el pelo corto y estaba en camisón. Empezó a hablarnos en voz alta pero muy tranquila. No recuerdo todo lo que dijo. 'Ustedes no nos matan' dijo el hombre 'nosotros elegimos morir'. Entonces se llevaron una pistola a la sien y se mataron enfrente de todos nosotros."
Abajo ya no había resistencia. El coronel abrió la puerta y tiró dos granadas. Después entraron los oficiales. Encontraron a una nena de algo más de un año, sentadita en una cama, y cinco cadáveres.
En el tiempo transcurrido he reflexionado sobre esa muerte. Me he preguntado si mi hija, si todos los que mueren como ella, tenían otro camino. La respuesta brota de lo más profundo de mi corazón y quiero que mis amigos la conozcan. Vicki pudo elegir otros caminos que eran distintos sin ser deshonrosos, pero el que eligió era el más justo, el más generoso, el más razonado. Su lúcida muerte es una síntesis de su corta, hermosa vida. No vivió para ella: vivió para otros, y esos otros son millones. Su muerte sí, su muerte fue gloriosamente suya, y en ese orgullo me afirmo y soy yo quien renace de ella.
Esto es lo que quería decir a mis amigos y lo que desearía de ellos es que lo transmitieran a otros por los medios que su bondad les dicte. 

Bondad, respeto y decoro que le faltó a este señor Martín Guevara.