miércoles, 15 de septiembre de 2010

Balada para mis dos abuelos

Raúl San Miguel

Fotos: Tomadas de Internet


Entre las pequeñas fortunas de las cuales dispongo se encuentra el libro: Cuba, la forja de una nación (Despunte y Epopeya), del escritor e investigador Rolando Rodríguez. Un volumen, en cuatro tomos que me ha facilitado entender algunos aspectos de la historia de nuestro país y ajustar mis puntos de vista en relación con aspectos marcados por diferentes historiadores con relación a la formación de una identidad nacional (cubana). Por supuesto, hubo obras que ejercieron una fuerte influencia en mi futura vida profesional. Me refiero específicamente a una pequeña joya de nuestro Apóstol José Martí, La edad de oro.

Inspirado en estos he escrito en este blog que se ha convertido en una especie de nave en la cual viajo por el ciberespacio sin rumbo fijo. Cada uno de mis lectores es un puerto desconocido, pero tan cercano como estas letras. Es por eso que deseo incluir el asunto relacionado con los tabúes. Considero que en Cuba, y es un tema debatido constantemente, no solo existen en relación con la raza y la definición del género, desde el punto de vista sexual; sino también en la mención de algunas cuestiones que pudieran tomarse como sacrilegio si no tenemos lecturas primarias relacionadas con todo lo que representa la universalidad de nuestra Cultura.
Hace unos días escuchaba a dos colegas en un franco debate en relación con el artículo publicado bajo el título: “Palabras sin golpes”. Lo consideraron inoportuno debido al tratamiento que ofrecí al tema de la guerra entre cubanos y españoles en el primer párrafo. Realmente me sorprendieron. En ningún momento fue mi propósito lastimar y cito:
“Prefiero que estas líneas unan voluntades y pensamientos, no corten y desgarren las carnes, ni cercenen los cuerpos, ni dejen rencores y heridas como lo hicieron nuestros próceres independentistas cuando se lanzaban dispuestos al desigual combate por la libertad de Cuba contra el ejército colonialista español. Tampoco deseo que tengan el filo de las escritas por el inolvidable intelectual y revolucionario Carlos Rafael Rodríguez. Me inspiran los hechos más recientes en la vida política de mi país, en medio de una contemporaneidad donde la existencia de la especie humana está condicionada a la voluntad de un pequeño grupo de hombres ricos que pueden decidir el estallido de una guerra nuclear como si fuesen los césares que observan al gladiador vencido sobre la arena del Coliseo”.
¿A quién ofendo? Puedo responder con el nombre de otro de mis recientes artículos: “La verdad no necesita un traje de hermosas palabras”. Por supuesto, entiendo (en el caso de mis colegas) el por qué no entienden; o por qué ven las sombras de un cuestionamiento velado, como si en realidad esgrimiera el machete mambí y (en pleno tercer milenio) retomara una carga al machete contra los fantasmas de mis abuelos. Nada más lejos de la verdad. Vivimos tiempos difíciles y sobre todo porque se precisa de emplear más los conocimientos para defenderla.
Cuando escribía: “ni dejen rencores y heridas como lo hicieron nuestros próceres independentistas cuando se lanzaban dispuestos al desigual combate por la libertad de Cuba contra el ejército colonialista español”, hacía referencia a una guerra en la cual ambos contrincantes tenían raíces comunes, más aún, no se trataba de una conflicto armado entre los negros traídos del África y los colonialistas residentes en Cuba. Se trataba de una lucha en la cual participaban descendientes directos de negros y blancos. De africanos y españoles, pero también de españoles que amaron a Cuba y pelearon contra España. Incluso, dejo claro que “se lanzaban dispuestos al desigual combate por la libertad de Cuba contra el ejército colonialista español”. Un ejército del cual el propio Lugarteniente General Antonio Maceo y Grajales, el Titán de Bronce, reconoció como un valeroso enemigo. También aseguró que la única forma de colocarse del lado de los españoles sería para luchar contra una posible intervención de los Estados Unidos en Cuba. Esa es una verdad histórica.
Solo, quisiera citar estos versos que corroboran el dolor de aquella contienda. Más cuando se precisa de inteligencia para entender los nuevos retos que imponen las nuevas tecnologías para la comunicación entre los hombres. Más cuando me siento identificado con mi país y su historia; pero sobre todo con la necesidad de restablecer un puente común para quienes compartimos las raíces que nos dieron la posibilidad de expresarnos en esta lengua que consideramos materna. Es por eso que regalo, a quienes no tienen tiempo para cultivarse por razones de la vida moderna, estos versos que constituyen un legado en la forja de nuestra nación y fueron escritos por el Poeta Nacional, Nicolás Guillén.

BALADA DE LOS DOS ABUELOS

Sombras que sólo yo veo,
me escoltan mis dos abuelos.
Lanza con punta de hueso,
tambor de cuero y madera:
mi abuelo negro.
Gorguera en el cuello ancho,
gris armadura guerrera:
mi abuelo blanco.
Pie desnudo, torso pétreo
los de mi negro;
pupilas de vidrio antártico
las de mi blanco!
Africa de selvas húmedas
y de gordos gongos sordos...
--¡Me muero!
(Dice mi abuelo negro.)
Aguaprieta de caimanes,
verdes mañanas de cocos...
--¡Me canso!
(Dice mi abuelo blanco.)



Oh velas de amargo viento,
galeón ardiendo en oro...
--¡Me muero!
(Dice mi abuelo negro.)
¡Oh costas de cuello virgen
engañadas de abalorios...!
--¡Me canso!
(Dice mi abuelo blanco.)
¡Oh puro sol repujado,
preso en el aro del trópico;
oh luna redonda y limpia
sobre el sueño de los monos!
¡Qué de barcos, qué de barcos!
¡Qué de negros, qué de negros!
¡Qué largo fulgor de cañas!
¡Qué látigo el del negrero!
Piedra de llanto y de sangre,
venas y ojos entreabiertos,
y madrugadas vacías,
y atardeceres de ingenio,
y una gran voz, fuerte voz,
despedazando el silencio.
¡Qué de barcos, qué de barcos,
qué de negros!
Sombras que sólo yo veo,
me escoltan mis dos abuelos.
Don Federico me grita
y Taita Facundo calla;
los dos en la noche sueñan
y andan, andan.
Yo los junto.
--¡Federico!
¡Facundo! Los dos se abrazan.
Los dos suspiran. Los dos
las fuertes cabezas alzan;
los dos del mismo tamaño,
bajo las estrellas altas;
los dos del mismo tamaño,
ansia negra y ansia blanca,
los dos del mismo tamaño,
gritan, sueñan, lloran, cantan.
Sueñan, lloran, cantan.
Lloran, cantan.
¡Cantan!