lunes, 16 de agosto de 2010

¿Por qué mandan las mujeres?




Por Raúl San Miguel

Ilustraciones: COTO

No estoy equivocado en esta afirmación. Tampoco es un desliz y mucho menos una forma de confundir con el título. En Cuba y, en casi todo el mundo, mandan las mujeres. Para defender ese argumento solo basta pensar en la cifra de féminas que alcanzan el nivel universitario y terminan una carrera profesional. No me refiero a lo que ocurre después: o sea, si les son reconocidos sus méritos o capacidad para la dirección o administración de industrias o empresas. Pero, reitero, es más alta (en Cuba) en comparación con los hombres, las mujeres certificadas como profesionales universitarias.






Un nivel que, sin dudas, las coloca en la posición más alta de la instrucción técnico profesional en la escala mundial. ¡Nadie lo dude! Incluso, con ese nivel de profesionales graduadas de la enseñanza técnico-profesional, en casi todas las ramas del saber, aún seguimos denominándolas con términos como: el sexo débil y otra andanada de estupideces imposibles de tener en cuenta entre las personas con sentido común.
Mujeres que todos los días salen a las calles en busca del sustento para la familia, tal como lo hacen muchos hombres; solo que no se detienen en un bar a tomarse unos cuantos tragos de ron o unas cervezas para variar. Ellas piensan, en los que esperan en casa: los hijos y el esposo. De seguro nadie ha comido hasta que no regresan. No pueden hacerlo si ella no lo hace (me refiero a la acción de cocinar). ¿Otra tarea?
Pero sobre todo, piensen, analicen, cuánto podría hacer una mujer si (realmente) dedicara el tiempo establecido para el trabajo (fuera del hogar) sin otro esfuerzo adicional.
¿Se imaginan por qué las mujeres en cargos de dirección, en Cuba, cometen menos errores (casi ninguno) en comparación con los hombres? Me refiero a los errores que se generan como consecuencia directa de regresar al hogar por el camino equivocado, tomar lo que no se debe y hacer todo lo que está prohibido, ¿al sexo débil?
La respuesta es sencilla: los hombres le tememos. Estamos conscientes de que no representan el género endeble, sino el más fuerte. Son ellas las que pueden disuadir de comenzar o terminar una guerra (con armas y ejércitos de verdad), pero también (y no hace falta atiborrar de ejemplos) las que deciden qué hacer (a los hombres) en cada momento; aún cuando se encuentren lejos físicamente. No me refiero a ellas, en este caso.




Puedo asegurar que, mientras pensaba escribir estas líneas, consulté con algunas amigas. Una de ellas, una persona excepcional, me recalcaba: “¿No se te ocurra pensar que dices nada nuevo? ¿En qué siglo vives? También nosotras tomamos iniciativas, buscamos alternativas y cualquier cosa que pueda servir para nuestros propósitos. No hizo falta que me dijera cuáles. También ustedes los saben.
Lo importante es que disfruto muchísimo al saber cuánto me esfuerzo en descubrir por qué desarrollan esa capacidad natural para convertirse en líderes. Por supuesto, que es a eso lo que le tememos. De lo contrario Dios tendría otro nombre y el mundo sería distinto y la historia se escribiría al revés. También este sería un comentario distinto y quizá tendría como título: ¿Por qué mandan los hombres? La respuesta pudiera ser escrita por cualquiera. ¡Nadie lo dude!