Raúl
San Miguel
Óleo Oswaldo Guayasamín
Óleo Oswaldo Guayasamín
Ilustración sobre fotografía de R.S.: SAMUEL
Siempre
he tenido claro la diferencia entre casualidad y causalidad. Dialécticamente la
primera no existe, la segunda es la respuesta a una serie de condiciones o
causas que determinan el suceso definido.
Durante
años de aprendizaje continuo en la redacción de un periódico he llegado a
conocer el estilo inequívoco de algunos colegas, hasta el punto de poder
discernir hasta dónde pueden ser de su autoría algunos párrafos o,
sencillamente, se colocan para ilustrar o impresionar.
Recuerdo
que, durante mis días de estudiante de periodismo conocí a personas que se
desprendieron de muchos textos inéditos para donármelos como legado de continuidad
y pongo dos ejemplos: Gloria Villazón, el alma de la redacción de la revista
Cine Cubano (sobre la cual hice mi tesis de periodismo) y a César Portillo de
la Luz, quien me acogió como un verdadero padre y puso a mi disposición
anécdotas y algunos testimonios que considero deben permanecer inéditos que guardo
como una cuestión personal entre ellos un regalo que me hizo la hermosa y
última tarde compartida en su casa del municipio Playa, meses antes de partir.
Recuerdo que hizo referencia a importantes
donaciones realizadas para la realización de un filme acerca de los Cinco
Héroes antiterroristas cubanos para contribuir al conocimiento de aquella causa
que movilizó a millones de personas en todo el mundo.
Hace
unos días me ronda la cabeza otro intelectual a quien tuve la suerte de conocer
personalmente y que traigo a mi blog para compartir uno de sus sabrosonas
crónicas, especialmente, porque en estos días he leído textos en los que
descubro la “huella dactilar” del pensamiento de H. Zumbado.
El
bache
Héctor
Zumbado
—
¿Por qué no escribes algo sobre los baches? —me
dice un amigo que tiene la virtud de no dejarlo hablar a uno.
—Yo iba a escribir algo, pero el problema es que…
—Claro, que no sabes absolutamente nada sobre los baches.
—Lo que yo te quería decir es que…
—Nada, nada, no me expliques nada y habla sobre los baches.
—Es que…
—Que hables de los baches, te digo. Por ejemplo, ¿tú sabes cuántos baches hay en la ciudad?
— ¿Pero es posible que alguien pueda saber cuántos?
— ¿Pero es posible que seas tan ignorante? ¿Y para qué están los cálculos, los estimados, la experiencia, el análisis abstracto y las matemáticas? A ver, dime, ¿cuántos kilómetros tú crees que debe haber entre el Morro y, digamos, el final de la Quinta Avenida de Miramar?
—Pues, digamos, unos 15 kilómetros.
—Bien, no eres tan idiota como parece. Y digamos, ¿desde el mar hasta Mantilla?
—Otros 15 kilómetros.
—Correcto. Entonces ¿15 kilómetros por 15 kilómetros, cuántos kilómetros cuadrados son?
—225 kilómetros cuadrados.
—Perfecto, vamos bien. Ahora dime, ¿cuántas manzanas hay en un kilómetro cuadrado?
—10 por 10, es decir, 100 manzanas.
—Y si había, como tú bien calculaste, 225 kilómetros cuadrados en la ciudad, pues eso quiere decir que en la urbe capitalina hay (225 x 100) unas 22 500 manzanas, ¿correcto?
—Correcto.
—Y si cada manzana tiene cuatro cuadras, multiplica entonces 22 500 por 4. ¿Cuánto te da?
—90 000.
—Perfectamente. Ahora calcúlame, a ojo, a base de tu experiencia y memoria, ¿cuál es el promedio de baches por cuadra?
—Yo diría que unos cinco baches más o menos.
—Coincido plenamente contigo, en un cálculo conservador, claro está.
—Claro está.
—Y si teníamos 90 000 cuadras y hay unos 5 baches por cuadra… Multiplica, multiplica.
—450 000.
—Eso es: unos 450 000 baches. Lo cual quiere decir que, aproximadamente, si lo referimos a la población total, toca a un bache por núcleo.
—Eso es equitativo —le digo—, pero lo que yo te quería decir es…
—Nada, cállate, déjame seguir hablándote del mundo de los baches, del que, evidentemente, tú no sabes nada. Por ejemplo, ¿tú crees que todos los baches son iguales?
—No sé, lo que yo quería decirte es…
—¡Silencio! Déjame hablar. Pues no, no todos son iguales. En los baches hay todo un tratado de geometría. Los hay redondos, como circunferencias, cuadrados, oblongos, hexagonales, paralelepípedos, rectangulares y trapezoides. ¿Y la profundidad? ¿Sabes tú la profundidad que tienen los baches?
—Me imagino que…
—No te imaginas nada. Los hay pequeños, donde solo cabe un zapato, son los minibaches, y los hay donde cabe exactamente la goma de un automóvil, ideales para desarticular amortiguadores, y están los baches infantiles…
— ¿Baches infantiles?
—Sí, no interrumpas, los baches infantiles son relativamente sangandongos, y cuando llueve, los niños los usan como piscinas y se divierten de lo lindo, y están también los macrobaches, inmensos, que es donde se quedan atascados los Fiat chiquiticos, esos que parecen sacapuntas. Y, además, tenemos un bache especial, sui géneris, una creación nuestra que viene siendo el bache al revés o bache pa’rriba en lugar de pa’bajo.
— ¿Cuál es ese?
—Es el bache-arruga, la calle ondulada, las olitas de asfalto. El neobache. ¿Por qué no escribes de eso?
—Chico, ¿me dejarás hablar? El problema es que hay un programa para acabar con los baches. ¿No lo has visto en acción?
—Bueno, ojalá que el programa no caiga en un bache.
Bache, que diga, Hache Zumbado.
—Yo iba a escribir algo, pero el problema es que…
—Claro, que no sabes absolutamente nada sobre los baches.
—Lo que yo te quería decir es que…
—Nada, nada, no me expliques nada y habla sobre los baches.
—Es que…
—Que hables de los baches, te digo. Por ejemplo, ¿tú sabes cuántos baches hay en la ciudad?
— ¿Pero es posible que alguien pueda saber cuántos?
— ¿Pero es posible que seas tan ignorante? ¿Y para qué están los cálculos, los estimados, la experiencia, el análisis abstracto y las matemáticas? A ver, dime, ¿cuántos kilómetros tú crees que debe haber entre el Morro y, digamos, el final de la Quinta Avenida de Miramar?
—Pues, digamos, unos 15 kilómetros.
—Bien, no eres tan idiota como parece. Y digamos, ¿desde el mar hasta Mantilla?
—Otros 15 kilómetros.
—Correcto. Entonces ¿15 kilómetros por 15 kilómetros, cuántos kilómetros cuadrados son?
—225 kilómetros cuadrados.
—Perfecto, vamos bien. Ahora dime, ¿cuántas manzanas hay en un kilómetro cuadrado?
—10 por 10, es decir, 100 manzanas.
—Y si había, como tú bien calculaste, 225 kilómetros cuadrados en la ciudad, pues eso quiere decir que en la urbe capitalina hay (225 x 100) unas 22 500 manzanas, ¿correcto?
—Correcto.
—Y si cada manzana tiene cuatro cuadras, multiplica entonces 22 500 por 4. ¿Cuánto te da?
—90 000.
—Perfectamente. Ahora calcúlame, a ojo, a base de tu experiencia y memoria, ¿cuál es el promedio de baches por cuadra?
—Yo diría que unos cinco baches más o menos.
—Coincido plenamente contigo, en un cálculo conservador, claro está.
—Claro está.
—Y si teníamos 90 000 cuadras y hay unos 5 baches por cuadra… Multiplica, multiplica.
—450 000.
—Eso es: unos 450 000 baches. Lo cual quiere decir que, aproximadamente, si lo referimos a la población total, toca a un bache por núcleo.
—Eso es equitativo —le digo—, pero lo que yo te quería decir es…
—Nada, cállate, déjame seguir hablándote del mundo de los baches, del que, evidentemente, tú no sabes nada. Por ejemplo, ¿tú crees que todos los baches son iguales?
—No sé, lo que yo quería decirte es…
—¡Silencio! Déjame hablar. Pues no, no todos son iguales. En los baches hay todo un tratado de geometría. Los hay redondos, como circunferencias, cuadrados, oblongos, hexagonales, paralelepípedos, rectangulares y trapezoides. ¿Y la profundidad? ¿Sabes tú la profundidad que tienen los baches?
—Me imagino que…
—No te imaginas nada. Los hay pequeños, donde solo cabe un zapato, son los minibaches, y los hay donde cabe exactamente la goma de un automóvil, ideales para desarticular amortiguadores, y están los baches infantiles…
— ¿Baches infantiles?
—Sí, no interrumpas, los baches infantiles son relativamente sangandongos, y cuando llueve, los niños los usan como piscinas y se divierten de lo lindo, y están también los macrobaches, inmensos, que es donde se quedan atascados los Fiat chiquiticos, esos que parecen sacapuntas. Y, además, tenemos un bache especial, sui géneris, una creación nuestra que viene siendo el bache al revés o bache pa’rriba en lugar de pa’bajo.
— ¿Cuál es ese?
—Es el bache-arruga, la calle ondulada, las olitas de asfalto. El neobache. ¿Por qué no escribes de eso?
—Chico, ¿me dejarás hablar? El problema es que hay un programa para acabar con los baches. ¿No lo has visto en acción?
—Bueno, ojalá que el programa no caiga en un bache.
Bache, que diga, Hache Zumbado.