martes, 24 de marzo de 2015

Cuando la hache suena…





Raúl San Miguel

Óleo Oswaldo Guayasamín

Ilustración sobre fotografía de R.S.: SAMUEL


Siempre he tenido claro la diferencia entre casualidad y causalidad. Dialécticamente la primera no existe, la segunda es la respuesta a una serie de condiciones o causas que determinan el suceso definido.
Durante años de aprendizaje continuo en la redacción de un periódico he llegado a conocer el estilo inequívoco de algunos colegas, hasta el punto de poder discernir hasta dónde pueden ser de su autoría algunos párrafos o, sencillamente, se colocan para ilustrar o impresionar.
Recuerdo que, durante mis días de estudiante de periodismo conocí a personas que se desprendieron de muchos textos inéditos para donármelos como legado de continuidad y pongo dos ejemplos: Gloria Villazón, el alma de la redacción de la revista Cine Cubano (sobre la cual hice mi tesis de periodismo) y a César Portillo de la Luz, quien me acogió como un verdadero padre y puso a mi disposición anécdotas y algunos testimonios que considero deben permanecer inéditos que guardo como una cuestión personal entre ellos un regalo que me hizo la hermosa y última tarde compartida en su casa del municipio Playa, meses antes de partir. Recuerdo que  hizo referencia a importantes donaciones realizadas para la realización de un filme acerca de los Cinco Héroes antiterroristas cubanos para contribuir al conocimiento de aquella causa que movilizó a millones de personas en todo el mundo.
Hace unos días me ronda la cabeza otro intelectual a quien tuve la suerte de conocer personalmente y que traigo a mi blog para compartir uno de sus sabrosonas crónicas, especialmente, porque en estos días he leído textos en los que descubro la “huella dactilar” del pensamiento de H. Zumbado.


Al igual que los baches (huecos) en las calles que muchas veces persisten porque no son sellados, también se observan nuevas formas de depredación "mutilación"de la flora que crece en las avenidas, en la forma que se cortan los árboles para impedir que afecten el servicio eléctrico. Se hace necesario una poda responsable.



El bache

Héctor Zumbado


— ¿Por qué no escribes algo sobre los baches? —me dice un amigo que tiene la virtud de no dejarlo hablar a uno.
—Yo iba a escribir algo, pero el problema es que…
—Claro, que no sabes absolutamente nada sobre los baches.
—Lo que yo te quería decir es que…
—Nada, nada, no me expliques nada y habla sobre los baches.
—Es que…
—Que hables de los baches, te digo. Por ejemplo, ¿tú sabes cuántos baches hay en la ciudad?
— ¿Pero es posible que alguien pueda saber cuántos?
— ¿Pero es posible que seas tan ignorante? ¿Y para qué están los cálculos, los estimados, la experiencia, el análisis abstracto y las matemáticas? A ver, dime, ¿cuántos kilómetros tú crees que debe haber entre el Morro y, digamos, el final de la Quinta Avenida de Miramar?
—Pues, digamos, unos 15 kilómetros.
—Bien, no eres tan idiota como parece. Y digamos, ¿desde el mar hasta Mantilla?
—Otros 15 kilómetros.
—Correcto. Entonces ¿15 kilómetros por 15 kilómetros, cuántos kilómetros cuadrados son?
—225 kilómetros cuadrados.
—Perfecto, vamos bien. Ahora dime, ¿cuántas manzanas hay en un kilómetro cuadrado?
—10 por 10, es decir, 100 manzanas.
—Y si había, como tú bien calculaste, 225 kilómetros cuadrados en la ciudad, pues eso quiere decir que en la urbe capitalina hay (225 x 100) unas 22 500 manzanas, ¿correcto?
—Correcto.
—Y si cada manzana tiene cuatro cuadras, multiplica entonces 22 500 por 4. ¿Cuánto te da?
—90 000.
—Perfectamente. Ahora calcúlame, a ojo, a base de tu experiencia y memoria, ¿cuál es el promedio de baches por cuadra?
—Yo diría que unos cinco baches más o menos.
—Coincido plenamente contigo, en un cálculo conservador, claro está.
—Claro está.
—Y si teníamos 90 000 cuadras y hay unos 5 baches por cuadra… Multiplica, multiplica.
—450 000.
—Eso es: unos 450 000 baches. Lo cual quiere decir que, aproximadamente, si lo referimos a la población total, toca a un bache por núcleo.
—Eso es equitativo —le digo—, pero lo que yo te quería decir es…
—Nada, cállate, déjame seguir hablándote del mundo de los baches, del que, evidentemente, tú no sabes nada. Por ejemplo, ¿tú crees que todos los baches son iguales?
—No sé, lo que yo quería decirte es…
—¡Silencio! Déjame hablar. Pues no, no todos son iguales. En los baches hay todo un tratado de geometría. Los hay redondos, como circunferencias, cuadrados, oblongos, hexagonales, paralelepípedos, rectangulares y trapezoides. ¿Y la profundidad? ¿Sabes tú la profundidad que tienen los baches?
—Me imagino que…
—No te imaginas nada. Los hay pequeños, donde solo cabe un zapato, son los minibaches, y los hay donde cabe exactamente la goma de un automóvil, ideales para desarticular amortiguadores, y están los baches infantiles…
— ¿Baches infantiles?
—Sí, no interrumpas, los baches infantiles son relativamente sangandongos, y cuando llueve, los niños los usan como piscinas y se divierten de lo lindo, y están también los macrobaches, inmensos, que es donde se quedan atascados los Fiat chiquiticos, esos que parecen sacapuntas. Y, además, tenemos un bache especial, sui géneris, una creación nuestra que viene siendo el bache al revés o bache pa’rriba en lugar de pa’bajo.
— ¿Cuál es ese?
—Es el bache-arruga, la calle ondulada, las olitas de asfalto. El neobache. ¿Por qué no escribes de eso?
—Chico, ¿me dejarás hablar? El problema es que hay un programa para acabar con los baches. ¿No lo has visto en acción?
—Bueno, ojalá que el programa no caiga en un bache.
Bache, que diga, Hache Zumbado.

Ciberguerra en una galaxia llamada Internet





Raúl San Miguel




“Para decidir si sigo poniendo
esta sangre en tierra
este corazón que bate su parche
sol y tinieblas
Para continuar caminando al sol
por estos desiertos
para recalcar que estoy vivo
en medio de tantos muertos”
Víctor Heredia




Óleo Oswaldo Guayasamín

DEMETRIO Y EL FAUSTO
(Novela de RSM.  fragmento)          

Sobre la arena del Coliseo yace un gladiador. El acero de la espada, en la mano derecha del victimario, está cubierto por la sangre. De la siniestra del ganador pende la cabeza del vencido. Ahora tiene ambos brazos en alto, en señal de victoria. El público ovaciona enardecido, aún con los pulgares hacia abajo. La tarde comienza a ceder los colores intensos de un día soleado por otros menos brillantes y plomizos. Una inesperada ventisca sacude el cabello enrojecido en la cabeza cercenada del luchador muerto. La jornada ha sido cruenta y el olor de la sangre se extiende en el aire, mientras el público comienza a retirarse apresurado para refugiarse de la lluvia. Los soldados retiran despojos del vencido. Los dioses observan en silencio. Saben que sin estos actos, jamás serían invocados sus nombres en ninguna de las justas. Tampoco se realizarían, en sus nombres, ofrendas suntuosas. Comenzaba la caída de los dioses como había sido prevista en la última batalla que participaron y hermosamente descrita por Homero, pero ya casi olvidada. La leyenda de Odiseo, podría ser borrada por los combates de los legionarios durante su marcha por las tierras del norte africano. Ahora son otros los dioses quienes decidirían sobre el derecho a la vida y la muerte: mortales proclamados todopoderosos por decretos que manifestaban su irrespeto a quienes antes veneraron y temían. No habría más espacio en las casas de los hombres para ofrecerles tributos a los antiguos héroes que decidieron por sus vidas desde el Olimpo. Les habían convertido en efigies que perdían la lucidez de otras épocas más gloriosas y ahora formaban parte del attrezzo en los jardines de los suntuosos palacios construidos por otros mortales despojados de su identidad y la condición de seres humanos: los esclavos. Casi todos los inquilinos del Olimpo habían sido petrificados. Algunas como Afrodita o Minerva habían sido copiadas de hermosas prostitutas y sensuales concubinas o mujeres cautivas que fueran tomadas en los pueblos arrasados por los legionarios y sus figuras copiadas de manera exquisita en el mármol para adornar en los baños públicos o privados; mientras que las réplicas de ciclópeos guerreros o titanes debían sostener las columnas de los edificios públicos, con sus músculos rocosos, bajo la mirada severa de Zeus. Todos convertidos en servidores de los nuevos dioses mortales. Fuera y dentro de Roma se extendía, como una alfombra de dolor y muerte, el inmenso rebaño de hombres y mujeres conquistados: millones de almas que temían, despreciaban, servían y les amaban. Otros les invocaban en épicos poemas y los músicos construían, con sus estructuras melódicas, la monumentalidad de estos humanos transformados en dioses por las leyendas y seguidos de ejércitos guerreros que atravesaban los parajes más inhóspitos para extender el linaje de los nuevos emperadores, mientras otros hombres habían dejado de mirar al cielo porque descubrieron que la verdadera amenaza no estaba en los etéreos personajes del Olimpo, sino entre sus semejantes de la tierra, entre los que clamaban larga vida al César. Se iniciaba la caída. Morían, cada día, con sus cuerpos mutilados, expuestos al viento y la lluvia sobre los jardines, mientras agonizaban en la memoria de los vencedores. La espada y el puñal de los asesinos imponían el silencio de los conspiradores. Roma moría sin la gloria de otros tiempos. La lujuria por el poder se extendía a la arena del Anfiteatro. El aire de la ciudad olía a sangre y miedo. Júpiter, Marte, Minerva escuchaban y aguardaban en los arcaicos templos de oratoria, los nombres de la egipcia Isis y del taurino persa Mitras, mestizaban la anterior fe, de la misma forma en que los genes de los soldados y oficiales romanos se transmitían a los vientres de los pueblos conquistados por sus legionarios. Desde el Olimpo, los dioses de la guerra escrutaban recelosos al mortal divinizado, convertido en Emperador; pero ninguno podía ofrecer el bálsamo de la vida eterna para dar una respuesta a la angustiosa pregunta sobre la existencia o el último día de la vida humana. Tampoco Demetrio lo necesitaba.

Feb.2010


Nota: Millones de personas en todo el mundo “viven” enajenados en dimensiones completamente ajenas a la realidad. Los nuevos dioses del ciberespacio así lo han dispuesto. Millones de personas mueren en la tierra sin tener conciencia de que son asesinados por esos nuevos dioses. Millones de personas en el planeta formamos parte de los nuevos esclavos de las megatransnacionales de la información.
Millones de personas están pendientes de que un día el Sol traiga la esperanza que necesitan para “Para combinar lo bello y la luz/ sin perder distancia/ (…) Para descubrir que la vida va/ sin pedirnos nada/ y considerar que todo es hermoso/ y no cuesta nada”. Víctor Heredia


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