“No te culpo
Por el detalle de amor
Que me regresó a tu universo.
Por mirar la estrella que no fue,
Por el rumbo que perdí,
Por buscar en ella tu luz”.
(A María Esther)
Al rey
de los caballos, mi padre.
“Píntame un caballito…”, dije, y ambos se miraron con la
sonrisa más cómplice que aún recuerdo. Sus manos entrelazadas solo dejaron
libre la derecha de él sobre la mía, el espacio suficiente para sostener un
lápiz y pude sentir cómo aparecía la hermosa figura sobre el papel virgen. Su
mano fuerte, conducía y me dejé llevar… Nunca aprendí a tomar el lápiz o el
bolígrafo de forma “correcta”, como lo hacen, generalmente, los demás; sin
embargo, siempre tuve su apoyo: “Déjalo María Esther…pronto, logrará hacerlo…”,
aseguraba.
El tiempo le dio la razón a mi padre y Cronos se
convirtió en mi mejor aliado. Aprendí a leer, escribir y dibujar, ante de los
cinco años. En los libros descubría lo que podía después compartir con mis
amigos. Dibujaba lo que quería ver y resultaba para otros, prácticamente,
imposible. De esta manera comprendí que mi vida estaría signada por el amor de
ambos. La rudeza física de mi padre con esa mezcla de aguda inteligencia que compartía
y complementaba en la sabiduría y el recio carácter de mi madre, fueron la base
para forjar lo que sería después.
Hoy, en que los religiosos cubanos recuerdan a Changó
(Santa Bárbara, en la religión católica), el orischa dios del fuego y la
guerra; me parece ver a mi padre con una botella de vino tino para realizar su tradicional
ofrenda. Sobre todo contagiando de alegría a su María Esther y multiplicando,
en esta evocación, la necesaria presencia con algún presente en sus manos que,
después comprendí por qué siempre lo colocaba en las mías. Así pude tener la
primera edición de la Imprenta Nacional de Cuba, El Quijote, y corrí a revisar las
ilustraciones en aquel libraco que se conserva como parte del patrimonio
familiar. Mi padre invitaba a mis
hermanos que realizaran aquella lectura y hacía referencia a los amigos, un
tema recurrente con respecto a su probada lealtad. Recuerdo el día que venía acompañado de los padres y del desaparecido amigo y pintor Vicente Rodríguez Bonachea. Mi hermano había lanzado una piedra y el chico mostraba la marca en la cabeza. Observé la verguenza de mi padre y del padre de Vicente _quien, después por esas casualidades de la vida, muchos años después_, me enseñó los secretos de la edición en mis tiempos de radio. Mi padre hizo referencia a la amistad, a la lealtad y sello un compromiso que conservamos por el resto de nuestras vidas. El Es por eso que deseo
compartir, con los tripulantes de mi blog, un relato recogido en un volumen
bajo el nombre: Y los cuentos, cuentos son, donde hago referencia a estas necesarias relaciones y, también a la forma en que (a veces) se comportan o son interpretan la realidad aquellos que hemos tomado por amigos.
Colours and Benetton (Blanco
y Negro)
“Nadie
se quita el corazón
y lo
tira contra las piedras”
(Miguel Barnet)
“Por
favor, pasen y siéntense, enseguida los atiendo”, dijo la muchacha y su voz
pareció modulada digitalmente en una estereofónica. Caminó dos pasos en
dirección a la mesa donde serviría el café, pero se volvió y con la sonrisa
congelada por un flash de su conciencia retrocedió y me dijo: “lo siento, el
chofer debe esperar afuera”. Si el factor sorpresa no existiera, esa muchacha
lo habría inventado. Realmente contuve hasta la respiración y sentí cómo
flotaba en medio del estupor de mis colegas. Salí. Afuera una pulverizada
llovizna se mezclaba con el viento y el polvo de las calles y lo salpicaba todo. ¿Qué hacer? ¿To be or not to be?, escribió Shakespeare, pero mi socio el bola, el
sabio del barrio, el de la universidad de la calle, me diría: ¿Tú ve o tú no
ve?, ¿asere pa´qué estudiaste tanto? Estas gentes son fulas y siempre te dan
con la mala. Donde tú los mata e´con la misma piedra.
Ganas
no me faltaron de recoger una piedra y ver que pensaba esa gélida muchacha que
nos atendió en la recepción de la Empresa. Incluso, Tato, el chofer de mi
colega, se escurrió entre el piquete, junto al camarógrafo. Yo venía de
botella, ¿qué podía hacer? si además no me consideraba un Shakespeare ni en la
imaginación, sino un periodista que necesitaba hacer su trabajo. “No te
preocupes”, me había dicho Reina y prometió que resolvería el problema en
cuanto se encontrara en el despacho del presidente de la corporación. Pero, no
sé por qué imaginé lo contrario. Reina había llevado su traje de conquista: un sugerente
y corto vestido de una sola pieza que podía ocultar solo el color de su piel
detrás del verde suave de la tela. Luego mostraría aquella sonrisa, muy
parecida a una confesión provocada por un pensamiento erótico. ¡Coño, ¿pensaba
tumbar al presidente?! Tenía que haberlo
imaginado. No solo lo supe cuando el ángel de ferrita me impidió entrar, sino
desde el momento en que escuché su invitación melodiosa para acompañarle
durante la aventura de entrevistar al presidente de la corporación tal y más cual. Acepto que no le puse frenos a la
imaginación cuando susurró que sería fácil. Tenía un argumento sólido para
confirmar cómo sería el encuentro, a partir del momento en que el tipo le dio
botella en una verdadera nave cósmica fabricada por la Toyota, y la tremenda y
perfumada “muela” del conquistador que
la llevó hasta la mismísima entrada del canal de televisión. “Imagínate cuando
me vieron bajar del yipón, parecía que había llegado la mujer del presidente
Obama”. Por supuesto, hubo previo intercambio de teléfonos y una invitación
para que le entrevistara en su despacho ubicado en una inmobiliaria de Miramar.
Reina me pidió que fuera. Siempre me tenía en cuenta para los grandes
vacilones. “Para eso estudiamos juntos, ¿no es verdad? Además tú me tirabas tremendos cabos con los
trabajos de equipo. ¿Te acuerdas?, me la pasaba barqueando y nadie podía
ponerme cola cuando se trataba de llegar a la Facultad a bordo de aquellos
carrazos”. “Yo atiendo la agricultura, respondí, ¿qué voy a hacer cuando llegue
a la redacción con una entrevista impublicable?” “¿Y para qué tu eres periodista? —Respondió— ¿no me digas que solo puedes escribir de
viandas y pajaritos del campo?, te conozco y siempre fuiste sobresaliente en
las notas, mucho más con las crónicas. ¿Te acuerdas cómo tenías bobas a las
chicas y en especial a la profesora Maricary? Tienes talento, además tu jefe es
mi amigo, lo va a agradecer, ya le daré un timbrazo a su oficina y verás el
cambio en la línea editorial. Claro algo se le pegará también, de eso me
encargo, él no es bobo, todos lo hacen… ¿por qué no?” “No Reina, no todos lo hacemos”, quise
responder, pero me dijo: “¿Desde cuándo no te tomas una Bucanero Max?, pero apuesto a que no será una, pueden ser dos,
tres, una caja…, y gratis, ¿qué te parece?” “Bueno…”, quise inventar una
excusa, pero ¿qué excusa? La voz de
Reina era lo suficientemente seductora como toda ella y si le daba por vestirse
con aquel…. “¿Sabes…? —Dijo— me pondré ese vestidito que
tu piropeas tanto (el tono resultó entre pícaro e irónico), pero no quiero
parecer una puta, te lo digo en serio, el tipo no está mal, pero no puedo
dejarlo que me enlace con dos laticas de Bucanero
y una cajita de chocolates, para eso voy con Tato, mi chofer y el camarógrafo.
Tú sabes que el gordo Tato es capaz de comerse todo el bufet que pongan y lo
que no pueda tragar lo mete, con plato y todo, dentro del estuche de la vieja
videocámara. (Reímos. Tato se las ingeniaba para cargar el innecesario bolso
que, por demás, estaba habilitado para la “piratería bufeteana”). La imagen de
Tato me recordó un montón de anécdotas. Sobre todo aquella, verdaderamente
espeluznante, de la ¿periodista? de radionoséqué. La mulata cargo casi dos
cajas de cervezas y refrescos, en laticas, y comida en sendas bolsas plásticas
que crecían como enormes garrapatas debajo de la mesa; incluso uno de los
gastronómicos (en la recepción ofrecida por el Día de la Prensa Cubana en la
Empresa Nacional de Materias Primas) le preguntó: ¿Corazón, vas a montar una paladar? “¿Vas o no vas…?”, insistió Reina y me hizo regresar al momento
del To be or not to be. “¿Tú ve o tu no ve, paisa?, métele el brazo, tomas los
laguers, guardas lo que puedas, coge y come lo que se te pegue, recuerda ir en
ayuna, y si puedes le pasas la cuenta alareinaesa”,
aconsejaría el bola en un eslaider de
su filosofía callejera y como buen tipo, samaritano y consejero del barrio, no
me daría otra opción que aceptar la invitación de Reina y decir: “Sí, dónde me
recoges”, “donde siempre”, respondería ella y ya no tendría tiempo para dar
marcha atrás. Fue, entonces, que pensé en la posibilidad de pasarla bien con
aquellos laguers fríos, me sentaría a disfrutar, como en las películas, y
mandaría a todo el mundo al otro lado del Universo, total, como diría mi otro
socio (de pareja en el dominó) Pedrito
de la Barca: Y todo el mayor bien es
pequeño, que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son. Ahora,
sencillamente, una recepcionista me había confundido con el chofer del equipo
de periodistas y no tuve más remedio (incluyo el factor sorpresa) que mirar
cómo les indicaba a mis compañeros la puerta del ascensor a la oficina del
Presidente de la corporación tal o más cual. ¡Adios laguers de latica y bufet
gratis!, grité en silencio. “No te preocupes, voy a discutir eso y regreso por
ti”, dijo Reina y me pareció que miraba a Marilyn Monroe, mientras lanzaba un
beso a través de la pantalla. Han pasado diez minutos y Reina no aparece,
tampoco el camarógrafo (bueno ese no se mete en ná), menos Tato, no sé por qué
pensé en el gordo chofer tragón. Él no se gastaría un pensamiento en mi
presencia, mientras tuviera tiempo de deglutir bandejas completas de mariscos,
ensaladas (y cuanta cosa pusieran que no fuera plástico) y beber hasta que el
eructo no pudiese ser comprimido en su enorme abdomen, pero ¿Reina? ¿Qué habría
pasado con ella…? No era de abandonar a
los amigos ni en los peores momentos, así había sido siempre. Además… ¿qué
sentido tendría dejarme después de haberla acompañado?, mejor debía responder:
¿para qué me dijo que fuera…? Estoy
afuera, el polvo y la lluvia me obligan a refugiarme detrás de una columna.
Desde ahí puedo ver, al menos, la calle por donde cruzan los hermosos autos de
la selecta barriada de Miramar con los cristales oscuros. “¡¿Tú ve, asere, tú
ve?! ¡Siempre te joden! Págale con la
misma piedra!”
“Reina…,
“dije y traté de esconder la risa para que no se escurriera dentro del
auricular. ¿Dime…? (y recordó el
embarque, lo supe, pero como siempre se adelantó. Otra de sus habilidades: una
excelente agilidad mental a prueba de errores) oye lo siento por lo del otro
día, el tipo es un cabrón, me envolvió, a mí, a la Reina de la envoltura y al
Tato, ni se diga, ese ni tomó una sola imagen (ironizó), tampoco le hizo falta
utilizar el estuche de la veterana e inutilizable filmadora para llenar su
despensa, le cargaron el maletero, por cierto (¿al poco rato, dijo?) salimos a
buscarte y ya no estabas, seguro
levantaste a la secretaria pedante, la que te interceptó y confundió con un
chofer, nada la tipa es peor que un policía de tránsito obligado a trabajar
bajo la lluvia”. (Se rió alegando que era una estrategia de las mujeres para
llamar la atención) “te digo que fue una maniobra para hacerse la graciosa,
mira que confundirte con un chofer, es una jodedora, después entró preguntando
por ti, como lo hacía la profesora Maricary, ¿te acuerdas? (intentó desviar mi
atención hacia el pasado e incluso coquetear para aliviar las tensiones) todas
sabíamos que tuviste buena suerte con ella… ¿dime, para que me llamas?” (Mostró
una ridícula e inesperada pérdida de memoria)
“Un recorrido por la agricultura…”, dije y contuve la respiración antes
de escuchar su respuesta: “¡¿La agricultura….?! ¡Qué va, lindo, lo mío
no es la tierra!, la piso y sé que me tragará, pero antes sigo sobre ella. ¿Pa´
qué lugar es?, ah, nunca he ido, solo una vez, fuera de labana, estaba
chichitica y me llevaron de paseo al campo, en un tren que fue tartamudeando
hasta Holguín y después caminamos no sé qué tiempo hasta la casa de mis
abuelos…, sí he escuchado de ese lugar, claro es algo, ¡claro que me
gustaría! …si es como dices… ¡La
enganché!, donde hay desquite no hay agravios”.
“Tú ve, asere, te dio con la mala, pero ahora te la jamas doble” y el bola tenía razón. “Colours and Benetton,(Blanquetton,
agregaría) blanco y negro chama, pueden
mezclarse y sale má bonito”. Colgué. Imaginé a Reina como si fuese un ave
rara entre aquellos hombres de sol y tierra, pero me equivoqué. Traía unos
jeans que arrastraba la mirada de todos hasta donde nacían sus piernas, como si
fuera poco el escote de la camisa permitía ver una obra exclusiva en la
naturaleza humana, femenina, especifico. Por supuesto, ella no entró al campo
por sus pies, la vi alzarse sobre el estribo del yipi y agitar su pamela.
Confieso que jamás había recibido tanto agasajo: tendría comida suficiente para
un mes y me ahorraría tener que invertir casi la mitad del salario en el
mercado agropecuario, donde, por supuesto, no encontraría jamás la imagen de
los productos que nos colocaron en sendos sacos per cápita. Tato estaba de
plácemes, el presidente de la cooperativa se me acercó goloso: “No sabía que la
papa y la langosta tenían competencia, deberían asignarme esa periodista de
forma permanente”, dijo y le extendió un pedazo de papel (de su agenda) que
Reina colocó (sin mucha importancia dentro de su bolso) Reina me había
comentado que pensaba en invitar a su amigo el Presidente de la corporación no sé
qué para hacerle una recepción exclusiva con papas fritas, ensaladas, carnes y
frutas. Por eso había aceptado la invitación para realizar un reportaje en la agricultura. “¿Tú ve o tú no ve, asere?
¡Esa es la cuestión!”.
Raúl
San Miguel, La Habana, Cuba.
Por
estos días, finales de año, siento esa avalancha de sentimientos que se
traducen en evocaciones. Sobre todo porque fui invitado a formar
parte de una selección de relatos dedicados al Benny Moré (Santa
Isabel de las Lajas, 24 de agosto de 1919 - La Habana, 19 de febrero de 1963),
en el aniversario 50 de su desaparición física. El Benny, fue su cantante preferido y quizá, también, con mi inserción entre reconocidos autores cubanos, se cumpla, su profecía: “Tal vez, nunca serás pelotero,
pero si creo que pudieras llegar a ser pintor o escritor. Solo debes esforzarte y recordar que, ambos oficios, también pueden ser los más solitarios del mundo”. Tal vez, tenga aun tiempo de convertirme en pelotero, antes de que el olor de la tinta de la imprenta y las anécdotas que me contaste con relación a los amigos, a los verdaderos, me aseguren, ese espacio en solitario del que prefiero no volver a salir nunca más. "Vuelvo a mi cuarto, mi alma toda, /toda mi alma abrasándose dentro de mí,/no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza./(...) Y entonces yo me dije, apenas murmurando: "Otros amigos se han ido antes, mañana él también me dejará,/ como me abandonaron las esperanzas." Y entonces dijo el pájaro: "Nunca más". (Fragmento del poema, El cuervo, Edgar Allan Poe, Bostón, 1809-Baltimore 1849).