jueves, 20 de enero de 2011

EL SUEÑO DEL PEZ

“Siempre quise escribir este relato y me resultó imposible, hasta que ocurrió aquel encuentro, en una rara circunstancia y me estimuló a terminarlo, pero finalmente quedó inconcluso, como todos los relatos de amor”

Justo cuando lanzó el cordel, armado de carnada y anzuelo, el último pez había almorzado. El resto permanecía bajo la sombra de los abanicos de mar, en el letargo de la vespertina siesta, mientras otros ya soñaban entre los corales y los arrecifes. Soñaban que podrían tirar un cordel hacia tierra firme y pescar a cualquiera de los seres humanos que se acercaban a la orilla con el mismo propósito. Así que el pescador permaneció absorto en el jugueteo de las olas que arrastraban piedras y pequeñas caracolas porque también esperaba. Más bien deseaba capturar uno de los peces que sabía le miraban desde el agua. Sintió el deseo de correr sobre la arena, como lo hacía cuando era chico y soñaba que podía convertirse en un pez y encontrar la sirena hermosa que ilustraba el libro de cuentos regalado por el abuelo.
Entonces la vio, caminaba como suelen hacerlo las musas cuando se acercan despacio para no ser vistas. Sonreía y el pescador comprendió que era la oportunidad de poseerla. Se acercó despacio, también para no ser visto por aquella. Sin embargo, no resultó. La muchacha le extendió sus manos como si le esperara con los ojos relumbrantes como esmeraldas y el hombre comprendió que había encontrado una mujer hermosa.
Cuando el sol agotado de mirarlos se fue detrás de los árboles, aún danzaban sobre la arena con sus cuerpos llenos de salitre y de besos. Cuerpos agridulces como suele ser el amor. Ella se tendió sobre su pecho y descubrió, a la luz de la luna, que había logrado capturar a un hombre. Su cuerpo se llenó de escamas de plata y poco a poco fue tomando la forma de un pez.

Raúl San Miguel




20 de enero de 2010.
7:28 pm.