martes, 2 de noviembre de 2010

Todos los golpes conducen a Washington

Raúl San Miguel

Foto: Tomada de la Internet

Nuevamente la posición del gobierno de los Estados Unidos resulta sorprendentemente sospechosa en relación con las palabras utilizadas para definir el intento de golpe de estado en Ecuador. Se trata de una posición ambigua. Es cierto que empleo los términos más duros. Lo hago en mi opinión personal. De lo contrario cómo podría interpretarse el despacho de Radio Caracol (en su versión online) al asegurar que Estados Unidos está vigilando los hechos “que el presidente Correa llamó golpe de Estado”. Lean bien, una sola palabra: “llamó”.
Para no dejar dudas (desde mi punto de vista) Phillip Crowley, vocero del departamento de Estado, sostuvo que “el gobierno (norteamericano) está atento a los eventos donde alrededor de 150 tropas (¿podrían definirse tropas al número total que refleja el despacho, en soldados, oficiales, complotados…?) tomaron el aeropuerto de Quito y hombres (¿Cuántos?) de la policía se apoderaron del Congreso ecuatoriano. Ambiguo, sutilmente ambiguo y sutilmente mediática esta declaración de la Casa Blanca. Porque Correa no llamó, sino que denunció la barbarie al igual que lo hicieron, oportunamente, todos los gobiernos sensatos del mundo.
Considero que lo único que puede hacerse (ante hechos de esta magnitud), con justicia y honor, es condenar. No admitir la posibilidad, siquiera, de que se reiteren, en ninguna parte del planeta. No asumir una posición de gendarme: “vigilar” ¿a quiénes vigilan los Estados Unidos? ¿Acaso estos países, fuera de la demarcación de la Unión estadounidense les pertenecen? ¿Con qué vigilan? ¿Con satélites espías, con espías terrestres, desde sus bases militares próximas al territorio ecuatoriano?
No pasarán pocos días para que, una vez más (como ocurrió durante los sucesos que precedieron al golpe de estado en Honduras) aparezca la verdad. Espero no se encuentren involucrados funcionarios norteamericanos y agentes de sus Agencias de Inteligencia alrededor de las principales figuras de la intentona golpista. No hace falta ser mago para saberlo. Espero que la embajada norteamericana en Ecuador no haya tenido un ajetreo inusual por estos días. Es la esencia imperialista pública (está registrada en los diarios, solo basta revisar las declaraciones hegemonistas de los principales figuras en las distintas administraciones en la Casa Blanca), grosera y absurda del vecino gobierno del país del Norte. Algo que no puede ser cambiado por ninguno de los inquilinos en la Oficina Oval, tenga el rostro o el color que tenga.



Al Sur, los sucesos en Quito se precipitan. Los complotados revisaban cada vehículo que salía del hospital donde permanecía ingresado el Presidente Rafael Correa, víctima de una de las bombas lacrimógenas lanzadas y que estalló, según sus propias declaraciones, a escasa distancia de su rostro. El propósito es claro: pretenden secuestrar al mandatario ecuatoriano, asesinarlo o sacarlo del país. En este último caso, resulta un modus operandis que ya fue empleado (lamentablemente con éxito) en Honduras.
En cuanto al resto de las palabras de Crowley no hay dudas de la posición de silencio. En mi caso, recordaría en alusión con este “silencio” en lo que debería ser una proyección de denuncia y no resto seriedad a mis palabras. El pueblo ecuatoriano lo confirmará.

Nota: Cuando escribí este artículo, recién, se apagaban los ecos del terrible tiroteo en derredor del hospital donde se encontraba retenido el presidente constitucional de Ecuador, Rafael Correa, a quien se le intentó deponer con un golpe de estado, el pasado mes de septiembre.