RSM
Ilustración: Samuel
Tuve la suerte de crecer en un ambiente familiar propicio
para la lectura y las artes, pero sobre todo en un país donde -más que una
suerte- ha sido un derecho ganado. Lo cierto es que, en cada momento, recuerdo
muchas de las fábulas de la literatura universal y patakines de la cultura yorubá,
aprehendidas (con hache de aché, tal y
como escribo esa palabra), especialmente las de Esopo y los cuentos infantiles
de la literatura rusa. Recuerdo en particular, por circunstancias determinadas,
la esencia o moraleja de un texto relacionado con el encuentro de unos amigos y
un oso.
Resulta que estos amigos decidieron ir a buscar manzanas
a un bosque cercano. En el trayecto fueron sorprendidos por un oso enorme y
hambriento. Dos de los muchachos pudieron correr rápidamente a un árbol y encontrar
refugio. El tercero no pudo alcanzarlos y se tumbó sobre la hierba y se hizo el
muerto. Sabía, así le habían contado los padres, que los osos no comen animales
muertos (bueno, tal era el cuento y los cuentos, cuentos son) y no tuvo otra
opción que probarlo a riesgo de su propia vida.
El plantígrado husmeó el cuerpo, casi helado del chico
por el susto, hociqueó por allá, buscó el aliento y se marchó.
Una vez que se perdió del entorno, bajaron los otros dos.
_ ¿Qué te dijo el oso, al oído?, preguntó uno.
_ Vimos cuanto se acercó y musitó algo, aseguró el otro.
El tercero, repuesto del tamaño susto, respondió:
_ Me dijo que los amigos nunca abandonan a quien está en
peligro.
Tal fueron las enseñanzas que recibí. Les dejo la versión original, aunque la
moraleja es la misma.
Los
caminantes y el oso
Dos
amigos marchaban juntos por un mismo camino. De pronto se les apareció un oso.
Uno se subió en seguida a un árbol, ocultándose muy bien. El otro, menos ágil,
sólo pudo tirarse al suelo y contener la respiración para fingirse muerto. El
oso se le acercó y lo olió por todas partes, abandonándolo luego, convencido de
que se trataba de un cadáver.
Cuando el animal estuvo bien lejos, el
hombre que había estado escondido en el árbol bajó y le preguntó a su amigo qué
le había dicho el oso.
–Que en adelante no vaya jamás con amigos que me dejen solo ante el peligro.
–Que en adelante no vaya jamás con amigos que me dejen solo ante el peligro.
A los verdaderos amigos se los reconoce en
los momentos de desgracia.