martes, 7 de septiembre de 2010

Una pelea cubana contra los demonios de la desinformación

Raúl San Miguel

Hablar de Cuba en términos peyorativos resulta fácil. Solo tienes que escribir una docena de líneas en las cuales, más o menos bien (me refiero al estilo y la técnica empleada), describas los problemas que enfrentamos los cubanos, desde enero de 1959, hasta la fecha, y las aderezas con una pizca de mala intención (claro está) a partir de la referencia de las escaseces materiales, de medicamentos, alimentos, vivienda, transporte, dinero…, y hasta de las dificultades hasta para comprar una calabaza que podría crecer silvestre en cualquier terreno abandonado. Luego agregas dos o tres “verdades” contadas desde el lado oscuro de la conciencia: esa parte que no guarda nada de la dignidad necesaria para identificarse con la memoria histórica de nuestra nación y casi estará listo para consumir el plato o receta que podría estar a punto de convertirse en un suculento banquete. Por supuesto, me refiero a quienes esperan estos despachos de opinión con el propósito de hacerlos rebotar como si fuesen pelotas de pin pon sobre el globo terrestre. A partir de entonces, cualquier cosa podría ocurrir.
No es que discrepe en relación con la necesidad y positividad en cuanto a la diversidad de puntos de vista y argumentos en relación con cualquier tema de interés nacional y mucho menos me opongo a quienes buscan sus recursos para defenderlos. Solo advierto que el fin no siempre justifica los medios. Sin embargo, la campaña mediática contra Cuba no comenzó con el triunfo del Ejército Rebelde. Mucho antes, desde que se alzaron las primeras voces libertarias, ya se revolvían los sueños imperiales de ocupación de nuestra Patria en la vecina nación del Norte.
Los invito a pensar en el momento que el reloj marcaba las doce meridiano de aquel día 1ro. de enero de 1899, en que los habaneros observaron el movimiento de pabellones sobre la fortaleza del Castillo de los Tres Reyes del Morro. Caía la bandera española poco más de tres siglos. 387 000 cubanos habían muerto al finalizar la guerra de 1895. Ese fue el precio de cruentos años de lucha impuestos por la metrópoli. El país víctima y empobrecido también perdía las esperanzas libertarias ganadas en el fragor del combate en la manigua frente a las tropas de ocupación españolas. Minutos después subía al mástil una tela de barras rojas y estrellas sobre fondo azul: la bandera de los Estados Unidos de América.
Pero eso no resulta importante. No hace falta recordar ¿por qué pelearon nuestros abuelos y padres, mujeres y hombres cubanos, en desigual enfrentamiento contra un ejército alimentado y apertrechado. Tampoco es necesario evocar al presbítero Félix Varela y Morales. Mucho menos hablar de un 10 de octubre de 1868. ¿Para qué mencionar un 24 de febrero de 1895? La prensa norteamericana desplegó sus cañones para informar de la “participación” del ejército estadounidense en una guerra que había ganado, a coraje limpio, un ejército de mambises. No hace falta mencionar los nombres de héroes conocidos, de los próceres de aquellas contiendas que tuvieron lumbre con las encendidas palabras de Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868.
Para hablar de Cuba, y romper el silencio mediático impuesto por el gobierno de los Estados Unidos y sus transnacional de la desinformación, solo es importante emplear una pequeña fórmula mediática que resulta bien cuando se ha perdido la memoria histórica y la identidad con una nación: olvidar cómo y por qué se forjó con las vidas de muchos hombres y mujeres (odbara y no ibbaé) las bases de una conciencia nacional, a partir del significado de la libertad alcanzada, precisamente, la Generación del Centenario (nacimiento de José Martí) en la epopeya final de nuestras luchas libertarias que abrieron el definitivo camino de la independencia en enero de 1959.

La muerte de un soldado


Raúl San Miguel

Fotos e ilustraciones tomadas de la Internet

Quizá a muchos le sorprenderá el término soldado para definir al amigo y caricaturista que la muerte nos arranca de nuestras vidas en un trágico empeño por borrar de la memoria gráfica de Cuba, la continuidad del trabajo realizado por Tomás Rodríguez Zayas, calificado como uno de los más relevantes humoristas y agrego: luchador por la Paz que haya conocido el mundo.
Certero, clarificado y seguro, este excepcional soldado de la opinión gráfica, fustigó y denunció la barbarie imperialista con argumentos capaces de convencer más allá de los idiomas e incluso de las diferencias sociales establecidas por años de agresiones mediáticas y seudoarte y comunicación contra Cuba.
Nadie, ni siquiera los enemigos jurados de la Revolución cubana tuvieron argumentos para cuestionarle. Tampoco se le vio, entre los que tuvimos el privilegio de conocerle, perder su sonrisa, su palabra y su arte queda como un legado para las nuevas generaciones de humoristas cubanos.
Ha muerto Tomy. No disfrazaré las palabras que escribo. Confieso el dolor infinito que provoca esta pérdida y la comparo, sin medir las distancias, ni el tiempo.