Raúl San Miguel
Foto de la Internet (Juventud Rebelde)
Justo
cuando en la capital cubana se reúnen jefes de estado y representantes de
naciones del ALBA-TCP, de la OPS, OMS y el representante del Secretario General de la
ONU y ministros de Salud de las naciones convocadas, a La Habana -para tratar cuestiones relacionadas con el ébola, la aplicación de una estrategia conjunta y el apoyo a las naciones africanas que sufren la epidemia o tienen fronteras con los territorios afectados-, Granma, el órgano oficial
del Partido Comunista de Cuba, abre sus páginas (a buena hora) para dar un
espacio a la Doctora Graziella Pogolotti, en un necesario artículo que ratifica
nuestra identidad y el por qué, muchos de los que arribaron a la cita en La
Habana, agradecieron al pueblo de Cuba y al líder histórico de la Revolución
cubana, Fidel, el haberse formado como médicos y profesionales en nuestro país.
Del mismo
modo que están implícitas las palabras de Fidel cuando explicó la necesaria
colaboración solidaria de Cuba en los procesos de liberación de naciones africanas
como Angola (Operación Carlota), Namibia, el fin del Apartheid y la sostenida
ayuda solidaria en la formación de profesionales y el envío de médicos y
personal de Salud, altamente calificado, para contribuir a la erradicación de enfermedades
en estas y otras naciones del llamado Tercer Mundo. Más reciente, la partida de
165 médicos y enfermeros para combatir el ébola en Sierra Leona.
¿Por qué un 20 de octubre?
"Ha
llegado la hora del actuar y el pensar, de retomar en función del presente el
enorme capital intelectual acumulado por la nación cubana", comenta en
Granma la destacada intelectual Graziella Pogolotti
Dos veces
dice patria el Himno de Bayamo. La primera, nos contempla orgullosa. Encarna
el ideal que ha tomado cuerpo en el nacimiento de la nación. La segunda alude
al combate, entendido como siembra y resurrección, muerte y continuidad en la plenitud
del ser.
En pueblos
como los nuestros, cultura y nación son procesos inseparables de permanente
construcción. Y los símbolos pertenecen al ámbito de la cultura. Un 20 de
octubre cristalizaba en el Himno de Bayamo el acto audaz de cortar de un solo
tajo el nudo gordiano que nos ataba a la metrópoli. Junto a la libertad
política, Carlos Manuel de Céspedes en La Demajagua emancipó a sus esclavos
y los convidó a participar en el esfuerzo común por hacer una nación, solo
verdadera si pertenecía a todos, rompiendo las cadenas impuestas por España y
el grillete infame soldado por la sacarocracia criolla.
Forjado en
la pelea, firme, flexible y delicado hilo de acero, el Himno de Bayamo nos ha
acompañado en las buenas y en las malas, en la euforia del triunfo y en el
dolor de las pérdidas. Su letra y sus notas nacieron de una memoria artística,
del contacto con una realidad concreta y de los sueños que inspiran el
combatir, el hacer y el fundar, tareas permanentes todas, porque fundamos en
cada amanecer, creamos lo grande y lo pequeño en la tarea de cada día y soñamos
siempre porque ellos son fuente inextinguible de aliento vital.
Y no ha sido
fácil. En aquel octubre cobraba forma la lucha contra el coloniaje. Lo que
estaba comenzando en el enfrentamiento con España —la más larga entre las
guerras de independencia del Continente— continuaría en la lucha
antimperialista y ha pasado ahora a la resistencia ante el dominio planetario
del capital financiero. Desde el principio tuvimos conciencia de nuestra
condición de latinoamericanos. Mediado ya el siglo XX descubrimos nuestra
pertenencia al más amplio territorio de un llamado tercer mundo, ubicado en
otras geografías e infiltrado cada vez más en el corazón de las potencias
hegemónicas.
Rubén
Martínez Villena nos había llamado a “extirpar la dura costra del coloniaje”.
Tardamos un buen tiempo en asimilar el verdadero alcance de su mensaje.
Soberanía e independencia eran inseparables de un verdadero proyecto de
emancipación humana. La guerra necesaria tiene que librarse simultáneamente en
múltiples instancias: la económica, la política, la social y la cultural.
Porque la opresión secular se instauró mediante la violencia y la castración de
las culturas originarias. Intentaron modelar nuestras conciencias y lo
siguen haciendo con el empleo de métodos más sofisticados y seductores.
Construyen ilusorias expectativas de vida, inoculan sentimientos de inferioridad e instauran el autoritarismo de un modelo
único.
Por razones
geográficas y por el desarrollo de una economía que, desde el siglo XIX, se
orientó hacia la monoproducción y el comercio internacional, el proceso
histórico cubano nunca ha permanecido al margen del panorama internacional.
Mucho menos lo está ahora en el contexto de la globalización neoliberal. El
derrumbe del campo socialista repercutió duramente en los niveles de vida y en
el tejido social del país, con la consiguiente repercusión en el plano de los
valores. Hoy se acrecienta la visibilidad de las desigualdades. En tales
circunstancias, el papel de la subjetividad adquiere una importancia de primer
orden. Educación y cultura asumen un papel estratégico, aparejada a los
problemas del desarrollo económico.
El
indispensable cambio de mentalidad no puede derivarse de conceptos economicistas
y tecnocráticos. De acuerdo con nuestra tradición de pensamiento, habrá de ser
humanista, vale decir, integradora, en el polo opuesto a la instrumentalización
del ser humano propuesta por el modelo hegemónico. Es el momento de proceder a
un anclaje en lo más profundo de la nación y reencontrarnos en el qué somos, de
dónde venimos y hacia dónde vamos, para poder responder de la manera más
efectiva al desafío de Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar: “inventamos o
erramos”.
Inventar no
implica improvisar. Exige estudio e investigación. Ha llegado la hora del
actuar y el pensar, de retomar en función del presente el enorme capital
intelectual acumulado por la nación cubana desde sus orígenes, nunca para
repetir fórmulas de antaño, sino para beneficiarnos todos del espíritu que
animó a los fundadores y se mantuvo vivo en medio del desamparo de la república
neocolonial. La clave estuvo siempre en aguzar el bisturí hacia dentro
conjugando la interdependencia de los factores económicos, sociales y
culturales.
Letra y
notas del Himno de Bayamo son el canto de la nación y la cultura imbricadas.
Símbolo sagrado del grito de independencia, sintetizan el rico imaginario que
nos identifica y en el que nos reconocemos. Es fruto de la memoria acumulada
por las manos bien negras que hicieron el azúcar blanco junto a las manos
blancas que hicieron el tabaco negro, al decir de Fernando Ortiz, de los
constructores que edificaron pueblos y ciudades, de los mitos que vinieron de
todas partes, de quienes nos enseñaron a pensar, de los poetas, músicos y
pintores que mostraron lo que todavía no era visible, del campamento mambí
donde todos aprendieron a sobrevivir, del modo de celebrar y de compartir. Por
esas y tantas otras razones, el 20 de octubre se rinde homenaje a la cultura
nacional.