sábado, 21 de septiembre de 2013

La hora muerta en un reloj


Raúl San Miguel

Foto: Tomada de la Internet

Poseo uno de los regalos más extraños conmigo. Lo mantengo como una especie de amuleto (no de la suerte) sino para recordar un momento, el momento que ella lo alzó en sus manos y me dijo: “Aquí tienes para que no se extravíe tu tiempo”. Desde entonces me acompaña el diminuto objeto que, por demás, muestra su delicado esqueleto sin la belleza exterior que lo atara (alguna vez) a la mano de una mujer.

Hace unos minutos lo “descubrí” temeroso, escondido en uno de los compartimentos de mi billetera. Lo observé. Percibí su miedo, era lógico, había visto mis rostro: disgustado y sintió miedo, sobre todo porque imaginó que podía volver a convertirse en un fragmento de un recuerdo olvidado. Sin embargo, le sonreí. Su minutero estaba justo en el 35 y el horario (mutilado) “marcaba” la hora perdida de un reloj.
Hay momentos para todo en la vida, eso lo sabemos todos. Precisamente porque son momentos que determinan, en un segundo, la continuidad de la existencia o la muerte. Pero estamos equivocados, con respecto a la muerte. La muerte física es un alivio. No lo es cuando se muere algo intangible como un recuerdo. Es así que pensé en la hora, exacta, en la cual se había detenido. El instante en que dejó de ser servible, de ser hermoso para volver a convertirse en objeto, en un objeto sin recuerdo y sin memoria siquiera para no olvidar el preciso instante de su muerte.

Por suerte aún es mi amuleto, no de la buena suerte, sino por haber recibido el mejor regalo: un tiempo nuevo,sin horas que marquen el final o un desvelo.