Raúl San Miguel
“Si la verdad falta a su voz,
la palabra,
como un vano cohete,
caerá apagada a tierra,
en el silencio de la noche”.
José Martí
“…la única prisa es la del corazón, la única ofensa
es tener testigos…”
es tener testigos…”
S.R.
Poco después de mi cumpleaños, recibí un hermoso regalo. Contenía un
recuerdo y advertencia imprescindibles para todos los tiempos. La fina
caligrafía había impreso, con tinta:
“A Raúl San Miguel: La relectura de este libro siempre aporta
espiritualmente por su depurado contenido existencial. Después que lo leas, no
lo prestes, consérvalo, para que cuando la bella Camila crezca lo lea y lo
comparta contigo. Es de esos textos pegaditos al corazón…” ¡Felicidades!”
Desde la portada, la imagen de Ana, sonreía desde la inocencia de su edad
frente al horror. En su mano derecha sostenía el lápiz con el que escribía
sobre un cuaderno…
Agradecí el gesto y el regalo, especialmente porque hacía referencia a
Ana –cuyo diario me había impresionado durante mis lecturas de adolescente-, pero
sobre todo porque era un obsequio que advertía compartirlo con Camila, mi
nieta. Evocación necesaria, para compartir el texto y fotos de Nicolás Gilardi,
que tomé del sitio digital infobae.
Tomado de Infobae
Nicolás Gilardi
De todos los que a lo largo de la historia han hablado de la dignidad
humana en tiempos de gran sufrimiento y pérdida, ninguno es más contundente que
Ana Frank". La frase,
que pertenece al ex presidente norteamericano John Fitzgerald Kennedy,
sintetiza a la perfección lo que significó la joven judía, cuya vida se apagó
los primeros días de marzo de 1945 en el campo de concentración de Bergen
Belsen, cuando todavía no había cumplido los 16 años.
Su nombre
completo era Annelies Marie Frank
Hollander y su diario, publicado en forma de libro por su padre, Otto
Frank, dos años después del fin de la guerra, la hizo mundialmente conocida,
convirtiéndose en símbolo de vida, de la vitalidad de un alma inocente, llena
de esperanzas, en medio de un presente negro y un futuro incierto.
Persecución y exilio
Ana nació el
12 de junio de 1929 en la ciudad alemana de Fráncfort del Meno, donde la
familia Frank vivía desde hacía varias generaciones. Su madre se llamaba Edith
Hollander y su hermana, tres años mayor, Margot. Otto Frank había peleado como
Teniente para el Ejército Alemán en la Primera Guerra Mundial y paradójicamente
el Tercer Reich lo persiguió -por ser judío- y lo obligó a emigrar a Holanda y
después a vivir clandestino, junto a su familia, cuando los Países Bajos
cayeron bajo la bota nazi y la persecución racial se transformó en exterminio.
El exilio
holandés de los Frank se inició antes de la guerra. Lograron instalarse en
Ámsterdam, donde tuvieron un tiempo de tranquilidad. El matrimonio Frank montó
una empresa en Merwedeplein, mientras que Ana y Margot concurrían a la escuela.
Sin embargo, la creciente belicosidad de Adolf Hitler y sus planes
expansionistas no dejaban de preocupar a los Frank, que pensaron en emigrar a
los Estados Unidos o a Inglaterra. Pero esos proyectos no prosperaron y
siguieron viviendo en Holanda.
En mayo de
1940 la Wehrmacht invadió los Países Bajos y el fantasma que había quedado
atrás volvió a asolar a la familia de Ana. Rápidamente el gobierno de ocupación
endureció las medidas antisemitas, Otto perdió su fábrica y las nenas tuvieron
que dejar la escuela por una exclusiva para judíos. Luego de dos años duros, el
5 de julio de 1942 llegó un "ultimátum" que los obligó a esconderse
para evitar lo peor. Margot recibió una orden para ser trasladada a un campo de
trabajo. Sabiendo lo que eso significaba, cuatro días después la familia se
ocultó en el Achterhuis (anexo o casa de atrás), según la propia
Ana bautizó al lugar en su diario. El escondite estaba oculto en la parte
posterior de un viejo caserón, lindero a lo que había sido el almacén de los
Frank.
Poco
después, se les unió otro matrimonio, Hermann y Auguste van Pels, con su hijo
Peter, y un amigo de la familia, el dentista Fritz Pfeffer. Todos eran judíos y
de origen alemán. Hermann Pels había sido empleado de los Frank. Otros
trabajadores de Frank, Johannes Kleiman y Víctor Kugler, fueron los encargados
de suministrar alimentos, dar noticias del exterior y velar por la seguridad de
todos los escondidos.
Delación,
caída y muerte
Cuando
habían pasado más de dos años, alguien que los historiadores aún no pudieron
identificar avisó a los nazis sobre la existencia del escondite. Así fue
que el 4 de agosto de 1944 el oficial de las SS Josef Silberbauer, junto a
cuatro policías, irrumpió en el Achterhuis. Los Frank no fueron las
únicas víctimas de delación en la Ámsterdam ocupada. Se calcula que otras 5 mil
familias judías que se habían logrado ocultar en la ciudad fueron denunciadas a
la Gestapo.
A partir de
ese día comenzó el calvario. Los ocho fueron enviados a un campo de tránsito, Westerbork, y de allí al
trístemente célebre Auschwitz (Polonia), desde donde a su vez fueron
trasladados a diferentes lager del entramado concentracionario nazi. En
octubre, Ana y Margot Frank y Auguste van Pels fueron seleccionadas para
asignarles un nuevo destino: Bergen Belsen, en Baja Sajonia. Pero Edith Frank
no tuvo el visto bueno del médico nazi y permaneció en Auschwitz, donde fue
asesinada en las cámaras de gas en enero de 1945.
Los trabajos
forzados, las malas condiciones de vida, la escasa comida y el hacinamiento
hicieron mella en Ana y Margot, quienes, pese a esto, sobrevivieron unos meses,
hasta que una epidemia de tifus, que hizo estragos en Bergen Belsen, terminó
con sus jóvenes vidas. Era marzo de 1945. Primero murió Margot, el día
9, y poco después Ana, aunque no hay precisiones sobre el día exacto de su
deceso. Por poco no pudieron ver la liberación del campo, a manos de tropas
británicas que avanzaban en pleno corazón de un Reich que se caía a pedazos.
Actualmente una lápida colocada en Bergen Belsen recuerda a Ana y Margot. Las
chicas fallecieron pensando que su padre también había muerto, pero Otto logró
sobrevivir a la guerra.
El diario y
su legado
Poco antes
de ocultarse en el Achterhuis, el 12 de junio de 1942 Ana recibió un
regalo de sus padres por su cumpleaños número 13. Era un libro forrado, con
cuadros rojos y negros y con una cerradura en la parte delantera. Ana lo
bautizó "Kitty" -por una compañera de la escuela que se llamaba
Kathe Zgyedie- y lo empezó a utilizar como diario íntimo. A
"Kitty" le describió las peripecias que vivió junto a su familia
durante los más de dos años que estuvieron escondidos en el viejo edificio de
Prinsengracht, hasta que cayeron en manos de los nazis.
En el
diario, que resultó de gran apoyo para Ana, escribió cuentos cortos y citó a
conocidos escritores en un apartado que llamó "libro de frases
bonitas". A través de sus palabras, puede notarse su miedo a vivir
escondida, sus sentimientos hacia Peter, su vocación de escritora y algunos
conflictos con sus padres.
Miep Gies y
Bep Voskuijl, otras dos personas que habían ayudado a los Frank durante su
ocultamiento, rescataron el diario tras la deportación y se lo devolvieron a
Otto, el único de los ocho que escapó con vida del horror nazi. El padre de Ana
se sorprendió al leer lo que había escrito su hija, que entre otras cosas, dio
cuenta de que su sueño era ser escritora o periodista. Así fue que el 25 de
junio de 1947 Otto decidió editarlo bajo el título "La casa de
atrás", con una tirada de 3 mil ejemplares. Más tarde, y ya rebautizado
"El Diario de Ana Frank", el libro fue un éxito mundial y se tradujo
a 50 idiomas. Se filmaron ocho películas y varios documentales. Incluso,
actualmente está en rodaje el primer film realizado por una productora alemana.
Parte de los
escritos originales son exhibidos en la Casa de Ana Frank, en Ámsterdam, y otro
tanto están bajo custodia del Archivo Documental de la Guerra, en la misma
ciudad.
En 1957 Otto
creo la Fundación Ana Frank y tres años más tarde la Casa de Ana Frank abrió
sus puertas como museo para los visitantes de todo el mundo. Cada año pasan por
allí medio millón de personas para conocer la historia de la joven que se
convirtió en un símbolo de la lucha del espíritu humano contra la barbarie. Su
legado fue una obra impresionante, un canto a la sensibilidad y la vida,
testimonio de una joven de apenas 15 años en medio de un mundo devastado por la
guerra y la persecución racial.
“El
tiempo está a favor de los pequeños
de los desnudos, de los olvidados.
El tiempo está a favor de buenos sueños
y se pronuncia a golpes apurados.
(…)
La noche se enriquece de secretos,
la oscuridad del mundo es compañera
preparadora del duro esqueleto
que deberá nacer del alba nueva.” S.R.
de los desnudos, de los olvidados.
El tiempo está a favor de buenos sueños
y se pronuncia a golpes apurados.
(…)
La noche se enriquece de secretos,
la oscuridad del mundo es compañera
preparadora del duro esqueleto
que deberá nacer del alba nueva.” S.R.