“Del otro lado aun estás
y entre las sombras envuelves
recuerdos que lloverás” RSM.
Había
creído que con un salto podía alcanzarla. Solo debía estirar la mano y bajarla
despacito para luego mirarla de cerca. No entendió por qué resultaba difícil.
Parecía que jamás podría llegar hasta la luna plena y se conformaba con esperar
a crecer un poco más… y, de seguro, tomarla. Le preocupaba solo una cuestión:
¿Qué ocurriría cuando la gente se diera cuenta que no salía la luna? La interrogante
lo persiguió en sus fantasías, mientras buscaba un lugar para ocultarla sin que
el brillo de la prisionera le descubriera culpable de las noches oscuras. Leyó
y comprendió que aquella no tenía luz propia. Trató de imaginar la textura de la
roca robada en algún escondite de su habitación. Sin embargo, pasó el tiempo, su
estatura se detuvo centímetros antes de los dos metros y tampoco le sirvió.
Ahora, cuando recordaba su infantil propósito, sonreía para justificar la férrea
decisión por un inalcanzable sueño, alimentado por la inocencia y que jamás se atrevió
a contar; por supuesto, hasta la noche en que la vio tan cerca que no pudo
evitar el deseo de tocarla y… la alcanzó. Su cuarto se llenó de luz cuando
extrajo del bolsillo, la mitad de la luna.