lunes, 13 de septiembre de 2010

La verdad no necesita un traje de hermosas palabras

Raúl San Miguel

Foto: Tomada de la Internet donde aparecen los desaparecidos poetas y maestros cubanos: Jesús Orta Ruíz, el Indio Naborí, y Raúl Ferrer. Ilustración del recientemente desaparecido caricaturista cubano Tomy.

Siempre he sido del criterio que la profesión del maestro debe ser la mejor pagada del mundo. No quiero entrar en disquisiciones para defender mis argumentos. Considero que no hace falta. Tampoco necesito buscar hermosas imágenes para adornar estas líneas dedicadas las mujeres y hombres capaces de hacer despertar los sueños más increíbles y revolucionarios _en el sentido más amplio de esta, ahora, tan polémica palabra_, en las mentes de sus educandos.

Poder recordar a los maestros resulta una evocación recurrente y necesaria que aparece en los momentos más insospechados. No obstante, valorar lo que hacen estos pedagogos me obliga a una referencia imprescindible: José Martí y Pérez, educador y revolucionario cubano que trasciende como uno de los visionarios de un futuro de libertad, soberanía e independencia para los pueblos de América Latina.

A solo unos meses de cumplir medio siglo de vida pienso de qué hubiesen valido todos estos años si, en mi país, un Ejército de Rebeldes que siguieron las ideas de José Martí no lograran el ansiado triunfo de enero de 1959. No son palabras, sino hechos que trascienden en el tiempo hasta nuestros días. Por supuesto, hemos avanzado mucho, nos equivocamos también; pero no perdemos el rumbo y eso es lo importante.

Hablar de Cuba en palabras no puede ofrecernos la verdadera idea de cómo se vive en un país asediado constantemente (por un bloque real y recrudecido impuesto por el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica desde el año 1962).

Más del setenta por ciento de los cubanos que vivimos en la Isla pertenecemos a las generaciones que han sobrevivido al brutal impacto de este bloqueo que se intensifica con las agresiones mediáticas, las estimulaciones a la deserción y otras indisciplinas.

También es justo reconocer que se han cometido muchas indisciplinas que conllevaron a situaciones que ahora gravitan en sectores básicos y considerados imprescindibles conquistas de la Revolución cubana. Me refiero a los sectores de la Salud y la Educación. Pero ninguna de estos errores han mellado la política del Estado cubano para garantizar, cada año, la erogación de millones de dólares en la adquisición de los recursos materiales y logísticos, así como el pago de los profesionales de estos sectores que prestan un servicio gratuito a la población.

Por eso se aplicaron nuevas medidas en el Sistema de Educación, en Cuba, para fortalecer el trabajo de los maestros. Incluso, rectificar las bases que fortalecerán el trabajo de los profesionales egresados de los diferentes centros de enseñanza politécnica media y superior.

Precisamente, el pasado mes de julio, asistí a la graduación de la Facultad de Ingenieros del Instituto Superior José Antonio Echevarría. Observé la presencia de jóvenes ingenieros que, procedentes de diferentes latitudes, hicieron uso de la palabra. Me llamó la atención, en especial, una joven uruguaya. Lamentablemente no estaba en funciones de trabajo periodístico y no puedo recordar su nombre. Pero sí, el sentido de sus palabras. No eran hermosas. Solo eran palabras que, al pronunciarlas, llevaban toda la belleza del alma en agradecimiento a los maestros.




Es por eso que aquí escribo. Tambien para compartir estos versos de un maestro y poeta, Raúl Ferrer. Se titula: Romance de la niña mala.



Un vecino del ingenio
dice que Dorita es mala,
para probarlo me cuenta
que es arisca y mal criada
y que cien veces al día
todo el batey la regaña.

Que a la hija de un colono,
le dio ayer una pedrada,
y que la del mayoral
le puso roja la cara,
quién sabe con qué razones
por nosotros ignoradas.

Que si la visten de limpio
al poco rato su bata
está rota o está sucia,
que anda siempre despeinada,
que no estudia la lección
y nunca sabe la tabla,
que el sábado y el domingo
se pierde en las guardarrayas
y recogiendo guayabas.

Y yo pregunto: “Vecino,
vecino de mala entraña,
¿quién puede decir que sea
por eso mi niña mala?
Si hubieras visto lo íntimo
de su vida y de su alma
como lo ha visto el maestro
¡Qué diferente pensara…!

Verdad que siempre está ausente,
pero si viene no falta,
entre sus manitas breves
un ramo de rosas blancas
para poner al Martí
que tengo a mitad del aula.
Con quien no tenga merienda
parte a gusto su naranja;
si cantamos al salir
se oye su voz la más alta,
su voz que es limpia y alegre
como arpegio de guitarra.

Y cuando explico aritmética
le resulta tan abstracta
que de flores y banderas
me llena toda la página.
Y prefiere en los recreos,
cuando juegan a las casas,
jugar con Luisa: la única
niña negra de mi aula.
A veces le llama Luisa
y a veces le dice: ¡Hermana!

Y cuentan los que la vieron
que en aquella tarde amarga
en que no vino el maestro
era la que más lloraba.

Cuando se premie el cariño
y lo rebelde del alma,
cuando se entienda la risa
y se le cante a la gracia,
cuando la justicia rompa
entre mi pueblo y su marcha
y el tierno botón de un niño
sea una flor en la esperanza,
habrá que poner al pecho
de mi niña una medalla
aunque el batey, malicioso,
me le dé tan mala fama,
y tú -mi pobre vecino-
no entiendas una palabra.