Fotos de el nuevo herald e Internet.
Utilizo un título recurrente y quizá hasta manido, porque se ha empleado un millar de veces en diferentes textos publicados en periódicos de mi país y tal vez de otras regiones del mundo; pero siempre con esa referencia imprescindible a la novela homónima del escritor cubano Alejo Carpentier El recurso del método y publicada en 1974 y adscrita al subgénero de la literatura hispanoamericana conocido como novela del dictador, junto con Yo el Supremo de Augusto Roa Bastos, publicada ese mismo año, y El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez, publicada en 1975.
Vuelvo sin lastimar, después del tiempo que no tuve en el
regreso, de vuelta al universo externo. Etapa de reflexión interior en la cual
no encontré respuestas para el silencio.
En mi regreso encuentro este artículo firmado por Nora
Gámez Torres, para el nuevo herald, en el cual hace referencia a Martín
Guevara, un sobrino del Comandante Ernesto Guevara de la Serna, el Ché, autor
de un libro a todas vistas oportunista, sobre todo por el título empleado: A la
sombra de un mito, mientras el artículo se titula: "Hay que tener cuidado con lo que se idealiza".
De modo que hay una advertencia no velada, sino directa. Un recurso para continuar la estrategia de un método: confundir, enajenar y emplear la figura gigantesca del Ché, en propósitos tan mezquinos como el obtener prebendas, algo que ni siquiera Aleida March, la madre de los hijos del Comandante Ernesto Guevara de la Serna, el Ché, ni sus hijos, hicieron jamás.
En su "reseña" publicitaria (por supuesto) la propia Gámez Torres refiere, en primer plano, la imagen oportunista del señor Martín Guevara, y deja en un segundo plano (con toda intención) la imagen internacionalista del Ché. Dice:
De modo que hay una advertencia no velada, sino directa. Un recurso para continuar la estrategia de un método: confundir, enajenar y emplear la figura gigantesca del Ché, en propósitos tan mezquinos como el obtener prebendas, algo que ni siquiera Aleida March, la madre de los hijos del Comandante Ernesto Guevara de la Serna, el Ché, ni sus hijos, hicieron jamás.
En su "reseña" publicitaria (por supuesto) la propia Gámez Torres refiere, en primer plano, la imagen oportunista del señor Martín Guevara, y deja en un segundo plano (con toda intención) la imagen internacionalista del Ché. Dice:
“A primera
vista, nada delata que este cincuentón seductor, con melena despeinada y gran
conversador, es sobrino de Ernesto Guevara de la Serna, el Ché, uno de los
argentinos más famosos del siglo veinte. Tampoco su acento porteño lo descubre,
deslavado por extensos períodos en Cuba y en España, donde reside actualmente.
Pero cuando Martín Guevara comienza a hacer la historia de su vida, queda claro
su lazo con el Ché, ese tío que nunca conoció pero al que quiso emular en pequeñas
acciones cotidianas de rebeldía.”
La propia
articulista demuestra que este señor Guevara, jamás conoció al Ché. En mi
criterio, lo peor es que ni siquiera tuvo en cuenta aprender el legado de un
hombre excepcional al que su eterno enemigo: el imperialismo norteamericano, se
ha esforzado por borrar su imagen a través de cuanto recurso o método les sea
permitido.
Enfatiza
Gámez:
“Al leer su
libro A la sombra de un mito. Un sobrino del Che Guevara relata los 12 años que
vivió en Cuba —traducido al inglés como Shadow of a myth, por Adrianne Miller—,
su relación con el Ché, familia y “héroe” a la vez, se presenta como una
búsqueda angustiosa de la verdadera naturaleza del ser humano. A veces, la
narración recuerda a la de esos santos católicos atormentados por la duda y por
no ser suficientemente merecedores del Señor.
Martín fue
rockero, mochilero, directivo de una compañía y ahora escritor. De vuelta de
todo, decidió escribir estas memorias para quitarse de encima el peso del mito.
A la vez, Martín logra documentar en toda su complejidad una época idealizada
por muchos cubanos, quienes no tenían acceso, como él, a una vida que existía
sólo para el disfrute de extranjeros y de la élite. “
Para hablar
de esa época: 1973 (en la cual yo tenía 13 años), considero que se debe tener
en cuenta la relativa juventud de la Revolución cubana, bajo un bloqueo
genocida (que se extiende por más de cinco décadas), tan real como los ataques
de la guerra bacteriológica realizada por Estados Unidos contra Cuba y en la
cual se registraron pérdidas de vidas humanas y daños severos a la economía por
la introducción de enfermedades fabricadas en laboratorios y con el propósito
de causar muertes tanto a personas como las principales fuentes de sustento de
proteína animal (fiebre porcina africana, en 1971, que obligó al sacrificio
inmediato e incineración de 740 000 cerdos). Una década después introducirían
el Dengue Hemorrágico, usando
terroristas de origen cubano y residentes en Miami.
Continúa la
articulista en una absurda referencia al escritor devenido “héroe” y que
recibió la atención lógica por las autoridades cubanas. Considero, apunto como
una cuestión imprescindible, que el señor Martín Guevara debió leer la carta de
despedida del Ché a sus hijos. Pero bien, dice la articulista de marras:
“Cuando yo
llegué a Cuba en el 73, ahí me empezaban a explicar que tenía un tío que había
luchado. A los 10 años yo no sabía nada de mi tío Ernesto. A mí me gustaban
mucho los personajes de la literatura, que también habían luchado para
favorecer a los pobres, con todo ese lenguaje que la izquierda secuestra, del
proletario y el campesino. En nombre de eso, hacer el mal es más fácil porque
después, el que se sienta bueno no sabe cómo luchar contra el dueño de ese
lenguaje.”
¿El lenguaje
de izquierda? Bien, pienso en Cervantes y su versión comunista de El Quijote.
Todo un ejemplo que, el propio Ché Guevara (el auténtico, utilizó al referirse
a llevar la “adarga bajo el brazo”. Pero, algo que sí debemos dejar claro, en
Cuba se luchó para favorecer a los pobres (la mayoría) que hoy, a pesar de las limitaciones
materiales de todo tipo, vivimos en un país soberano e independiente, mucho
mejor que esas naciones (como España) donde lamentablemente no se “secuestra el
lenguaje del proletariado y el campesino, sino que la burguesía monárquica se
eterniza en el poder desde el cual todo el mal es más fácil porque la
enajenación mediática (control de las plataformas ciberespaciales por las
megacorporaciones de la Internet, entiéndase centros de poder mundial incluido
el Vaticano, no dejan margen para luchar contra el dueño de los nuevos códigos
del lenguaje imperialista que recibimos en la guerra mediática a través de la
Internet.
En su
testimonio el señor Martín Guevara expresa:
“Cuando
llegamos, nos esperaban unos guardaespaldas y nos llevan al hotel Habana Libre.
Y nos suben a una suite, con cinco restaurantes a nuestra disposición. Cuando
salimos a caminar ese mismo día, ya un niño como yo de 10 años se da cuenta de
que todo es mentira. Que precisamente ese hecho nos hace a nosotros mejores que
el resto de los cubanos que veíamos en la calle.”
Precoz
inteligencia del señor Martín. Se da cuenta que “todo es mentira”. Bien, debo
aclarar que en el año 1973, cuando se produce el golpe de estado contra el gobierno
democrático popular de corte socialista, liderado por el presidente Salvador
Allende, en Chile, en Argentina y otras naciones sudamericanas la oligarquía
asesinaba a miles de jóvenes (desde antes y después del 24 de marzo de 1976, a
más de 30 000 personas). Debería leer a Rodolfo Walsh, cuando refiere la muerte
de su hija María Victoria, asesinada por los militares, después de un temeroso
enfrentamiento con un reducido grupo de militantes guerrilleros, en los cuales
se encontraba su hija. La cito porque me estremece y es por eso que la adjunto
al final. Es de referencia obligatoria, de lectura necesaria, para no olvidar,
en cualquier latitud, frente a cualquier injusticia, donde exista un ser
humano.
Continúa el señor
Martín Guevara, para referirse al igualitarismo que vivió en mi país, Cuba, en
la década de los 80. Debo señalar, que como cubano que vivo en esta Isla, tengo
el derecho a replicar, no justificar.
“El
igualitarismo en la década de los 80
Yo iba todas
las mañanas y pedía un huevo frito con jamón para desayunar en una de las
cafeterías del Habana Libre, y me llevaba unos bocadillos al colegio para darle
a mis amigos o al conserje para después poderme fugar más fácil, típica cosa de
muchachos. Y dos o tres meses así hasta que llega uno del ICAP (Instituto
Cubano de Amistad con los Pueblos) y me dice “todo lo que hemos contado es
verdad, en este país todo el mundo es igual allá en la calle, pero no todo es
perfecto, estamos tratando de construirlo. Te vamos a pedir que no lleves más
los bocadillos de jamón a la gente porque se van a llevar una idea equivocada,
porque pueden confundirse”. Y ahí es donde yo tomo contacto con las dos grandes
características que al cubano se le escamotearon: el jamón y la verdad.”
Por esa
época, los ochenta, en mi país no resultaba difícil comer el jamón. En realidad
podía irse a cualquier restaurante o cafetería y adquirir, con un bajo precio,
muchos más que esos productos. En cuanto a la verdad, jamás fue escamoteada. El
Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz, líder de la Revolución cubana, sostenía
regulares encuentros con la gente de su pueblo, inmerso en la extensión de los
centros de investigaciones científicas, cuyos logros en la actualidad, han
permitido elaborar importantes medicamentos que Cuba pone a disposición del
mundo.
Dice el
señor Martín:
“En Cuba,
tener dos Ladas, acceso a un yate, poder viajar y traer cosas, era algo
distintivo. Pero luego lo que era prohibitivo era tener dólares, traer
“pitusas”, películas de Rambo, todo eso, porque era lo que se le decía a la
población que no debía sentir ninguna atracción por ello.
Como joven,
lo que veía eran esas diferencias muy marcadas, mucho menos grandes que en el
capitalismo, pero en el capitalismo queda claro para todos que la sociedad es
desigual. Pero en Cuba, todas las carencias que había, el pueblo las estaba
soportando porque supuestamente todos lo estábamos pasando mal. Somos todos
iguales pero unos somos más iguales que otros.
Fidel Castro
Al principio
sí lo veíamos. Pero después ya no. Me contaron que cogió un cabreo muy grande
con nosotros los Guevara y con muchos exiliados, que se estaban aprovechando
demasiado porque todo lo pagaban con crédito en el Habana Libre e iban todos
los días al cabaret Turquino a beber. Entonces a mi familia, a mi tía y a mi
abuelo, los mandaron a Marianao, y a nosotros a Alamar, y nos habían dejado
claro que era porque mi padre quería que nosotros nos criáramos en un barrio
obrero y que yo fuese a la beca. Por lo cual yo no le tenía ningún
agradecimiento a mi padre porque la beca era una cosa espantosa.”
¿No entiendo
cuál es el valor del testimonio del señor Martín Guevara, específicamente, en
las referencias anteriores? Después agrega una sarta de cuestiones realmente
cuestionables. Dejo a quien lea estas líneas hacer sus propias reflexiones:
“Fidel es un
fenómeno muy interesante que habrá que estudiar, igual que mi tío, nunca por
las cosas que declaran ellos. Trato de ver las razones más cercanas, en la
familia. En el caso de mi tío venía de una familia aristocrática venida a menos
y las primeras novias de mi tío eran todas de apellidos fuertes y tenían mucho
dinero. La manera en que lo trataron...Y una persona de tanto orgullo, como
somos en los Guevara, claro le dio por eso y a Fidel le pasó un poco lo mismo.
Cuando un guajirito como él llegó a Belén, la manera en que se burlaban de él,
hijo de un gallego, gente de estirpe y de alcurnia…
El Che visto
por la familia
Mi abuelo
hablaba, por supuesto, en términos mucho más humanos. Era su hijo. Pero mi
abuelo nunca se dejó llevar por la moda revolucionaria que toda la familia se
dejó llevar y copió ese lenguaje. A él le gustaba mucho la comodidad de su
clase y eso nunca lo perdió.
Mi tía
Celia, que es una de las personas que más quiero y respeto por sus
convicciones, era uña y carne con Ernesto. Lo quería muchísimo. Ella nunca ha
podido ver las fotos ni las películas de su muerte. Pero nunca habla de él, ni
del héroe ni de nada. Ella respeta mucho Cuba, no le puedes hablar mal de Fidel
ni nada.
Yo en mi
búsqueda de mi tío trato de hacer la división entre antes y después que conoció
la muerte. Yo creo que ahí hubo un cambio. Hasta ese momento era un personaje
de viajar, atender leprosos…Después siguió ayudando a los pobres, pero con un
poco más de resentimiento contra los ricos, que ese es el ingrediente que no me
sirve.”
Antes de
continuar, pido paciencia a quienes lean estas declaraciones. Se refiere a la
carta de despedida del Che. Esa carta
existe. Cuando Fidel la leyó, recuerdo que estábamos atentos a sus palabras y
el dolor fue infinito. Las palabras de Martín Guevara, resultan una verdadera
ofensa a quienes fueron dirigidas esas palabras del Ché y que, Fidel, compartió
con su pueblo y le estamos eternamente agradecidos.
“La carta de
despedida
La carta que
comentas fue una de las cosas tremendas que le hizo Fidel. Ya había muchas
discusiones de él con Fidel, con Carlos Rafael Rodríguez, que quería la
alineación total con el partido comunista de la Unión Soviética. Y el Che se planteaba
más lo de Tito en Yugoslavia. Pero ya Fidel había decidido por Carlos Rafael
que pertenecía al PSP (Partido Socialista Popular).
No sé si
estaba en Cuba cuando leyó la carta o en Checoslovaquia. Lo que si sé es que él
le dijo a Fidel que la carta era para él, personal, no era para el pueblo de
Cuba. Leer esa carta en público significaba que no volvía más. Un tipo con ese
orgullo, que ya lo estaban matando en vida, era una sentencia. Después que él
muere, los cinco que quedan vivos salen a tiros. Eso demostró que se podía
salir.
Yo creo que
él nunca llegó a visualizar la traición de verdad de Fidel; que la sintió,
claro que sí. Encima de eso la tristeza por la muerte de su madre. Mi abuela
nunca le ocultó a los demás hijos que el preferido era Ernesto, mucho antes de
que fuera el Che. Y ella murió cuando él estaba en esas guerrillas.
Yo creo, y
esto ya es especulación, que él se fue más bien a morir. Y también creo yo, a
purgar las cosas mal hechas. No quiero decir que él habrá pensado “qué mal que
hice en La Cabaña”. Pero en algún momento, de eso no se puede sentir orgullo y
si lo sintió, muy mal. ¿Entonces todo el mundo tiene derecho por diferencias
políticas a eliminar al oponente? Es increíble, porque era un hombre muy culto…
Pero tenía un pragmatismo muy radical. Y eso no va con Cuba. Porque Fidel ni
baila ni hace chistes, le hacen chistes de los demás pero no de él. Cuba es un
país muy especial. No le iba bien una cosa así cerrada como la Unión Soviética.”
De lo
anterior quisiera hacer un comentario, un testimonio personal. En un encuentro
con Fidel en 1987, en el Consejo de Estado, nos dijo: “ustedes saben cómo somos
los cubanos. El choteo es un recurso de nuestro pueblo. Ningún presidente ha
quedado fuera de un chiste”. He tenido la oportunidad de ver a Fidel muchas
veces, en lugares donde ha compartido momentos de risas y cuando lo hacía
contagiaba porque resultaba agradable verle reír. El propio Fidel ha reconocido
que no baila. Y también sé que sabía mucho de los chistes relacionados con su
persona y también reía al escucharlos.
Lo peor del
señor Martín Guevara, quizá se resume en este párrafo de su testimonio, cuando
se refiere a la muerte (asesinato del Ché, en Bolivia) que además fue
eternamente perseguido, hasta en las palabras del propio Martín Guevara, por el
imperialismo en su afán de silenciarlo:
“Su
valoración del Che
[La salida
del Ché de Cuba] fue para mí fue lo que lo salva, lo que lo retorna a ese tío
mío que valoro mucho, el hombre pensador y solitario, un poeta y un romántico
que termina él mismo yéndose a su muerte. Para mí, el Che, y lo digo como un
elogio, era pésimo para dirigir masas. Era muy bueno dirigiendo un grupo de
gente porque decía la verdad, decía “miren, vamos a morir”. No era
proselitista, si no estabas de acuerdo te bajabas y ya.
Hay gente
que me pregunta aquí en Miami por los fusilamientos. Yo de eso no puedo hablar.
A él lo usó Fidel. El Che no mentía, fue a las Naciones Unidas y dijo que
estaban fusilando y que seguirían fusilando. Fidel nunca ha dicho eso, sin
embargo fue quien lo mandó a hacer todo eso. Yo no hablo de esa época, primero,
porque yo no estuve; segundo, porque es mi sangre. Y luego porque en esos años,
tanto la izquierda como la derecha, resolvían las cosas con violencia tremenda.
No era sólo el Che, no era copyright de él, no. Y por eso no lo toco tanto,
pero al decir lo que yo valoro y lo que creo que está mal, ya está claro que
eso no entra dentro del paquete.”
Para el
final dejo esta referencia, después de leer el bodrio declarante del señor
Martín Guevara. Dice:
“Hollywood y
el mito
Occidente
valora la juventud, y los tipos que hayan sido fuertes, capaces y que mueren
jóvenes. Todo eso lo cogió Fidel, que es más bicho. Donde único no ven al Che
como un mito es en Miami por lo que sabemos. Pero en todos lados es igual, en
Hollywood también.
Yo hablé con
Benicio del Toro cuando estaba haciendo la película sobre el Che y me dijo que
lo admiraba mucho. Yo le contesté: “Benicio, cuidado, porque la forma en que mi
tío veía a un latinoamericano, en tu caso un puertorriqueño que se va a Estados
Unidos a los 15 años para ver si tiene suerte en el basquetbol a buscar dinero,
¡no te la quiero contar!”
Hoy la gente
lo idealiza, se compra la camiseta de él y se fuma un porro… Hay que tener
cuidado con lo que se idealiza. El encarnaba la libertad, la rebeldía, si, pero
de una manera determinada. Cuando se peleó con la Unión Soviética fue porque
Nikita (Kruschev) ya le parecía muy flojito y muy corrupto, a él le gustaba
Mao. Eso es lo que le hizo pelearse con Fidel y los rusos, porque aquí la
traición máxima es la de los rusos, que obligaron a Fidel a no ayudar. Es una
idea que tengo, no es una certeza, pero estoy casi convencido por varios datos
que me han dado.”
Se
contradice. Llegó a Cuba con 10 años y nunca conoció al Ché. Por supuesto,
jamás lo conocerá. Sin embargo, expresa una advertencia al actor Benicio del
Toro. Debo aclarar que estuve en la premier de la película cuando se estrenó en
el Cine Yara, durante un Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.
Escuché a Benicio, cuando habló. Estuve allí. Estaba visiblemente emocionado.
Fue breve y profundo en sus palabras. Más abierto en la expresión de sus ojos,
especialmente cuando el público ovacionó de pie al final de la proyección. Cuba
y los cubanos no podemos olvidar lo que representa y significa para nosotros el
ejemplo del Ché.
Al final
sentencia a mi país:
“El problema
de Cuba
En la Unión
Soviética la gente se iba por los montes Urales con peligro de morir
congelados, que se los comiera un lobo o los mataran a balazos los guardias. En
Alemania saltaban el muro con un tremendo peligro de que los mataran y en Cuba,
la gente prefiere cruzar esas noventa millas con esos tiburones, en vez de
reunirse y luchar porque no creen que tendrá ningún resultado. El problema de
Cuba no es el hambre. Ahí el problema es “el obstine”, que se convierte en
angustia, una locura y un estrés.”
Detrás de todo está la necesidad de manipular, desde una posición familiar privilegiada por su lazo familiar con la figura del Comandante Ernesto Guevara de la Serna, el Che. Pero olvidó algo. Muchas veces los lazos sanguíneos en las relaciones humanas no resultan tan fuertes como los que se establecen en las ideas de hombres gigantes de pensamiento como el Che en su relación con muchos otros que fueron sus compañeros y amigos. De los que cayeron y de los que continúan su ejemplo en las nuevas batallas contra el imperialismo.
Detrás de todo está la necesidad de manipular, desde una posición familiar privilegiada por su lazo familiar con la figura del Comandante Ernesto Guevara de la Serna, el Che. Pero olvidó algo. Muchas veces los lazos sanguíneos en las relaciones humanas no resultan tan fuertes como los que se establecen en las ideas de hombres gigantes de pensamiento como el Che en su relación con muchos otros que fueron sus compañeros y amigos. De los que cayeron y de los que continúan su ejemplo en las nuevas batallas contra el imperialismo.
Dejé para el final porque considero que resulta impostergable esta carta de
Rodolfo Walsh a su hija. Esto ocurrió en Argentina. Una historia filial, de lucha desde una posición revolucionaria real y en la cual el ejemplo de padre e hija, resulta imperecedero.
Carta a
Vicki
Querida
Vicki: La noticia de tu muerte me llegó hoy a las tres de la tarde. Estábamos
en reunión cuando empezaron a transmitir el comunicado. Escuché tu nombre, mal
pronunciado, y tardé un segundo en asimilarlo. Maquinalmente empecé a
santiguarme como cuando era chico. No terminé con ese gesto. El mundo estuvo
parado ese segundo. Después les dije a Mariana y Pablo: “era mi hija”. Suspendí
la reunión.
Estoy
aturdido. Muchas veces lo temía. Pensaba que era excesiva suerte no ser
golpeado, cuando tantos otros son golpeados. Sí, tuve miedo por vos, como vos
por mí, aunque no lo decíamos. Ahora el miedo es aflicción. Sé muy bien por qué
cosas has vivido, combatido. Estoy orgulloso de esas cosas. Me quisiste, te
quise. El día que te mataron cumpliste 26 años. Los últimos fueron muy duros
para vos. Me gustaría verte sonreír una vez más.
No podré
despedirme, vos sabés por qué. Nosotros morimos perseguidos, en la oscuridad.
El verdadero cementerio es la memoria. Ahí te guardo, te acuno, te celebro y
quizás te envidio, querida mía.
Hablé con tu
mamá. Está orgullosa en su dolor, segura de haber entendido tu corta, dura,
maravillosa vida.
Anoche tuve
una pesadilla torrencial, en la que había una columna de fuego, poderosa pero
contenida en sus límites, que brotaba de alguna profundidad.
Hoy en el
tren un hombre me decía: “Sufro mucho. Quisiera acostarme a dormir y
despertarme dentro de un año”. Hablaba por él pero también por mí.
Carta a mis
amigos
Hoy se cumplen
tres meses de la muerte de mi hija, María Victoria, después de un combate con
fuerzas del Ejército. Sé que aquéllos que la conocieron la han llorado. Otros,
que han sido mis amigos o me han conocido de lejos, hubieran querido hacerme
llegar una voz de consuelo. Me dirijo a ellos para agradecerles pero también
para explicarles cómo murió Vicki y por qué murió.
El
comunicado del Ejército que publicaron los diarios no difiere demasiado, en
esta oportunidad, de los hechos. Efectivamente, Vicki era oficial 2° de la
Organización Montoneros, responsable de la prensa sindical, y su nombre de
guerra era Hilda. Efectivamente estaba reunida ese día con cuatro miembros de
la Secretaría Política que combatieron y murieron como ella.
La forma en
que ingresó a Montoneros no la conozco en detalle. A los 22 años, edad de su
posible ingreso, se distinguía por decisiones firmes y claras. Por esa época
comenzó a trabajar en diario La Opinión y en un tiempo muy breve se
convirtió en periodista. El periodismo en sí no le interesaba. Sus compañeros
la eligieron delegada sindical. Como tal debió enfrentar en un conflicto
difícil al director del diario, Jacobo Timerman, a quien despreciaba
profundamente. El conflicto se perdió y cuando Timerman empezó a denunciar como
guerrilleros a sus propios periodistas, ella pidió licencia y no volvió más.
Fue a
militar a una villa miseria. Era su primer contacto con la pobreza extrema en
cuyo nombre combatía. Salió de esa experiencia convertida a un ascetismo que
impresionaba. Su marido, Emiliano Costa, fue detenido a principios de 1975 y no
lo vio más. La hija de ambos nació poco después. El último año de vida de mi
hija fue muy duro. El sentido del deber la llevó a relegar toda satisfacción
individual, a empeñarse mucho más allá de sus fuerzas físicas. Como tantos
muchachos que repentinamente se volvieron adultos, anduvo a los saltos, huyendo
de casa en casa. No se quejaba, sólo su sonrisa se volvía más desvaída. En las
últimas semanas varios de sus compañeros fueron muertos: no pudo detenerse a
llorarlos. La embargaba una terrible urgencia por crear medios de comunicación
en el frente sindical, que era su responsabilidad.
Nos veíamos
una vez por semana, cada quince días. Eran entrevistas cortas, caminando por la
calle, quizá diez minutos en el banco de una plaza. Hacíamos planes para vivir
juntos, para tener una casa donde hablar, recordar, estar juntos en silencio.
Presentíamos, sin embargo, que eso no iba a ocurrir, que uno de esos fugaces
encuentros iba a ser el último, y nos despedíamos simulando valor,
consolándonos de la anticipada partida.
Mi hija no
estaba dispuesta a entregarse con vida. Era una decisión madurada, razonada.
Conocía, por infinidad de testimonios, el trato que dispensan los militares y
marinos a quienes tienen la desgracia de caer prisioneros: el despellejamiento
en vida, la mutilación de miembros, la tortura sin límite en el tiempo ni en el
método, que procura al mismo tiempo la degradación moral, la delación. Sabía
perfectamente que en una guerra de esas características, el pecado no era no
hablar, sino caer. Llevaba siempre encima una pastilla de cianuro, la misma con
que se mató nuestro amigo Paco Urondo, con la que tantos otros han obtenido una
última victoria sobre la barbarie.
El 28 de
setiembre, cuando entró en la casa de la calle Corro, cumplía 26 años. Llevaba
en brazos a su hija porque a último momento no encontró con quién dejarla. Se
acostó con ella, en camisón. Usaba unos absurdos camisones blancos que siempre
le quedaban grandes.
A las siete
del 29 la despertaron los altavoces del Ejército, los primeros tiros. Siguiendo
el plan de defensa acordado, subió a la terraza con el secretario político,
Molina, mientras Coronel, Salame y Beltrán respondían al fuego desde la planta
baja. He visto la escena con sus ojos: la terraza sobre las casas bajas, el
cielo amanecido, y el cerco. El cerco de 150 hombres, los FAP emplazados, el
tanque. Me ha llegado el testimonio de uno de esos hombres, un conscripto.
"El
combate duró más de una hora y media. Un hombre y una muchacha tiraban desde
arriba. Nos llamó la atención la muchacha porque cada vez que tiraba una ráfaga
y nosotros nos zambullíamos, ella se reía."
He tratado
de entender esa risa. La metralleta era una Halcón y mi hija nunca había tirado
con ella, aunque conociera su manejo por las clases de instrucción.
Las cosas
nuevas, sorprendentes, siempre la hicieron reír. Sin duda era nuevo y
sorprendente para ella que ante una simple pulsación del dedo brotara una
ráfaga y que ante esa ráfaga 150 hombres se zambulleran sobre los adoquines,
empezando por el coronel Roualdes, jefe del operativo.
A los
camiones y el tanque se sumó un helicóptero que giraba alrededor de la terraza,
contenido por el fuego.
"De
pronto, dice el soldado, hubo un silencio. La muchacha dejó la metralleta, se
asomó de pie sobre el parapeto y abrió los brazos. Dejamos de tirar sin que
nadie lo ordenara y pudimos verla bien. Era flaquita, tenía el pelo corto y
estaba en camisón. Empezó a hablarnos en voz alta pero muy tranquila. No recuerdo
todo lo que dijo. 'Ustedes no nos matan' dijo el hombre 'nosotros elegimos
morir'. Entonces se llevaron una pistola a la sien y se mataron enfrente de
todos nosotros."
Abajo ya no
había resistencia. El coronel abrió la puerta y tiró dos granadas. Después entraron
los oficiales. Encontraron a una nena de algo más de un año, sentadita en una
cama, y cinco cadáveres.
En el tiempo
transcurrido he reflexionado sobre esa muerte. Me he preguntado si mi hija, si
todos los que mueren como ella, tenían otro camino. La respuesta brota de lo
más profundo de mi corazón y quiero que mis amigos la conozcan. Vicki pudo
elegir otros caminos que eran distintos sin ser deshonrosos, pero el que eligió
era el más justo, el más generoso, el más razonado. Su lúcida muerte es una síntesis
de su corta, hermosa vida. No vivió para ella: vivió para otros, y esos otros
son millones. Su muerte sí, su muerte fue gloriosamente suya, y en ese orgullo
me afirmo y soy yo quien renace de ella.
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