viernes, 23 de julio de 2010

Los sobrevivientes

Por RAÚL SAN MIGUEL / Foto: Del USS New York, Tomada de Internet
LAS imágenes de las personas que se lanzaban del World Trade Center, no pueden ser borradas siquiera por el paso de los años. Tampoco el rostro de los “sobrevivientes” a los ataques atómicos contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Ninguna de las víctimas de los campos de concentración nazis (ni los muertos ni los sobrevivientes) puede evitar recordar el olor que desprendían los hornos donde se consumieron las vidas de millones de seres humanos. El siniestro aroma de la muerte también estuvo presente en las aldeas desfoliadas por el agente naranja y las bombas que llovían sobre Viet Nam. Nadie puede olvidar, nadie tiene derecho a olvidar.
Somos un mundo de sobrevivientes a las catástrofes humanas, pero no podemos aceptar la continuidad de estos conflictos cuya esencia se define en las pretensiones imperiales de extender su hegemonía a todos los rincones del planeta.
En relación con los terribles sucesos provocados por el criminal ataque a las torres gemelas de Nueva York se han publicado decenas de artículos y documentales en los cuales se acusa directamente al, entonces, gobierno de los Estados Unidos de asumir una actitud negligente en cuanto a las informaciones de los servicios especiales de inteligencia en relación con un posible ataque de grupos extremistas radicados en territorio norteamericano.
Sin embargo, la administración no tomó en serio estos informes. Al menos no se procedió para evitar el derribo de este símbolo de la economía occidental y mucho menos las muertes de las personas que lo ocupaban o viajaban en las aeronaves convertidas en misiles.

Pero la paranoia continúa. Desde hace algún tiempo navega el buque militar USS New York, creado con siete toneladas y media de acero extraído de los restos de las Torres Gemelas, entró al canal de la ciudad y se detuvo ante la denominada zona cero: el lugar donde se levantaba el World Trade Center destruido en los atentados del 11-S.
Uno de los miembros de la tripulación, el neoyorquino Jessie Jonson, declaraba a la prensa: “Haber construido esta embarcación a partir de un acto tan perverso demuestra que con perseverancia siempre es posible crear algo que hará bien en el mundo, y es un honor formar parte de ello”.
A pesar del tiempo en que se publicó este argumento podríamos, nosotros los sobrevivientes en el planeta tierra, tener en cuenta la necesidad de impedir que sea la guerra el camino para defender el derecho a la coexistencia pacífica y el respeto al derecho de la existencia para todos los seres humanos.
El barco, hasta ese momento, el más joven de la marina de guerra estadounidense costó cerca de 1.200 millones de dólares, dinero invertido (una vez más) en función de la muerte. Antes le precedieron con este nombre 7 buques de la armada: Una góndola construida en el lago Champlain en 1776 que participó en la batalla de la isla Valcour; una fragata (36 cañones) que fue destruida por los británicos en 1814; un navío de línea (74 cañones) que nunca tocó el agua y fue quemado en 1861; Una balandra de hélice que fue puesta en grada en 1863 con el nombre: Notario y renombrada en 1869, para ser vendida mientras aún estaba en las gradas en 1888; le siguió un crucero acorazado que participó en la guerra hispano-cubana, históricamente conocida por: hispano-cubano-americana, debido a la intervención de Washington en el final de la guerra por la independencia de Cuba. Esta nave fue renombrada USS Saratoga (en 1911) y USS Rochester (en 1933) y, finalmente, hundida en 1941; le siguió un acorazado que participó en combates en las dos guerras mundiales y dado de baja en 1946, tras sobrevivir a las pruebas realizadas con las bombas atómicas lanzadas sobre el Japón, en ese mismo año.
El imperio se prepara, agitadamente, para iniciar una nueva escalada. Esta vez, el escenario (el territorio de Irán) precisa de elementos que justifiquen la intervención inmediata y el uso del arma atómica que generaría (por lógica) una reacción en cadena por el lanzamiento de estas armas y cuyas consecuencias serían impredecibles, aunque no inimaginables, para la vida en la tierra.
El USS Nueva York, no es un símbolo pacífico, ni una advertencia a la estúpida política del imperio, es una muestra de su disposición a destruir todos los símbolos que contengan un mensaje diferente a las verdaderas pretensiones expansionistas de los Estados Unidos.

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