lunes, 30 de agosto de 2010

Matanzas es una mujer



Cuando escribí esta crónica, que ha sido recurrente por los lectores de mi blog, lo hice atrapado aun bajo el sortilegio de esa ciudad a la cual llegué, por primera vez, cuando era apenas un joven salido de la adolescencia, vestía el uniforme de las tropas especiales y eramos transportados en un camión desde el cual, por un instante, fui seducido por esa visión fugaz de la urbe ateniense de Cuba. Después, años después volví, para entonces comenzaba mis estudios de periodismo y, cada mañana, amanecía caminando la ciudad, haciendo fotos y bocetos de mis dibujos que aun conservo. Mucho después, regresé para entregar en un concurso literario un libro de poemas: La otra orilla de la mañana. No imaginaba que volvería y nacería de allí dos relatos dedicados a una mujer que, desde entonces, llena mi vida. No he regresado más. Pero quizá vuelva, no lo sé. Esa ciudad mujer quizá aún me espera. (A Nora Salas)

(Jaruco, 12 de julio de 2011)

Raúl San Miguel

Fotos: Tomadas de la Internet

Hace casi tres décadas que llegué por vez primera a Matanzas. Por entonces, ni siquiera tenía idea que sería seducido por esta ciudad con geografía de mujer. Recuerdo que al aire con olor a mar entró de golpe bajo el toldo del camión y levantó, como a la falda de una adolescente sorprendida a mitad de calle, una de las esquinas y pude ver la bahía preñada de barcas, gaviotas, enamorados y pescadores y, más allá, en el borde de la otra orilla, la sinuosa línea que interrumpía las siluetas difusas de las casas entre la franja de arena playa y la avenida. Fue solo un golpe de luz; pero aún guardo ese fragmento interrumpido de la ciudad Atenas de Cuba. No imaginaba que, tres años después, volvería. Pero esta vez caminaría sus calles dispuesto a quedarme con su aliento, su risa y el suave movimiento de sus caderas impresionado por el influjo de una cabellera solo descriptible en un río ininterrumpido de personas que desandan sus avenidas. Por entonces, caminaba temprano en las mañanas y _antes que el sol descubriera las hendijas del tiempo en los muros coloniales_ boceteaba en el papel, apurado como si el trazo tuviera la urgencia de sus latidos o escribía, al dorso, rápidas anotaciones para no perder un detalle de aquel enigmático hálito de una ciudad-mujer capaz de arrastrarme, cuesta arriba, por la colina de Monserrate hasta la Ermita. Desde allí, volvía a ser mía Matanzas. Luego, extasiado, bajaba saturado de tanta vida; mientras veía encenderse las primeras luces de la tarde, antes de atravesar el camposanto por un camino más corto, a mi refugio en el dormitorio de una inmensa escuela completamente vacía como una catedral sin sus santos en aquella temporada de verano.



Matanzas es una mujer/
tiene cuerpo de viajera.

Hace unos días volví. Caminé por la avenida de la playa. Nuevamente seducido por la urbe ateniense. Entré a la arena tibia del mediodía. Casi a punto de tocar, con mis pies, el mar. Me contuve.



Hace unas horas volví. No estoy seguro de si regresé o quizá nunca me fui. Solo que, esta vez, experimenté una sensación fugaz de alcanzar el placer de vivirla contenido en el aire cargado de todos los aromas de esta mañana. Día de premoniciones y extraños encuentros. No he dejado de mirarla.

Matanzas es una quimera/
en el aire que respiro.

Hace unas horas volví y no sé, si en realidad regresé.

Matanzas cuando te miro/
hasta en invierno es primavera.

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