lunes, 2 de agosto de 2010

Timba con rimba


La música está en las palabras, también en las malas palabras, en el sudor de la hembra que corre desde los pechos estremecidos hasta el vientre, en el sudor del hombre, que la mira y recuerda el horno que le enciende la piel, cuando trabaja. No es música para vagos, no es la música de la chambelona, que se quedó del lado de allá, de los que miran, en silencio y aún sueñan con los esclavos que sirvan del lado de acá. Miran con rabia y desean que las buenas palabras se conviertan en malas palabras por el dolor de lo que falta, de lo que se pierde o de la impotencia. Suena el tambor: pakatá, pakatá, y de timba en tiempo de rimba, de timba y timbales, crecemos, con defectos, no jorobados, con la tierra bajo los pies, crecemos e interrumpimos los sueños de los que miran sus pesadillas desde allá, pa´ver si la timba no suena, si se apaga, si la pudieran apagar, pero escuchan, en silencio, la voz de los timbales que no dicen las palabras buenas que ellos quieren escuchar desde acá. Suena el tambor: pakatá. Y la música no cambia el ritmo, en la Isla, otra orquesta suena ya, tiene 50 años, Pakatá, Pakatá, esta hecha con azúcar, con el sudor de las cañas, de lo que crece en el pecho, Pakatá, Pakatá. Suena el tambor y ¿no entiendes? ¿Es que no entiendes ya? Con permiso del poeta, Ibbae Guillén o Juan Tomás, que no esperen que la fruta caiga, y caiga del lado de allá, porque han crecido las palmas y el Caguairán anda ya. Que no esperen la fruta, que no esperen que caiga, porque mientras escribo, escucho la timba con rimba y no hay palabras que la maduren, ni brazos que la alcancen bajito, aunque lloren de impotencia. La timba suena a timbales y sigue del lado de acá. Pakatá.

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