viernes, 8 de octubre de 2010

El imperio de los sentidos



Por RAÚL SAN MIGUEL


El aroma de las flores silvestres tiene, en las tardes, el acento predominante de la exuberante floresta; mientras la albahaca y la esencia característica de la guayaba pujan con la fragancia de los naranjos recién paridos, el efluvio invernal de las cañas y el maracuyá (aplatanado) que ya bordea el techillo en la terraza y exhibe la pubertad de sus frutos. Así lo concibió Daisy Rodríguez Suárez, la maestra, que descubrió los secretos del monte y perfiló su futuro durante sus casi veinte años de habitar muy cerca de las Cuevas de Diago, un sitio ubicado a varios kilómetros de Catalina de Güines, en medio de la floresta montañosa de ese territorio. Su hija, la doctora Marylú Fleitas Rodríguez, ha sido la causa y motivación del encuentro. En realidad nos apartó de una ruta o mejor de la rutina periodística que establece un compromiso editorial preconcebido sin trascendencia entre el cerebro y el corazón.
Ahora la joven médico conduce el pequeño vehículo que salta sobre el pedregal, en la carretera de Pipián (Madruga), como si fuera un insecto de lluvias. Ha contado sobre la mujer que la trajo al mundo, con la misma intensidad del que describe la visión real, tangible de un ángel. En cambio su voz parece detenida en el timbre blanco de la infancia, contagia y encanta; pero no borra una interrogante:
¿Cómo y por qué Daisy se fue a vivir, siendo apenas una muchacha, a un lugar donde no había servicio de luz eléctrica, alejado de los bullicios y comodidades urbanos? En realidad fue la única pregunta que pensé escribir en la agenda; pero nunca la formulé. El encuentro con esta mujer campesina, si bien estuvo condicionado por el azar, develaría de un golpe esta pregunta y dejaría de ser un misterio.
“Nací en un bohío en medio de este campo”, dice y sus ojos evocan imágenes que puedo ver en cada una de sus palabras. Coquetea en un recurso para sonreír sin decir la edad. Hace una referencia a los años cuarenta. Después a su etapa de empleada doméstica con apenas 16 años. “es lo que más odio del capitalismo”, asegura con un gesto que pretende borrar su pasado en una de las casonas de Madruga y posteriormente al servicio de una de las familias ricas asentadas en la capital del país.
“Eran tiempos difíciles, no podía soñar con estudiar más allá del sexto grado (que repitió en dos ocasiones por no dejar de asistir a la escuela y no contar con el dinero para continuar en la enseñanza secundaria). El triunfo de la Revolución le daría ese privilegio y en los finales de 1965, se convierte en maestra popular. Antes impartió clases en un aula obrero-campesina.
“La etapa más bella. Visitaba las fábricas y centros de trabajo para enseñar. Había muchísima gente analfabeta”; a pesar de que el país concluyó exitosamente la Campaña Nacional de Alfabetización que lanzó a miles de adolescentes y jóvenes con el propósito de enseñar a leer y escribir.
“Fui a Güines, cerca de las Cuevas de Diago. Allí pasé mucho trabajo. Sobre todo durante el período en que los padres le negaban, a los hijos, el derecho de ingresar la Organización de Pioneros. Tanta propaganda anticomunista y contrarrevolucionaria embotaba los sentidos y confundía hasta los más humildes. Tenía un grupo de 38 alumnos y solo dos, eran Pioneros. El trabajo para convencerlos me ayudó a entender mejor lo que hoy llamamos Batalla Ideológica”.
Cerca de las Cuevas de Diago, nacieron sus tres hijos. “Para ir a dar las clases tenía que recorrer los 10 kilómetros de ida y vuelta sobre una yeguita que me tumbó en varias ocasiones”. Sin embargo, no dejaba de mostrar las intimidades de las Cuevas en la cual “pasé un susto tremendo el día que se me perdió uno de los alumnos”. Por supuesto, recordó que algunos de sus pupilos casi le alcanzaban en la edad. “Por fin lo encontré a la salida de aquel laberinto rocoso, del otro lado de las lomas. El padre de mis hijos decía que yo era una maniguera. Lo afirmaba porque no entendía esa forma de mostrar a mis hijos la relación con la naturaleza”.
Un flachazo de su memoria la hacer reír de improviso. Los ojos chispean. Adopta el semblante propio de una travesura. Lleva femeninamente los dedos a los labios para controlarse. Nos contagia. También reímos. ¿Por qué? “Un día me entrevistaron para una revista. Habían sido atraídos por mis artesanías e hicieron un montón de fotografías que luego se extraviaron en algún lugar de la editora. Me localizaron, por teléfono (a través de uno de mis hijos) para solicitarme nuevas fotografías que, por supuesto, no pude entregar. Todavía deben estar esperando”.

Sobre la mesa, por todos los lugares de la casa, están los tesoros diseñados con sus manos o atrapados entre su imaginación y la naturaleza. “Es cierto, me gusta encontrar figuras entre las raíces secas de los árboles. ¿Ves…? , dice y señala, esta es una bailarina, aquel una jirafa, el otro un elefante…”






Trabajó para educar a sus retoños. Lo hizo con amor, el mismo sentimiento que le ayudó a recuperar a su Ariel después del accidente sobre la rocín que le hizo caer en medio de su embarazo y golpear a la criatura en el vientre materno. “Cuando nació le diagnosticaron que sería un lisiado. La malformación en el pie izquierdo no era genética, pero estaba allí. Logramos, con el apoyo de todos en la familia y la Revolución, hacer todo lo posible por recuperar su movilidad. A los dos años consiguió dar sus primeros pasos. Ahora es un abogado que ocupa una gerencia importante en la ciudad”. Pero aquel trauma le marcó para siempre.
Así lo corroboró su hija, la doctora Marylú. “Observé un cuadro clínico semejante durante mis prácticas en el Hospital Ortopédico Frank País (Ciudad de la Habana). Se trataba de un niño nicaragüense. “Sabía que pudo haberse recuperado si contara con los recursos que ha dispuesto el Gobierno cubano para el sector de la Salud. En Belice, durante mis dos años de cooperante, observé situaciones parecidas. Laboré en un hospital regional a 10 minutos de la frontera con México”.
Daysi la mira con orgullo. “Así son mis hijos. Los he forjado con ese amor por los demás y la naturaleza.

Sé que algunos no creerán este epílogo. De vez en vez, se reúnen y suben la Loma del Grillo. Allí hay una mata de chirimoya. “¿Y qué tú crees que hace mami…? Pues sube con nosotros y buscar los frutos”. Son días maravillosos en los cuales predomina el imperio de los sentidos y la oportunidad de regresar a las simientes en un eterno devenir entre la infancia y el presente.



2 comentarios:

  1. HERMANO SAN MIGUEL CUANDO LEO LAS COSAS QUE USTED ESCRIVE.SIENTO ESE GRAN CORAZON QUE USTED TIENE...ESA MUJER SAVE LO QUE ES EL IMPERIALISMO Y LO QUE ES LA GRAN REVOLUCION CUBANA.MUESTRA DE QUE CUANDO UNO QUIERE PUEDE..EYA ES UNA GRAN MUJER MAESTRA.ES LINDO TENER UNA FAMILIA COMO ESA UNA GRAN HIJA MARYLU.UN ABRAZO HERMANO FELICIDADES ERIK FUNDORA TU HERMANO.fundora_erik@yahoo.es

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  2. Daysi Rodriguez, mi otra mama, gran mujer y mejor persona y revolucionaria,gracias por todo, simepre estamos contigo, felicidades!!! y tus hijos mis hermanos. Gracias Samuel!!

    Un gran abrazo y beso.

    Joan Bauzá Ferré

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