sábado, 20 de noviembre de 2010

¿Por qué el gobierno de los Estados Unidos persiste en mantener el apoyo a los terroristas?

Raúl San Miguel

Tomada de la Internet

En el artículo anterior pedía al señor Presidente Barack Obama que intercediera, de acuerdo con sus facultades legislativas, para finalizar la injusticia que se comete contra los Cinco Héroes cubanos que mantienen prisioneros en cárceles norteamericanas. Decía que resulta difícil ser el Presidente de los Estados Unidos y conocer las limitaciones que le impiden realizar su mandato como un gobierno dirigido por civiles y no por intereses militares. Así, lo confirmó el propio señor Barack Obama, en la entrevista que sostuvo con el ex-general Colin Powell, hace poco más de un mes en la Casa Blanca.
Entre las causas pendientes, en el caso Cuba, del actual mandatario norteamericano está el hecho del juicio realizado a Cinco antiterroristas que fueron arrestados en septiembre de 1998 (en Miami) por agentes del FBI.
Estos cubanos _que penetraron los grupos de acciones terroristas, con sus campos de entrenamientos y bases en la Florida_ fueron aislados en celdas de castigo durante 17 meses antes que su caso fuera llevado al tribunal. Su misión en los Estados Unidos era el monitorear las actividades de grupos y organizaciones responsables de actividades terroristas contra Cuba. Buscar información relacionada con los preparativos de ataques contra objetivos cubanos en cualquier parte del mundo, impedir la colocación de bombas en instalaciones turísticas como la que dio muerte al joven italiano Fabio Di Celmo, evitar un nuevo sabotaje contra aeronaves civiles como ocurrió en octubre de 1976, facilitar pruebas que demostraran los vínculos de criminales y mercenarios como Orlando Bosh (indultado por el presidente Bush, padre) y Luis Posada Carriles, a quien se le “limpia” su expediente de crímenes terroristas en el mismo estado y la misma jueza que llevó a cabo el proceso amañado contra los Cinco cubanos que están prisioneros en diferentes cárceles de la Unión.
Estos son algunos de los hechos:
Gerardo Hernández, Ramón Labañino, Fernando González, Antonio Guerrero y René González fueron acusados del nebuloso cargo de conspiración para cometer espionaje. El gobierno de Estados Unidos nunca los acusó de espionaje real, ni afirmó que hubiera ocurrido espionaje real ya que no les fue incautado ningún documento clasificado.
A pesar de la enérgica objeción por parte de la defensa, el caso se llevó a juicio en Miami, Florida, comunidad con una larga historia de hostilidad hacia el Gobierno cubano, que impidió en este caso la realización de un juicio justo.
El juicio duró más de seis meses, convirtiéndose en el más largo en Estados Unidos hasta ese momento. Más de 119 volúmenes de testimonios y 20 000 páginas de documentos fueron compilados, incluyendo el testimonio de tres generales retirados del ejército y un almirante retirado, quienes coincidieron en que no existía evidencia de espionaje.
Al final del juicio, cuando el caso estaba a punto de ser presentado al jurado para su consideración, el gobierno reconoció por escrito que había fracasado en probar el cargo de conspiración para cometer asesinato impuesto a Gerardo Hernández, alegando que “a la luz de las pruebas presentadas en el juicio, esto constituye un obstáculo insuperable para Estados Unidos en este caso y probablemente resultará en el fracaso de la acusación en este cargo”. El jurado, no obstante, encontró culpables a los cinco de todos los cargos, después de haber sido puesto bajo una intensa presión por parte de los medios de prensa locales.
Después de ser hallados culpables los Cinco fueron sentenciados a condenas que sumaron 4 cadenas perpetuas más 77 años y confinados a cinco cárceles diferentes de máxima seguridad, totalmente separadas una de otra y sin comunicación alguna entre ellos.
Gerardo Hernandez Nordelo 2 cadenas perpetuas mas 15 años

Ramon Labañino Salazar 1 cadena perpetua mas 18 años

Antonio Guerrero Rodriguez 1 cadena perpetua mas 10 años

Ferando Gonzalez Llort 19 años

Rene Gonzalez Sehwerert 15 años

A mi amigo y colega Carlos Luis Molina Labrador, "porque servimos a propósitos mayores".

Recuerdo que, en el año 1983, un yate de matrícula norteamericana y procedente del estado de la Florida se accidentó, frente a las costas del litoral norte de Pinar del Río. Se llamaba: Blue Wind. Viajaban cuatro personas: un joven inglés (que pagaba el recreo), dos norteamericanos (un matrimonio): ella, bióloga, cocinaba, él, expiloto de combate y veterano de Viet Nam, hacía de Capitán de la embarcación turística. El cubano era un joven estudiante del cuarto año de ingeniería naval. Se llamaba Tomás. Sus padres, abogados, lo habían sacado de Cuba con apenas 7 u 8 años.
Durante más de dos horas luchamos contra un mar fuerza cuatro en una embarcación de 36 pies de eslora para llegar al cabezo en forma de uve en el cual estaban atrapados y a punto de ser destruidos y, por supuesto, muertos en caso de naufragar la embarcación sobre las rocas y a más de tres millas náuticas de la costa firme de Cuba.
Sobre la proa y amarrado observaba el pequeño velero al cual nos acercábamos. No sentía miedo, sino la agonía de no poder llegar a tiempo. Días antes había sido testigo de un macabro encuentro: un pequeño velero en el cual todo estaba destrozado como si hubiese sido asaltado por piratas del Caribe. Encontramos la documentación. Los pasaportes de dos adultos (supongo un matrimonio) y el de un niño. Su bicicleta y zapatos estaban tirados en el camarote. No pude dormir aquella noche. Imaginaba el terrible final de aquella familia. Por eso no tenía miedo, cuando exponíamos nuestras vidas para auxiliar a las personas que estaban atrapadas en aquel lugar, en un yate averiado (timón partido) con pabellón norteamericano.
Cuatro horas después comenzábamos la peligrosa maniobra de auxilio. Cada vez más el estado del tiempo empeoraba. Pilotear nuestra nave patrullera era también un riesgo. El cable del timón no soportaría las tensiones. Las olas barrían la cubierta y sofocaban el escape de las toberas en la popa. Podíamos naufragar. En la enorme cachumbambé era difícil saber si podrían soportar las embestidas del mar.
Desde el establecimiento pesquero en Dimas, apareció una embarcación tipo Cayo Largo. La maniobra (por pura suerte y habilidades de ambas tripulaciones) pudo realizarse. El joven cubano hizo un verdadero giro y atrapó el cabo que lanzamos, haciendo tijeras con sus piernas. Luego corrió veloz a la proa e hizo el amarre. El norteamericano logró cortar los cabos que apenas los sostenían. Cruzamos por detrás del Cayo Largo y lanzamos el cabo para el remolque del Blue Wind. Fueron momentos agónicos. Ver deslizarse el yate estadounidense nos hizo sentir aliviados. Seguidamente, volvieron las tensiones. ¿Cómo salir de aquel infierno?
Con un enorme esfuerzo logramos hacer el giro sobre una gigantesca ola y colocar el viento en la popa con la proa enfilada hacia el Cabo de San Antonio. Caíamos en una tremenda pendiente. Mirábamos la columna de agua levantada a nuestras espaldas. Todo dependía de la suerte. Si la cresta de la ola estallaba sobre nosotros no estaría escribiendo estas líneas de mi testimonio.
El motor de nuestra embarcación dejó de responder. Caíamos. Respiró como cansado y pudimos escuchar su vital ronquido al final de la bajada. Ahora subíamos en el lomo de otra ola. Vivir aquellos momentos nos hizo envejecer algunos años. Delante el Blue Wind parecía una gacela detrás de su protector el Cayo Largo pesquero.
Al atardecer llegamos al puerto de Arroyos de Mantua. Nuestra embarcación mostraba el impacto de las olas. Entonces no sabía que un metro cúbico de agua provoca la energía (de golpe) de una tonelada. Compartimos nuestros víveres con los tripulantes del yate de recreo. Lo hicimos en silencio. Ellos trajeron algunos refrescos. Nosotros la comida caliente y pescado fresco que nos proveyeron los pescadores. Por un momento parecíamos una familia. Ellos durmieron. Nosotros cuidamos. El siguiente amanecer fue hermoso. Aún lo recuerdo y me estremezco. Conversamos, por primera vez. El veterano de guerra, reconoció con dolor y vergüenza su participación en incursiones aéreas sobre Viet Nam. Aseguró que ningún otro ejército haría lo que nosotros por salvar sus vidas en aquel temporal. Por supuesto, era su opinión. Escuchamos.
Tomás estaba contento. Había vuelto a Cuba. Considero que, más bien, había vuelto a nacer en su Patria. La bióloga sonreía. Había sido invitada a visitar una escuela rural de la comunidad pesquera, mientras era reparado el Blue Wind. El joven inglés no paraba de hacer chistes (en su inglés de sutil acento británico y muy comprensible). Fuimos una familia. Por supuesto, el veterano de guerra nos dijo que nada podía decir de aquella aventura. Las leyes norteamericanas (desde entonces) impedían que lo hiciera sin ser sancionado. Mi participación en rescates de este tipo, se sucedieron mientras estuve en servicio. Sé que antes otros lo hicieron. Sé que ahora otros lo hacen. Hombres que cumplen su compromiso con la Patria en el anonimato. Otros han muerto para salvar, también, a ciudadanos norteamericanos.
Esta es una historia real. Ahora soy periodista. Quizá ese día marcó una diferencia en mi vida. Tengo una deuda real con los Cinco Héroes que están prisioneros en cárceles norteamericanas por luchar contra el terrorismo. Me pregunto. ¿Por qué el gobierno de los Estados Unidos prefiere proteger a terroristas confesos como Luis Posada Carriles, Orlando Bosh y otros? ¿Por qué prefiere mantener prisioneros a quienes han evitado la muerte de miles de cubanos y quizá de otros como los coreanos o guyaneses que murieron en el avión de cubana saboteado sobre las costas de Barbados en octubre de 1976?
¿Podemos permanecer tranquilos?

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