jueves, 7 de abril de 2011

¿Quién me ha robado el mes de abril?

Raúl San Miguel

Foto: Archivo personal

Unos días después de mi cumpleaños, mi madre murió. Recuerdo perfectamente aquel momento en que me despedí, sin saberlo. Estaba contento. Y no sé por cuál razón solo recuerdo la fecha de su nacimiento, como si el ocho de abril se perpetuara en cada momento, como si cada amanecer evocara su presencia en el nuevo día. María Esther, tenía esa mirada profunda y observadora que lo descubría todo, incluso me enseñó el universo que me abriría las puertas de la literatura. Recuerdo que me tendía sobre su regazo tibio y me quedaba tranquilo para escuchar sus relatos del mar, en su natal Caibarién.

Nos hablaba del abuelo Pablo Ponce de León, el lobo de mar y propietario de un barco para transportar sal. Por supuesto, mi madre, aquella niña de hermosa tez nocturna disfrutaba los secretos escondidos bajos las olas y atizaba la fantasía de mis primeros pensamientos relacionados con el océano. Ni siquiera imaginé que vería muchas de las imágenes que no le creí. Mucho menos que tendría la posibilidad de observar la estela fosforescente de los peces en las noches de luna nueva.

La recuerdo más cuando nos enseñaba las letras. Tomaba un periódico y nos alfabetizó con apenas cumplidos los cuatro años. Nos guiaba la mano para aprender a dibujar y nos enseñaba canciones. Después aprendimos a bailar, mientras la veíamos tomar como ejemplo a nuestro padre. Sin embargo, de todas las lecciones, en particular recuerdo una: la forja del valor para defender lo justo y la lealtad como una entrega imprescindible al amor. El amor que encontré justo después, muchos años después, cosido a una misma estrella y con el nombre de la mujer que me advirtió en su plegaría: Nora Salas, desde entonces agradezco a mi madre estar colgado de ese cuello de luz que me ha brindado esa mujer del Sur.

Así llego a este momento en que, después de unos días sin poder escribir, dedico estas líneas a quien me dio la posibilidad de hacer los primeros trazos sobre un papel, a quien debo la intensidad de las imágenes que describo, por quien miro en las noches estrelladas los puntos luminosos con figuras que también aprendí. Fue con ella, María Esther, la primera vez que fui dueño de una estrella.


A María Esther

(Mi madre amada)

Te extraño
cada día te extraño
nada impide que pueda sentir
tu presencia,
tu voz, queda.
Te extraño
y sufro, tanto que no imaginas,
aun cuando me hiciste fuerte, te extraño.

Te extraño
cuando escucho susurrar de tristeza de la noche,
entre las sombras, de mi habitación.

Te extraño
mientras se repite interminablemente esa canción de Abril,
de ese loco que me hacer reir con sus
“lágrimas del desamor ruedan por las páginas de un blog”,
en aquel disco que me regalaste,
también una primera vez,
una vez más, la primera,
de una primera vez, sin dejar margen al amor que evocabas
que vendría a mi encuentro
y sería, también, la primera vez.

¿Para qué amar?, te dije ¿Quién merece descubrir mi pecho sin coraza?
Será una primera vez,
fue su sonrisa,
“llegará y no sabrás cómo ha podido ser”.

Te extraño
En medio de esta soledad extraña,
densa,
ajeno a este día sin ti.

Te extraño y pienso:
Me marchito, mi vieja y pienso:
¿Quién me ha robado el mes de abril?
como si me hubiesen arrancado una parte de mí,
O más bien como si esa parte de mi vida se hubiese marchado/
Sin ti.
Te extraño y ni siquiera puedo escribirte un poema,
un poema que tenga el trazo mágico de tu letra,
menuda, ligera, desnuda y pequeña.

Te extraño porque sin ti, madre nada puede ser concebido
a menos que descubra a esa mujer de ensueños,
que me mostró el camino del amor en las estrellas,
mientras observaba el firmamento bien pegado a tu cuerpo
y levanté mi mano para tomar una,
mi primera estrella que se convertiría en amor,
en mujer.

Te extraño por este abril que le han robado un día
que se fue hasta enero para no volver.

20/7/09


No hay comentarios:

Publicar un comentario