sábado, 7 de diciembre de 2013

El odio y la libertad






Decidieron enterrar aquella palabra, lúgubre y filosa, pues, desterrarla ya había causado muchos problemas en todo el mundo. Cavaron, despacio y profundo, removiendo la tierra y entonces fue que descubrieron otra palabra, olvidada y luminosa como una estrella. La extrajeron del fondo de la tierra, brilló en las manos, iluminó los rostros, alimentó la esperanza, calentó los cuerpos y se convirtió en sol sobre el firmamento.
(Fragmentos de vida RSM).
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La abuela Regina, siempre hablaba de Pablo Ponce de León, mi bisabuelo, un recio hombre, emigrante español, que labró el carácter de sus hijos como si fuera un herrero. En sus relatos hacía referencia a su predilección por la nieta, La negrita, como apodó cariñosamente a mi madre María Esther y respondía al por qué prefería llevarla, durante  algunas de sus travesías, para extraer sal en las aguas de Caibarién. De esta manera completaba los testimonios de mi madre en relación con los misterios del mar, la estela fluorescente de la embarcación detrás en la popa y, para graficar tan hermosa imagen, nos enseñaba “caminos” en las estrellas.
Quise saber cómo era Pablo. También visitar aquel lugar donde cruzó las palabras más fuertes y esgrimió sus curtidos músculos al defender su derecho de una relación de amor con la  mujer negra, llamada Amparo, descendiente de esclavos africanos traídos a Cuba. Para explicar mi interrogante y entender el rechazo que supo enfrentar Pablo, entre sus coterráneos, dijo dos palabras. Entonces quise saber acerca del odio y también el significado de la libertad. Nunca podré entender el origen de la primera, pero defiendo el legado de mis ancestros por la segunda porque encierra todo lo realmente humano en nuestras vidas.
Hace unos días me estremeció la muerte de Madiba, es un gusto llamarle así, y recordé mis raíces africanas, las hermosas manos de mi madre, llenas de huellas por el trabajo, su piel oscura y tersa, su mirada profunda, inteligente y tierna, impenetrable frente al odio como el silencio.  Sentí la libertad que nos ofreció al traernos al mundo, mostrarlo y defenderlo.
Nunca se interpuso en nuestros caminos, aun cuando tuviera criterios contrarios. Recuerdo, sus palabras cuando le pregunté por la fotografía de Elían González, en un lugar reservado para los familiares, en nuestra casa.
Sus palabras fueron: “Es mi reclamo por su derecho a la libertad. Es también un nieto. Jamás debió ser arrancado de su Patria”.
Es por eso que prefiero enterrar el odio, como hizo Madiba, y no desterrarlo. Es por eso que cavo en mi memoria y descubro que la libertad es siempre más que una palabra.


Dejo, a los tripulantes de este blog, uno de los relatos contenidos en el libro inédito: Y los cuentos, cuentos son.


Verde que te quiero verde (El octavo)

Un murmullo se extendió por  la sala de reuniones cuando Jacinto se levantó con el sombrero entre las manos y se dirigió hacia donde estaba el micrófono. El larguirucho y hasta el momento silencioso Jacinto había roto los pronósticos de quienes le conocían  y, por supuesto, no imaginaban que este hombre capaz de entrarle al duro trabajo del corte de caña sin emitir un sonido de su boca, también estaría dispuesto a expresarse, a la vista de todos, en una asamblea. Pero ahí estaba: erguido, sin nervios frente a la mesa reservada a la presidencia y mirando cómo le observaban los jefes que habían venido del Ministerio para decidir la permanencia del octavo administrador enviado a la empresa azucarera en menos de seis meses.
No tenga miedo…, el micrófono no muerde, casi tartamudeó el representante del sindicato en un intento para aflojar las tensiones creadas, entre los presentes, debido a la inesperada determinación del legendario machetero, al que jamás habían podido arrancar siquiera una palabra en ninguna de las ocasiones que prendieron de su guayabera una de las tantas medallas obtenidas durante las heroicas jornadas en el corte de la caña y que solo vestía en los momentos significativos. Nadie como Jacinto para trabajar, decían los que no sabían (por supuesto, nunca lo contó) que siendo niño el frío de la escarcha mordía sus pies desnudos en los campos de Madruga, mientras recogía la caña tumbada para llevarla a la carreta.
¿Por qué debo tener miedo?, soltó Jacinto con la misma precisión de un jab al mentón del representante del Sindicato. Es más, quisiera aportar otros argumentos. Esta vez, el murmullo se convirtió en casi un grito. Los que parecían dormitar despertaron y los que pretendían escurrirse detuvieron el impulso. Parecía que todo comenzaba a girar en dirección contraria a las manecillas del reloj  y los de la mesa advirtieron que algo diferente pasaba. Uno, el que más aspecto de jefe tenía, preguntó algo (bajito) y colocó la oreja para recibir la respuesta del otro, luego asintió despacio (casi en cámara lenta) y miró con ojos de serpiente a Jacinto. Pero no logró el efecto que esperaba. Entonces habló, lo hizo despacio con el propósito de impresionar en cada palabra. “Bueno, dicen que es la primera vez que usted interviene en una asamblea…, eso significa lo importante de nuestra presencia aquí…”  Jacinto ratificó: No, no es por ustedes que voy a hablar.
¡Claro eso lo sabemos, la asamblea es de ustedes…! Intentó reparar el de más cara de jefe.
Eso también lo sé, replicó Jacinto inconmovible y espantó algo que le molestaba en su oreja izquierda.
¡Entonces hable…, queremos escucharle…!, asumió a nombre de la presidencia el de la cara de jefe; aunque (en realidad) pretendía hacer notar su jerarquía por sobre los demás y demostrar que podía mantener el control en medio de una reunión donde un “donnadie” pensó vendría a virarle la tortilla. Por eso sonrió alargando la mueca de la boca hasta casi las orejas.
Con este señaló al lugar donde estaba el director que debía ser retirado (por supuesto, no era la intención de los de arriba cuando vinieron a escuchar el criterio de los de abajo)   ya suman ocho los administradores que han tenido a su cargo el Central… ¿Y qué han resuelto…?  Pues nada para la mayoría. Todos saben que  los siete anteriores vinieron de otras provincias, donde no sé si se da la caña, a bailar en la casa del trompo. Claro, aprender puede y tiene derecho cualquiera…, que se lo proponga. Por supuesto, cada uno de ellos aprendió a establecer las relaciones que le proporcionarían subir a un nuevo nivel…,
¡Compañero…!, atajó el de la cara de más jefe
…tener una buena casa…,
¡Compañero…! insistió
carro con chapa estatal y mucha gasolina…
¡Compañero…, por favor!
  y mandar desde un lugar más alto, mejor aún si resulta una oficina en la cual ni siquiera se ve una foto de un cañaveral. concluyó Jacinto.
¡Coj…coñ…! ¡Compañero…! , replicó el de la cara de más jefe con evidente molestia. Vinimos a escuchar criterios, no para hacer leña del árbol caído (en ese momento el director del Central levantó la vista, como lo hace el carnero en el momento que mira a su victimario para recordarle su odio segundos antes de morir), que reitero (continuó el otro al advertir la mirada del degollado) no le estamos celebrando un juicio. Pedimos criterios y por eso recabamos el concurso de los compañeros aquí presentes, porque nadie es perfecto y un cuadro no se hace de la noche a la mañana. Tampoco estamos aquí para escuchar cómo se lanzan críticas a quienes debemos ejercer nuestra responsabilidad desde el nivel superior. La política de cuadros no es lo que está en cuestionamiento. Para eso existen otros mecanismos y otras personas.
Los traen, se acomodan y después van para arriba…
Mire..., (esta vez el de la cara de más jefe pareció no estar dispuesto a continuar. Aquel larguirucho machetero le había recordado su propia llegada al Ministerio después de pasar por cuatro centrales azucareros desde su natal provincia hasta la oficina que ahora ocupaba en pleno Vedado, en la capital del país) usted puede tener sus razones para estar molesto, pero le reitero que no se trata de un juicio con el objetivo de pedir una sanción, ni botar a nadie. Queremos compartir criterios y, esta, es la oportunidad. ¿no lo creen así…?
…Y luego no se acuerdan siquiera del camino por donde vinieron…
¿Cuál es su nombre compañero…?
…por eso toman medidas que no funcionan ni abajo, ni arriba…
Por favor, compañeros, control, control…
…alguien debería frenar tanto oportunismo. Aquí muchos de los obreros se quemaron las pestañas y hasta lograron hacerse ingenieros…
…eso es bueno…, el estudio…, aprovechar la oportunidad de calificarse y apoyar en la producción y, como  ahora hacemos con Fernández, para rectificar errores…
… sin embargo, ninguno ocupó la plaza de director del Central… ¿por qué…?
Le reitero que la política de cuadros es algo que no vinimos a discutir aquí. Se trata de, de…
… porque no les interesa saber lo que hace realmente falta…
…Mire déjeme aclararle…
…traer alguien de afuera siempre es la oportunidad de promover a los amigos, de los que están en el Ministerio…
¡¿Cómo dijo que él se llama?! Preguntó el de la cara de más jefe (muy bajito), al del Sindicato.
… le dan un carro, se busca una secretaria y que el Central eche el humo prieto o lo cubra el óxido y la cachaza…
(Murmullo del público, algunas risas mal contenidas).
¡Compañeros, por favor, necesitamos control…!, decididamente no debimos, digo no vinimos a cuestionar, sino a…, a…, a intercambiar argumentos para reagruparnos, consolidarnos y ser más eficientes (sudó el de la cara de más jefe).
…Si me piden la opinión…, mi opinión, mi opinión…, de verdad…
¡Dígala, por favor, sin diluirse ni cuestionar el trabajo del compañero Fernández!
… de verdad, de verdad, pusiera de director a Ramón. Ese negro nació entre las cañas, creció entre las cañas y salió de entre las cañas para la Universidad, después de llenar sus manos de callos de tanta mocha que dio con el Sol sobre la camisa y acompañado, en las noches,  por las luces del tractor del compadre.
  Je…, compañeros, repito (alarga las palabras) que no vinimos a quitar a nadie (y, evidentemente, molesto), decidimos aprovechar unos minutos y pasar por aquí,  antes de una reunión importante que tenemos en el Ministerio y casi hemos discutido lo que no queríamos, vinimos a lo que no veníamos, y perdido el tiempo que no tenemos…
   …Ramón solo podía contenerse fuera de su trabajo cuando el mal tiempo le obligaba a permanecer bajo techo por culpa de la lluvia. Incluso, antes de graduarse como ingeniero, hizo posible que el Central no se parara gracias a su inteligencia e inventiva.
…Por supuesto, que sabemos el personal con que contamos…, estudiar es importante, precisamente por eso podemos y debemos ayudar más a Fernández  y lograr la eficiencia que buscamos.
… Sin embargo, el negro Ramón no ha mostrado otro interés que el de apoyar la producción, porque eso lo saben todos aquí: fue tremendo el lío para otorgarle un televisor, casi le cuestionan hasta su ejemplo como militante al no pensar en los demás, como si un militante no fuera un ser humano, con aspiraciones, necesidades y familia…, para qué hablar de la casa que está a punto de caerle encima…
  ¡¿Ven…?!  Eso es lo que debemos evitar…
   …por supuesto…
… que la gente se aproveche…, digo los compañeros para plantear…
… las cosas no son como las ven los de arriba…
… y echar a perder un encuentro que prometía ser productivo, una reunión eficiente…, diferente, ¿diferente…?
Estoy seguro que si lo ponen de director será mejor para todos, de paso resuelven el problema de su casa y quizá le promuevan para resolver los de arriba, en el Ministerio.
¡Usted se pasó compañero…!   ¿Cómo dijo que se llama…?
  ¿…la verdad, la verdad…? Sería el mejor director. Muchas Gracias, dijo Jacinto y colocó nuevamente en su oído izquierdo el implemento necesario para escuchar,  justo en el momento que todos sus compañeros le aplaudían.

Cuba, Octubre de 2011.






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