Decidieron enterrar aquella palabra,
lúgubre y filosa, pues, desterrarla ya había causado muchos problemas en todo
el mundo. Cavaron, despacio y profundo, removiendo la tierra y entonces fue que
descubrieron otra palabra, olvidada y luminosa como una estrella. La extrajeron
del fondo de la tierra, brilló en las manos, iluminó los rostros, alimentó la esperanza, calentó los
cuerpos y se convirtió en sol sobre el firmamento.
(Fragmentos de vida RSM).
.
La
abuela Regina, siempre hablaba de Pablo Ponce de León, mi bisabuelo, un recio
hombre, emigrante español, que labró el carácter de sus hijos como si fuera un
herrero. En sus relatos hacía referencia a su predilección por la nieta, La negrita, como apodó cariñosamente a mi
madre María Esther y respondía al por qué prefería llevarla, durante algunas de sus travesías, para extraer sal en
las aguas de Caibarién. De esta manera completaba los testimonios de mi madre
en relación con los misterios del mar, la estela fluorescente de la embarcación
detrás en la popa y, para graficar tan hermosa imagen, nos enseñaba “caminos”
en las estrellas.
Quise
saber cómo era Pablo. También visitar aquel lugar donde cruzó las palabras más
fuertes y esgrimió sus curtidos músculos al defender su derecho de una relación
de amor con la mujer negra, llamada
Amparo, descendiente de esclavos africanos traídos a Cuba. Para explicar mi
interrogante y entender el rechazo que supo enfrentar Pablo, entre sus
coterráneos, dijo dos palabras. Entonces quise saber acerca del odio y también
el significado de la libertad. Nunca podré entender el origen de la primera,
pero defiendo el legado de mis ancestros por la segunda porque encierra todo lo
realmente humano en nuestras vidas.
Hace
unos días me estremeció la muerte de Madiba, es un gusto llamarle así, y
recordé mis raíces africanas, las hermosas manos de mi madre, llenas de huellas
por el trabajo, su piel oscura y tersa, su mirada profunda, inteligente y
tierna, impenetrable frente al odio como el silencio. Sentí la libertad que nos ofreció al traernos
al mundo, mostrarlo y defenderlo.
Nunca
se interpuso en nuestros caminos, aun cuando tuviera criterios contrarios.
Recuerdo, sus palabras cuando le pregunté por la fotografía de Elían González,
en un lugar reservado para los familiares, en nuestra casa.
Sus
palabras fueron: “Es mi reclamo por su derecho a la libertad. Es también un
nieto. Jamás debió ser arrancado de su Patria”.
Es por
eso que prefiero enterrar el odio, como hizo Madiba, y no desterrarlo. Es por
eso que cavo en mi memoria y descubro que la libertad es siempre más que una
palabra.
Dejo,
a los tripulantes de este blog, uno de los relatos contenidos en el libro
inédito: Y los cuentos, cuentos son.
Verde que te quiero verde (El octavo)
Un
murmullo se extendió por la sala de reuniones
cuando Jacinto se levantó con el sombrero entre las manos y se dirigió hacia
donde estaba el micrófono. El larguirucho y hasta el momento silencioso Jacinto
había roto los pronósticos de quienes le conocían y, por supuesto, no imaginaban que este
hombre capaz de entrarle al duro trabajo del corte de caña sin emitir un sonido
de su boca, también estaría dispuesto a expresarse, a la vista de todos, en una
asamblea. Pero ahí estaba: erguido, sin nervios frente a la mesa reservada a la
presidencia y mirando cómo le observaban los jefes que habían venido del
Ministerio para decidir la permanencia del octavo administrador enviado a la
empresa azucarera en menos de seis meses.
— No tenga miedo…, el micrófono no muerde,
casi tartamudeó el representante del sindicato en un intento para aflojar las
tensiones creadas, entre los presentes, debido a la inesperada determinación
del legendario machetero, al que jamás habían podido arrancar siquiera una
palabra en ninguna de las ocasiones que prendieron de su guayabera una de las
tantas medallas obtenidas durante las heroicas jornadas en el corte de la caña
y que solo vestía en los momentos significativos. Nadie como Jacinto para
trabajar, decían los que no sabían (por supuesto, nunca lo contó) que siendo
niño el frío de la escarcha mordía sus pies desnudos en los campos de Madruga,
mientras recogía la caña tumbada para llevarla a la carreta.
— ¿Por qué debo tener miedo?, soltó Jacinto
con la misma precisión de un jab al mentón del representante del Sindicato. — Es más, quisiera aportar otros argumentos. Esta vez,
el murmullo se convirtió en casi un grito. Los que parecían dormitar
despertaron y los que pretendían escurrirse detuvieron el impulso. Parecía que
todo comenzaba a girar en dirección contraria a las manecillas del reloj y los de la mesa advirtieron que algo
diferente pasaba. Uno, el que más aspecto de jefe tenía, preguntó algo (bajito)
y colocó la oreja para recibir la respuesta del otro, luego asintió despacio
(casi en cámara lenta) y miró con ojos de serpiente a Jacinto. Pero no logró el
efecto que esperaba. Entonces habló, lo hizo despacio con el propósito de
impresionar en cada palabra. “Bueno, dicen que es la primera vez que usted
interviene en una asamblea…, eso significa lo importante de nuestra presencia
aquí…” Jacinto ratificó: — No, no es por ustedes que voy a hablar.
— ¡Claro eso lo sabemos, la asamblea es de
ustedes…! Intentó reparar el de más cara de jefe.
— Eso también lo sé, replicó Jacinto
inconmovible y espantó algo que le molestaba en su oreja izquierda.
— ¡Entonces hable…, queremos escucharle…!,
asumió a nombre de la presidencia el de la cara de jefe; aunque (en realidad)
pretendía hacer notar su jerarquía por sobre los demás y demostrar que podía
mantener el control en medio de una reunión donde un “donnadie” —pensó— vendría a virarle
la tortilla. Por eso sonrió alargando la mueca de la boca hasta casi las
orejas.
— Con este —señaló
al lugar donde estaba el director que debía ser retirado (por supuesto, no era
la intención de los de arriba cuando vinieron a escuchar el criterio de los de abajo) — ya suman ocho
los administradores que han tenido a su cargo el Central… ¿Y qué han
resuelto…? Pues nada para la mayoría.
Todos saben que los siete anteriores
vinieron de otras provincias, donde no sé si se da la caña, a bailar en la casa
del trompo. Claro, aprender puede y tiene derecho cualquiera…, que se lo
proponga. Por supuesto, cada uno de ellos aprendió a establecer las relaciones
que le proporcionarían subir a un nuevo nivel…,
— ¡Compañero…!, atajó el de la cara de más jefe
—…tener una buena casa…,
— ¡Compañero…! insistió
— carro con chapa estatal y mucha gasolina…
— ¡Compañero…, por favor!
— y
mandar desde un lugar más alto, mejor aún si resulta una oficina en la cual ni
siquiera se ve una foto de un cañaveral. — concluyó Jacinto.
— ¡Coj…coñ…! —
¡Compañero…! , replicó el de la cara de más jefe con evidente molestia. — Vinimos a escuchar criterios, no para hacer leña del
árbol caído (en ese momento el director del Central levantó la vista, como lo
hace el carnero en el momento que mira a su victimario para recordarle su odio
segundos antes de morir), que reitero (continuó el otro al advertir la mirada
del degollado) no le estamos celebrando un juicio. Pedimos criterios y por eso
recabamos el concurso de los compañeros aquí presentes, porque nadie es
perfecto y un cuadro no se hace de la noche a la mañana. Tampoco estamos aquí
para escuchar cómo se lanzan críticas a quienes debemos ejercer nuestra
responsabilidad desde el nivel superior. La política de cuadros no es lo que
está en cuestionamiento. Para eso existen otros mecanismos y otras personas.
— Los traen, se acomodan y después van para
arriba…
— Mire..., (esta vez el de la cara de más
jefe pareció no estar dispuesto a continuar. Aquel larguirucho machetero le
había recordado su propia llegada al Ministerio después de pasar por cuatro
centrales azucareros desde su natal provincia hasta la oficina que ahora
ocupaba en pleno Vedado, en la capital del país) usted puede tener sus razones
para estar molesto, pero le reitero que no se trata de un juicio con el
objetivo de pedir una sanción, ni botar a nadie. Queremos compartir criterios
y, esta, es la oportunidad. ¿no lo creen así…?
—…Y luego no se acuerdan siquiera del camino
por donde vinieron…
— ¿Cuál es su nombre compañero…?
—…por eso toman medidas que no funcionan ni
abajo, ni arriba…
— Por favor, compañeros, control, control…
—…alguien debería frenar tanto oportunismo.
Aquí muchos de los obreros se quemaron las pestañas y hasta lograron hacerse
ingenieros…
—…eso es bueno…, el estudio…, aprovechar la
oportunidad de calificarse y apoyar en la producción y, como ahora hacemos con Fernández, para rectificar
errores…
—… sin embargo, ninguno ocupó la plaza de
director del Central… ¿por qué…?
— Le reitero que la política de cuadros es
algo que no vinimos a discutir aquí. Se trata de, de…
—… porque no les interesa saber lo que hace
realmente falta…
—…Mire déjeme aclararle…
—…traer alguien de afuera siempre es la
oportunidad de promover a los amigos, de los que están en el Ministerio…
— ¡¿Cómo dijo que él se llama?! Preguntó el
de la cara de más jefe (muy bajito), al del Sindicato.
—… le dan un carro, se busca una secretaria
y que el Central eche el humo prieto o lo cubra el óxido y la cachaza…
(Murmullo
del público, algunas risas mal contenidas).
— ¡Compañeros, por favor, necesitamos
control…!, decididamente no debimos, digo no vinimos a cuestionar, sino a…, a…,
a intercambiar argumentos para reagruparnos, consolidarnos y ser más eficientes
(sudó el de la cara de más jefe).
—…Si me piden la opinión…, mi opinión, mi
opinión…, de verdad…
— ¡Dígala, por favor, sin diluirse ni
cuestionar el trabajo del compañero Fernández!
—… de verdad, de verdad, pusiera de director
a Ramón. Ese negro nació entre las cañas, creció entre las cañas y salió de
entre las cañas para la Universidad, después de llenar sus manos de callos de
tanta mocha que dio con el Sol sobre la camisa y acompañado, en las
noches, por las luces del tractor del
compadre.
—
Je…, compañeros, repito (alarga las palabras) que no vinimos a quitar a
nadie (y, evidentemente, molesto), decidimos aprovechar unos minutos y pasar
por aquí, antes de una reunión
importante que tenemos en el Ministerio y casi hemos discutido lo que no
queríamos, vinimos a lo que no veníamos, y perdido el tiempo que no tenemos…
—
…Ramón solo podía contenerse fuera de su trabajo cuando el mal tiempo le
obligaba a permanecer bajo techo por culpa de la lluvia. Incluso, antes de
graduarse como ingeniero, hizo posible que el Central no se parara gracias a su
inteligencia e inventiva.
— …Por supuesto, que sabemos el personal con
que contamos…, estudiar es importante, precisamente por eso podemos y debemos
ayudar más a Fernández y lograr la
eficiencia que buscamos.
—… Sin embargo, el negro Ramón no ha
mostrado otro interés que el de apoyar la producción, porque —eso lo saben todos aquí: — fue tremendo el lío para otorgarle un televisor, casi le cuestionan
hasta su ejemplo como militante al no pensar en los demás, como si un militante
no fuera un ser humano, con aspiraciones, necesidades y familia…, para qué
hablar de la casa que está a punto de caerle encima…
—
¡¿Ven…?! Eso es lo que debemos
evitar…
—
…por supuesto…
—… que la gente se aproveche…, digo los
compañeros para plantear…
—… las cosas no son como las ven los de
arriba…
—… y echar a perder un encuentro que
prometía ser productivo, una reunión eficiente…, diferente, ¿diferente…?
— Estoy seguro que si lo ponen de director
será mejor para todos, de paso resuelven el problema de su casa y quizá le
promuevan para resolver los de arriba, en el Ministerio.
— ¡Usted se pasó compañero…! ¿Cómo dijo que se llama…?
—
¿…la verdad, la verdad…? Sería el mejor director. Muchas Gracias, dijo
Jacinto y colocó nuevamente en su oído izquierdo el implemento necesario para
escuchar, justo en el momento que todos
sus compañeros le aplaudían.
Cuba,
Octubre de 2011.
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