Caín,
y(o), Abel
Caín,
Abel y(o)…
“Arriba la luna hace un guiño en su creciente
Y la noche es prieta como el silencio
Duele verla allí solita
En tan inmenso firmamento”. RSM
Óleo de Vicente Bonachea
Pude
ver, por primera vez, mientras soñaba, cómo nevaba. Miraba hacia el techo y
resultaba fácil descubrir la ubicación de cada estrella, de cada constelación
en la enorme pantalla etérea. Sabía que los copos resbalaban desde la cornisa y
caían sobre la pequeña morada de Caín, quien ni se molestó en emitir un gruñido
-a pesar que le prometí calafetear la cubierta de su estancia-, después que
observamos (como de costumbre: la cabeza sobre mis piernas, lejos de Abel,
arrellanado en el sofá), el parte del tiempo en el noticiario de la televisión.
Mientras nevaba, a esa hora, Abel dormitaba sobre la máquina de escribir,
después de haber interrumpido uno de los intentos de suicidio-relatos con su
consecuente baño gatuno y esa mirada entre esquiva y lastimera que significaba:
“anda ve y tómate un descanso”, mientras la pequeña y fantasmagórica Maribel
desandaba por el cuarto de baño en busca de algún insecto que pudiera arrebatarle
del festín a cualquier batracio sin nombre (nunca le puse alguno a ninguno(a),
porque demostraron ser numeroso(a)s, concertistas bullero(a)s e inidentificables,
independientes, invasivo(a)s y nocturno(a)s). Durante el resto de la madrugada
luché contra el insomnio. Quería que amaneciera pronto para ver la escarcha
sobre la hierba, pero descubrí que la tal nevada eran los árboles que lloraban
extrañas flores como un recuerdo de otoño en primavera. Miré de reojo el reloj
y me percaté de que mi corazón se había detenido. Traté de darle cuerda y no
hubo respuesta, quizá por la falta de recuerdos, sueños, motivos para (vivir) la
oscura nevada, Caín o Abel…, no sé.
RSM.
Junio 2014
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