miércoles, 21 de enero de 2015

Contestatarios o disidentes versus mercenarios




La fruta en la altura*

Raúl San Miguel

Óleo Vicente Bonachea

Ilustración: Samuel

“Hay momentos para todo en la vida, hasta para contar esas cosas que duelen como una espina de acero atravesada en el pecho, porque te llegan hasta el alma y destruyen la existencia de adentro pa´fuera…, despacio, muy despacio, casi en silencio... Por eso, cuando llega la hora, hay que decirlas…, soltarlas porque te queman…, de lo contrario jamás podrías volver a conciliar el sueño, ni mirar a nadie de frente… Por eso hay que decirlas, aunque duelan…, aunque sea lo último que hagas en la vida”. (Ciudades…fragmento de novela. RSM).



Recuerdo que en un curso de diplomado (del cual hice referencia en un artículo reciente en este blog) de Administración Pública,  defendí el criterio de disentir. Me observaron como a un bicho raro. Algunos incluso tragaron en seco, no podían entender cómo podría, en aquel recinto decir que disentía. Entonces argumenté, de buena gana, que todos los seres humanos, por esencia lógica de la propia conciencia social, disentíamos, que ser disidente no equivale, de ningún modo, a ser mercenario. La diferencia en las acepciones de estas palabras resulta notable, solo que –a veces- permitimos que ciertos términos de uso en el habla, sean acuñados de forma sutil y hasta psicológicamente orientadas (en sentido contrario a su significado) por quienes organizan las campañas subversivas contra la Revolución cubana.
Un tiempo después escuché otra: un colega le explicaba a otro, el por qué, en su criterio, el sujeto de referencia (un servidor) no lograba ascender a un puesto de dirección importante en mi especialidad como profesional. Debo aclarar que estudié y me gradué como licenciado en periodismo, no de licenciado en Administración Pública (aunque me alegró mucho haber realizado una tesina para certificar mi diplomado). “Es un contestatario”, ese fue el calificativo empleado. ¡¿…?!  Pocas veces me había sorprendido tanto. Tampoco ser contestatario es ser mercenario. Está bien claro que un mercenario es una persona que recibe dinero para cumplir un propósito de (una potencia extranjera) contra su propio país. Ejemplos sobran, más recientes: Tania Bruguera, Yoani Sánchez, Bertha Soler, el “Coco” Fariñas, Rodiles…, una lista que ahora se engrosa con una nueva aspirante a líder de oposición por herencia: la mercenaria Rosa María Payá, a quien el senador republicano Marco Rubio anunció, que sería su invitada oficial al discurso del Estado de la Unión ofrecido ante el Congreso por el presidente Barack Obama este martes (Ayer).
Por supuesto, las nuevas medidas anunciadas por Washington no cambian las reglas del juego en cuanto a mantener el bloqueo contra nuestro país. En mi opinión lo más importante es tener clara la cuestión: no habrá fruta madura para quienes trasnochan con sus sueños de anexión de Cuba al imperio norteamericano, dentro y fuera del país. En este sentido seré un eterno disidente contestatario, prefiero no escalar al pedestal de la Patria, sino mantenerme junto a ella para servirla como soldado.

A los argonautas de este blog dedico este relato. Se basa en hechos reales. El protagonista fue una de esas personas que escaló tanto que llegó al otro lado del charco, como decimos los cubanos, pero no para defender a Cuba, como lo hizo Martí (salvando las distancias éticas y morales) y muchos, muchísimos miles de cubanos que viven fuera de la Isla y que jamás serán mercenarios. 

Algunos prefieren quedarse
¿La derecha o la izquierda?
(Impaciencia del corazón)
Stefan Sweig

Un reportaje relacionado con los piratas que interceptaban los convoyes que transportaban cereales para el consumo animal, lo había convertido en la estrella de los noticiarios televisivos. Más, aún, logró borrar toda referencia anterior en el ejercicio de la crítica y la denuncia pública de hechos que colocaban en una ruleta rusa la economía del país y pocos se atrevían a publicar con el tino, la madurez, profundidad y sentido profesional que él logró con la grabación de imágenes relacionadas con asaltos en vivo. Su difusión, por todo el país, lo catapultó a las páginas de la prensa extranjera. Abría una ventana en medio del caos y lo hacía con la maestría del cirujano nacido para vivir en un quirófano. Nada podría evitar (ya) su vertiginoso ascenso, apenas un año después de graduarse y salir del recinto universitario. Más cuando podía exhibir sus cualidades excepcionales con la asignación de un yipi y la garantía de una tarjeta para más de 700 litros de combustible (gasolina que se cotizaba, entonces, a 50 pesos el litro en el mercado negro) mensuales. ¿Quién lo iba a decir? “Tan flojito que parece y lo derechito que va”, decía el parqueador en tono de burla, pero solo reíamos por lo bajo y no le hacíamos mucho o ningún caso. En realidad para qué complicarnos en mencionar los privilegios de un colega que ahora representaba todo un cambio en la dinámica del viejo oficio que intentábamos modificar con una variante nacional: no imitar el sensacionalismo noticioso de la prensa extranjera y buscar nuestros propios mecanismos para hacer el trabajo objetivo, profundo, crítico ¿noticioso? y sin fisuras (datos que no resulta conveniente publicar) que puedan ser utilizadas por el enemigo. Resultaba una tarea extremadamente difícil. Por una parte el estímulo a buscar esa fórmula se convertía en una cruzada extenuante y devastadora. Algo así como el transitar sobre un campo minado en medio de una lluvia de balas (desde las dos partes), pero aquel bisoño periodista había encontrado un camino. El lente de la cámara no escamoteó la escena propia de un filme del Oeste, solo que eran cubanos sin ningún otro atuendo que las vestimentas de un ciudadano común, los que hacían increíbles malabares para sacar toneladas de pienso, mientras los choferes de las rastras _ en actos verdaderamente temerarios_  realizaban maniobras agonizantes con el propósito de hacerles caer (de muerte) sobre el pavimento. Pero los ninjas lograban, antes, lanzar varios sacos que recogían la caballería (ciclistas de su equipo) y luego desaparecían entre las altas hierbas de la autopista. Aquellas imágenes resultaban irrefutables, los telenoticiarios la mostraban en portada y le dedicaban largos minutos, más del tiempo normal considerado para los reportajes especiales. Después temblaron los taxistas y cayó una lluvia tibia sobre la ciudad. Nadie se había percatado de que el asunto discutido hasta en una cama nupcial podría tener implicaciones morales tan serias como ocurrió cuando el nuevo reportaje estuvo listo para la televisión. El novel reportero necesitaba mantener sus ideas frescas, nada mejor que aquella vivienda frente a la avenida del puerto, en plena arteria colonial,  en un entorno donde reconocidos artistas de la plástica encontraron un espacio para sus estudios-talleres que atraían una avalancha de turistas extranjeros, acompañados por guías profesionales,  buscayumas del barrio, prostitutas, santeros, espiritistas y babalaos. Desde allí el aire de la bahía traía el sabor inconfundible de los puertos, el pitazo de los buques, el cañonazo de las nueves y el Cristo con sus brazos abiertos para recibirlos a todos. Desde el balcón, podía observar a la gente (abajo) caminar convertidos en hormigas multicolores, mientras que en las noches mitigaba el calor con refrescos importados que se enfriaban, maravillosamente, en un refrigerador de doble temperatura  de los que se vendían en las tiendas recaudadoras de divisas (que le fuera asignado para mantener su pensamiento fresco), a las ocho de la noche tomaría un descanso para observar su obra en la pantalla de un televisor que también pudo adquirir a un precio módico (como todos los objetos de su vivienda) en moneda nacional. “Lo tenía casi todo”, pensaba cuando se detenía a maquillarse y delineaba con precisión los vellos de las cejas. La expresión de sus ojos, no por femenina, resultaba interesante. Miraba con la misma y profunda curiosidad que lo hacía su perrita Cookie Spanish, a la cual le llamó Whisky. “Una perra intelectual, capaz de compartir los secretos de sus amantes masculinos sin ladrar. “No te preocupes _ dijo a su acompañante. Le ponemos un cassette de Disney, le encanta la película de los ciento un dálmatas” y acariciaba el pelaje color malta de su mascota. Después caminaba hasta la puerta de la habitación y dejaba caer la bata de dormir en un alarde de coquetería al estilo de Greta Garbo. Así pensaba mientras le empujaban desde atrás, en su espalda, hasta dejar su delgado cuerpo tendido y sin fuerzas sobre la cama. “Tienes que irte”, le dijo su amante, convencido de que tendría otra oportunidad en un país donde la prensa grande abre las puertas a los inteligentes, a los que encontraron una forma de exponer las fisuras del sistema sin disparar un tiro, sin tirarle un hollejo a un chino y si tienen los pies secos mejor. Por eso la invitación a México le llenó de esperanzas. Miró, como si fuera (premonitoriamente) las luces de los barcos en el canal de la bahía y se imaginó sobre la nocturna cubierta de un crucero. “Cada uno tiene su estrella y  la mía no tiene que estar bajo este firmamento”, aclaró aturdido por la brutal muerte de su amiga. “Esos bárbaros no se merecen otra cosa que atragantarse con la mierda que le dan en los cortes” y susurró: “nunca debí hacer ese reportaje entre animales”. La pobre Whisky había expiado las culpas (de su dueño) al quedar su cuerpo destrozado por la furia de una brigada de macheteros que había sido contrariada por una noticia capaz de pulverizar el orgullo de estos hombres acostumbrados a los rigores de un clima perverso en cada jornada de labor. “¡Que venga si es hombre a discutir con nosotros! ¡Qué explique porque nos trató como vagos!, reclamaron. Y el héroe fue. Ahora tenía un motivo más para marcharse. Sobre el televisor la fotografía de la pobre Whisky parecía indiferente a la sustituta: Ronney (Whisky II), que miraba a su dueño sin prestar atención a los dálmatas de la pantalla. “No te preocupes, ellos te sabrán cuidar muy bien”. Solo debía aprender su nuevo papel de víctima, protagonista y arrepentido de luchar en el lado equivocado (con respecto a sus intereses). Así lo declaró frente a los micrófonos y cámaras de Miami. Esa noche su cuerpo no encontró reposo a la demanda de un amante presto a devorar al héroe. De este lado no hubo comentarios en las redacciones, si acaso algunos sonrieron con sarcasmo. Solo el viejo parqueador en el área oficial del Sistema Informativo de la Televisión, exclamó: “¡¿Quién lo iba a decir? “Tan revolucionario que parecía y lo flojito que en verdad fue”. Ninguna declaración oficial ratificó su partida. 

*La fruta, nunca estará madura; a pesar de quienes pretenden coger "mangos bajitos". 

Le pongo un poco del toque de humor, a mi manera, a la evolución de la violencia según la especie y, como señala la ilustración, los tiempos cambian y también las formas en que los seres humanos nos esforzamos por extinguir a nuestros semejantes. Nada que ver en algún "cambio" que mantenga la política de algunos gobiernos que pretenden confundir al tergiversar la historia y coronarse de salvadores, mientras dan muerte a millones de personas en todo el planeta.


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