martes, 17 de marzo de 2015

Delator







“Un ángel se asomó a mis sueños
colocó sus manos sobre mi pecho.
Un ángel borró las huellas de un pasado
e hizo crecer un árbol nuevo” RSM.


A quienes odian lo que otros aman.

Raúl San Miguel

Óleo de Vicente Bonachea

Escuchó su nombre y supo que su plan había resultado perfecto. Acarició la bala que colocaría en la recámara del fusil, antes de grabarle una imperceptible marca en la punta. Imaginó cómo la colocaría directo al lugar del pecho donde latía aquel corazón y acabaría con ese pulsar capaz de hacer estremecer el vientre que tanto deseó acariciar cuando el viento descubría las piernas de la muchacha con las manos ocupadas en repartir el rancho que devoraba la tropa.
La deseaba en cada sueño interrumpido por la odiada presencia. Oteaba, como un animal en celo, el olor de aquella mujer impregnado en el aire nocturno, esperanzado por el verla llegar y escurrirse, como una sombra, bajo la gruesa tela de su uniforme, despojada de aquel vestido de domingos lleno de flores y mariposas, dispuesta a entregarse, embriagada en el susurro de sus labios temblorosos…hasta que supo la verdad; sintió el sabor amargo del rencor oscurecer sus pensamientos y guardó cada palabra confiada, mientras fraguaba, en sentido contrario, un resquicio para la traición.
De pie sus ojos volvieron despacio desde sus botas, hasta el lugar donde el viento agitaba un domingo lleno de flores y mariposas, detenidas en la descarga, el olor de la pólvora, humectadas por el rojo que brotó de la carne, acentuada en el hermoso pecho.
La tarde lloviznó silenciosa y sin sombras. Él, su mejor amigo, le había confiado el secreto de su definitiva ausencia en una breve nota. Ella le había escrito, desde su mirada compasiva y tierna, su perpetua sentencia.

Nota: Mientras escribía de un golpe este breve relato, una nota de fragancia pernoctó en derredor. 


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