lunes, 13 de abril de 2015

Viaje hacia el infinito






A propósito de la: Breve historia del tiempo,
 de Stephen Hawking

"La amistad no excluye nunca la libertad del criterio." / "
(...) soy tan parco en contraer amistades nuevas,
como orgulloso y celoso de las viejas." /
"La amistad es tan hermosa como el amor:
es el amor mismo (…)”.
José Martí, Cuba.

Foto de tomada de palestinalibre.org

Raúl San Miguel


Uno de los grandes retos que recibí durante mi etapa de estudiante y en plena adolescencia, fue la invitación de pintar una línea recta hasta el infinito.  No supe cómo hacerlo hasta que le compartí la preocupación a mi padre y después de meditar un tanto me dijo: “te ayudaré a solucionar ese problema”.  Unos días pasaron y encontré junto frente a mi nariz, apoyado sobre la almohada, un libro de la antigua editorial Mir, de la extinta Unión Soviética, con el título Física recreativa.
Comencé a leerlo y me di cuenta que no encontraba aún la respuesta. Me fui a la librería y busqué otros de la misma editorial: Matemática recreativa y así, me fui de libro en libro, de biblioteca en biblioteca, hasta que el hábito por la lectura de estos textos me empujo a escribir un artículo atrevidísimo cuando, recién graduado de la Licenciatura en Periodismo, en 1989, lo redacté para ser publicado en la revista Ciencias, de la Academia de Ciencias de Cuba, donde fui asignado para hacer el servicio social. Tenía por el título: ¿Qué tamaño tiene el Universo?, y su redacción me llevó de libro a libro, de consulta a consulta, hasta el Instituto de Geofísica y Astronomía, también de la Academia de Ciencias de Cuba, ubicado en la zona costera del Noroeste de La Habana, para que fuera revisado.
La respuesta venía, días después, en un manuscrito de varias cuartillas realizado por un científico de aquel centro y adjunto a mi artículo. Al borde inferior decía una serie de valoraciones positivas con respecto a mi trabajo e incluía una sorprendente frase: “Infinitas gracias”. 
El científico aseguraba que le había gustado cuando escribí: “Si usted mira hacia la bóveda celeste desde cualquier punto de la tierra, se haría una pregunta: ¿Dónde termina el Universo?, para responderla tendría que realizar otra: ¿Dónde comienza?”  Y así fue como hice mis propias reflexiones, a partir de un razonamiento lógico de la teoría del Big Bang, y la espiral en la cual se entrelazan el espacio y el tiempo (si fuera a describirlo, gráficamente, pensara en la representación de la cadena del genoma humano).
Confieso que me sentí asustado porque esperaba ser reprobado en cuanto a mis intentos por reflexionar en un tema polémico que buscaba la respuesta que sembraron en mi adolescencia: dibujar una línea recta hacia el infinito.
El artículo se publicó, pasado un año, a principios de los años noventa en el bisemanario (ya desaparecido) el habanero, dirigido por el jaruqueño, Tubal Paez, quien, además de ser un excelente profesional y, por entonces, presidente de la Unión de Periodistas de Cuba (Upec), nos unió una amistad personal que se extiende hasta su familia. Especialmente a su padre y hermano. Con el primero disfrutaba mientras fumábamos tabacos y me enseñaba secretos de la albañilería. El segundo, mi contemporáneo, gustaba más de los temas políticos y Tubal, siempre certero en sus preguntas que yo trataba de evadir con cualquier salida que me permitiera no hablar nada de periodismo.
Lo cierto es que, una vez publicado, el artículo relacionado con el tamaño del Universo, ni siquiera tuve más contacto con el científico a quien, infinitamente, agradezco su cooperación; pero no encontré la respuesta hasta que un día, alguien me dijo: “¿Sabes hacer un círculo?”  Por supuesto. “Esa es una línea recta hacia el infinito. Puedes colocarte en un punto imaginario de esa figura geométrica y siempre será continuo”. Confieso que lo acepté como una ayuda con mucha lógica.
Recientemente participé en el lanzamiento de un libro de relatos que ayudé a editar, durante un proceso larguísimo, y sobre el cual vaticiné lo que escribiera en su prólogo el reconocido escritor cubano Alexis Díaz Pimienta.
En la presentación del volumen, otro intelectual de las letras cubanas y profesor universitario hizo referencia a mi apoyo para el hermoso libro y expresó palabras-sentimientos que tuvieron el efecto de una bandada de colibríes en la sala donde todos me observaron, con la curiosidad de quienes descubren una respuesta, y sentí un poco de incomodidad como solía ocurrirme cuando me invitaban a subir a un escenario para recibir un premio o reconocimiento por algunos de mis trabajos periodísticos, literarios, de pintura y diseño. Agradecí infinitamente en silencio.  También solicité poder marcharme debido a cuestiones personales. A la semana recibí un mensaje:

“Mi muy estimado Raúl:
Mi buen amigo:
Ante todo, mi saludo cordial, mi más afectuoso abrazo. Constituye este un mero mensaje de "prueba", con el ralo, muy ralo propósito de verificar efectividades tecnológicas. Por favor, amigo, si llegan a ti estas líneas, cúrsame, en la medida de tus posibilidades, un acuse de recibo. Gracias.
Con todo el afecto del mundo y la más blanca de mis martianas rosas, te queda,
(…)”

Tuve la impresión de que se multiplicaba, infinitamente, en la espiral del espacio y el tiempo, un reconocimiento desmesurado. Pero no soy quien debe evaluar la forma en que me valoran los amig@s. Especialmente a quien le vi en la solapa del traje, una medalla que le entregó la escritora Dulce María Loynaz, hace más de un cuarto de siglo, y volvía a lucir como la escarapela martiana para reconocer el valor de aquel libro. El mensaje me llegó un día que me sentía anímicamente muy mal, porque lo debía olvidar, en el mes de marzo. Respondí:

“Querido amigo. Tienes ese raro privilegio de hacerte presente cuando más se te necesita. Estoy aún impactado por tus palabras que no merezco. Cada una tiene un peso diferente, pero todas son como soles. Nunca había visto a nadie defender con tanta (co) razón a (…) de ambos. Acuso tu recibo y tu rosa, tan martiana como la razón de donde nace, en tu pecho.
Un abrazo.
Suyo. Raúl”

En ese viaje del espacio-tiempo ciberespacial, respondió:

“Querido Raúl:
Mí apreciado, siempre solícito amigo:
¡(…) No por algo fortuito, (…) siempre esgrime que tú eres de los "que no se destiñen". Eso de equiparar mis palabras con "soles", se me antoja un acto de generosidad en extremo hiperbolizado. Te agradezco, pues, infinitamente, tanta galanura. Eres tú el que esparce luz por su sintaxis, y ello no remite, ni con mucho, a un mero "intercambio de regalos", sino que adviene verdad irrevocable para cualquiera que deslice la mirada por tu grafía. Tienes una pluma que Dios ha bendecido.
Tal y como acordamos durante la sesión dedicada a presentar el libro de (…), te adjunto el escrito de tema martiano que leyera aquí, en la Universidad Agraria, para celebrar el Día de la Cultura Cubana. Solo espero que resulte de tu agrado, y ojalá que podamos publicarlo en (…)". De tal suerte, adelanto al amigo elocuente y sincero mi más profundo y profuso agradecimiento. ¡Ah!, no muestres pena en participarme las críticas que consideres pertinentes.
Te reitero mis más cálidas  -por álficas-  rosas blancas.
(…)”.       

He omitido, por razones también personales (no es necesario), la referencia al nombre de algunas de las personas que me ofrecen tan valioso e infinito reconocimiento, salvo algunos casos como los mencionados y a los cuales les estaré eterna e infinitamente agradecido, especialmente un amigo que me describió, para una amistad de ambos, con una nueva glosa que me sirve de alimento para pensar durante este viaje donde cultivo amistades (jamás las cosecho, en el término exacto de la palabra) en busca de lo infinito y que resulta, como lo esencial para los ojos, cuando buscamos fuera lo que tenemos como soles por dentro.

 Precisamente hoy, cuando coloco este artículo en nuestro blog, recibí la amarga noticia de la partida física de un amigo a quien nunca conocí, pero compartí de largas conversaciones a través de la lectura de sus libros y artículos. A él mi eterno agradecimiento e infinito reconocimiento.


¿Cómo se escribe Eduardo Galeano?

Raúl San Miguel

“Hay un único lugar donde ayer y hoy se encuentran
y se reconocen
y se abrazan.
Ese lugar es mañana”.
Eduardo Galeano


Después de escuchar los últimos ecos de la recién finalizada Cumbre de las Américas, Las venas de nuestra América, continúan abiertas. Por ellas corre un río ancho y profundo desde el Bravo a la Patagonia, entre las fisuras de los Andes, tierra adentro en la memoria de nuestros pueblos que despiertan del letargo, pero aún distan mucho de estar completamente unidos, mientras Washington mantenga su postura de dividirnos, expoliarnos, expropiarnos del derecho a existir como naciones. 
Horas después nos anuncian la muerte de uno de sus hijos queridos. El escritor uruguayo Eduardo Galeano, quien irrumpió en el mundo el 3 de septiembre de 1940, en Montevideo y nos deja el artículo inconcluso de su despedida física este 13 de abril, el texto que esperábamos con relación a la Cumbre, su palabra certera, su verbo meridiano, su claridad política, su militancia en la izquierda.
Autor de "Las venas abiertas de América Latina" (1971), "Memorias del fuego I" (1982), "El libro de los abrazos" (1989) y "Los hijos de los días" (2011), nació en una familia con ancestros galeses, alemanes, españoles e italianos, de padre Eduardo Hughes Roosen y madre Licia Esther Galeano Muñoz.
Durante su adolescencia transitó por diversos trabajos, publicando su primer escrito político en el periódico semanal del partido socialista "El Sol" (1954).
En 1960 comenzó su carrera como periodista, siendo editor del semanario "Marcha" y director del diario "Época".
En 1973 un golpe militar tomó el poder en Uruguay y debió exiliarse, estableciéndose en Buenos Aires (Argentina), donde fundó y dirigió la revista "Crisis".
En 1976 el régimen de Jorge Rafael Videla perpetró un golpe militar en Argentina, y debió nuevamente exiliarse, marchando a España. A principios de 1985, regresó a Montevideo (Uruguay), donde se estableció definitivamente.
En 2010 ganó el destacado premio Stig Dagerman, uno de los más prestigiosos galardones literarios en Suecia.
Nos queda su obra en: Los hijos de los días (2011), Días y noches de amor y de guerra (1978), Memorias del fuego I (1982), Nosotros decimos no (1989), El libro de los abrazos (1989), y su impronta en cientos de artículos que han sido recogidos por lectores de todo el mundo, como el más preciado legado de quien aseguró: “Yo creo que fuimos nacidos hijos de los días, porque cada día tiene una historia y nosotros somos las historias que vivimos...”
Y tiene la razón. Eduardo Galeano es un nombre que se escribe, sino que se inscribe (definitiva e infinitamente) en la memoria de nuestros pueblos de Latinoamérica.



 




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