Sucede tanto mal,
tanto amor se nos va,
y uno vive sin ver
y ríe sin pensar.
tanto amor se nos va,
y uno vive sin ver
y ríe sin pensar.
(¿Quién va pensar en algo más? Silvio Rodríguez, 1967)
Tumbado
panza arriba el cielo tiene un aspecto profundamente cristalino. Escucho a
Zitarrosa con su hermosa Guitarra negra. Pienso que puedo caer entre las nubes
y con esa velocidad perderme en el infinito, allá donde el cielo es más oscuro; mientras, en derredor de mi cuerpo, todo un ejército de hormigas se
escurre bajo las hierbas. Siento que algunas ya me exploran, pero hacen como si
no existiera. Cierro los ojos y espero levitar sobre tan laboriosos insectos. Imagino
que tratan de llevarme hacia los túneles donde viven...
Hay
momentos para todo en la vida, hasta para contar esas cosas que emergen despacio,
muy despacio, casi en silencio... Por eso, cuando llega la hora, hay que decirlas,
soltarlas porque queman…, de lo contrario jamás podrías volver a conciliar el sueño…
Por eso hay que decirlas…, aunque sea lo último que hagas en la vida.
Puré
“Yo soy el que anda,
por ahí, empujando un
país”
Miguel Barnet
“No
crea que sea conveniente (ahora) publicar ese reportaje”, sentenció el jefe de
información y miró afuera, por la ventana, como si comprendiera lo explosiva
que sería aquella edición en las manos de la gente que ahora veía (como si
fueran hormigas) caminar por las aceras, siempre con una jaba o un paquete en
las manos. “Pero, ¿para qué, entonces, atravesamos media ciudad para ir al
campo? ¿A pasear…?”, intenté defenderme.
En realidad el argumento de los gastos en combustibles y tiempo de trabajo no
significaba mucho en la rutina diaria del trabajo periodístico. “Para llenar
espacios (se refiere a las páginas) están las Agencias Informativas”, había
dicho (en más de una ocasión) el director del periódico. “¿Por qué insistir en
mostrar las interioridades (del país) al enemigo?”, dijo el jefe de redacción.
“¿Quién es el enemigo…, el pueblo?”, protesté. “¿Acaso podremos ocultarle de
las pérdidas de una cosecha de tomate que fue a parar, convertida en puré, a la
misma tierra que la parió?”, volví a tomar la palabra. “No se exceda,
compañero, hay asuntos que publicarlos sería multiplicar el problema, eso usted
lo sabe muy bien. Además no está en discusión el tema de lo que se debe hacer o
no con este reportaje. Ese es un derecho del Consejo Editorial y, por favor, no
me diga que tampoco lo sabe”, apuntó el director visiblemente molesto.
¿Entonces…? , dije con el propósito de escuchar un argumento más convincente
que las fotografías de aquellas pirámides de tomates donde podía graficarse hasta
el olor que expedían. En otras, un grupo de hombres señalaba _como si fuera la captura de un OVNI_ parte de una cosecha de boniato ni siquiera
aprovechable para el consumo animal. “Entonces hay que esperar”, adelantó el
jefe de información y miró de reojo al director. Sabía que obtendría un gesto
de aprobación al señalamiento. Tampoco él quería ver lo que mostraban las
fotografías, mucho menos escuchar las grabaciones con las voces de los
trabajadores agrícolas en las cuales denunciaba (lo sabían), como responsables,
a quienes paseaban en automóviles asignados para hacer cumplir un trabajo, para
ellos, desconocido. Yo estoy seguro que
jamás ningún jefe de esos que andan en yipis ha visto una mata de plátano crecer y mucho
menos sus manos acariciaron, con el sudor de su cuerpo, la tierra, había
dicho uno de los entrevistados. “Se quejan, es verdad. A nadie le gusta que se
le pudra el resultado del trabajo”. — Menos cuando otros no se lo comen, dije
en un intento por aprovechar las certeras palabras, a favor de publicar el
reportaje. “Pero, definitivamente, no lo debemos llevar a la rotativa. ¿Ustedes
se imaginan qué pasaría en medio de la crisis alimentaria internacional y
después de tres huracanes que nos pasaron por arriba, poner toda esa… situación
en una página, hacerla pública…? ¿A quién beneficiaría…? ¿¡Ah….!? Miren, hay cosas que es mejor
mantenerlas ocultas para no crearnos más problemas. ¿Entienden? Lo siento, pero no se saldrá impresa” — ¿Qué hago con mis apuntes…, me los guardo
donde nadie los ve…? , me defendí. “¡Sin
ofensas…! (Replicó el director con
aspecto de ofendido en su lado viril. A fin de cuentas asumió la tarea, al
frente del periódico, porque era un cuadro de dirección probado en diferentes
tareas ajenas al periodismo…, pero nadie le puso jamás un cascabel y los
subordinados podrían ser muy profesionales, graduados y todas esas cosas, pero
él pasó no sé cuántas escuelas de nivelación superior). No he sugerido otra
cosa que la de no publicar, si los votas o los guardas tus apuntes, grabaciones
y el artículo, eso tú lo decides”, rugió justo en el momento que sonó el timbre
del teléfono. “¡¿Diga…?!”, preguntó autoritario, pero de inmediato suavizó el
tono de la voz, se hizo amable, casi a punto del azúcar, sonreía como un niño
que descubre por primera vez la luz del sol
y adoptó una posición completamente desconocida, casi fetal. “Claro… ¡Por
supuesto…!, exacto…, como usted.., diga…Sí, por supuesto, sí, para eso estamos,
claro, sí, al periodista…, lo tengo al
lado, no se preocupe, ya hablamos, claro que aceptó (¿que acepté qué…?, habría
dicho si me hubiesen formulado la pregunta, pero…), es normal, sí, claro,
sabemos que pudiera tener una repercusión favorable, ya lo tenemos…, casi
listo, sí, confiamos en él, claro, sí, por supuesto…” Mientras hablaba el director casi se había
convertido en uno de esos dulces que resumen almíbar, la candidez en sus ojos
era tan pasmosa como la forma en que retomó la conversación una vez concluida
la telefónica. “Espero que seas cuidadoso”, dijo. “Me orientaron que debíamos
publicar el reportaje, pero desde una óptica diferente (¿diferente?). Nos indican
que podamos argumentar la necesidad de emplear mejor los recursos y prepararnos
para alcanzar una mayor eficiencia en la próxima cosecha. Deseo que vuelvas al
campo, estamos seguros de que podrás hacer un buen trabajo”, agregó.
RSM. Octubre
2011
Tumbado
panza arriba el cielo tiene un aspecto profundamente cristalino. Escucho a
Zitarrosa con su hermosa Guitarra negra y canto: Cómo haré para tomarte en mis adentros, guitarra... Cómo haré para que
sientas mi torpe amor, mis ganas de sonarte entera y mía. . . Cómo se toca tu
carne de aire, tu oloroso tacto, tu corazón sin hambre, tu silencio en el
puente, tu cuerda quinta, tu bordón macho y oscuro, tus parientes cantores, tus
tres almas, conversadoras como niñas... mientras encima la luna me escucha
con una sonrisa.
Nota: La foto nada tiene que ver, directamente, con lo escrito arriba, tampoco la referencia a Zitarrosa, con respecto al relato _solo que, en particular, resulta un antídoto contra muchos males, específicamente este texto. En cuanto a la foto, insisto, es solo una imagen recurrente, simpática, llena de sabiduría y de reflexiva tristeza: el ovejo no sabe su destino, el hombre sí. Sin embargo, parece que el obligado "pasajero"disfruta del viaje detrás de un humano capaz de realizar cualquier sacrificio para alimentarse de su carne. La imagen fue tomada de la Internet y, para la publicación de este trabajo, utilicé el piloto automático del blog, es la parte buena de la tecnología, por lo cual puedo estar tumbado boca arriba, ahora mismo, sobre la tierra, cayendo entre las nubes, hacia el infinito, sin saber, como dice en el exergo que tomé de Silvio: "...y uno vive sin ver y ríe sin pensar..."
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