miércoles, 12 de febrero de 2014

Razones de gravitación univers(loc)al





Sucede tanto mal,
tanto amor se nos va,
y uno vive sin ver
y ríe sin pensar.
(¿Quién va pensar en algo más? Silvio Rodríguez, 1967)



Tumbado panza arriba el cielo tiene un aspecto profundamente cristalino. Escucho a Zitarrosa con su hermosa Guitarra negra. Pienso que puedo caer entre las nubes y con esa velocidad perderme en el infinito, allá donde el cielo es más oscuro; mientras, en derredor de mi cuerpo, todo un ejército de hormigas se escurre bajo las hierbas. Siento que algunas ya me exploran, pero hacen como si no existiera. Cierro los ojos y espero levitar sobre tan laboriosos insectos. Imagino que tratan de llevarme hacia los túneles donde viven... 

Hay momentos para todo en la vida, hasta para contar esas cosas que emergen despacio, muy despacio, casi en silencio... Por eso, cuando llega la hora, hay que decirlas, soltarlas porque queman…, de lo contrario jamás podrías volver a conciliar el sueño… Por eso hay que decirlas…, aunque sea lo último que hagas en la vida.





Puré

“Yo soy el que anda,
por ahí, empujando un país”
Miguel Barnet


“No crea que sea conveniente (ahora) publicar ese reportaje”, sentenció el jefe de información y miró afuera, por la ventana, como si comprendiera lo explosiva que sería aquella edición en las manos de la gente que ahora veía (como si fueran hormigas) caminar por las aceras, siempre con una jaba o un paquete en las manos. “Pero, ¿para qué, entonces, atravesamos media ciudad para ir al campo?  ¿A pasear…?”, intenté defenderme. En realidad el argumento de los gastos en combustibles y tiempo de trabajo no significaba mucho en la rutina diaria del trabajo periodístico. “Para llenar espacios (se refiere a las páginas) están las Agencias Informativas”, había dicho (en más de una ocasión) el director del periódico. “¿Por qué insistir en mostrar las interioridades (del país) al enemigo?”, dijo el jefe de redacción. “¿Quién es el enemigo…, el pueblo?”, protesté. “¿Acaso podremos ocultarle de las pérdidas de una cosecha de tomate que fue a parar, convertida en puré, a la misma tierra que la parió?”, volví a tomar la palabra. “No se exceda, compañero, hay asuntos que publicarlos sería multiplicar el problema, eso usted lo sabe muy bien. Además no está en discusión el tema de lo que se debe hacer o no con este reportaje. Ese es un derecho del Consejo Editorial y, por favor, no me diga que tampoco lo sabe”, apuntó el director visiblemente molesto. ¿Entonces…? , dije con el propósito de escuchar un argumento más convincente que las fotografías de aquellas pirámides de tomates donde podía graficarse hasta el olor que expedían. En otras, un grupo de hombres señalaba  _como si fuera la captura de un OVNI_  parte de una cosecha de boniato ni siquiera aprovechable para el consumo animal. “Entonces hay que esperar”, adelantó el jefe de información y miró de reojo al director. Sabía que obtendría un gesto de aprobación al señalamiento. Tampoco él quería ver lo que mostraban las fotografías, mucho menos escuchar las grabaciones con las voces de los trabajadores agrícolas en las cuales denunciaba (lo sabían), como responsables, a quienes paseaban en automóviles asignados para hacer cumplir un trabajo, para ellos, desconocido. Yo estoy seguro que jamás ningún jefe de esos que andan en yipis  ha visto una mata de plátano crecer y mucho menos sus manos acariciaron, con el sudor de su cuerpo, la tierra, había dicho uno de los entrevistados. “Se quejan, es verdad. A nadie le gusta que se le pudra el resultado del trabajo”. — Menos cuando otros no se lo comen, dije en un intento por aprovechar las certeras palabras, a favor de publicar el reportaje. “Pero, definitivamente, no lo debemos llevar a la rotativa. ¿Ustedes se imaginan qué pasaría en medio de la crisis alimentaria internacional y después de tres huracanes que nos pasaron por arriba, poner toda esa… situación en una página, hacerla pública…? ¿A quién beneficiaría…?  ¿¡Ah….!? Miren, hay cosas que es mejor mantenerlas ocultas para no crearnos más problemas. ¿Entienden?  Lo siento, pero no se saldrá impresa”  — ¿Qué hago con mis apuntes…, me los guardo donde nadie los ve…? , me defendí.  “¡Sin ofensas…!  (Replicó el director con aspecto de ofendido en su lado viril. A fin de cuentas asumió la tarea, al frente del periódico, porque era un cuadro de dirección probado en diferentes tareas ajenas al periodismo…, pero nadie le puso jamás un cascabel y los subordinados podrían ser muy profesionales, graduados y todas esas cosas, pero él pasó no sé cuántas escuelas de nivelación superior). No he sugerido otra cosa que la de no publicar, si los votas o los guardas tus apuntes, grabaciones y el artículo, eso tú lo decides”, rugió justo en el momento que sonó el timbre del teléfono. “¡¿Diga…?!”, preguntó autoritario, pero de inmediato suavizó el tono de la voz, se hizo amable, casi a punto del azúcar, sonreía como un niño que descubre por primera vez la luz del sol y adoptó una posición completamente desconocida, casi fetal. “Claro… ¡Por supuesto…!, exacto…, como usted.., diga…Sí, por supuesto, sí, para eso estamos, claro, sí, al periodista…,  lo tengo al lado, no se preocupe, ya hablamos, claro que aceptó (¿que acepté qué…?, habría dicho si me hubiesen formulado la pregunta, pero…), es normal, sí, claro, sabemos que pudiera tener una repercusión favorable, ya lo tenemos…, casi listo, sí, confiamos en él, claro, sí, por supuesto…”  Mientras hablaba el director casi se había convertido en uno de esos dulces que resumen almíbar, la candidez en sus ojos era tan pasmosa como la forma en que retomó la conversación una vez concluida la telefónica. “Espero que seas cuidadoso”, dijo. “Me orientaron que debíamos publicar el reportaje, pero desde una óptica diferente (¿diferente?). Nos indican que podamos argumentar la necesidad de emplear mejor los recursos y prepararnos para alcanzar una mayor eficiencia en la próxima cosecha. Deseo que vuelvas al campo, estamos seguros de que podrás hacer un buen trabajo”, agregó.

RSM. Octubre 2011



Tumbado panza arriba el cielo tiene un aspecto profundamente cristalino. Escucho a Zitarrosa con su hermosa Guitarra negra y canto: Cómo haré para tomarte en mis adentros, guitarra... Cómo haré para que sientas mi torpe amor, mis ganas de sonarte entera y mía. . . Cómo se toca tu carne de aire, tu oloroso tacto, tu corazón sin hambre, tu silencio en el puente, tu cuerda quinta, tu bordón macho y oscuro, tus parientes cantores, tus tres almas, conversadoras como niñas... mientras encima la luna me escucha con una sonrisa.


Nota: La foto nada tiene que ver, directamente, con lo escrito arriba, tampoco la referencia a Zitarrosa, con respecto al relato _solo que, en particular, resulta un antídoto contra muchos males, específicamente este texto. En cuanto a la foto, insisto, es solo una imagen recurrente, simpática, llena de sabiduría y de reflexiva tristeza: el ovejo no sabe su destino, el hombre sí. Sin embargo, parece que el obligado "pasajero"disfruta del viaje detrás de un humano capaz de realizar cualquier sacrificio para alimentarse de su carne. La imagen fue tomada de la Internet y, para la publicación de este trabajo, utilicé el piloto automático del blog, es la parte buena de la tecnología, por lo cual puedo estar tumbado boca arriba, ahora mismo, sobre la tierra, cayendo entre las nubes, hacia el infinito, sin saber, como dice en el exergo que tomé de Silvio: "...y uno vive sin ver y ríe sin pensar..."


























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