lunes, 23 de marzo de 2015

Se permuta la soledad


Raúl San Miguel

Ilustración: SAMUEL  (sobre imagen del Parque Metropolitano de La Habana, tomada de la Internet)

He visto clasificados donde se permuta la soledad. Rostros cargados de una supuesta alegría bajo la tristeza frustrante del abandono. La incomunicación abunda entre millones que padecen de este estigma importado en historias que, muchas veces, fueron mutiladas de acuerdo con las circunstancias vividas por cada cual.
He venido escuchando a Silvio y tarareo una estrofa este domingo “especial domingo/ la vida me colmó de actividad/ hoy todos los relojes/ sonaron a las cinco/ la paja es un trajín que/ viene y va./ Hay sorbos de café en la madrugada/ y toses de motores a las seis/ hay risas y pañuelos/ antes de la mañana/ hay voluntad de hacer/ amanecer/ Domingo/ que buen pretexto das para cantarte/ todo ha comenzado a saludarme y parece como si la tierra fértil me esperase/ ¡oh! Domingo/ Domingo/ callé donde el sol puso/ residencia/ amor que sigue/ haciendo de herramienta/ y ensancha las ventanas y las puertas/ Domingo es como si no me quedaran penas/ como si fuera siempre primavera/ como si la sed humana no supiese de fronteras/ ¡oh! domingo…”
Fue así que tomé “prestado” la hermosa imagen del Parque Metropolitano de La Habana y estampé allí, lo que me vino a la mente de esa hermosa canción de Silvio.


Tres hermanos

De tres hermanos el más grande se fue
por la vereda a descubrir y a fundar.
y para nunca equivocarse o errar
iba despierto y bien atento
a cuando iba a pisar...
de tanto en esta posición caminar
ya nunca el cuello se le enderezó.
y anduvo esclavo ya de la precaución,
y se hizo viejo queriendo ir lejos
con su corta visión...

Je, je, je, je, je, je
ojo que no mira más allá, no ayuda al pie.
ju, ju, ju, ju, ju, ju
óyeme esto y dime, dime lo que piensas tú...
De tres hermanos el del medio se fue
por la vereda a descubrir y a fundar.
y para nunca equivocarse o errar,
iba despierto y bien atento
al horizonte igual...
pero este chico listo no podía ver
la piedra, el hoyo que vencía a su pie.
y revolcado siempre se la pasó
y se hizo viejo queriendo ir lejos
a dónde no llegó...
Je, je, je, je, je, je
ojo que no mira más acá tampoco fue.
ju, ju, ju, ju, ju, ju
óyeme esto y dime, dime lo que piensas tú...
De tres hermanos el pequeño partió
por la vereda a descubrir y a fundar.
y para nunca equivocarse o errar
una pupila llevaba arriba,
y la otra en el andar...
y caminó vereda adentro el que más
ojo en camino y ojo en lo porvenir.
y cuando vino el tiempo de resumir
ya su mirada estaba extraviada
entre el start y el in
Je, je , je, je, je, je
ojo puesto en todo, ya ni sabe lo que ve
ju, ju, ju , ju, ju, ju
óyeme esto y dime, dime lo que piensas tú...
je, je , je, je, je, je
ojo puesto en todo, ya ni sabe lo que ve
ju, ju, ju , ju, ju, ju
óyeme esto y dime, dime lo que piensas tú...
je, je , je, je, je, je
ojo puesto en todo, ya ni sabe lo que ve
ju, ju, ju , ju, ju, ju
óyeme esto y dime, dime lo que piensas tú...


Gracias, una vez más, Silvio por hacer renacer la esperanza con tus canciones en nuestros barrios.


 Postcuento: (repetido y reiterado)

... todo lo que puedes




A los que piensan al revés…,
cuando la mayoría…,
¿¡Piensa al derecho!?

“Pues sí, llevo toda una vida en esto de la construcción”, dijo el viejo, mientras el fotógrafo buscaba un clopse-up que definiera la esencia de su personalidad. “Lo aprendí de niño el oficio y cuando el hambre aprieta la barriga, lo que se aprende para evitar el hambre no se olvida.”, respondió el hombre sin dejar de mover la cuchara sobre la mezcla de cemento.  “¿Preguntaba usted el por qué se ha demorado tanto la obra?”  Asentí con un gesto. Me habían sugerido entrevistar a Humberto: el veterano de todas las guerras por la construcción de hospitales en la ciudad, pero también esperaba y deseaba obtener un testimonio crítico relacionado  con las demoras en las entregas de esas instalaciones. También me interesaba saber, de primera mano, el por qué la calidad de la terminación de estas obras era generalmente cuestionable.
“Mira, llevo tantos años colocando ladrillos y bloques que si los contara podría hacer un muro tan o más grande que la muralla china. Pero, fíjate, cada vez que pongo una hilada no dejo de emplear la plomada, la escuadra y el nivel. La experiencia me sobra como para hacerlo con los ojos cerrados y sin estas herramientas, pero la conciencia me impide hacer chapucerías, esa es la diferencia.”
¿Dónde aprendió a establecer esa diferencia?
“Te repito que cuando aprendía junto a mi padre y abuelo, ya incorporaba un elemento imprescindible para hacerse respetar: el conocimiento y la profesionalidad en lo que haces, aunque también si solo sacabas un pie…, había un chorro de gente de oficio merodeando la obra. ¡¿Te imaginas?! Solo un resbalón, un accidente…, y estabas afuera. Eran otros tiempos”.
No obstante, usted ha sido jefe de algunas de las obras en las cuales tampoco se ha cumplido en la terminación.
“No exactamente un jefe, digamos que he tenido a mi cargo una brigada de obreros a los cuales transmití mis conocimientos y entre los cuales me esforcé para lograr mejores resultados, pero… ¿a qué precio?”
Bueno no lo sé…, además ¿por qué usted dice lo del precio? ¿Puede definir esa referencia al costo, se refiere a la calidad de la terminación?
“Por supuesto.  Eso me costó el primer infarto”.
¡¿Un infarto…?!
“Uno no, dos, y casi termino con todo en el tercero. Pero te cuento porque aún recuerdo, como si fuera ahora mismo, la tarde en que me detuve frente al hospital pediátrico infantil, convertido en verdadero monumento a la indisciplina. Conocía muy bien el edificio, allí acudí en muchísimas ocasiones para llevar a mi hijo en medio de un ataque de asma. En él también tenía motivaciones familiares: habían trabajado, como constructores, mi abuelo y mi padre. Ambos sentían orgullo de su procedencia asturiana y el sentido de la ética en la vida y el trabajo.  Tenía apenas doce años cuando me dijeron: “hoy vienes con nosotros, será tu primer día de trabajo, ya eres un hombre y tienes que aprender a llevar a casa tu propio salario. Poco más de medio siglo después se repetían las palabras, pero en otras bocas: “Necesitamos que se encargue de la selección del personal de su brigada” y eso hice. Busqué algunos de los viejos conocidos de mi etapa de constructor en casi todos los barrios de La Habana.  Por supuesto, ya no quedaban muchos, los que no se habían ido (para siempre) esperaban en la terminal el fin del viaje y los que vinieron fueron tres: Pedro, Aramís y Roberto, con ellos me propuse organizar un grupo de jóvenes para iniciarlos. Aprendieron pronto y bien; pero comenzaron los problemas. Había una total descoordinación entre quienes debían garantizar los suministros de materiales, el cronograma establecido en el contrato y demasiados jefes para decir cómo y cuándo tomar una decisión que impidiera detener la reconstrucción del edificio.
¿Fue esa situación la que le provocó el primer infarto?
“No esa situación era solo la punta del iceberg. En realidad, a los inversionistas, parecía no importarles nada la reconstrucción del hospital. Por supuesto, venían con cualquier pretexto para explicar que la parte extranjera no había podido embarcar los suministros especiales en el puerto tal y, entonces, nos pedían adelantar otras tareas. Fue así que comencé la titánica labor de suplir los materiales importados por otros realizados con productos nacionales. Al principio el impacto resultó contagioso: venían todos a la obra, pedían datos y conversaban, buscaban, hasta el detalle, la imperfección; pero se iban con la promesa de enviar sus especialistas para compartir experiencias, ofrecer sus consejos y opiniones y velar que la iniciativa no interfiriera en los contratos establecidos con la parte extranjera, eso era muy importante. Entonces…”
¡¿…entonces?!
“Un buen día descubrieron la fisura que buscaban. Se habían colocado las ventanas de marquetería de aluminio y cristales oscuros o parasol, pero el color de la carpintería metálica no era el descrito en los planos y el cierre de las ventanas no era seguro: permitía el espacio suficiente para que alguno de los niños hospitalizados pudiera caer al asomarse, en un descuido (por supuesto) de los cuidadores: médicos, enfermeras y familiares. Nos dimos a la tarea de retirar la marquetería y decidí  preservarla, pero recibimos la orden de hacerla desaparecer. De ningún modo podía llegar más arriba la información relacionada con el desliz del color y la posibilidad del accidente. En menos de una semana muchas de las viviendas en los alrededores y por toda la ciudad exhibían las ventanas desechadas. Pensé en Manuel…”
¿Manuel…?
“El gallego que permitió a mis padres que entrara como ayudante en la construcción”.
¿Y por qué Manuel, qué relación tiene ese nombre con la reparación del hospital?
“Fue el primer contratista que me aceptó por el respeto que tenía por mi abuelo, maestro de obras que en paz descanse y que mi padre también lo heredó, digo el oficio, pero con mi poca experiencia y la edad, apenas podía moverme entre los andamios con algunas de las herramientas menos pesadas y, en varias ocasiones, perdí el equilibrio y algunos clavos. Cuando el gallego se percató, por casualidad, de mis incidentes; le pidió a mi padre me llamara la atención. Un día me silbó bajito, para que lo escuchara yo solo, y me hizo una señal. Cuando estuve junto a él dijo: vez que tu padre tiene la razón. Debes cuidar los clavos, cuestan muchos centavos, tantos como para alimentar a las familias de quienes construyen este edificio. Después me dio unas palmaditas en el hombro y se marchó. Si hubiese visto cómo quitábamos esas ventanas  de aluminio nos hubiese hecho enviado a todos al mismísimo infierno. Pero los tiempos cambian. No me contuve y ese fue mi final. A partir de ese momento dejé de ser considerado una autoridad entre los que aún reconocían el oficio del maestro de obras. Ni siquiera pudo detener mi estruendoso final la estela de medallas (que guardaba en una gaveta dentro del escaparate), ni la condición de un montón de años de Vanguardia Nacional. Solo encontré miradas de reproche y gestos esquivos después de aquella carta que hice pública en la Asamblea de los trabajadores de mi centro de labor. ¿Por qué no alertaste antes?, dijeron.  Porque, en realidad, no entendían, se esforzaban por no entender el por qué había lanzado aquella bomba sin tener en cuenta los canales correspondientes ¿Se imagina periodista…?”
¿..?
“Algunos me dijeron, los menos, dos o tres de los que aún me consideraban un poco como uno de los veteranos de la construcción o quizá porque mostraban lástima del árbol caído, ¿Para qué lo hiciste, compadre, si  apenas te quedaban unos meses para irte con un buen retiro y un prestigio que no lo brinca un chivo?  No utilizar un anónimo, enfrentar el problema con pelos y señales, pero a través de un proceso de alerta burocrático lo había considerado improcedente y mucho menos de hombre; pero… me equivoqué de vuelta y vuelta. Es verdad que se formó la de sálvese el que pueda, pero ya no se podía sancionar a nadie. Todos los responsables estaban a buen recaudo en otros puestos (responsabilidades) de trabajo y de los papeles…, ni hablar. Aseguran que cayeron en una cisterna, que si no sé quien se los llevó a la empresa central, si al permutarla para otro sitio se perdieron, en fin, el cálculo en gastos fue considerable, pero la cifra no podía fiscalizarse, no había evidencia de que se colocaron esos ventanales de aluminio y otros recursos costosos en las instalaciones hidrosanitarias. Sencillamente no se pusieron, no estaban y ¡parece mentira que usted nos venga con esas, de enviar un informe, a estas alturas, compañero!  Pero el asunto fue más serio (coloca la mano sobre el mentón) a todos los directivos de la obra los desaparecieron. Por supuesto, la gente se entera de las cosas y alguien me hizo una relación de los lugares donde comenzaron a insertarlos: gerencias comerciales relacionadas con el suministro de materiales de construcción importados, inmobiliarias…, y a mí…, me jubilaron casi a punto de pistola.
¿Pero usted es Vanguardia Nacional?
“Con más de sesenta años de vida profesional, un trabajador casi obsoleto”.
¿Y su experiencia…, lo que han aprendido durante toda una existencia, los beneficios que aportó con sus innovaciones?
“Llegué al punto sin retorno, ya no cuentan. Hay pueblos que veneran a los ancianos y son tan sagrados como las vacas. En otros, aparentemente, más civilizados como Holanda, no puedes decir que tienes deseos de morir tres veces, la familia lo puede entender como una expresión de última voluntad y acelerarte el viaje. ¿No lee usted las noticias periodista?”
Confieso que no lo sabía, pero…
“Vivimos en una isla temperamentalmente volcánica, aquí el tiempo no cuenta mucho y lo importante es tratar de vivir, hacerlo intensamente, sin arrepentimientos por lo bueno o lo malo que has hecho”.
Pensaba que al final…
“Al final cometí un error: hice lo que no debía. Pero de todo uno debe aprender, la vida es precisamente eso: un viaje constante hacia adelante. Cuando alcanzas un nivel es como si te bajases en una estación de ferrocarril, pero debes tener preparadas tus maletas para continuar la marcha, si te detienes puedes perderte en el lugar donde permaneces por más tiempo, de todas formas llegará el día en que no tendrás que subir a ese tren (por tus propios pies) y lo harás definitivamente horizontal, sin regreso, esa es la vida; pero hay algo que debes saber: No hagas todo lo que puedes, porque al hacerlo colocas en peligro a quienes viajan en sentido contrario a tus intereses y eso no te lo van a perdonar.

RSM.
2010 

Este relato fue basado en todos los esfuerzos por rescatar el Hospital Pediátrico Infantil Dr. Pedro Borrás Astorga, ubicado en el municipio Plaza de la Revolución. De los avatares entre la conciencia y la inconciencia sufrimos quienes conocimos del prestigio alcanzado por esta institución médica. Hoy solo queda toda la luz que aporta el Sol en el lugar donde fue demolido.  Espero que el futuro traiga un edificio-monumento al esfuerzo de los habitantes de la Villa de San Cristobal de La Habana, empeñada en celebrar su aniversario 500 de fundada.



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