jueves, 23 de abril de 2015

La piel envenenada





Raúl San Miguel

“El río siempre pedía que lo visitaran después del anochecer,
los campos necesitaban que alguien los recorriera
para poder expresarse en susurros.”
Clarissa Pinkola
Óleo de Vicente Bonachea

El primer sorbo tenía el sabor del jazmín, pero no reparó en ese detalle o mejor no quiso detenerse y continuó absorbiendo el néctar que variaba según avanzaba en la geografía de la hembra tendida sobre la hierba. En realidad aquella piel, limpia y húmeda, expedía el sabor de la tierra recién alimentada por la lluvia. Se detuvo. Fue entonces que comprendió. Había degustado una sustancia des-conocida y se tendió olfateando en el aire, pero no encontró la respuesta. La inquietud se extendió en derredor como un eclipse de mar. Buscó en su memoria algún resquicio para describir la inquietante fragancia que le invadía despertando recuerdos ignotos, desconocidos de otras vidas.
Permaneció agazapado hasta que el plenilunio irrumpió en el silencio y develó el secreto profundo inesperado. Lanzó su voz de reclamo al viento nocturno y las montañas lo replicaron.

RSM.

Nota: Con permiso de C.P, por tomar su dedicatoria: 

“para todos los que amo
que continúan desaparecidos”.
C.P.


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