“Yo quiero seguir
jugando a lo perdido,
yo quiero ser a la zurda más que diestro,
yo quiero hacer un congreso del unido,
yo quiero rezar a fondo un hijonuestro.
Dirán que pasó de moda la locura,
dirán que la gente es mala y no merece,
más yo seguiré soñando travesuras
(acaso multiplicar panes y peces)”.
yo quiero ser a la zurda más que diestro,
yo quiero hacer un congreso del unido,
yo quiero rezar a fondo un hijonuestro.
Dirán que pasó de moda la locura,
dirán que la gente es mala y no merece,
más yo seguiré soñando travesuras
(acaso multiplicar panes y peces)”.
(El necio, Silvio
Rodríguez)
Salimos temprano en la mañana hacia uno de los cayos de la Península de
Hicacos, al noroeste de la capital cubana, en la provincia Matanzas. A bordo se encontraba un hombre-leyenda
reconocido, por entonces, como un experto en la actividad que estábamos a punto de realizar. No
podía imaginar que, apenas un año después, cumpliría una importante misión
comandada por aquel veterano conocido por el sobrenombre: el zorro y de la cual
extraería una lección que, en más de una ocasión y en contingencias especiales,
ayudó a preservar nuestras vidas.
En cada uno de nosotros, ese día, representaba la culminación de una
etapa preparatoria y también de llegada a nuestras unidades de destino. Repasé cada
detalle de la sofisticada instalación electrónica artillada por una dúplex
de 14,7 milímetros donde debíamos introducirnos para abatir un blanco a una
distancia alejada de la costa. La práctica estaba condicionada por una situación
climatológica regular: el mar de leva hacia escorar lo suficiente para que los disparos
“escapados” impactaran sobre la superficie a solo cinco metros de nuestra
embarcación, debido a que la visibilidad exterior se reducía a lo visto a
través del cristal óptico infrarrojo y la escucha mediante el sistema de
comunicación ajustado sobre nuestra cabeza.
Las pruebas anteriores, realizadas con diferentes armamentos y
condiciones meteorológicas adversas, no resultaban tan extremas como la
sensación de limitarse a un espacio justo para accionar los mecanismos de
disparo en el interior de la estrecha cápsula. Pero lo más difícil resultó
cuando nos advirtieron de la presencia del Comandante en Jefe, Fidel, en una
nave próxima a nosotros. Estaría allí, nunca supimos por qué, pero saberlo (en
ese momento de tensiones) resultaba suficientemente comprometedor en relación
con las posibilidades de mostrar las habilidades aprendidas, sin perturbarnos
por la observación que realizaban desde El pájaro azul.
Poco después del mediodía, mientras esperábamos la calificación, llegó
una singular propuesta: el zorro se reunió en la cubierta con aquella tropa
bisoña y dijo sonriente: “El Comandante, nos ha propuesto una competencia”.
Todos escuchamos sorprendidos y el veterano oficial continuó: “Nos dará una
ventaja para ver quiénes llegan primero a la base”. Miré, del lado de estribor, a una cierta
distancia cabeceaba majestuosa la figura de la nave. Conocíamos que había sido
construida en Cuba y que el ingenio de sus armadores le había dotado de un potente
corazón (motores) capaz de hacerla desplazar a una velocidad increíble para ese
tipo de embarcaciones, en aquella época.
También habíamos escuchado que al Comandante en Jefe, le gustaba hacer
algunas cosas así, supongo que en sus escasos momentos de poca tensión. Pero
tampoco era un secreto que no le gustaba perder “ni a las escupidas” como
decíamos los cubanos. Así que nos preparamos para esa inusual carrera con la
ventaja acordada y el viento en la proa. Unos minutos después observamos la
capa de espuma pulverizada que dejaba unos metros detrás, en su popa, El pájaro
azul. Cruzó frente a nosotros y le vimos alejarse en dirección al canal que se
abría en un punto de la costa.
Cuando llegamos a la base ya, El pájaro azul, se encontraba atracado.
Uno de los oficiales nos sonrió desde el puente. Fue entonces que “el zorro”
nos dijo: “El Comandante les envía felicitaciones” y aseguró con picardía, en
relación con la singular competencia: “Nos ganó. Ya debe estar llegando a La
Habana”.
Estoy convencido de que a todos nos hubiera gustado haber compartido
unos minutos con el líder histórico de la Revolución cubana. Sobre todo
deseábamos intercambiar, escucharle, pero había sido una demostración de confianza
su presencia en un lugar próximo a donde realizábamos la práctica de tiro naval.
Posteriormente, tendríamos (muchos de nosotros) la satisfacción de sentir, en
cada una de las misiones cumplidas, su presencia.
Años después recibí una extraordinaria noticia sin ninguna relación con
el suceso narrado. Llegó a través de un compañero, estudiante de la Facultad de
Periodismo, en una conversación informal pero llena de emoción, explicó: “Por
orientación del Comandante en Jefe, Fidel, recibes la condición (in situ) de
militante de la Unión de Jóvenes Comunistas”, dijo y agregó: “Hemos leído tu
expediente. Pareces que has vivido como ochenta años, aunque sabemos que tienes
veinte y cinco”.
A veces pienso que la Revolución cubana nos ha permitido, a cada
generación nacida después del 59, vivir cada año con una intensidad que trasciende las pautas
reconocidas del espacio y el tiempo. Dentro de unos días, el 2 de diciembre se
conmemora la creación de las FAR. Es la suerte de haber nacido en Cuba y tener el
privilegio de vivir como un hombre comprometido con su tiempo.
Nota: La foto, tomada de la Internet, muestra una patrullera cubana. La
imagen es solo para graficar la anécdota e incluye la presencia anónima de
quienes tienen la misión de salvaguardar la Patria.
RSM
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