Raúl San Miguel
“Los hombres políticos de estos tiempos han de tener dos
épocas:
la una, de derrumbe valeroso de la innecesario;
la otra, de elaboración paciente de la sociedad futura
con los residuos del derrumbe”. José Martí
No es la primera vez que choco contra ese muro de la
subjetividad que llamamos límite, sobre todo cuando tal obstáculo es impuesto
por sujetos devenidos decisores por determinadas circunstancias y actúan como
si vivieran en el Olimpo homérico al establecer fronteras al uso de la
información relacionada con La Habana en los diferentes órganos de prensa.
A estos individuos no les corresponde, como en la mayoría
de los casos, tampoco entienden de perfiles editoriales, ni de la especialidad
comunicacional aprendida por los profesionales de la prensa. “Pueden” decidir,
tras un buró, y eso les basta. Miran lo publicado en el periódico y deciden
pautas, a partir de conceptos que no aparecen en ninguna ley de prensa, porque
esta regulación no existe. Es una cuenta pendiente en el periodismo cubano en
la Isla.
Geográficamente los límites de La Habana están
determinados; sin embargo, lo que ocurre en la capital (grandes
acontecimientos) solo es de incumbencia de los órganos nacionales, por
disposición unitaria de quien puede levantar el auricular de un teléfono y
crear una pequeña tormenta en la redacción de un órgano de esa provincia.
Esto me recuerda, acontecimientos recientes en los cuales
retomar una información (existe una gran diferencia con la noticia) publicada
por un diario nacional tres meses antes, se convierte en sacrilegio por obra y
gracia de un concepto de secretismo, bajo el síndrome del misterio (yo diría
inoperancia, por no decir ignorancia u otro término para definir a estos
sujetos dotados de la potestad de decidir) cuando el periodista o el
fotorreportero, pretende cumplir su trabajo, dentro del perfil editorial de la
publicación para la cual labora y los intereses de la agenda pública, sin
contraponerse a los designios de la agenda política.
Esta vez, debo retomar el texto, relacionado con el
discurso del Primer Secretario del Partido y Presidente de los Consejos de
Estado y de Ministros, General de Ejército Raúl Castro Ruz, en uno de sus discursos,
que ilustran lo que pienso. Hace falta. Reconozco que el periodismo siempre ha
sido una fusta (cuando se emplea con la razón y al servicio de la verdad)
contra todo lo oscuro que impida ver la luz, esclarecer, informar, sugerir,
polemizar…
Esas llamadas exuberantes de poder, resultan arcaicas y
molestas porque nos obligan a pensar (en qué lado del deber, como diría José
Martí) se colocan estos decisores, estas personas dotadas del poder que les
confía el pueblo para ocupar un cargo importante en la Asamblea del Poder
Popular. El pueblo es quien elige. Estos individuos deben acabar de entender
que no son patricios, sino representantes de esos intereses de la mayoría. No
son propietarios de la información pública, de la misma forma que la prensa
(los periodistas) no pueden develar determinada información sensible a la
defensa y la seguridad del país. Pero es absurdo, ocultar lo que es público y
sobre todo el derecho de la gente a obtener información al respecto en cuanto a
lo ocurrido en su territorio.
En más de un cuarto de siglo de ejercicio profesional me
he encontrado estos dinosaurios que se escudan en factores objetivos como la
presión ejercida por las agresiones y el
bloqueo de Estados Unidos contra nuestro país, durante más de cinco décadas.
También utilizan como escudo, lamentablemente, una tergiversación de las
orientaciones políticas como si desconocieran que, precisamente el debate
público generado previo al VI Congreso del Partido, posibilitó perfeccionar,
ahondar y sugerir nuevas cuestiones que podrían estar fuera de los Lineamientos
discutidos y aprobados, proceso que no excluyó a la prensa, mucho menos el
trabajo de los periodistas.
De manera que los límites de las informaciones que
interesan a la población de La Habana, muchas veces, son determinadas por estas
personas en cargos de administración pública y muy lejos de ser garantes de
este servicio al cual deben ofrecer acceso. Es una obligación y un deber. No
una súplica de la prensa.
¿Cómo pretender decidir cuándo, en qué momento, resulta
conveniente la hora cero para publicar una información relacionada con una obra
pública, de interés público, del patrimonio nacional que, por demás, se ejecuta
–con un nuevo propósito, también público-
frente a los ojos de la ciudad?
De ningún modo se puede esgrimir, como razonamiento, la
justificación empleada por directivos de empresas, administraciones y
organismos del nivel provincial (al que hago referencia) para no ofrecer la
información solicitada por la prensa, porque los directivos se toman el derecho
de decidir cuándo ofrecer esa información y lo peor, cuándo y cómo publicarla.
Mucho menos acepto que se pretenda hacer creer la “aparición” de periodistas en
esas oficinas sin previo aviso (no soy absoluto), pero mis colegas observan un
código de ética que ha devenido herramienta moral para continuar su labor.
Los periodistas buscan hacer su trabajo. Los límites de
la información, o sea su repercusión social son determinados por los intereses
de la población que los demanda. Disponer de un poder que permita crear una
tormenta dentro de una redacción es inaceptable, precisamente cuando
enfrentamos la peor de las batallas como diría nuestro Apóstol, a pensamiento, y se precisa de hombres y
mujeres capaces para esta batalla de ideas en las cuales los espacios vacíos
son ocupados de inmediato por quienes pretenden subvertir y confundir, al
servicio del imperio que se dirige en Washington.
Es necesario estar bien claros en la función que nos
corresponde en esta brutal batalla ideológica que ahora se recrudece a partir
de la solicitud de la Casa Blanca para acelerar la presencia del gobierno
norteamericano, con una representación diplomática dentro de la Isla.
Es importante estar bien claros, quienes deben tomar
decisiones administrativas, que se precisa de inteligencia para entender el
objeto de la prensa en un mundo globalizado y donde las tecnologías de la
información, permiten buscar alternativas viables y de información no
convencionales, pero siempre públicas: teléfonos celulares, y comunicación
mediante la Internet. Los límites de La Habana no pueden estar dentro de la
cabeza de personas que no puedan ver lo que ocurre e interesa a la gente saber
en su derredor.
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“Nosotros los poseemos, y usamos tales medios para educar, para desarrollar los conocimientos de los ciudadanos. Esos instrumentos desempeñan un papel en la Revolución, han creado conciencia, conceptos, valores, y eso que no los hemos empleado de forma óptima. Sabemos, sin embargo, lo que pueden, y conocemos lo que puede lograr la sociedad en conocimientos, cultura, calidad de vida y paz con el empleo social de esos medios”.
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