jueves, 3 de marzo de 2011

Antinflamatorios: ¿contra el olvido y la exclusión social?



Raúl San Miguel

Fotos: Tomada de la Internet

Las grandes diferencias sociales en las naciones capitalistas desarrolladas o en los países sumergidos en los conflictos provocados por la dependencia de las políticas neoliberales forman parte del espectro real asociado a los fenómenos vinculados a estas diferencias y las abismales diferencias entre ricos y pobres de estas naciones.

Recientemente recibí información relacionada con el tema. Se trata de un artículo escrito por la Psicóloga Social de Argentina, Nora Salas, quien es vicepresidenta de la ONG “Allí donde estés”, agrupación que fomenta el apoyo a las personas que viven con el VIH, así como otras enfermedades de transmisión sexual. Pero sobre todo, el esfuerzo por combinar los trabajos vinculados a la prevención, específicamente, entre los grupos sociales potenciales a sucumbir en el uso de estupefacientes y las relaciones sexuales no protegidas. Pero sobre todo, alertar sobre la incidencia de otros factores sociales (relacionados con la falta de apoyo gubernamental) que influyen y determinan, en muchos casos, las condiciones para la perdurabilidad de estos y otros fenómenos.

Por supuesto, se necesita de la existencia de una mayor ayuda de personas preparadas para cumplir este propósito. En este sentido, la especialista explica:

“Es difícil trabajar, ayudar en la formación de operadores psicosociales (…) El equilibrio sucumbe ante la frustración (de los ciudadanos) de sociedades injustas y de políticas económicas nefastas.” De hecho, sentencia con una referencia directa a esas personas que viven en las calles, con sus hijos y no tienen otra opción que considerar su “hogar” como el espacio al cual han sido reducidos sus derechos de ciudadano, a pesar de lo establecido en la Constitución de estos países donde muchas personas sufren las consecuencias de una pobreza económica (en el orden doméstico) casi endémica y que les obliga a vivir en un estatus inferior al de sus semejantes en una sociedad civilizada. Así lo explica:

“El hombre que no tiene trabajo no está sano; tampoco el que no tiene hogar y vuelvo, una vez más, a recordar a ese hombre que, al regresar de su trabajo de recolectar cartones, se apoya sobre su cama y juega con su bebé de unos 8 meses a ponerlo alto y hacer “como” que lo suelta (juega con él) y parece común y lógico, una actividad que cualquiera de nosotros realizaría al volver a su hogar; exceptuando que ese papá no tiene casa, lo hace en los alrededores de retiro y olvidándose que las paredes que deberían preservar su intimidad no existen”.

No obstante, va mucho más allá en su análisis al reconocer que “el hombre, en principio, para ser feliz debía tener amor y trabajo, son dos puntales que ayuden a sostener la estructura psíquica de cualquier sujeto. Sin inclusión social la salud se aleja irremediablemente de nosotros y como nos somos más que el entretejido de la red social, nuestra sociedad agoniza”, sentencia y agrega en relación con estas sociedades enfermas por la falta de voluntades políticas coherentes con las necesidades sociales:

“La frustración que hace de estos sujetos no toleren más las condiciones a las que son sometidos a diario. Se vive una gran inflamación social y se enmascaran los síntomas con antiinflamatorios pero la tumefacción está. Hay que reparar la desazón y propiciar condiciones dignas de vida. La salud mental de las sociedades capitalistas está en serios riesgos”.

Después de analizar estos fragmentos del artículo citado, pienso que estos problemas forman parte del “combustible” asociado a los conflictos sociales en muchos países y que son empleados por los intereses capitalistas (léase imperialismo) foráneos para mantener su influencia degenerativa en estas sociedades que sucumben ante las presiones hegemónicas de los círculos del poder mundial.

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